domingo, 31 de agosto de 2025

El final del verano

 Se va. Otro verano más, cargado de recuerdos, de paisajes que por fortuna permanecen, pero no ocurre lo mismo con las personas que se han ido, con los amigos que no volverán.


Es el final del verano, como la canción que cantaban Manolo y Ramón. La interpretarían, por supuesto también en Sitges, en aquel concierto que sería seguramente el último que ofrecieron a un entregado público, cuando le dio un soponcio -a Manolo, creo-, pero continuarían cantando. Y toda esa noche la pasaría yo tatareando la historia de ese chico de pueblo y de la turista, y de un fugaz amor de verano. Es verdad, a lo mejor podía haber ocurrido de otra manera, pero da igual, las cosas se imaginan como a cada uno se le ocurre. Y las canciones no son de quienes las idearon, nos pertenecen a los que las hicimos nuestras, a los que las quisimos.


Es otro verano que se va. Y se diría que los recuerdos que valen de verdad son los de antaño. Las gentes que te rodearon, los cumpleaños que festejabas y que ya sólo evocas en una convocatoria con alguien que quizás un día, cuando todo esto pase, te vuelva a reunir con ellos.


Y también el amigo, que os eligió más allá del afecto que sin duda sentía por su dueña. Pero que esperaba inútilmente vuestro regreso sentado en el porche de vuestra casa. Y te lo encontraba moviendo la cola cuando, nada más llegar, abrías la puerta del coche. Y pasaba tus vacaciones pegado a vosotros, tan independiente como fiel, al igual que son los de su especie.


Partirás, Y no es que no te quieras marchar. Tu ciudad, tu casa en ella, tus amigos, tus actividades… todo eso se presenta con una carga positiva que no ignoras. Pero no quieres que caigan las hojas del calendario de las estaciones, aunque no puedas evitarlo. Una temporada más, un año más, unas paladas de nostalgia, de tristeza, de abatimiento… tierra que se aprieta sobre una vida que mide ya mucho más por detrás que por delante.


Y por supuesto que deberías aferrarte a lo que tienes, valorar con gratitud la gente que te rodea y que te quiere, a pesar de todos los pesares, de tus pesares, de tus pesadeces. Pero te cuesta trabajo. Y podrías también mirar en la dirección de la gente que sufre más, pero sabes que esa es una competición imposible. Nadie se siente peor. Las vacas son siempre de los otros, son las penas las que nos pertenecen.


Y preparas las maletas de regreso, que se hacen  con más facilidad que las de la partida hacia las vacaciones. Estas últimas contienen siempre el material de los sueños y de las esperanzas, las primeras -las del regreso- se han llenado de adioses y remembranzas, de ésas que están fabricadas de ingravidez y de fantasmas. Y el recuerdo no ocupa espacio en el equipaje, sólo en el alma. 


Se acaba el verano, y tú partirás. Volverás a tu ciudad, volverás por suerte acompañado y querido. Y harás el esfuerzo, ayudado por el cariño, por la rutina, por el bullicio de la gran ciudad, sus ruidos y sus gentes. 


Pero no podrás olvidar a quienes estuvieron algún día contigo. Los que han ganado un lugar que no desaparecerá en tu recuerdo. Ésos a quienes convocas a un reencuentro que te parece imposible, aunque te gustaría pensar que pueda resulta cierto. Y por eso, todas las tardes de los veintisiete de agosto le pides a la Señora que, en el caso de que exista allá arriba, te permita verlos de nuevo. Y dices sus nombres, y evocas sus gestos y te invaden, una vez más, las imágenes y los recuerdos, en ésos que apenas son las últimas horas de tu verano.


Y seguirás agotando temporadas que pasan, hojas del calendario que caen, desvaneciéndote en ellas poco a poco, consciente de que algún día, no sabes cuándo, tú mismo serás sólo una evocación qur se irá, poco a poco, desvaneciendo para los que se queden por aquí.


miércoles, 20 de agosto de 2025

El posible incremento de la carrera nuclear


EL POSIBLE INCREMENTO DE LA CARRERA NUCLEAR

La errática manera en que está actuando el presidente Trump en el inicio de su segundo mandato genera dudas más qué comprensibles entre sus socios respecto del comportamiento que pueda adoptar su administración, no sólo respecto de los aranceles que las empresas deberán afrontar en sus exportaciones a los Estados Unidos, sino también acerca de si la comprometida protección norteamericana se llevaría a efecto en el caso de que su seguridad se vea puesta en peligro. Ni que decir tiene que, en lo relativo a sus políticas domésticas, la perplejidad constituye también motivo constante de asombro y preocupación.

A efectos de este comentario interesa conocer el alcance de esas dudas. En concreto, si la necesidad de una protección adecuada podría llevar a los países más cercanos a los escenarios más amenazadores a dotarse de armas nucleares. Y la pregunta surge de manera inevitable, ¿nos encontramos en presencia de un supuesto de esas características?

En efecto, ni Corea del Sur ni Polonia -por poner dos ejemplos de dos situaciones geopolíticas diferentes-cuentan con la seguridad de que disponían en los viejos tiempos en los que el muro de Berlín se erigía como la construcción real del evocador telón de acero al que se refería Churchill. Alemania, que ha conseguido levantar el permanente veto determinado por la Constitución a su endeudamiento, basado en el nefasto recuerdo de la hiperinflación del periodo de entreguerras, también se plantea ahora la posibilidad de poner en marcha un programa de armamento nuclear..

Sobre la desconfianza respecto de nuestro antiguo aliado sobrevuelan otras posibles alternativas respecto de la protección del paraguas nuclear.  En realidad no lo son. No cabe que Francia o el Reino Unido puedan competir con las 5.000 cabezas nucleares de que dispone Rusia. Además de eso, si no estamos convencidos de la solidaridad de los Estados Unidos en caso de agresión, ¿por qué motivo lo vamos a estar respecto de Francia o el Reino Unido, que disponen de ese armamento para su defensa propia?

En realidad, el ámbito de protección es muy diferente. Si lo que pretendemos es construir una fuerza disuasoria a escala europea, una eventual dotación de armamento nuclear por parte de Polonia o Alemania no protegería, por ejemplo, a Finlandia o a Suecia. Y si se trata de crear una disuasión nuclear europea, la pregunta sería -además de muchas otras-: ¿a quién le entregamos el maletín con el botón que activa la disuasión nuclear? La respuesta, también inevitable, es que por el momento no hemos alcanzado el nivel de integración europea que unifique semejante decisión.

En todo caso, sabemos que la cuestión remite a formular un salto cualitativo que abre la posibilidad de unas consecuencias imprevisibles, porque cuantos más países dispongan de armamento nuclear el peligro que comporta su mal uso aumenta también, y el mundo, lejos de resultar un espacio más seguro, contendrá más riesgos que los actuales. Más aún si observamos el deslizamiento hacia partidos radicales que se viene advirtiendo en las sociedades que aún comparten el modelo de la democracia liberal.

El círculo virtuoso es difícil también que se vuelva a recomponer para los socios europeos, y que los Estados Unidos regresen a su posición anterior a Trump. Un presidente norteamericano distinto del actual, ya sea republicano o demócrata, es más que complicado que modifique de manera radical su enfoque. Se trata -como ha afirmado el profesor Ignacio Molina- de un ciclo histórico, el de la protección y la preocupación por lo que ocurre en Europa, que ya ha sido superado.

Nos encontramos, en efecto, en medio de un ciclo histórico superado, ése que decía que los europeos podíamos disfrutar del paraguas norteamericano sin apenas pagar un precio por él. En la cultura de ese país ha quedado ya asentada la idea por la que los europeos son ya países adultos y deben protegerse a ellos mismos.

Observando a Trump nos damos también cuenta de que su cosmovisión parte de una referencia propia. El MAGA no hace favores a terceros, sólo piensa en sí mismo. Pero eso no significa tampoco una novedad. Ya desde Adam Smith (La riqueza de las naciones, 1776), se había documentado la idea de que no es a la generosidad del panadero a la que debemos el pan nuestro de cada día, sino a su interés por vendérnoslo.

Lo más inquietante, sin embargo, no es el interés. Después de todo, el comercio internacional reside precisamente en un interés… mutuo. Lo que nos debe preocupar por encima de todo es que el MAGA significa un retorno a los tiempos previos a la segunda guerra mundial y a la estructura de reglas que, siquiera de manera imprecisa, establecían criterios y procedimientos para resolver los conflictos que pudieran acaecer.

El mundo de la selva, la imposición del más fuerte… lo que en todo caso seguía presente en nuestras vivencias cotidianas, apenas atemperadas por un barniz de civilización que se desprendía con facilidad por pequeña tiempo que fuera la presión. Hoy se presenta de nuevo de manera descarnada y agresiva. Y quienes pretenden medirse con él piensan que conviene estar preparados… y armados.

Una realidad inquietante, desde luego.

jueves, 14 de agosto de 2025

¿Es usted Jorge Semprún?



Joaquín Romero se quedaría perplejo. “¿Es usted Jorge Semprún?”, le preguntaría un joven empleado en una librería de cómics a la que el madrileño de adopción acudía cuando quería hacerse con alguno de aquellos tebeos antiguos, remasterizados como las películas de antaño, reeditados por lo tanto, rescatados del olvido, o de las nuevas novelas gráficas que, con desigual pericia, narraban las historias de los personajes que un día fueron -Marcel Proust, su constante Céleste Albaret, Franco… y, ¿por qué no?, Jorge Semprún.


Alguno de ustedes se extrañará de lo que les cuento. Porque, ¿qué tiene que ver Jorge Semprún con una librería de cómic? Pues tiene que ver que un biógrafo del escritor y político se aliaba con un dibujante y escribían ambos un relato gráfico, en blanco y negro, de ese personaje.


Y Joaquín Romero se empeñaba en la porfía de adquirir el libro. Ya había tenido lugar su presentación, a cargo del ex presidente del gobierno, Felipe González, que en su día eligió al referido escritor como su ministro de Cultura.


Es un buen momento para comprarlo, se dijo a sí mismo Romero. Y aprovechando uno de sus paseos vespertinos se acercaría a la glorieta de Bilbao, en cuyos aledaños se encontraba la librería. Después de echar una ojeada por entre las figuras -estatuettes- de Tintín que había dispuestas en una vitrina del establecimiento -otra de las aficiones que tenía Joaquín, las figuras de los personajes debidas a Hergé- se dirigía al breve mostrador, donde un joven consultaba alguna incidencia de su trabajo en el ordenador.


Romero le preguntaría acerca del libro. El muchacho decía no saber nada. Romero afirmaba que se había presentado hacía ya un par de semanas. El empleado consultaba en su ordenador. En efecto, había sido publicado. “¡Gran hallazgo!”, pensaría Joaquín, “eso ya lo sabía yo…”. “¿Quiere que se lo encargue?”.


Lo quería. En unos cuatro días lo tendrá usted, le comunicaba el empleado, de modo que Joaquín Romero planificaba su segunda visita al establecimiento en el plazo de una semana. Llegado el día, se acercaba de nuevo a la glorieta. Entraba en la tienda. Observaba que no había novedad alguna en cuanto a las figuras de Tintín y volvía a preguntar sobre el libro. No había novedad, tampoco. No lo habían recibido…


Lo que fue una sorpresa siete días antes se transformaría ahora en una cierta contrariedad. ¿Cómo puede ser? Y el joven empleado le decía que insistiría, a la vez que le entregaba una tarjeta de la librería. “Para que no tenga usted que molestarse en volver por aquí”, le dijo. 


Y al tomar nota de nuevo de la petición seria cuando el librero formulaba la cuestión.


“¿Es usted Jorge Semprún?” 


Estaba claro que el joven había confundido el nombre del biografiado y el del peticionario. Y Romero bien pudiera pensar que, para los chicos que tenían la edad del empleado, no existía ya memoria acerca de los gobiernos de Felipe González, y que Semprún no resultaba para él un novelista conocido, enterrado el muchacho entre ejemplares de Mortadelo y Filemón, Lucky Luke o los más vanguardistas cómics de la época.


En lugar de pensar en eso, sin embargo, Joaquín Romero regresaba a los vertiginosos años de su juventud, cuando asistía a las misas de los sábados a las nueve de la noche, en las que rasgueaban las guitarras y las canciones sonaban con aires modernos. Eucaristías que se celebraban en una parroquia bilbaina a cuyos organizadores -Romero entre ellos- había catalogado la policía del franquismo tardío como “filo-comunistas”. Recordaba Romero cómo uno de los compañeros de su grupo le espetaba. “No me gusta el nombre de Joaquín…” y éste le indicaba muy rápidamente. “Llámame Jorge, entonces”.


Es cierto que Romero podría haberse negado en redondo a esa posibilidad. Incluso a obligar, en mera reciprocidad, a Santi -que así se hacía llamar su interlocutor, cuando en realidad se llamaba Santos- a que se llamara a sí mismo de una tercera manera, o de una segunda y media -en realidad, entre Santos y Santi iba mucha menos distancia que entre Joaquín y Jorge-. Pero no, Romero aceptaría la imposición y se adjudicaría a sí mismo el agua purificadora del bautismo de guerra de un alias que le venía como llovida del cielo de los sueños revolucionarios para aquella nueva aventura romántica que él estaba dando comienzo.


Y con el alias de Jorge viajaban también los recuerdos del primo de su padre, de su tía Susana que desplegaba la bandera republicana el 14 de abril de 1931, de José María -Pepe- Semprún, su marido, abogado de la derecha republicana; de la resistencia de Jorge, su largo viaje a Buchenwald y su estancia en ese campo de concentración…


El campo de Buchenwald sería también para este nuevo Jorge redivivo un motivo de. estudio. ¿Qué ocurrió allí? ¿Qué hizo Jorge Semprún, afiliado al partido comunista, amparado por su red protectora? ¿Qué objetivos presidía su actuación en el campo, él, conocedor del alemán, colaborador por lo tanto en alguna medida de los designios de sus carceleros? En resumen, ¿a cuántos comunistas protegió y a cuántos no comunistas, vale decir, judíos, gitanos o demás presos, enviaba en su lugar a la cámara de gas? ¿Se trataba para el joven Semprún de un juego de suma cero, un hijo de Israel por un hijo de la revolución, nada más?


No se sabe bien, nadie ha aportado luces a esas sombras. Pero Jorge-Joaquín Romero elegiría ese nombre. Y es cierto que aún no conocía él de la historia de Semprún, ni se habían escrito sus biografías, tampoco el cómic. 


“Viviré con su nombre, morirá con el mío”, había escrito Semprún. Y Joaquín viviría con ese nombre su tiempo de actividad pre-revolucionaria, que moriría cuando recuperaba el suyo propio. Llegaría entonces el momento de experimentar nuevas aventuras políticas -ya no religiosas- que le esperaban en sus años universitarios.


Todavía Franco aguantaba en el Pardo, y los estudiantes hacían cábalas sobre el futuro revolucionario de España en los años siguientes… pero, una vez más, muchos confundieron sus deseos con las realidades.


Pero esa es ya otra historia. 



¿Es posible una sola política europea de Defensa?



Resulta pertinente la pregunta formulada en el título del presente comentario. Y es que la Union Europea no puede olvidar que, si bien sus orígenes fueron políticos y en buena medida humanitarios -obtener un espacio de convivencia y consolidar las democracias que emergían después de la catástrofe de dos guerras mundiales-europeas-, su instrumento para lograrlos lo sería de carácter económico y comercial. Podría haber sido la Cultura, como señalara Jean Monnet o éste de la Defensa, la seguridad y la política exterior. Pero resulta evidente que no era necesario comenzar por ahí, porque de nuestra seguridad se encargaban los americanos. Y la política exterior, siquiera con adjetivos y acentos nacionales diferentes, se atenía a las normas que dictaba el sentido común del amparo atlantista y de la amenaza que provenía de más allá del telón de acero.

Por esa razón no se consideraría nunca que la política exterior y de Defensa pudiera convertirse en una cuestión europea, de modo que las decisiones que los países de la UE pretendan adoptar en este sentido habrán de alcanzarse por unanimidad.

Ocurre, sin embargo, que una cosa son los Tratados y otra muy diferente la creatividad de los países miembros. El hecho de que llevemos tres años desde que   diera comienzo la agresión de la Federación Rusa sobre Ucrania sin que haya cesado el apoyo de la Unión a éste Estado, y eso a pesar de que Hungría, el más próximo de los europeos a Rusia, no ha cesado de obstaculizar las medidas del Consejo al respecto. Prueba de ello ha sido que en una reciente declaración, el gobierno de Orban pretendió bloquear el acuerdo conseguido. No hubo declaración, en consecuencia, pero sí que se elaboró un acuerdo a 26.

Pero no hay que despreciar el avance que está experimentando el populismo en el mundo en general y en Europa en particular, porque hay otros países que podrían sumarse a la lista de Hungría, una relación de la que por fortuna se ha salvado Rumania, con la victoria del centrista Nicușor Dan, por un 53% de los votos sobre el candidato ultra-nacionalista. Pero están los casos de Eslovaquia, con la elección de un presidente populista con el 53,26% de los votos; de Chequia, en la que el partido ANO -que ha derivado en ultra-nacionalista- se ha convertido en la primera fuerza política del país -con un 26,3%-; y lo que -cuando se escriben estas líneas aún no se conoce- ocurra en la segunda vuelta de las presidenciales en Polonia, en las que, de obtener la victoria el candidato populista, podría no sólo entorpecer la agenda reformista de Tusk, sino facilitar el regreso al poder del PIS.


Y está también el caso del populismo italiano, que afortunadamente se ha desprendido de sus más importantes asperezas, jugando Meloni un interesante papel de puente entre dos orillas tan distantes como la del ultra-nacionalismo y la democracia liberal. Y lo que pueda suceder en Francia, donde un cambio de signo político podría poner en verdadero riesgo cualquier proyecto de integración y aún de supervivencia de la Union Europea.

Y ya que hablamos de integración y de Defensa, no acaban aquí las posibilidades de agregación. Está también la fórmula 5 Plus, con Alemania, Francia, Italia, Polonia y España… y el Reino Unido. Un procedimientos que tal vez permitiría la integración en este bloque de países tan significativos como Noruega y -todavía más- de Turquía.

La imaginación debería sumarse a la ecuación. Llegar hasta donde la interpretación de los Tratados lo permita, practicando una  lectura creativa de los mismos que nos posibilite avanzar todo lo políticamente deseable.

Es cierto que operamos sobre un terreno incierto, una especie de tierra de nadie, en la que los europeístas  actuamos observando de reojo a los nacionalistas, embargados muchas veces por el temor a que nuestras políticas resulten infructuosas y acaben suministrando argumentos y votos a éstos. La conclusión más probable es la inacción debida a la irresolución.

Se trataría entonces de adoptar iniciativas como las propuestas, en la forma de lo que el profesor Portero ha explicado como banderines de enganche, enarbolados por algunos países miembros a los que eventualmente pudieran sumarse otros. En ausencia de las disposiciones fijadas por los acuerdos establecidos estaría la capacidad de acción libre de los Estados, lo que en la jerga de los Tratados se ha venido en denominar la cooperación reforzada.

Pero todo ello no pasa de constituir un ligero parche que nos ayuda a salir del paso sin que consigamos el avance más necesario para situarnos en adecuación con los cambiantes tiempos que ya se encuentran entre nosotros.

Lo que de verdad precisamos no son pasos tímidos que no parezcan molestar demasiado. Es necesario un salto cualitativo, ambicioso. El avance hacia una Europa Federal unida en la diversidad (e pluribus unum)) como reza el adagio latino que diera lugar a la creación de los Estados Unidos  y por la que algunos hemos peleado ante la desidia o la desconfianza de los más.

Pero habrá que reconocer que nunca la necesidad se ha encontrado más lejos de la realidad. Y también que la inevitable contención de los afanes expansionistas de Rusia quizás conlleve modificar la mentalidad de los ciudadanos y la de sus representantes.

Y que aún estemos a tiempo de encarar la situación  



domingo, 3 de agosto de 2025

Pablo Bustinduy y los productos saharauis

Coincidí con el actual ministro de Consumo en el Congreso de los Diputados, hoy rebautizado, a pesar de la mención expresa quë de él hace la Constitución, formalmente vigente, de Congreso a secas. Compartimos debates parlamentarios-aunque no demasiados, tanto él como yo pretendíamos que la Comisión de Exteriores tuviera más vida-, y extraparlamentarios, incluso hicimos un viaje a Palestina del que recuerdo una reflexión que me dedicaría Bustinduy: “Somos, Ciudadanos y Podemos, como relojes parados, por lo menos damos dos veces al día la hora exacta”. Aludía el actual ministro a las diferencias existentes entre las dos formaciones políticas, que en algún raro supuesto, resultaba hasta posible que compartiéramos alguna idea, Supomgo que no a que a los dos se nos hubiera pasado el tiempo, ése que produce el efecto de arruinar el producto, como ocurre con el arroz de las paellas cuando sufren un exceso de cocción,


Tal vez a mí se me haya pasado el arroz de la actividad política, al menos de la institucional y representativa. A Pablo Bustinduy no. De modo que anda empeñado él en garantizar que las voraces aerolíneas low cost no cobren un suplemento sobre las maletas de mano, con la regulación de los pisos turísticos o la calidad alimentaria ofrecida en los comedores, entre otras medidas, todas ellas sin duda muy estimables.


Me consta el compromiso de su partido de origen -Podemos, con Sumar no he llegado a mantener una relación institucional - con la causa saharaui. En el inter-grupo del Sáhara que se formó en el parlamento, éramos dos los portavoces, uno de Podemos y el que firma este comentario el otro, una bicefalia que no funcionaría, por razones obvias, aunque no es éste el asunto que pretendo abordar ahora.


El asunto es más bien que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea sentenciaba el 4 de octubre de 2024 a que, entre otras resoluciones, los productos agrícolas exportados desde el Sáhara a la UE fuesen etiquetados como procedentes del mencionado territorio y no como  de Marruecos.


Sin embargo, ya el ministro de Agricultura del mismo gobierno que comparte Bustinduy, aunque no del mismo partido que el suyo, Luis Planas, llegaría a afirmar, el 21 de octubre de 2024, que “la relación de España con Marruecos estaba “por encima” de las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea” (Ignacio Cembrero, El Confidencial de 6 de junio de 2025). En lo que supone una singular expresión de un responsable público que lo es en virtud del estado de derecho, fundamento de la democracia


De no ser por la aceptación por el gobierno de Sánchez de cualesquiera pretensiones formuladas por el reino de Marruecos, no sorprendería la diferente vara de medir aplicada por el Ministerio dirigido por Bustinduy respecto de los productos que tienen su origen en el Sáhara, en comparación con la que manifiesta por los que lo tienen en territorio palestino. El pasado 17 de octubre, el citado departamento emitió una nota informativa dirigida a las empresas que importen alimentos desde la Palestina ocupada (como Cisjordania, Jerusalén Este, y los Altos del Golán). En ella se recuerda la obligatoriedad de etiquetar esos productos de forma diferenciada, no como “producto de Israel”, sino indicando claramente su origen específico.


Esa actitud no es nueva para el responsable del Ministerio de Consumo. En el referido viaje que compartimos a Palestina, Pablo Bustinduy, se quejaba de la actitud de los países de la Unión Europea en general, y de España en particular -gobernada por Rajoy en esa época-, de su falta de valentía y del incumplimiento por todos ellos del derecho internacional aplicable al respecto.


En efecto, existe una nota Interpretativa de la Comisión Europea (2015/C375/05) que se refiere al origen de mercancías de territorios palestinos ocupados. Asimismo, hay una sentencia, también del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, de noviembre de 2019, que establece que Cisjordania y los Altos del Golán no forman parte del territorio israelí, por lo que no se puede etiquetar sus productos simplemente como “producto de Israel”.  


Asiste base juridica suficiente, por lo tanto, al ministro Bustinduy para actuar como actúa en relación con los productos palestinos, la misma que ocurre con los productos saharauis. Son, en realidad, diferentes las políticas que se aplican para uno y otro territorio. El presidente del gobierno en el que colabora el responsable de Consumo prefiere adornarse con los oropeles del humanismo progresista, vistas las imágenes que los Informativos nos arrojan a diario de la hambruna y la destrucción de Gaza -una zona del mundo en la que la responsabilidad de España resulta bastante lejana- y prefiere mirar hacia otro lado cuando se trata del sufrimiento que padecen los habitantes de lo que fue en su día parte de España -una provincia española más-, compatriotas nuestros. Un territorio no autónomo -en la clasificación que del Sáhara hacen las Naciones Unidas, cuya administración formal -no la material, desde luego- corresponde a nuestro país.


La explicación a esta diferente vara de medir está en el lapsus que expresaría la vicepresidenta Yolanda Díaz en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros el pasado martes 29 de julio. “Merece la pena formar parte del gobierno de España..”, dijo, en un acto fallido que engrosaría por derecho propio el listado de los referidos por el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud. En efecto, les merece, y mucho, la pena estar en el gobierno. Tanto que soportan corrupciones y asaltos a las instituciones lo mismo que otros carros y carretas.


No tengo que recibir explicación alguna respecto de las contradicciones que supone de manera invariable el ejercicio de la política. Las conozco y las he experimentado, lo mismo que les ocurre a todos en la vida profesional y personal. Pero ya que en los pagos de los que procede Pablo Bustinduy era habitual la práctica de la autocrítica y la confesión pública de los errores cometidos, no estaría de más que el ministro hiciera uso de esa fórmula. Y no como paso previo al destierro hacia algún gulag siberiano…  los liberales no hacemos eso, aunque nuestros relojes estén tan parados quë solamente den la hora exacta dos veces al día. Otros, por lo visto, prefieren no usar de ese instrumento... siquiera para medir su tiempo de permanencia en los gobiernos.