jueves, 14 de enero de 2010

Intercambio de solsticios (52)

Era insólito el revoltijo de vehículos que se abigarraban en el que un día fuera el espacio previsto para la recogida de viajerps y equipajes de la antigua estación de Chamartín. Eran los mismos servicios de orden los que provocaban buena parte del barullo con sus más variados coches o motos que usaban un distintivo azul consistente en una banda con fondo de ese color a la que se le pintaban de cualquier manera las letras SOCh –algo así como “El Servicio de Orden de Chamartín”.
Haraganeaban junto a sus todo-terrenos, requisados por algún expeditivo procedimiento; se ufanaban en comprobar el estado de sus motocicletas, que guardaban con cuidadoso celo de los visitantes indiscretos. Era la ley del más fuerte, y a través de ese procedimiento los habían procurado; algún otro, haciendo uso de su mayor fuerza se los podría arrebatar.
Así que en los rostros de los vigilantes se dibujaban expresiones de matonismo grandilocuente que escondían sin embargo todos los grados del recelo y la desconfianza. Nadie estaba seguro en el Distrito de Chamartín en aquel año de 2.013, y mucho menos lo estaban los encargados del orden.
Jorge Brassens pudo observar cómo, a un lado de aquella zona de entrada, se acumulaban vehículos y personas en una algarabía de bocinas, protestas y aplausos. Se trataba de una gasolinera y era la ùnica que funcionaba en todo el distrito –la ùnica que lo hacía de forma legal, al menos-. La obtención de esa importantísima fuente de energía se producía a través de extraordinarias medidas de seguridad. Nadie que no pudiera justificar de modo perentorio la urgencia de un viaje la podía conseguir. Si lo hacía, recibía el combustible imprescindible para el trayecto y su precio alcanzaba proporciones exorbitantes. Claro que el mercado negro resultaba bastante más caro y el rendimiento energético de cualquiera que fuera el líquido que te vendían era más que dudoso.
Salían por tanto los afortunados compradores de gasolina del edificio que fuera Terminal de la estación y hacían una cola de horas hasta que, comprobados todos los papeles y pagada la correspondiente factura, se veían servidos. Algunos debían volver uno y otro día hasta que, agotadas las reservas de gasolina –o antes de que fuera demasiado tarde- se hacían con bidones que transportaban a mano o con ayuda de carretas arrastradas por caballerías, siguiendo paradójicamente el viejo uso medieval.
Y es que Chamartín era un •collage” de todos los tiempos y en su estación podías encontrar, desde el último señorial Mercedes, que servía de vehículo oficial al Presidente del Distrito, hasta aquellas “goitiberas” de su infancia subidos a las cuales los mozalbetes de Bilbao se arrojaban por las empinadas cuestas de la ciudad, con grave riesgo para aquellos y para los comunes viandantes. Surgían todos estos instrumentos de los viejos desvanes de las antiguas casas y nada de lo que antaño se arrojaba al fuego o a la basura se tiraba ahora. Las cosas habían cambiado mucho.

1 comentario:

Sake dijo...

-No no quiero llegar a 2013.
-Pero si aún eres joven.
-Si pero lo que veo que sucede en ése año me quitan las ganas.
-Vamos sólo es un escrito.
-Sí un escrito pero con fecha.
-¿Y qué?, es ciencia-ficción.
-No, no es ficción es Profecia y una profecia muy probable.
-¿Y qué puede hacer?.
-Inventaré la ficción de parar el Tiempo, hasta hacerme viejo y morir.
-Eres listo eh.
-Sólo es Ciencia-Ficción al revés.
-Listo,listo si señor.
-Ya ves.