Lanzarote, 3 de enero de 2003.
Querida Lorsen:
Cuando dejé tu carta de ayer me fui a Arrecife. En la calle León y Castillo había una banda recorriendo la avenida. Toda la gente estaba haciendo compras para Reyes.
Encargué que me enmarcaran cuatro carteles: tres eran de la feria del libro de ocasión que te regalé, pero que no te dio tiempo a hacer nada con ellos; el cuarto era el póster de José Ibarrola para el acto del 25 de enero, que le gustó mucho a la chica de la tienda, como a todo el mundo.
Luego fui a una tintorería, saqué dinero de un cajero y compré una camisa –una especie de regalo de Reyes-. También un martillo y unos clavos para colgar los dibujos que nos hicieron a los dos la última vez que estuvimos en París, junto con una felicitación que me hizo Pilar, con tu mano ayudándola a escribir los caracteres. Después me costó Dios y ayuda encontrar un despacho de lotería para corresponderle a Rafa Balparda, que haría lo mismo con otro décimo en Bilbao.
Como te decía, Antonio Lorenzo me sorprendió al anunciarme que habían montado una cena para hoy, en Puerto del Carmen, precisamente.
Por la noche no podía dormir. De madrugada me levanté con la sensación de vomitar. Seguramente, el exceso de ajo en la comida –en esta isla lo cocinan casi todo con esta especia- me había sentado mal. Devolví e hice dos veces descomposición. Aunque no te hubiera despertado –tenías un sueño mas que profundo- sé que esta mañana te hubieras mostrado preocupada, a la vez que contenta: Te gustaba que me encontrara un poco regular -¡sabe Dios que no por esa circunstancia!, sino porque así me demostrabas tu cariño por mí, prodigándome tus cuidados.
He desayunado ligeramente. Después venía la chica recomendada por los peluqueros. Se llama Sonia, venía con un hijo suyo, Iván. Parece una mujer lista y le han parecido bien las condiciones –las mismas que con nuestros marroquíes-. He dado mi paseo cotidiano, y al principio me sentía como si me rebotara el estómago a cada paso. Pero me ha sentado bien.
He comido donde siempre; una tortilla de jamón. No sé porqué me he puesto a pensar en Íñigo Barandiarán y en la tía María Rosa. Cuando salía del restaurant sonaba la canción de la película la “Historia interminable”, que vimos juntos, y me he encontrado en un diálogo imaginario con mi tía preferida: Ella ha sido viuda más tarde que yo, y sabe seguro cómo todas las cosas que has hecho en tu vida con tu mujer –o marido-, todos los lugares, todas las canciones que habéis escuchado juntos te recuerdan a esa persona. Y me he pasado llorando todo el camino hacia casa.
Hay quien compara la separación con la viudedad. Seguro que no es lo mismo. Entre otras cosas, no tienes que poner ese sórdido apelativo de “ex” a la memoria del ser que se ha ido de tu vida: En aquél caso, su mera mención te puede poner las más de las veces los escasos pelos que te quedan de punta. La muerte es asunto bien diferente.
En ocasiones me pregunto si se trata de superar tu desaparición, como si tú te hubieras convertido simplemente en un obstáculo para que mi vida continúe desarrollándose. Y he llegado a la conclusión de que no es eso, en absoluto. Que más bien se trata de integrar ese hecho en mi existencia, de forma parecida a quien compara las expectativas de su vida con las realizaciones conseguidas: Bien, no has llegado a Presidente del Gobierno, ni siquiera a escritor de éxito, pero has desarrollado tus trabajos con dignidad y sigues con la cabeza alta. Nadie está obligado a batir récords, pero sí a hacer las cosas lo mejor que pueda. Por eso, hay que asumir lo que pierdes, de forma semejante a lo que no has logrado. No se trata, por lo tanto, de superar, porque sumplemente no hay nada que olvidar, sólo aprender a convivir con la ausencia. Yo confieso que aún no he sido capaz de hacerlo. Probablemente porque todavía ha pasado muy poco tiempo.
Esta tarde he escrito una postal a Pilar. En la foto había unos turistas montados en unos camellos. La he contado que una vez te montaste en uno, y que ya ibas mareada del viaje en avión, de modo que el paseo no te sentó muy bien que digamos. Espero que la referencia a tu persona no le resulte dura: nuestra hija se muestra muy sensible a cualquier mención a ti. Por cierto, ¿te acuerdas de lo que me decías acerca de lo poco que te impresionaban las personas que tenían caballos en esta isla?, ¿qué sólo te producían impacto los que podían permitirse el lujo de disponer de un camello? Era otra de tus maravillosas extravagancias.
Según “El Correo”, han aparecido pintadas en Getxo que decían: “Marisa: Ya has vivido demasiado tiempo”. La he dejado un mensaje en su móvil:
- He hecho una pintada en Lanzarote en la que he puesto: “Arrúe. Todavía tienes que dar mucha guerra”.
Ella me ha devuelto la llamada. Yo estaba echando una siesta. Me decía:
- Somos droga dura. Vamos a ganar en Getxo.
De modo que esta noche me toca encontrarme con nuestros amigos de Lanzarote, Nuevos recuerdos, ya casi viejas distancias.
Mañana te contaré cómo ha resultado.
Un beso.
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1 comentario:
Yo habia estado ya sin ti, en realidad siempre te esperé, pero ahora ahora es muy diferente porque se que nunca vendrás.
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