Publicado en El Imparcial, el 13 de septiembre de 2025
Parece evidente que los momentos de cambio de ciclo se hacen interminables. Y la situación que estamos atravesando en España pone en evidencia el aserto que encabeza este comentario. Hay un gobierno que está agotado, sus proyectos no son ya sino cortinas de humo que sólo provocan la confusión de los ciudadanos. Y es que ha hecho crisis la confianza que un día generó Pedro Sánchez entre sus socios. El discurso comunista de Yolanda Diaz en su patética defensa del Proyecto de Ley de reducción de la jornada laboral no ahorraría una calificación de Junts, situando a esa formación política del lado de un pretendido capitalismo opresor -y eso que la vicepresidenta no tuvo particular reparo en cortejar al jefe de ese partido, y prófugo de la justicia, en Waterloo-. Ítem más, la relación de Podemos con el gobierno parece preparar un lugar cómodo para éstos en su futura contienda electoral con Sumar. E, incluso, el presidente del gobierno formulaba una inhabitual crítica al portavoz de ERC en la última sesión de control. Y, por supuesto, por mucho que se presenten los presupuestos, no se verán éstos reflejados en las páginas del BOE.
Todo huele en este anunciado otoño español, sacudido por tormentas de la más variada condición, a elecciones. Pero es preciso no confundir el olor, por más pestilente que sea éste, con la lógica inhumación del cadáver. Aunque ocurra como los zombies de las películas, Pedro Sánchez ha manifestado de manera reiterada su voluntad de resistir. Y es verdad lo que ha afirmado Borrell recientemente: el gobierno tiene la obligación constitucional de presentar al parlamento un proyecto de cuentas públicas, pero rechazadas éstas, no está obligado su presidente a convocar elecciones. Añadiría yo que si lo está políticamente, pero no como consecuencia de ningún mandato constitucional.
Son los socios de Sánchez quienes le mantienen. Nunca apoyarán una moción de censura en su contra, pero continuarán obteniendo ventaja de sus actuaciones. En cuanto a la justicia se refiere, a la altura de lo que va cayendo, una condena que conlleve la inhabilitación del Fiscal General del Estado conducirá al nombramiento de otro afín, una condena de la mujer del presidente a los recursos correspondientes, y ya veremos si los papeles de Aldama supondrán -o no- una escalada de los casos Ábalos, Cerdán y Koldo hasta el presidente
Parafraseando al pensador marxista, Antonio Gramsci, el viejo gobierno
se muere, pero el nuevo tarda en aparecer; y en ese claroscuro surgen
los monstruos.
Y nuestros particulares monstruos se. encuentran inmersos en una
situación de enorme nerviosismo, un síndrome que se está apoderando de amplios sectores de nuestra sociedad por lo que pudiera ocurrir
a una España colocada en este trance. ¿Qué más proyectos de división,
cuántos muros más podrá construir Sánchez, cuán más confederal será
nuestro país en los dos años que le quedan?
Y eso, siempre con tal de que el PP gane las siguientes elecciones, lo que
está por ver.
Y entonces es cuando algunas miradas se dirigen hacia el Palacio de la
Zarzuela. Y se preguntan, ¿por qué el Rey no da un golpe de mano
ahora, como hizo el 3 de octubre de 2017, en el momento de la
aplicación del artículo 155 de la Constitución para desbaratar finalmente
el procés independentista? Aún más, ¿por qué sancionó el Rey la Ley de
Amnistía cuando suponía ésta toda una enmienda de totalidad a ese
discurso?
Empezaré por recordar que el Rey, en una democracia parlamentaria,
carece de la posibilidad de negar su firma a una disposición emanada del poder legislativo.
Y en lo relativo a su discurso de octubre de 2017, conviene insistir en que
esa intervención de Don Felipe se basaba en el consenso de las
principales fuerzas políticas españolas -PP, PSOE y Ciudadanos-. Que
es precisamente lo que no ocurre ahora. La polarización política abierta
entre los partidos, la ausencia por lo tanto de consenso, convierten al
Rey en una víctima más del enfrentamiento. Se encuentra S.M., por lo
tanto, reclamado por unos a excederse de sus funciones constitucionales
y desplazado por otros a su desactivación.
Resulta obvio que esa situación preocupa al monarca y a su entorno,
que enciende seguramente todos los días velas a sus más estimados
conseguidores para que sean otros los parámetros políticos y se retorne
de alguna manera a la normalidad institucional.
Además de que, un Rey no está -no es posible que lo esté- de parte de
unos y en contra de otros. El edificio constitucional que ayudara
notablemente a construir su padre, tenía su fundamento en el acuerdo
entre el gobierno y la oposicion, y con todos sus defectos -que son
muchos- nuestra Carta Magna trae su causa de este procedimiento.
Destruido el consenso, no existe otro remedio que su reconstrucción. Y
para la misma, los actuales actores de la izquierda socialista deberían ser
sustituidos por otros. Pero esa tarea sólo la pueden acometer ellos mismos. Las terceras partes quedan fuera de ese escenario.
Por supuesto que existe otra posibilidad, la de desfigurar la Constitución y
convertirla en un artefacto tan irreconocible que en la práctica haya
devenido en un mero instrumento para la creación de un nuevo
populismo de izquierdas. Una distorsión de la Carta Magna en la que el
Rey se transforme en una figura meramente episódica.
En eso parecen estar. Y es difícil pensar que exista un momento del
proceso en el que S.M. pueda poner pie en pared sin arruinar, con un
movimiento sumamente arriesgado, todo su capital político e
institucional, y la continuidad de la Corona.
Mientras tanto, oigamos y veamos a nuestro Rey decir y actuar como lo
que es, el Rey de todos los españoles, en nuestros peores y en nuestros
mejores momentos, de los que le embisten por pretendidamente
blando y de los que le someten a una instrumentación o le derivan al
desván de los objetos inservibles. Pero también de los que no militamos e
ninguno de esos bandos. De todos.
Lo
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