El vuelo lo paso casi por entero dormido. Dos horas y media más antes de llegar a Tindouf.
En nuestros relojes han pasado ya las tres de la madrugada. En la escalerilla del avión nos saludan varios miembros del Polisario, encabezados por el Ministro de Cooperación Salek Babá, que nos conducen hasta la sala de autoridades del aeropuerto, una especie de “jaima” con asientos corridos en su derredor y una gran alfombra que cubre todo el espacio del suelo. Allí nos sirven un té y nos hacen rellenar un tercer impreso –idéntico a los dos anteriores-. Rosa se sienta junto al Ministro que viste un elegante “darrá” –especie de chilaba saharaui- azul cielo y sonría con simpatía. Carlos Rey le saluda y le transmite los recuerdos de Javier Perote. Yo le digo que estamos encantados de encontrarnos allí. “Nosotros también”, dice Babá.
Se trata de un hombre que se encuentra en la cincuentena, la estatura mediana, es calvo, tiene un poblado bigote y el aspecto complaciente. Viene a ser una suerte de embajador de la causa saharaui –en realidad lo son prácticamente todos-, porque el Ministerio que él dirige invierte los fondos que consigue la RASD en los diversos proyectos que emprende su gobierno. Una vez que concluya nuestra visita –de la que Salek Babá es anfitrión privilegiado- viajará a Bruselas en esa ausencia de descanso a que las frenéticas actividades de esta gente les someten.
Días después Babá me contará que su padre fue uno de los procuradores en Cortes con que el rancio régimen franquista adornaba las sesteantes sesiones de la cámara de la dictadura. Dos tercios de los cuales se pasarían al Frente Polisario toda vez concluido el vergonzoso abandono español del proceso de descolonización de esa tierra y de sus hombres.
- ¿Habéis traído sacos de dormir? –nos pregunta el Ministro.
Carlos y yo nos miramos. Habíamos resuelto no hacerlo en vista del comentario de Bucharaya. “No hará falta. Os pondremos mantas de sobra”.
- Siempre es útil un saco de dormir –comenta significativamente Babá.
Aún no resuelto el asunto de la cámara, el Ministro sugiere que Jesús Prieto pueda utilizar las imágenes que tomará la televisión saharaui y que alguien de la olrganización -¿la propia televisión?- pueda prestarle otra. El problema ha quedado resuelto, si bien el aparato de UPyD quedará secuestrado en el aeropuerto de Argel.
Concluida esa parte de la omnipresente burocracia argelina nos introducimos en los 4x4, unos Toyota cuya dureza aguantará las arenas y los baches del desierto.
Viajo en el asiento del copiloto. La noche cerrada y la carretera está vacía. El coche que va por delante del nuestro –en el ue viajan Rosa, Mayka y Fran- describe las curvas sin tener en cuenta apenas la raya continua que prohibe la invasión del otro sentido de la carretera. “Es que el conductor está cansado”, me advierte el nuestro, mientras que yo me pregunto si me encuentro en el lugar justo y en el momento adecuado. En realidad se trata de un admirable piloto, según advertiré poco tiempo después.
Suena música española, puesta en nuestro honor, durante el recorrido que nos llevará a los campamentos 27 de febrero –fecha de la constitución del Estado saharaui.
Nuestro albergue se parece –como todos los que nos acogerán en adelante- a una “jaima”, los asientos corridos, multiplicidad de cojines y unas mantas para cubrirnos del frío de la noche. La superficie del suelo la cubre en toda su extensión una alfombra.
Nos ubicamos en nuestros lugares y efectuamos las abluciones nocturnas correspondientes. El cuarto de baño, si se le pudiera adjudicar ese nombre, consta de una sala amplia que acoge un lavabo y dos estancias más pequeñas: una con un retrete de pie y un cubo de plástico con agua y un vaso y otro recinto con otro cubo de agua. No hay ganchos donde colgar ropa o enseres. No se advierte tampoco olor alguno.
Alguien apaga finalmente la luz que pone el punto final a ese largo día.
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1 comentario:
La vida en sí es un viaje alucinante, a veces en ése viaje carecemos de todo y en otras nos sentimos más cómodos. Nuestra lucha es hacerla más llevadera para todos nuestros compañeros de viaje y en el caso de los Saharauis toda ayuda es valorada porque carecen de casi todo.
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