- ¿Ya estamos todos? –preguntaría el presidente de la Junta de Chamartín, dirigiendo su mirada hacia el vacío, como si pretendiera zafarse de la evidencia según la cual era Leoncio Cardidal en realidad el que, con su presencia, daba comienzo a las reuniones, y con su ausencia, las concluía-. Procede –ordenaría entonces Martos a la persona que se sentaba a su derecha.
Se trataba de Juan Jiménez, que hacía las veces de secretario del comité. El responsable del buen orden de las reuniones carecía de perfil jurídico alguno, como sin embargo resultaba frecuente en ese tipo de cargos, pero era persona de la máxima confianza de su presidente. Algún día, en su ya para entonces lejanísimo País Vasco, Jiménez había sido tildado de “contestador automático de Jacobo Martos”, alocución que él repetía sin por ello considerarse a sí mismo como persona de corta importancia. Incluso, se producía el caso paradójico de que Jimánez se encontraba interviniendo en un mitin de campaña, cuando recibía una llamada en su móvil. Después de observar el nombre de su interlocutor se disponía a atender la llamada no sin antes comunicar a la concurrencia:
- Perdonar. Es Jacobo.
Su fidelidad a Martos, su conocimiento del euskera y su juventud le hacían sustituir a Leoncio Cardidal –precisamente a este- al frente de la secretaría general de su partido en el País Vasco, como paso previo a ocupar la presidencia del PP cuando Martos volaba hacia un puesto en el Gobierno. Jiménez era uno de esos políticos que deparaban los últimos tiempos democráticos de la España constitucional iniciada en 1978. Era músico de profesión y de interés bastante limitado por acrecentar su formación en materias que luego le vendrían bien para el ejercicio de su cartgo. Daba igual. Jacobo Martos le rescataba de un puesto de vendedor de coches en una concesionaria para auparle a sus más altos designios, en una sociedad que continuaría con el tiempo y a pesar de todas las dificultades que se ponían en sus respectivos caminos personales: Jiménez tenía muy claro que su única posibilidad de crecer en política se basaba en la ausencia de ideas propias, de modo que compraba sin dudar todas las que procedían de su mentor, que a partir de ese momento se convertían en consignas para él: pero Martos también tenía en su pupilo a un joven dispuesto a todo, aunque no aportara nada que no fuera su persona y su concurso permanente a las gestiones que le encargara.
Jiménez había sido joven en aquellos años ’90 del pasado siglo. Ahora frisaba ya los 45. Había engordado de forma significativa -¿las “moules” con patatas y la cerveza bruselense?- y su desperdigada barba no dejaba de serlo, pero contenía ya los primeros clarores blanquecinos que proporciona la madurez..
Y, como para su cargo de secretario de aquella Junta ni siquiera tenía Jiménez un particular sentido del orden, con un gesto pedía a una joven que sentaba a su derecha que diera lectura al orden del día.
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1 comentario:
¿Los hombres sólo se unen por el interés?, ten en cuenta que todos queremos figurar y la mejor forma es formar equipo.
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