Esa mañana, en la sede de Cedaceros, un Bucharaya cargado de antiestamínicos y de clamoxyles me cuenta que ha llegado de Arabia saudita, donde el termómetro había alcanzado los 45 grados. Pasado por Argel, donde hace sólo un poco más de calor que en Madrid, su organismo ha debido aclimatarse a una reducción de algo más de 20 grados de temperatura, y lo ha acusado.
Bucharaya quería contarme lo que se esperaba de nosotros en esa reunión. El objetivo de la Convención era preparar la Asamblea General de Naciones Unidas con una resolución que contuviera los tres elementos o paneles que ofrecía la reunión de Argel: el ejercicio del Derecho de Autodeterminación, la ampliación del mandato de la Minurso a las violaciones de los derechos humanos que invariablemente realiza Marruecos sobre los saharuis y la explotación de los recursos naturales saharauis en beneficio de estos.
- Los recursos de un territorio no autónomo sólo los puede explotar la potencia colonizadora y en beneficio de la población colonizada –me explica el delegado saharaui-. Marruecos no es titular de esa facultad ni la explota en beneficio de nuestro pueblo.
Y Bucharaya me explica que podremos pedir la palabra cuando queramos, en el panel que sea y para tratar de una u otra cuestión. Sugiere que nuestra intervención tenga un contenido general. Y yo tomo buena nota.
La noche se cierne sobre nosotros a una hora más que temprana. Mientras nos tomamos un té sugiero a Carlos que nos demos una vuelta por el centro de la ciudad. Le veo remiso a ese plan, pero por fin acepta. Oswaldo Andrade está en “hall”, su aspecto es ya más descansado. Carlos le ofrece que nos acompañe en la excursión nocturna, pero las prioridades del chileno son otras: ahora sólo quiere cenar.
Otra cosa es localizar un taxi que nos deje allí. Los empleados de la recepción no acaban de marcar el teléfono correspondiente, de modo que debemos insistir. “Un cuarto de hora”, nos aseguran. Y al cabo de un rato uno de los recepcionistas nos anuncia de la llegada del conductor.
Se abre entonces una negociación con el taxista. “El centro de la ciudad está vacío”, asegura este. Todo está cerrado, no hay nadie. Es mejor que vayamos a la zona del puerto si queremos beber alcohol, añade. Y a uno le queda la impresión de lo que piensan los argelinos -¿los árabes?- de los occidentales, unos sujetos que sólo viven pensando en lo que podrán trasegar por la noche.
Después de convenir precio de la ida y de la vuelta –a donde vamos es imposible encontrar taxis, nos asegura- nos ponemos en marcha. El tráfico de esa tarde-noche argelina es escaso, pero el recorrido es largo. El punto de llegada es un pequeño puerto donde los niños jegan al fútbol acompañados de sus padres y los jóvenes charlan acodados al malecón. Un aparcamiento divide esa parte de la zona donde hay ubicados una serie de bares –a lo que difícilmente se les podría adjudicar el apelativo de chiringuitos- que están cerrando. No hay opción más que proseguir nuestro paseo, en tanto que nuestra conversación anuda unas y otras historias.
Son las 10 y media cuando recuperamos el taxi para regresar al hotel. Sospechosamente el camino de vuelta es la mitad de largo que el de ida, por lo menos.
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1 comentario:
Porqué será necesario dar tantas vueltas ¿tú que deseas?¿acaso te gusta maltratar y torturar?, porque si es éso lo que realmente te gusta sabes que terminaras mal y lo sabes por tu tracición y por la nuestra.
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