Hay siempre un elemento de sorpresa en estos viajes. Los visados, en esta ocasión. Se encargarían a la organización local de Polisario desde principios de septiembre. Y apenas si estaban preparados un par de días antes… contando con que nuestra siempre eficaz Inés Rodríguez pasaba a recogerlos en la sede de nuestro partido amigo.
Hay veces en la que uno puede llegar a maravillarse de que las cosas salgan bien y que eso ocurra con gente en apariencia tan desorganizada. Pero es verdad: todo siempre acaba bien. Y, a cambio de los desvelos que producen, está siempre su sonrisa amable; y está ta,bién el recuerdo de que fueron los gobernantes españoles de esos últimos años de la ignominiosa dictadura quienes les pusieron en la precaria situación en la que viven ahora. Alguno podrá argüir –no sin razón- que eso ocurría en la época de Franco. Pero no es menos cierto que la mayor parte de esos 35 años ha transcurrido en plena democracia. En resumen: todos somos responsables dela situación del pueblo saharaui, lo queramos o no.
La habitación es confortable. Dos camas y un cuarto de baño interior. Una nevera –sin contenido- , televisión –que ni siquiera conectaremos-, una especie de sofá, mesita y escritorio. Todo un lujo.
Decidimos las camas donde dormiremos las dos noches y deshacemos nuestro corto equipaje. Luego salimos a dar una vuelta.
El Boulevard des Martyrs es una calle apenas transitada, situada por encima de la autopista. Sus empinadas calles parecen muertas ese viernes de septiembre.
Tenemos hambre. Pensábamos que la primera comida de nuestra estancia argelina se produciría a nuestra llegada, pero habrá que esperar hasta las siete y media, hora argelina –una hora antes que en España.
Alguien nos asegura que existe un super en la misma calle de bajada, pero que mejor que eso es que hay una pastelería en la siguiente calle.
Salimos al exterior. Es una vía en la que la acera es sólo una palabra que se cumple en escasas ocasiones a lo largo de su recorrido. A nuestra derecha está la tienda de comestibles –sería muy generoso adjudicarle el apelativo de supermercado-, pero preferimos no entrar por el momento. La dulce perspectiva de la pastelería nos seduce bastante más.
Ascendemos por lo tanto por la calle paralela. Un cartel a nuestra izquierda anuncia una rara palabra para esta ciudad: “Viennoiserie”. Entramos. Bajo una limpia protección de vidrio transparente los colores relucientes del azúcar y del chocolate nos recuerdan de nuevo que hace ya varias horas que no hemos probado alimento. Carlos compra un pastel y yo un croissant, que desenvolvemos de sus bolsitas apenas llegamos a la puerta de la tienda y nos los comemos en un par de bocados.
Luego visitamos la tienda de comestibles, un estrecho pasillo, repleto de productos envasados. Compramos agua y volvemos al hotel.
Muy pronto se abre el comedor. Se trataba de compartir una cena “para que os conozcáis” –según el delegado del Polisario en España, Bucharaya. Pero habría que decir más bien que ya nos conocíamos: Carlos y yo cenamos en una mesa para dos.
Devoramos el cordero que nos sirven, precedido de una sopa local y acompañado de agua y Coca-Cola. Para postre un poco de fruta.
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3 comentarios:
Nuestro cuerpo sabe lo que necesita, y si quiere azucar nos lo indica y si debemos comer cordero lo comemos. ¿Y si todo depende de una buena cena?.
¿y el vino?
El vino es para cuando la vida ya no nos embriaga.
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