Y en el interior de aquella estación, justo en su centro geográico, apuntalado por una gran cantidad de sacos terreros, se elevaba una rudimentaria construcción de cemento prácticamente cerrada respecto del resto del edificio. Sólo unas pequeñas claraboyas en su situación más alta permitían el acceso de alguna luz. Se parecía más a una suerte de casamata del ejército en unas maniobras que de un edificio gubernamental. Ninguna señal decorativa, ni siquiera una mano de pintura, se pretendía destacar en las oficinas centrales del “palacio”. Y si era cierto que todo lo que estaban construyendo tenía un carácter instrumental, esa circunstancia se veía ayudado por aquella informe casucha de ladrillo visto que se unía entre sí por unas groseras proporciones de cemento. Porque la noción del trabajo en equipo, de la dirección por un arquitecto o un perito, la mera existencia de los gremios organizados… parecía cosa de otro tiempo.
Jorge Brassens se dirigió hacia allí.
El miembro del servicio de orden que custodiaba el acceso vestía una camiseta sin mangas que dejaba al descubierto sus musculosos bíceps y que representaba los negros colores de una banda de rock que atendía al nombre de los “Satan lovers”, unos pantalones caquis de “Coronel Tapiocca” con cremallera en la antepierna y unas zapatillas deportivas. Estaba armado con un sub-fusil regular del ejército español que se compraba en el mercado negro, normalmente a cambio de gasolina.
Sonrió y le franqueó la entrada.
La mortecina luz de un farol de jardín, empalmada de cualquier manera a un enchue le hizo detenerse. Sus ojos debían acostumbrarse a una reducción tan drástica en la intensidad lumínica.
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1 comentario:
A veces uno se pregunta, si no es una carcél ¿porque ponen guardias en la puesta si los delincuentes están dentro?. Pero luego piensas y llegas a la conclusión de que estás en el límite de no creer en nada y entonces me asusto y comienzo a beber.
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