Sábado, 27 de febrero.
El descanso ha sabido a poco cuando una mujer saharaui abre la puerta de nuestro dormitorio colectivo. En riguroso turno –las mujeres primero- vamos acudiendo al cuarto de baño. Apenas queda tiempo para una función que no sea la básica, ayudada por las toallitas húmedas que me recomendaron en Madrid -¡sabia idea!-, además que aún la ducha de casa está cercana y el día que nos aguarda me llena de buenos presagios
Cuando llego a la habitación Rosa se hace eco de mi tardanza. “Creíamos que te había pasado algo”, dice. Ya ha trocado su camiseta de Mafalda por el atuendo que va a lucir durante la jornada.
El desayuno es una café con leche, pan fresco, una margarina que recuerda a la España de la dictadura y unos quesitos en porciones del tipo de los de la “Vache qui rit”. Una especie de túnel del tiempo alimentario se abate sobre la mesa de la “jaima”-habitación.
Cargamos nuestro equipaje en los coches. Pueblo nómada, los saharauis siempre nos hacen llevarnos todo con nosotros, aunque tengamos que volver al mismo sitio.
Cuando nos subimos a los 4x4 es ya tarde. Pero hay que descubrir que el “tempo” saharaui no se corresponde con el del “Big Ben” y que la cortesía de esta gente lo tolera prácticamente todo.
Hay una muchedumbre en la Willaya el Aaiun, en una suerte de plaza que rodea los escasos edificios de la zona central del campamento. Todos vitorean a Rosa que es recibida con honores de Jefe de Estado por esa población enfervorizada. Uno a uno nos van presentando a todos los jefes locales, que lo son de todas las edades: jóvenes con la sonrisa de sus dientes blancos que resaltan sobre el moreno de sus teces requemadas por el sol del desierto; personas mayores, la cara morena y los dientes perdidos en una vida vivida al margen de los cuidados de los dentistas y de la higiene bucal. Días después, en una de nuestras expediciones por el desierto, Salek Babá nos conducirá a una zona de rocas en la que crecen unos arbustos, de ellos se extraen unos palitroques cortos que les servían de cepillos multiusos con los que se desprendían de los restos de la comida y que “iban bien –según el Ministro de Cooperación- para el estómago”.
Alguien fuerza a un camello a que se arrodille, lo cual la montura –preparada para algún jinete- hace no sin protestar ruidosamente. Muchos pensamos que se encuentra dispuesta a ser usada por Rosa. Pasamos por delante de ella, sin embargo, sin mayor novedad.
Unos niños dibujan la fecha que conmemoramos sobre el suelo arenoso. Visten uniformes del ejército.
Pasamos por habitaciones de construcciones donde los motivos son variados: escuelas, talleres… Las viejas máquinas de coser ponen el nombre de “Alfa” –la empresa guipuzcoana- al recinto, aunque sus marcas sean de todo tipo. Es un recorrido mareante, de manos que te estrechan, de nombres que se caen de tu memoria apenas pronunciados, de caras sonrientes.
Rosa inaugura una escuela que lleva su nombre y destapa la corrrespondiente banderita. La gente aplaude con ganas y los flashes de las cámaras se imponen aún sobre la claridad de la mañana.
Me piden unas declaraciones para la radio saharaui, y me las traducen al hasani luego me indican que me sume a la comitiva: el acto central de la mañana se celebrará en una sala de actos repleta de personas.
Me sientan junto a Salek Babá, que me servirá de traductor. La estridencia de los altavoces subraya la de las diversas canciones que dicen chicos y chicas y cantantes más veteranos. Hay una simpática sensación de festival de colegio en la actuaciones apenas ensayadas por sus ejecutantes.
Era inevitable: aunque no estuviera en el programa, Rosa debe dirigirse al público llegado el momento en que se producen los discursos. Babá se levanta para traducirla.
Rosa se refiere a la película “Kamtchaka” –que Babá invariablemente traduce como “Chatka”-, basada en un juego que practican padre e hijo sobre dominio de los países. El niño va ganando uno a uno todos los territorios, excepto el de Kamtchaka, en el que el padre se hace fuerte. Finalmente, desde ese reducido punto del globo terrestre, el padre conseguirá recuperar el poder y ganar el juego. “Si resistes, ganas”, afirma Rosa en el que será “leit motiv” de sus declaraciones a lo largo de la jornada.
Antes de pasar a la “jaima” que nos servirá de comedor visitamos los lavabos, situados en una zona cubierta. El olor de su utilización general se ha abierto paso y la carencia de agua corriente y de jabón lo hacen susceptible de un escaso uso.
Hace calor y la “jaima” está a oscuras, de modo que la vista se debe acostumbrar a la diferencia de luz.
La comida es buena. Probamos la carne de camello –dura, pero de buen sabor-, ensaladilla rusa –aunque en otro momento me dirá Salek Babá que es preciso tener cuidado con la mayonesa en el Sahara, porque se usa y se guarda por más tiempo del recomendable- y la tortilla de patatas que es una tradición que les ha dejado la colonización española en sus costumbres culinarias.
Rosa charla animadamente –lo suyo no es comer, como resulta conocido- con la presidenta de las mujeres saharauis, Fathma. Le dice que no ha pasado desapercibido para ella la uniformidad de los niños ejecutantes de la fecha que hoy se conmemora en diversos momentos de la mañana. Tampoco le ha gustado a Fathma, según nos comentará nuestra portavoz más tarde.
La mañana ha sido movida y la noche de descanso corta, de modo que nos abren otro dormitorio colectivo –del tipo de las habituales “jaimas” que son dormitorios construidos bajo tejadillos provisionales- para nuestro descanso.
Comentamos los asuntos de la mañana, algunos dormitamos y previamente a nuestra salida nos ofrecen un vasito de té. El rito de su preparación es complicado y largo. Se calientan unos carbones que arden ayudados por un abanico. Listo el té, se va escanciando –de modo algo similar a los vinos olorosos o la sidra- vasito sobre vasito hasta que se obtiene la espuma requerida. Luego se sirve.
Antes de nuestra partida, el Ministro babah nos regala un juego de té porque Jesús Prieto se ha comprometido a prepararlo “al estilo saharaui” cuando nos devuelvan visita en nuestra sede.
Carlos Rey nos comentaba que en el programa de la tarde estaba prevista una “conferencia” de Rosa ante la Unión de Mujeres Saharauis, que preside Fathma y de la que nuestra portavoz hace un elogio cerrado. Piensa Rosa que, con los diferentes cambios de programa que se han venido efectuando sobre la marcha, es posible que su intervención se haya suspendido. Yo tengo mis dudas y creo que Carlos también.
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1 comentario:
Conmueve ver un pueblo tan abandonado tan a su suerte allí en el desierto donde no hay nada en el olvido. Por éso son tan agradecidos y celebran las visitas de los que quieren ayudarles. Cuando éstas se producen los niños cantan y los rostros se les iluminan.
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