miércoles, 9 de diciembre de 2009

Concentración ante la embajada

El sábado 5, siguiendo la petición de una de las organizaciones de la oposición cubana en el exilio, UPyD se sumaba a una concentración frente a la puerta de la embajada de Cuba, con el objetivo de reclamar la “democracia ya” en la isla.
De modo que me acerqué al Paseo de la Habana, junto a ese edificio que es una mole de cemento, que soporta con aparente desdén el paso de las estaciones y que es fiel reflejo del régimen que representa. Un sol de otoño-invierno calentaba esa parte de la calle, donde un grupo de militantes por la libertad organizaba sus pancartas en ese estrecho tramo.
Pregunté por Rigoberto, que era el responsable de la organización. Es un tipo robusto y alto y de mediana edad, tiene el aspecto resuelto de los que están convencidos de la justeza de su causa.
Cuando le saludé, me contestó con esa simpatía desbordante de que hacen gala los cubanos.
- ¿Me permites que nos demos un abrazo en público?
Y nos abrazamos. Saludé a otras personas que formaban parte de la organización y me reuní después con los compañeros de Unión, Progreso y Democracia que habían secundado la convocatoria.
Allí se encontraba una periodista de la cadena SER, que me preguntó que cómo volverá la libertad a Cuba y yo contesté: “Combinando la presión interior con la exterior”. Hice también unas declaraciones a Radio Martí.
Dio comienzo el acto. La voz ronca, los intervinientes fueron leyendo los nombres de los presos políticos encarcelados en la isla. La gente coreaba esas menciones al grito de “¡libertad!” Una canción –seguramente de Silvio Rodríguez- “amenizaría” la reunión.
Al otro lado de la calle otro de los organizadores –el padre de un escritor y periodista, al parecer- intervino antes de que otro de sus compañeros leyera una carta de su hijo. El volumen de la música iba creciendo por momentos. Alguien pedía que la bajaran, pero uno de los cubanos nos informó de lo que parecía increíble:
- No somos nosotros –aseguró, mientras señalaba con un gesto el edificio de la embajada.
Dentro de la legación diplomática, un funcionario tomaba imágenes de la concentración.
La escena era ya más propia de un mercadillo español que de una manifestación respetada. Los concentrados, enardecidos, gritaban en dirección a la embajada “’¡fascistas!”, en tanto que ellos elevaban aún más el volumen de las canciones. Se trataba de un verdadero sarcasmo: ahora sonaba –a ritmo caribeño- la letra:
“Cuéntame, cómo te ha ido; si has conocido la felicidad…”
- Son unos miserables –le dije a Rigoberto, cuando este pasaba por delante.
- Pero lo han sentido –me aseguró, la indignación dibujada en su rostro.

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