jueves, 20 de marzo de 2008

Avariciosos con el tiempo, dilapidadores de la vida

Los pronósticos meteorológicos anunciaban para esta mañana de lunes intensas lluvias. Por fortuna no ha sido así y me doy un paseo acompañado por mi perro, Bècaud -"l'important c'est la rose", ¿recuerdan?-, por un camino que discurre junto a un riachuelo.
Según la gente del lugar, este no ha sido un año de grandes nevadas, así que el río fluye sereno en esta primavera que se anuncia inestable como casi todas las cosas que nos rodean. El agua se demora entre las piedras, porque el río adora a la roca, la corteja con sus abrazos y se lleva finísimas partículas de su exterior, redondeando sus formas, puliendo sus aristas, haciéndola madre de contornos curvados. De repente, un pequeño desnivel le obliga a saltar velozmente, entonces choca contra el suelo y, aturdida en su remolino, el agua debe recuperar la razón de su camino antes de reemprender la marcha.
El río no es avaricioso de los minutos y las horas, no tiene prisa por llegar al mar. Sólo emplea su tiempo en fluir, fundiéndose con los recodos, explorando sus profundidades, dando de beber a plantas y animales: el río vive su vida, sencillamente.
Y si fuera una persona, mi río de Burguete, no ocuparía su tiempo multiplicando las reuniones y evitando a las personas. Mi río de Burguete despreciaría los títulos y los titulares y las encomiendas y viviría en paz, en serenidad consigo mismo. Compartiría su tiempo con la gente que quiere compartir su tiempo, con las personas que tienen algo que decir porque han hablado con la vida y esta les ha contado las noticias que son importantes: que estás vivo cuando otros te han dejado, que llevas en tu memoria sus recuerdos y sus gestos y que son ahora plenamente tuyas tus personas que se fueron.
Si pudiera hablar conmigo, ese río de Burguete me pediría que no sea avaricioso con el tiempo, que es lo mismo que ser dilapidador de la vida; que me deje llevar por las cosas bellas y las personas que importan; que me remanse en la gente que me quiere y que huya de las personas-acantilados que sólo intentan utilizarme. Me diría que sea yo mismo, "con mi paso y con mi luz", como decía Kipling. Y concluiría diciéndome que ahora tengo la oportunidad de mi vida para hacerlo.
Y mientras yo escucho esos sabios consejos advierto que el murmullo del agua se quiebra en un revoltoso chapoteo: es Bècaud, que desafía la frialdad de las aguas, y se baña en ellas.

5 comentarios:

Blanca Oraa Moyua dijo...

En este post te has superado a ti mismo y a muchos de los grandes... has conseguido emocionarme.
¡qué bien te sientan Burguete Y Bécaud!

Blanca Oraa Moyua dijo...

@Fernando:
Pizca te dice:
Infinitas gracias por haber expresado tus sentimientos en el paseo.
Al escuchar a Blanca tus feelings sobre el agua, sentía como las aguas de tu río limpiaban mi ser con esa suavidad y transparencia que desprende tu corazón.
Ha sido un regalo poder empezar este día de silencio, luna llena, viernes santo y primer día de la primavera fusionándonos con la verdad.
Espero que podamos compartir este sitio un día.
Que resucitemos el domingo los que creemos en la evolución y en el conocimiento de nuestro ser; te deseo feliz resurrección .
Espero verte en Tel Aviv.
Un beso.

Algunos pájaros errantes dijo...

@Gracias, Blanca, siempre al pie del cañón. Un berso para Pizca.

Maria Seco López dijo...

Fernando, es tan delicado y bello lo que has narrado..
Gracias, igual es cierto que eres un ángel.
Sigue disfrutando que nuestro alma lo necesita a raudales.

Blanca Oraa Moyua dijo...

@Fernando:
¿como se dan los bersos?
Nunca le he dado un berso a Pizca, estoy desorientada...