lunes, 22 de octubre de 2012

Cecilia entre dos mares (6). El poema de Cecilia (VI)

- Astondo. ¿Tiene usted a mano la carpeta que me ha enviado el duque de Miranda? - Desde luego, don Miguel. Iturregui tamborileaba con sus dedos, nervioso, sobre su mesa de cuero verde de su escritorio de madera noble, con sus abridores dorados, mientras esperaba a que su apoderado le trajera los papeles de la sociedad eléctrica. ¿Cómo se llamaba? ¿Evangelina? No. Era otro su nombre... En cualquier caso, la peruana aquella, le había parecido una mujer interesante, muy interesante. Conservaba su poema en el bolsillo. Y, sin darse apenas cuenta, se encontró leyendo el texto: "Muere el cariño, derrotado en la rutina..." Era cierto. El amor se iba, o se va lo que tú mismo te figurabas que un día fue amor... ¿Qué más da? Ilusión o realidad, crees que durará toda la vida. ¿Pero, cuánto tarda en caer todo el espejismo? Begoña, su mujer,; la mujer santa de las congregaciones de caridad; la dueña del recato y la prudencia; la mujer que cerraba los ojos y apretaba con fuerza manos y dientes, como si encerrara entre las primeras un rosario, cada vez que le hacía el amor. Begoña, misa diaria, confesión mensual, con sacerdote jesuita, por supuesto. Begoña Tellechea, buena familia de Bilbao, de toda la vida, sietecallera, cuando las Siete Calles eran el origen de la Villa, que luego se determinó a cruzar la ría e hizo su Ensanche, y se fue, Begoña, a la Gran Vía, y que terminaría, si alguien no ponía remedio a eso, en Neguri, que era el nuevo punto de reunión de las gentes pudientes de Bilbao. "El amor muere, porque rodó muere...", decía esa poetisa deñ Perú. Begoña, cuarenta y dos años de forzoso caminar hacia la iglesia; Begoña, tan asidua como inconsciente a las juntas contra la "trata de blancas; reuniones de señoras bien para luchar contra la introducción de las jóvenes en el oficio más viejo del mundo... ¡Pobres! Nadie les había dicho todavía que los ingresos de sus presupuestos tenían por origen, precisamente, el negocio de la prostitución, el dinero con que algunas sobretasas gravaban esa sórdida industria. Begoña Tellechea, que no sabia nada de la vida, que paseaba por la calle, infeliz, casi con la boca abierta, que nunca había sabido nada de economía, ni siquiera de la doméstica, de una cuenta, más allá de pagar al servicio o de escuchar las sugerencias para el menú de la cocinera, para luego decir, invariablemente, que estaba bien, que pusiera lo que quisiera. Begoña, ¡Pobre Begoña! Santa y buena madre de cuatro hijos, dos chicos y dos chicas,, a quienes besaba a las diez de la noche antes de que cenaran los mayores, bien repeinaditos y con su colonia fresca de Heno de Pravia; sus cuatro hijos: Miguel, como su padre, el mayor; Ignacio, como el fundador de la Compañía de Jesús -¡cómo le gustaría a su mujer que acabara haciéndose misionero, jesuita, ¡por supuesto!-; Begoña, la tercera, como su madre, consciente y responsable y Mercedes, la pequeña, la "prefe", que lo conseguía todo solo con sus ojos, con esa resplandeciente expresión, con el clamor de su risa que alejaba de él cualquier pretensión de negativa.

1 comentario:

Sake dijo...

Oh amigos, queridos amigos, porqué no intentamos entre todos pensar, intentar si se puede, cambiar la rutina, ¿ es que acaso es imposible el amor?, vamos debeis esforzaros, porque para la paz no hay otro camino.