lunes, 7 de noviembre de 2011

Intercambio de solsticios (264)

Bilbao, 29 de noviembre de 2003.

Querida Lorsen:

Ya ha pasado el primer año. Me encuentro bien, quizás porque esta ha sido una semana bastante agitada. Te la voy a contar. Después quería hacer un pequeño balance de la situación y de las personas.
Como ya te anticipaba han sido tres los acontecimientos de la semana –por lo menos me lo han parecido a mí, seguro que también a ti-: La presentación de mi última novela, mi investidura como Caballero de la Real Hermandad de San Fernando y tu aniversario –lo digo, está claro, por orden de ocurrencia.
Como hiciste tú en las dos presentaciones de “Sin perder la dignidad”, durante la semana pasado no hice otra cosa sino convocar a la gente. Conseguí confirmar hasta 85 u 87 personas. También estaban los afiliados a la Junta Local de Getxo del PP, los parlamentarios vascos y los miembros de la junta de El Sitio. Pero cuando llamé a Santiago González y me dijo que justamente en el mismo momento él presentaba a un ministro de Quebec, y que lo hacía en el mismo hotel que yo –en el Ercilla- me quedé un tanto acojonado.
Aún más, el domingo, cuando esa tarde además se me hizo particularmente larga y triste –te diré que me di un paseo de media hora y sin escoltas, con la excusa de comprar el pan- me llamaba Juan Basabe para decirme que no iba a presentar la novela. “No es que no me guste –me confesó-. Está bien, aunque hay cosas con las que no estoy de acuerdo. Pero es que me ha entrado una especie de miedo escénico y no soy capaz de enfrentarne a la gente”. La proximidad de este anuncio con la presentación –dos días-, la ausencia de alternativa y, sobre todo, que Juan es un buen tío, le hicieron reconsiderar esa, en principio, tajante decisión: El primer obstáculo importante estaba salvado.
Así que me encaminaba con el nerviosismo correspondiente al martes. Cuando llegó el día todo se convirtió en un jaleo: baile de medios de comunicación, una comida frugal, la retirada de treinta sillas del salón del hotel –habían puesto 85, las mismas que las personas confirmadas, lo cual suponía un serio riesgo.
Pero el acto resultó un éxito. Firmé unos cuantos libros antes del mismo. Hablaron el editor y Juan me hizo unas preguntas y comentarios, de forma que el acto resultó entretenido, además de corto. Después firmé más libros –se vendieron hasta 85, lo cual, según me dijo Juan, está muy bien-. Asistieron más de 100 personas y muchas de ellas se quedaron de pie. Es cierto que la incomodidad de alguna gente resulta paradójicamente uno de los aspectos del éxito. Luego me fui con Jean-Pierre a tomar unos pinchos.
Al día siguiente me iba a Madrid y leía dos entrevistas con foto que me habían publicado en El Correo y en El Mundo del País Vasco.
En cuanto a la investidura he de decir que estuve más solo que la una. Alfonso Zunzunegui me dijo que le habían quitado un quiste de la frente y que el jueves a las 7 –la ceremonia era a las 7’30- le hacían una cura.
No tenía padrino, el sustituto no había venido y me tuvieron que asignar otro. La veste –o capa- me estaba larga y Álvarez del Manzano –el anterior alcalde de Madrid- me la pisaba todo el rato. El caso es que terminó el acto y yo era ya caballero -¿no lo era antes?
La mesa de la cena –de una comida espantosa- estaba formada por los Zunzunegui –Mica, su mujer, es un encanto de señora-, Pedro hermano y Claudia, Antonio hermano, Íñigo Barandiarán y Alfonso Pérez-Maura. Resultó muy simpática.
El viernes me levantaba a las cinco de la mañana para coger el avión. El primer punto del pleno –una moción de censura contra la Consejera de Educación- resultó larguísimo: duró hasta las seis menos veinte –tu misa estaba prevista para las siete- de modo que pensaba que no iba a poder votarlo, y lo cierto que en punto a votaciones ¡no sabes la que se ha armado desde que te fuiste!, aunque creo que ya te he contado alguna cosa.
En la parroquia de San Vicente estaban Jaime Larrínaga, Inés y Fortu, un compañero de partido, una señora que cuidaba a Fernando Gondra –y que visita a mi madre- y dos sobrinas de Jaime. Yo iba con mi madre. Luego entraron tu padre, Enrique, Patricia, Christian y Macarena. También María Antonia Anduiza y Elisa Vallhonrat. Cuando terminó la misa vi a unas amigas de mi madre –entre ellas Pilar Escudero, la madre de los Infante-, Victoria Aznar, Mariví Landín –amiga de Kelly- y Gervasio Pereda –con quien tú y yo tomamos un aperitivo una vez en Las Arenas. Asistió poca gente, pero el acto estuvo muy bien. La iglesia iluminada, el órgano interpretaba alguna canción y Jaime asistido por el párroco. En la homilía, Jaime trufó mi carta con algún inevitable comentario sobre Dios y el reencuentro. En el primero apenas creo, en cuanto al segundo sabes que nada me gustaría más. A la gente parece que le gustó mucho. No he dicho a nadie que una buena parte de lo que dijo se lo había sugerido yo.
Durante esos días me llamaron Kelly Earle, Isabel Lorsen –que estaba en Frías- y mi tía Maite. Un año después son ya muy pocos los que se acuerdan. La vida ha vuelto a la normalidad para todos –casi todos- y los problemas ya son sólo de quienes nos quedamos.
Jaime no quiso cenar con nosotros y se fue con sus sobrinas. Mi madre –que está más que perezosa- tampoco. Así que me fui al López de Haro con mi familia política.
A las doce de la noche dormía profundamente. Había sido un día muy largo después de una larguísima semana.

Empezaré ahora con el balance. Y para eso trataré de hacerlo conmigo, en primer lugar. Creo que una buena parte de lo que te pueda decir ahora ya te lo he venido contando. Han sido muchos días de lágrimas, muchos momentos en los que sientes como si te atravesaran el corazón con un puñal. Ha habido desencuentros con Pilar, finalmente con mi hermana Teresa...
Sé que estoy envejeciendo. Era esa una sensación que apenas sentía cuando tú estabas conmigo. Los años pasaban pero yo no era consciente de eso. Sólo cuando te has ido, cuando he visto la muerte, cuando sé que no la temo, he cobrado la certeza de lo poco que me queda por delante.
Mi espacio es la soledad: muchas horas –especialmente los fines de semana, como ahora- sin compañía, encerrado en mis textos, en mis libros, en mis películas. Voy arrastrando una vida que tiene pocos alicientes para mí. La política es un escenario un tanto insulso –las semanas se repiten una a otra- y absolutamente crispado, además. Es posible que el cambio a Rajoy pueda resultarme algo mejor que la época Jaime –si es que esta última está definitivamente clausurada, cosa de la que no estoy plenamente convencido-. En todo caso, la situación es muy preocupante, y empiezo a pensar que nos encontramos iniciando un punto de no retorno, en el que los nacionalistas puedan finalmente lograr sus objetivos. En ese supuesto, y siempre que Pilar ya no esté, la única salida que me quedaría sería la huida. ¡Si hubieras resistido sólo un par de años más, ahora nos estaríamos preparando para hacerlo juntos!
Me arreglo relativamente. Desayuno y ceno –cuando hago esto último- en casa. Estiro la cama todas las mañanas y friego la vajilla que he usado en la comida anterior. La ropa me la lavan en casa de mi madre y la plancha me la hacen en la tintorería que me recomendaste. Una vez a la semana, los lunes, viene la competente Mari Paz a hacer el apartamento. Nunca estuve contigo por tu labor como ama de casa –aunque tampoco he tenido excesivas quejas-, eso ya lo sabías.
La literatura puede convertirse en una pequeña luz de esperanza. Las primeras críticas que me han hecho del libro han resultado buenas y a lo mejor esto me da pista para un cierto lanzamiento.
Lo más importante ahora es Pilar. Era nuestra hija poco más –debo reconocerlo- que una preocupación racional para mí. Sabes que sólo cuando la veíamos juntos, Pilar hacía buenas migas conmigo –recuerda los versos de Juan Ramón Jiménez del principio -, . Pero ahora creo que se ha superado el problema. Ha sido como si una frontera imperceptible hubiera quedado abolida, y mi hija me quiere, y yo la quiero. Y cada vez más. Ya mis visitas no son forzadas y la luminosidad de su sonrisa es un verdadero soporte para aguantar tantos momentos difíciles.
A partir de este verano he dejado de tomar pastillas para dormir –lo habré hecho sólo en un par de ocasiones- lo que me ha supuesto un alargamiento de los días. Duermo menos, me levanto cuando me despierto –a veces a las seis de la mañana- y tengo las cosas más al día. Además que los fines de semana puedo dedicarlos a trabajar plenamente.
Rafa Balparda –observarás que no te he hablado de él- y yo estamos muy distantes. He llegado a la conclusión de que también en esto tenías razón. Él perseguía algo de mí, y cuando ha visto que no le era útil me ha dejado un tanto tirado. Después de este verano le he visto sólo dos veces, y una de manera fortuita. Eso sí, me llama todos los días y me tiene colgado al teléfono durante media hora de reloj con mucha facilidad -suerte que es él quien paga la factura-. Pero Rafa sabe que no es bueno romper una relación, y aún con la frialdad consiguiente, prefiere tenerme “al corriente” de los acontecimientos.
Lo cierto es que estoy más solo que nunca. Los fines de semana, las tardes pasan con dificultad, por lo largas que se me hacen. Mis amigos están ocupados con sus familias, mi familia tiene pocos alicientes para mí y una vez que Teresa me ha producido tanto daño tampoco como sábados y domingos con ella y mamá: un plato en la cafetería del hospital y el sonido distante de la televisión son ya mi única compañía a partir de las dos menos cuarto.
Soporto bastante bien la soledad. Mejor que la dudosamente agradable compañía del liante de Balparda. Y creo que solas, en realidad, están la mayoría de las personas, aunque no lo adviertan.
Me he planteado muchas preguntas. Principalmente sobre lo que quiero hacer. Pero no creas que tengo demasiadas respuestas. Las mujeres, por ejemplo, lo que mi madre llama “rehacer mi vida”. No lo tengo muy claro. Creo más bien en la idea de la utilidad compartida: el cuidado femenino; que te conduzcan el coche para poder ir tranquilamente a Arrechea; una compañía en los paseos, en las comidas... Poco más. Y luego quieres que sea una chica educada, de tu extracción social, pero abierta a la vez, porque tu vida es ya algo que ni siquiera tú eres capaz de comprender muy bien. Yo creo que aún no estoy maduro para nada de eso, aunque tampoco lo sepa muy bien.
Por lo demás Pilar es un motivo de fijación a Bilbao. A veces pienso que podría organizarme en otro lugar, en Lanzarote, por ejemplo. Pero todo eso resulta imposible mientras Pilar siga ahí. Y ahora estoy convencido que su marcha me haría un daño incalculable.

Pilar es una chica increíble. Un año después de tu partida se encuentra mejor, bastante mejor, que antes. Sus necesidades de respirador han bajado claramente y encuentro que es muy feliz. Te he escrito tantas veces sobre ella que pienso que su balance son estas cortas palabras y todo lo que va escrito arriba.

Creo que tu padre vive ya de espaldas a las cosas. Le encuentro ensimismado. Su sordera desde luego le está fijando a un mundo en el que prácticamente no existe nadie más. Su periódico de todos los días, su visita a Pilar y, sobre todo, la comida. Físicamente está bien, la operación ha pasado ya y se encuentra restablecido. Le veo de vez en cuando, pero a la dificultad de comunicarme con él, se une la dificultad de comprenderle, de lo carca que es. A veces pienso que no ha entendido nada, ni siquiera de su propia vida: una mujer que se le muere, una hija que también, la otra lesbiana y con sida, el otro homosexual... y él se aferra a ese mundo que tal vez nunca llegó siquiera a existir.

Gaby mejoró con tu partida. El hecho de tener más responsabilidades la ha devuelto un cierto tono vital. Pero, no sé, últimamente la he visto un poco peor. Tal vez no sea nada importante.

Enrique y Patricia, y los sobrinos. Hablo poco con ellos, y no recibo muchas noticias. Sólo cuando vienen los dos con Macarena puedo contar con una cena. Enrique viene más, pero según él, tiene siempre compromisos.
He prometido a Patricia que pasaré un fin de semana con ellos, en invierno. La historia de Islantilla no me ha gustado demasiado. Prefiero Arrechea o Lanzarote.
También ellos hacen su vida, tampoco yo figuro excesivamente en ella.

En cuanto a mis hermanos, poco puedo decir. Les veo de ciento en viento, y no sé si es incluso mejor. Los amigos, ya te digo, cada vez sé menos cosas de ellos. Me queda Madrid, y ahí, alguna gente con la que me relaciono fácilmente: Alfonso Pérez-Maura, Eloy García, Alfonso Zunzunegui, José Areilza... Estoy seguro de que ahí tendría un espacio muy grato para desenvolverme, la viudedad y la escolta me han conducido a la soledad y al anacoretismo. De momento los prefiero a la falsedad de la gente.

No me olvido de ti. Hoy he olido varias veces el perfume de las doce rosas rojas que te puse el martes. Siempre habrá una flor cuando se produzcan esas fechas, siempre habrá una vela encendida cuando no se produzcan. Mañana viajo a Córdoba. Me pondré una corbata que no tendrá el negro como única característica. Pero, con luto, o sin él, tú has acampado para siempre en mi vida.

Te quiero.

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