miércoles, 31 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (9). La primera cita (I)

- ¡Óiganme, Astondo -Iturregui se encontraba algo molesto después de su última conversación. - Le llama la señorita Cecilia Llosa. - ¡Ah, sí! Páseme. Unos segundos más tarde, el auricular le acercaba algo que se parecía a la voz de Cecilia. - ¡Hola! -saludó ella. - Buenos días. ¿Cómo está usted? -contestó con su característica seriedad Iturregui. - Bieeen -dijo ella, arrastrando la "e", como acostumbran los sudamericanos-. Y usted, ¿cómo se encuentra? - Muy bien, gracias. - Le llamaba para agradécerle la publicación de mi poema en su diario. La voz de la poetisa peruana era muy alegre. Iturregui se recostó en su cómodo asiento de cuero. - Ya le dije que lo publicaría. - Sí. Pero o pensaba que lo iba a hacer tan rápidamente. - Bueno... Una vez que se ha tomado la decisión, no parece que tenga demasiado sentido esperar. Se produjo entonces un momento de silencio. Ambos sabían que se encontraban, sin embargo, al otro lado del aparato. Cecilia lo rompió. - Tengo que decirle una cosa. - Pues usted dirá. - Que tenía razón usted ayer. Iturregui pensó rápidamente. "¿Será...? "Sí, será con seguridad lo que le dije acerca del reto", pero prefirió no referirse a eso. - No sé muy bien a qué se refiere usted. - ¿Se acuerda que me citó usted la palabra "reto"? - Desde luego. Pero debo decirle que no fue más que una salida de tono por mi parte. - No. No fue ninguna salida de tono. Tenía usted toda la razón -la voz de la Llosa adquiría el matiz de una terca insistencia. - Pero le digo... - No. Yo estaba enfadada, pero no con usted. Había leído unos versos a los postres en una comida con personas notables y pensaba que iban a gustar. De verdad, Iturregui. Creía que mis ideas podían sintonizar con la gente de esta ciudad. Alguien me había dicho que eran ustedes emprendedores, orgullosos. Que les divertía el riesgo, que no les asustaba el tamaño de sus empresas.. Y luego estaba lo del Bilbao liberal, y y pensé enseguida que eran ustedes también liberales en cuanto a mentalidad. Luego apareció usted, prácticamente la única persona que se acercó a felicitarme. - También estaba Urdaneta. - Sí, Urdaneta. ¿Pero qué otra cosa podía hacer Urdaneta? ¡No se iba a marchar cuando era él el anfitrión! - Ya. - Vino usted a felicitarme. Y luego me propuso colaborar en su diario. Y creo que quise hacerle pagar a usted lo que me pareció una descortesía de sus amigos. Ciertamente tenía usted razón: le propuse un reto. Iturregui dudó unos segundos antes de contestar. - Eso mismo pensé ayer, cuando me extendió usted ñas cuartillas de su poema. Vi que había en usted una expresión... ¿Me permitiría una libertad? - Se la permito. - Una expresión... ¿Cómo la llamaría? Desafiante. ¿Acepta usted este término? - Desde luego. Era lo mismo que le estaba diciendo. - Pues bien. Eso era lo que pensé al principio. Pero después... Me di cuenta de que tenía razón usted. Al fin y al cabo, si quiere este señor publicarme algún poema. ¿Pues qué otro podría ser sino el que acabo de leer? -al decir esto, Iturregui impostó la voz de forma teatral. Al otro lado del auricular, Cecilia reía la ocurrencia. - Pone usted un razonamiento lógico donde no hubo sino un enfado -aseguró esta divertida-. Si yo hubiera querido colaborar de verdad con su diario lo habría hecho de otra manera. Le habría regalado, por ejemplo, algún libro de poemas para que lo leyeran en su periódico y seleccionaran el que les pareciera. - Bien. Ha sido como ha sido. No importa. Pero... -Iturregui quiso entonces dar un paso más- Lo del regalo queda pendiente. - ¿Qué regalo? ¡Ah! ¡El libro! Por supuesto. Eso cuando usted quiera. - Pues nos citamos cuando a usted le parezca. Por ejemplo... -Iturregui consultó a una gran agenda de tapa de cartón que tenía sobre su mesa- Mañana. Y podría ser una buena idea que conociera usted la tertulia cultural por definición que tiene Bilbao: la del Lion D'Or. - Advierto en sus palabras una especie de no disimilado orgullo. ¿Qué hay en esa tertulia? - Pues algo de lo que le estaba diciendo. Ahí encontrará usted lo que buscaba. Quizás en el almuerzo de la Bilbaina hubiera más industriales y hombres de empresa que otra cosa. Pero, en Bilbao, existen también escritores, gentes con gran cultura, señorita -Iturregui, más que decía, declamaba. - Si le parece bien. A las cuatro y media en la cafetería del Lion D'Or, que está en la Gran Vía. A unos cinco minutos de donde usted vive. Pero le mando un automóvil. No faltaría más. - Es usted muy amable. Pero me parece que preferiría llegar dando un paseo. Hasta mañana entonces. Cecilia no le había proporcionado el más mínimo resquicio para insistir.

1 comentario:

Sake dijo...

¡Los idiomas!, ¡las lenguas!.
¿Porqué puede resultar tan difícil entenderse, cuando alguién malintencionadamente consigue, confundir, impedir el entendimiento.
Ése es el caso de los Nacionalistas de cualquier época y lugar, como actualmente sucede en ésa provincia de Europa llamada España.