miércoles, 10 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (2). El poema de Cecilia (II)

- Señorita Cecilia Llosa, que es casi embajadora del Perú, y de esa ciudad orgullosa de serlo, que es Arequipa, señores... -La voz de Santiago Urdaneta sonaba clara entre el humo de los cigarros y el entrechocar de las copas de "champagne" procedente de las botellas de "Cliquot" que servían los camareros, uniformados siempre com su característico calzón corto-. Me corresponde el honor, y lo hago con plena satisfacción personal, en mi condición de presidente de la Asociacion de la Prensa de Bilbao, de dar la bienvenida a nuestra Villa a tan importante representante de las letras peruanas e hispanoamericanas. Efectivamente, la señorita Llosa viene a Bilbao precedida por una intensa fama... -Urdaneta se plantó unos lentes redondos que llevaba en el bolsillo exterior de su chaqueta, para mejor leer-. "Premio ciudad de Arequipa 1923; "Premio Mariano Melgar 1925"; ha publicado doce libros de poemas, en los que ha glosado la vida urbana de su ciudad, el ingrato discurrir de las gentes indias que habitan esa Cordillera Occidental, en Coropuna,o en las laderas del Misti o del Pichu Pichu. La señorita Llosa viene de un Perú que dirigef con mano firme, desde hace siete años, el señor Leguía, lo mismo que en España ocurre ahora con don Miguel Primo de Rivera. Pero la embajada de la señorita Llosa no trae un mensaje de política, sino de amistad; no tiene intereses comerciales que defender, sino palabras de amistad, de amor... Por todas esas cosas, por Perú, por España, por Arequipa, por Bilbao, y por la encantadora señorita Llosa, levanto, señores, mi copa. Una gran ovación saludó el brindis del presidente del diario decano de Bilbao. La homenajeada, con una radiante sonrisa, chocaba su copa de "champagne" con las de los señores más próximos a esta. Iturregui, sentado a así diez metros se distancia de ella, apenas podía advertir más que una carita redonda y unas maneras aparentemente muy suaves. Casi nadie dejaba de brindar con la poetisa, y quien más quien menos se acercaba hacia la mesa presidencial. "Verdaderamente, Iturregui, categorizó San José, importante naviero-, tiene unas facciones muy indias, pero es una señora de bandera... ¿No le ha visto usted de cerca?" "Pues todavía no", contestó e aludido. "Pero ya me la presentará Urdaneta". "Señores... -Cecilia Llosa se levantó de su silla, sosteniendo unos papeles entre sus manos-. Quisiera que mis primeras palabras fueran de agradecimiento a todos ustedes por la amabilísima acogida que me han dispensado... -La poetisa hablaba en un tono tan suave, tan bajo, que todos los asistentes debían mantener un profundo silencio para escucharla-. Ha dicho bien su presidente que mi embajada no es política, es solo una embajada de palabras y voces. Y como yo escribo algo mejor que hablo, prefiero decírselo a ustedes con un poema. Fue entonces cuando la Llosa aplicó su interés en las cuartillas de papel que mantenía en su mano, y recitó con una voz muy tranquila, muy pausada: "El amor es el río de la vida, Es la corriente que fluye, El huracán que azota. No se sabe cuándo nace, Pero si nace... No hay quien pueda sus aguas canalizar, O sus vientos, irredentos, calmar. El amor muere, porque todo muere, Muere el amor que tiene nombres, Como mueren las cosas de los hombres. Muere el cariño, derrotado en la rutina... Lo que hoy hacemos, Lo que ayer hicimos, Lo de siempre. Muere el amor que construimos. Pero, para protegerlo, le ponemos murallas papeles, anillos y hasta hijos. Nada vale, entonces, querer levantar La casa que se nos cae De vieja que está. Ni las sotanas que recogen el polvo de la calle, Y nos dicen: "Es ya tarde para otra oportunidad".

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