Frente a frente. Dos hombres que de procedencia y estilos tan diferentes, pero que se habían cruzado durante algún tiempo en la vida y que en ese año en el que parecía que todo se consumiera para siempre se volvían a reunir, quizás para sellar un nuevo pacto, quizás para destruirse definitivamente.
Era todo un espectáculo visual. Jacobo Martos venía de los tiempos en que ejecutivos, empresarios y políticos de derechas vestían de manera invariable sus ternos azul marino; claro que algunos –los más osados, tal vez- jugaban con la sola posibilidad de los diseños de sus camisas y de sus corbatas para dotarse de alguna característica propia, pero ese no era el caso del presidente de la Junta de Distrito de Chamartín: camisa blanca y corbata de la misma tonalidad que su traje, denotaban una cuasi total carencia de imaginación y una adhesión al clasicismo en las formas que sólo podía evidenciar que sus convicciones también lo eran, para Martos la palabra “cambio” era una expresión poco menos que maldita. Leoncio Cardidal, el uniforme verde oliva y la canana repleta de balas –reales, dispuestas a su utilización- se definía en su aspecto como el hombre de la revolución, cualquiera que esta fuera, una contra-revolución fascista u otra que apelara a los instintos del poder para los proletarios… daba igual, todas las revoluciones en la historia de la humanidad conducían a los mismos desmanes y convertían a los revolucionarios en dictadores totalitarios que se parecían como gotas de agua a los dictadores totalitarios del signo contrario… y a los bienpensantes, los que creían de verdad en que la revolución era posible, terminaban asesinados por sus jefes, deportados o haciendo su revolución a muchos kilómetros de distancia. Ya lo decía Orwell en su imprescindible 1984: “No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución, se hace una revolución para establecer una dictadura”.
En su militancia por el cambio, Cardidal había mudado vestimenta y modos. También había sido militante del Partido Popular, también él había vestido los mismos ternos azul marino que su ahora presidente –a quien por cierto sirviera con alguna lealtad en sus tiempos de trabajo en el País Vasco-, pero Cardidal se permitía jugar con camisas de imposibles rayas y corbatas de llamativos colores que ponían en evidencia un cierto carácter hortera-. Y si nos referimos a la ropa deportiva… no resultaba extraño que el revolucionario de hoy vistiera antaño floridas camisas hawaianas, en tanto que el hombre conservador que era Martos no salía de su “Lacoste” de color clásico en verano o del suéter de cuello en pico y colores lisos y tradicionales para los inviernos.
Cardidal abandonaba todo su habitual aliño indumentario en aquella incursión que hacía en América latina cuando viajaba allí a desalloar algún proyecto energético, en ocupación derivada de alguna anterior especialización política. Capturado por la guerrilla, la rampante crisis económica supondría la suspensión de pagos en la empresa que le llevara a ese lejano país y la imposibilidad consiguiente de atender al pago del rescate. Cardidal tuvo que ingeniárselas como pudo. Pero no le faltaban recursos. Logró la confianza de los jefes de la banda y se convirtió en uno de los capitanes de la guerrilla. Había salvado su vida, pero muy pronto se daría cuenta de que no conseguiría nunca obtener un puesto en la banda que le pusiera en contacto con las fuentes de financiación del grupo –narcotráfico, prostitución, secuestros, palizas y hasta asesinatos a cambio de un precio-. Cardidal quería dinero y no sólo una paga digna a cambio de sus servicios.
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1 comentario:
¿Qué revolución quieres hacer si sabes perfectamente que no podrias llevarla a cabo? ¿y sabes porque?, porque eres demasiado honrado.
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