Eran muy diferentes esos dos gallos de pelea que se sentaban frentea frente: Cardidal negociaba su salida de la banda y regresaba a ese Madrid que iniciaba sus convulsiones sociales. Allí se hizo fuerte. Allí fue cuando pudo trocar sus conocimientos, su arte para el mando de la milicia por la capacidad de allegar –y sin tasa- los más variados recursos económicos. Y es que, a grandes crisis, grandes oportunidades. Vestía de verde olivo, eso sí, pero él controlaba gran parte del mercado negro en Chamartín, el negocio de las drogas, la prostitución a gran escala, el abastecimiento de gasolina, la venta de las cartillas de racionamiento… en el nuevo estraperlo que generaba la escasez. Y todo porque Cardidal se hacía el hombre fuerte y el capitán de un ejército de desaprensivos a quienes su jefe permitía campar a sus anchas siempre que cuidaran de su propio botín. Y a quien de los nuevos súbditos no pagara por la protección que se les brindaba se le podía aplicar todo el “peso de la ley”, que era solamente lo que en cada momento le parecía a Cardidal o la interpretación libérrima de cualquier jefecillo de entre sus secuaces.
El presidente de la Junta de Chamartín, por el contrario, había preferido el poder por el poder antes que este por el dinero, pero la vida le había enseñado que el mero ejercicio del poder no conllevaba necesariamente el manejo de recursos económicos, siempre que su detentador no estuviera dispuesto a corromperse, por supuesto. Y Martos no era un tipo especialmente proclive a caer en esa tentación. Le faltaban maneras además. Venía de una familia con”posibles” –no rica, en especial, sin embargo- cuyo capital iba quedando deteriorado dada la condición de médico que tenía su padre; uno de los médicos de entonces, pero no como aquel doctor que narraba en sus célebres versos Francisco de Quevedo y que tenía “buenas cuentas en el cambio y el bolsón”, sino de los que cobraban en especie de excelentes botellas de vino y de Armagnac, y eso cuando se lo regalaban, que en contadas ocasiones pasaba el buen hombre una cuenta por sus servicios.
Por otra parte, el presidente de Chamartín no valía para las cuestiones de dinero. Él siempre torcía el gesto y dibujaba en su cara una expresión como de extrañeza si alguien le decía que determinada gestión era muy complicada porque resultaría muy cara. Por eso siempre elegía gente en su equipo que se hiciera cargo de esos problemas “menores”. Una gente que a veces debía poner de su propio peculio para atender a esas minucias que luego Martos no sabría nunca apreciar: el dinero debía estar siempre al servicio de las grandes estrategias,. Las suyas, por supuesto.
No tendría que pasar demasiado tiempo, empero, para que Jacobo Martos empezara a quejarse, de manera más o menos reservada, de la exigüidad de los recursos que deparaba la política. Observaba estupefacto el progreso económico de alguno de sus hermanos y lo comparaba con su esfuerzo y dedicación a la cosa pública sin encontrar una medida de relación que pudiera al menos servirle de consolación. Quizás por eso rechazaría una tentadora oferta indirecta que recibiría desde la jerarquía de la Iglesia Católica española de crear un nuevo partido para la defensa cerrada de los principios cristianos en la escena política y aceptaba a cambio el cargo mejor remunerado de la escena representativa de su tiempo: un puesto en el Parlamento Europeo.
Familia por familia, la de Cardidal sabía por experiencia lo que significa la escasez y hacía bueno el clamor de Scarlett O’Hara en “Lo que el viento se llevó”, y es que jurarían todos ellos no volver a pasar hambre. Expresión que, en esa época de las “vacas flacas” del 2013, se hacía particularmente significativa. El “sheriff” del Distrito podía matar el hambre con desproporcionadas raciones de caviar y la sed a base de botellas de Dom Perignon en tanto que la mujer de su presidente debía estirar hasta lo inverosímil su cartilla de racionamiento o engañar a su marido recurriendo a los buenos oficios de sus cuñados y a sus mejores recursos para aprovisionarse en el siempre oscurísimo mercado negro.
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1 comentario:
¿Podemos retroceder en decencia y honradez?, pues si, podemos, lo único que necesitamos es una época de miseria y ésta se extiende por todas partes.
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