jueves, 14 de agosto de 2025

¿Es usted Jorge Semprún?



Joaquín Romero se quedaría perplejo. “¿Es usted Jorge Semprún?”, le preguntaría un joven empleado en una librería de cómics a la que el madrileño de adopción acudía cuando quería hacerse con alguno de aquellos tebeos antiguos, remasterizados como las películas de antaño, reeditados por lo tanto, rescatados del olvido, o de las nuevas novelas gráficas que, con desigual pericia, narraban las historias de los personajes que un día fueron -Marcel Proust, su constante Céleste Albaret, Franco… y, ¿por qué no?, Jorge Semprún.


Alguno de ustedes se extrañará de lo que les cuento. Porque, ¿qué tiene que ver Jorge Semprún con una librería de cómic? Pues tiene que ver que un biógrafo del escritor y político se aliaba con un dibujante y escribían ambos un relato gráfico, en blanco y negro, de ese personaje.


Y Joaquín Romero se empeñaba en la porfía de adquirir el libro. Ya había tenido lugar su presentación, a cargo del ex presidente del gobierno, Felipe González, que en su día eligió al referido escritor como su ministro de Cultura.


Es un buen momento para comprarlo, se dijo a sí mismo Romero. Y aprovechando uno de sus paseos vespertinos se acercaría a la glorieta de Bilbao, en cuyos aledaños se encontraba la librería. Después de echar una ojeada por entre las figuras -estatuettes- de Tintín que había dispuestas en una vitrina del establecimiento -otra de las aficiones que tenía Joaquín, las figuras de los personajes debidas a Hergé- se dirigía al breve mostrador, donde un joven consultaba alguna incidencia de su trabajo en el ordenador.


Romero le preguntaría acerca del libro. El muchacho decía no saber nada. Romero afirmaba que se había presentado hacía ya un par de semanas. El empleado consultaba en su ordenador. En efecto, había sido publicado. “¡Gran hallazgo!”, pensaría Joaquín, “eso ya lo sabía yo…”. “¿Quiere que se lo encargue?”.


Lo quería. En unos cuatro días lo tendrá usted, le comunicaba el empleado, de modo que Joaquín Romero planificaba su segunda visita al establecimiento en el plazo de una semana. Llegado el día, se acercaba de nuevo a la glorieta. Entraba en la tienda. Observaba que no había novedad alguna en cuanto a las figuras de Tintín y volvía a preguntar sobre el libro. No había novedad, tampoco. No lo habían recibido…


Lo que fue una sorpresa siete días antes se transformaría ahora en una cierta contrariedad. ¿Cómo puede ser? Y el joven empleado le decía que insistiría, a la vez que le entregaba una tarjeta de la librería. “Para que no tenga usted que molestarse en volver por aquí”, le dijo. 


Y al tomar nota de nuevo de la petición seria cuando el librero formulaba la cuestión.


“¿Es usted Jorge Semprún?” 


Estaba claro que el joven había confundido el nombre del biografiado y el del peticionario. Y Romero bien pudiera pensar que, para los chicos que tenían la edad del empleado, no existía ya memoria acerca de los gobiernos de Felipe González, y que Semprún no resultaba para él un novelista conocido, enterrado el muchacho entre ejemplares de Mortadelo y Filemón, Lucky Luke o los más vanguardistas cómics de la época.


En lugar de pensar en eso, sin embargo, Joaquín Romero regresaba a los vertiginosos años de su juventud, cuando asistía a las misas de los sábados a las nueve de la noche, en las que rasgueaban las guitarras y las canciones sonaban con aires modernos. Eucaristías que se celebraban en una parroquia bilbaina a cuyos organizadores -Romero entre ellos- había catalogado la policía del franquismo tardío como “filo-comunistas”. Recordaba Romero cómo uno de los compañeros de su grupo le espetaba. “No me gusta el nombre de Joaquín…” y éste le indicaba muy rápidamente. “Llámame Jorge, entonces”.


Es cierto que Romero podría haberse negado en redondo a esa posibilidad. Incluso a obligar, en mera reciprocidad, a Santi -que así se hacía llamar su interlocutor, cuando en realidad se llamaba Santos- a que se llamara a sí mismo de una tercera manera, o de una segunda y media -en realidad, entre Santos y Santi iba mucha menos distancia que entre Joaquín y Jorge-. Pero no, Romero aceptaría la imposición y se adjudicaría a sí mismo el agua purificadora del bautismo de guerra de un alias que le venía como llovida del cielo de los sueños revolucionarios para aquella nueva aventura romántica que él estaba dando comienzo.


Y con el alias de Jorge viajaban también los recuerdos del primo de su padre, de su tía Susana que desplegaba la bandera republicana el 14 de abril de 1931, de José María -Pepe- Semprún, su marido, abogado de la derecha republicana; de la resistencia de Jorge, su largo viaje a Buchenwald y su estancia en ese campo de concentración…


El campo de Buchenwald sería también para este nuevo Jorge redivivo un motivo de. estudio. ¿Qué ocurrió allí? ¿Qué hizo Jorge Semprún, afiliado al partido comunista, amparado por su red protectora? ¿Qué objetivos presidía su actuación en el campo, él, conocedor del alemán, colaborador por lo tanto en alguna medida de los designios de sus carceleros? En resumen, ¿a cuántos comunistas protegió y a cuántos no comunistas, vale decir, judíos, gitanos o demás presos, enviaba en su lugar a la cámara de gas? ¿Se trataba para el joven Semprún de un juego de suma cero, un hijo de Israel por un hijo de la revolución, nada más?


No se sabe bien, nadie ha aportado luces a esas sombras. Pero Jorge-Joaquín Romero elegiría ese nombre. Y es cierto que aún no conocía él de la historia de Semprún, ni se habían escrito sus biografías, tampoco el cómic. 


“Viviré con su nombre, morirá con el mío”, había escrito Semprún. Y Joaquín viviría con ese nombre su tiempo de actividad pre-revolucionaria, que moriría cuando recuperaba el suyo propio. Llegaría entonces el momento de experimentar nuevas aventuras políticas -ya no religiosas- que le esperaban en sus años universitarios.


Todavía Franco aguantaba en el Pardo, y los estudiantes hacían cábalas sobre el futuro revolucionario de España en los años siguientes… pero, una vez más, muchos confundieron sus deseos con las realidades.


Pero esa es ya otra historia. 



¿Es posible una sola política europea de Defensa?



Resulta pertinente la pregunta formulada en el título del presente comentario. Y es que la Union Europea no puede olvidar que, si bien sus orígenes fueron políticos y en buena medida humanitarios -obtener un espacio de convivencia y consolidar las democracias que emergían después de la catástrofe de dos guerras mundiales-europeas-, su instrumento para lograrlos lo sería de carácter económico y comercial. Podría haber sido la Cultura, como señalara Jean Monnet o éste de la Defensa, la seguridad y la política exterior. Pero resulta evidente que no era necesario comenzar por ahí, porque de nuestra seguridad se encargaban los americanos. Y la política exterior, siquiera con adjetivos y acentos nacionales diferentes, se atenía a las normas que dictaba el sentido común del amparo atlantista y de la amenaza que provenía de más allá del telón de acero.

Por esa razón no se consideraría nunca que la política exterior y de Defensa pudiera convertirse en una cuestión europea, de modo que las decisiones que los países de la UE pretendan adoptar en este sentido habrán de alcanzarse por unanimidad.

Ocurre, sin embargo, que una cosa son los Tratados y otra muy diferente la creatividad de los países miembros. El hecho de que llevemos tres años desde que   diera comienzo la agresión de la Federación Rusa sobre Ucrania sin que haya cesado el apoyo de la Unión a éste Estado, y eso a pesar de que Hungría, el más próximo de los europeos a Rusia, no ha cesado de obstaculizar las medidas del Consejo al respecto. Prueba de ello ha sido que en una reciente declaración, el gobierno de Orban pretendió bloquear el acuerdo conseguido. No hubo declaración, en consecuencia, pero sí que se elaboró un acuerdo a 26.

Pero no hay que despreciar el avance que está experimentando el populismo en el mundo en general y en Europa en particular, porque hay otros países que podrían sumarse a la lista de Hungría, una relación de la que por fortuna se ha salvado Rumania, con la victoria del centrista Nicușor Dan, por un 53% de los votos sobre el candidato ultra-nacionalista. Pero están los casos de Eslovaquia, con la elección de un presidente populista con el 53,26% de los votos; de Chequia, en la que el partido ANO -que ha derivado en ultra-nacionalista- se ha convertido en la primera fuerza política del país -con un 26,3%-; y lo que -cuando se escriben estas líneas aún no se conoce- ocurra en la segunda vuelta de las presidenciales en Polonia, en las que, de obtener la victoria el candidato populista, podría no sólo entorpecer la agenda reformista de Tusk, sino facilitar el regreso al poder del PIS.


Y está también el caso del populismo italiano, que afortunadamente se ha desprendido de sus más importantes asperezas, jugando Meloni un interesante papel de puente entre dos orillas tan distantes como la del ultra-nacionalismo y la democracia liberal. Y lo que pueda suceder en Francia, donde un cambio de signo político podría poner en verdadero riesgo cualquier proyecto de integración y aún de supervivencia de la Union Europea.

Y ya que hablamos de integración y de Defensa, no acaban aquí las posibilidades de agregación. Está también la fórmula 5 Plus, con Alemania, Francia, Italia, Polonia y España… y el Reino Unido. Un procedimientos que tal vez permitiría la integración en este bloque de países tan significativos como Noruega y -todavía más- de Turquía.

La imaginación debería sumarse a la ecuación. Llegar hasta donde la interpretación de los Tratados lo permita, practicando una  lectura creativa de los mismos que nos posibilite avanzar todo lo políticamente deseable.

Es cierto que operamos sobre un terreno incierto, una especie de tierra de nadie, en la que los europeístas  actuamos observando de reojo a los nacionalistas, embargados muchas veces por el temor a que nuestras políticas resulten infructuosas y acaben suministrando argumentos y votos a éstos. La conclusión más probable es la inacción debida a la irresolución.

Se trataría entonces de adoptar iniciativas como las propuestas, en la forma de lo que el profesor Portero ha explicado como banderines de enganche, enarbolados por algunos países miembros a los que eventualmente pudieran sumarse otros. En ausencia de las disposiciones fijadas por los acuerdos establecidos estaría la capacidad de acción libre de los Estados, lo que en la jerga de los Tratados se ha venido en denominar la cooperación reforzada.

Pero todo ello no pasa de constituir un ligero parche que nos ayuda a salir del paso sin que consigamos el avance más necesario para situarnos en adecuación con los cambiantes tiempos que ya se encuentran entre nosotros.

Lo que de verdad precisamos no son pasos tímidos que no parezcan molestar demasiado. Es necesario un salto cualitativo, ambicioso. El avance hacia una Europa Federal unida en la diversidad (e pluribus unum)) como reza el adagio latino que diera lugar a la creación de los Estados Unidos  y por la que algunos hemos peleado ante la desidia o la desconfianza de los más.

Pero habrá que reconocer que nunca la necesidad se ha encontrado más lejos de la realidad. Y también que la inevitable contención de los afanes expansionistas de Rusia quizás conlleve modificar la mentalidad de los ciudadanos y la de sus representantes.

Y que aún estemos a tiempo de encarar la situación  



domingo, 3 de agosto de 2025

Pablo Bustinduy y los productos saharauis

Coincidí con el actual ministro de Consumo en el Congreso de los Diputados, hoy rebautizado, a pesar de la mención expresa quë de él hace la Constitución, formalmente vigente, de Congreso a secas. Compartimos debates parlamentarios-aunque no demasiados, tanto él como yo pretendíamos que la Comisión de Exteriores tuviera más vida-, y extraparlamentarios, incluso hicimos un viaje a Palestina del que recuerdo una reflexión que me dedicaría Bustinduy: “Somos, Ciudadanos y Podemos, como relojes parados, por lo menos damos dos veces al día la hora exacta”. Aludía el actual ministro a las diferencias existentes entre las dos formaciones políticas, que en algún raro supuesto, resultaba hasta posible que compartiéramos alguna idea, Supomgo que no a que a los dos se nos hubiera pasado el tiempo, ése que produce el efecto de arruinar el producto, como ocurre con el arroz de las paellas cuando sufren un exceso de cocción,


Tal vez a mí se me haya pasado el arroz de la actividad política, al menos de la institucional y representativa. A Pablo Bustinduy no. De modo que anda empeñado él en garantizar que las voraces aerolíneas low cost no cobren un suplemento sobre las maletas de mano, con la regulación de los pisos turísticos o la calidad alimentaria ofrecida en los comedores, entre otras medidas, todas ellas sin duda muy estimables.


Me consta el compromiso de su partido de origen -Podemos, con Sumar no he llegado a mantener una relación institucional - con la causa saharaui. En el inter-grupo del Sáhara que se formó en el parlamento, éramos dos los portavoces, uno de Podemos y el que firma este comentario el otro, una bicefalia que no funcionaría, por razones obvias, aunque no es éste el asunto que pretendo abordar ahora.


El asunto es más bien que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea sentenciaba el 4 de octubre de 2024 a que, entre otras resoluciones, los productos agrícolas exportados desde el Sáhara a la UE fuesen etiquetados como procedentes del mencionado territorio y no como  de Marruecos.


Sin embargo, ya el ministro de Agricultura del mismo gobierno que comparte Bustinduy, aunque no del mismo partido que el suyo, Luis Planas, llegaría a afirmar, el 21 de octubre de 2024, que “la relación de España con Marruecos estaba “por encima” de las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea” (Ignacio Cembrero, El Confidencial de 6 de junio de 2025). En lo que supone una singular expresión de un responsable público que lo es en virtud del estado de derecho, fundamento de la democracia


De no ser por la aceptación por el gobierno de Sánchez de cualesquiera pretensiones formuladas por el reino de Marruecos, no sorprendería la diferente vara de medir aplicada por el Ministerio dirigido por Bustinduy respecto de los productos que tienen su origen en el Sáhara, en comparación con la que manifiesta por los que lo tienen en territorio palestino. El pasado 17 de octubre, el citado departamento emitió una nota informativa dirigida a las empresas que importen alimentos desde la Palestina ocupada (como Cisjordania, Jerusalén Este, y los Altos del Golán). En ella se recuerda la obligatoriedad de etiquetar esos productos de forma diferenciada, no como “producto de Israel”, sino indicando claramente su origen específico.


Esa actitud no es nueva para el responsable del Ministerio de Consumo. En el referido viaje que compartimos a Palestina, Pablo Bustinduy, se quejaba de la actitud de los países de la Unión Europea en general, y de España en particular -gobernada por Rajoy en esa época-, de su falta de valentía y del incumplimiento por todos ellos del derecho internacional aplicable al respecto.


En efecto, existe una nota Interpretativa de la Comisión Europea (2015/C375/05) que se refiere al origen de mercancías de territorios palestinos ocupados. Asimismo, hay una sentencia, también del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, de noviembre de 2019, que establece que Cisjordania y los Altos del Golán no forman parte del territorio israelí, por lo que no se puede etiquetar sus productos simplemente como “producto de Israel”.  


Asiste base juridica suficiente, por lo tanto, al ministro Bustinduy para actuar como actúa en relación con los productos palestinos, la misma que ocurre con los productos saharauis. Son, en realidad, diferentes las políticas que se aplican para uno y otro territorio. El presidente del gobierno en el que colabora el responsable de Consumo prefiere adornarse con los oropeles del humanismo progresista, vistas las imágenes que los Informativos nos arrojan a diario de la hambruna y la destrucción de Gaza -una zona del mundo en la que la responsabilidad de España resulta bastante lejana- y prefiere mirar hacia otro lado cuando se trata del sufrimiento que padecen los habitantes de lo que fue en su día parte de España -una provincia española más-, compatriotas nuestros. Un territorio no autónomo -en la clasificación que del Sáhara hacen las Naciones Unidas, cuya administración formal -no la material, desde luego- corresponde a nuestro país.


La explicación a esta diferente vara de medir está en el lapsus que expresaría la vicepresidenta Yolanda Díaz en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros el pasado martes 29 de julio. “Merece la pena formar parte del gobierno de España..”, dijo, en un acto fallido que engrosaría por derecho propio el listado de los referidos por el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud. En efecto, les merece, y mucho, la pena estar en el gobierno. Tanto que soportan corrupciones y asaltos a las instituciones lo mismo que otros carros y carretas.


No tengo que recibir explicación alguna respecto de las contradicciones que supone de manera invariable el ejercicio de la política. Las conozco y las he experimentado, lo mismo que les ocurre a todos en la vida profesional y personal. Pero ya que en los pagos de los que procede Pablo Bustinduy era habitual la práctica de la autocrítica y la confesión pública de los errores cometidos, no estaría de más que el ministro hiciera uso de esa fórmula. Y no como paso previo al destierro hacia algún gulag siberiano…  los liberales no hacemos eso, aunque nuestros relojes estén tan parados quë solamente den la hora exacta dos veces al día. Otros, por lo visto, prefieren no usar de ese instrumento... siquiera para medir su tiempo de permanencia en los gobiernos.




viernes, 25 de julio de 2025

¿La satisfacción de Rusia?

 ¿LA SATISFACCIÓN DE RUSIA?

Publicado en La voz de Lázaro, el 25 de julio de 2025

Cuando se escriben estas líneas han transcurrido tres años y cinco meses desde que Vladimir Putin decidió acometer una nueva fase en la invasión de Ucrania. Previamente lo había hecho con Crimea y en otros lugares ante la general indiferencia de los países occidentales. Unos dirigentes que se instalaban en el ya conocido procedimiento chamberlainiano, sabedores del escaso ánimo combativo de unas sociedades instaladas en un hedonismo convenientemente regado por un complaciente estado del bienestar, ávidos sus representantes de votos y dispuestos a oír del revés los cantos de sirena que les convocan a reconciliarse con la realidad del esto no da para más.

Y si los nacionalistas de todos los pelajes se ciernen de manera insoslayable sobre los organismos débiles e indefensos, ese nacionalista que es Putin -formado en las huestes más cínicas del patriotismo sin limites ni controles externos que era el KGB- ha emprendido una tarea imparable de recuperación del territorio que perdió la URSS cuando desaparecía, víctima no sólo de su atraso tecnológico sino de la propia carencia de fe en el futuro del sistema creado por Lenin y consolidado por Stalin. Su sólida diplomacia se enfrenta ahora a la errática estrategia -en el caso de que se la pueda calificar de estrategia– de la administración Trump, que prometía acabar con la guerra en 24 horas, y aún no sabe cuánto podrá durar. Y eso que el conflicto en el este de Europa constituye un elemento fundamental para que su país se concentre en su preocupante relación con el gigante asiático.

Así que, tres años y cinco meses después, el debate que se nos plantea ahora es si deberíamos continuar apoyando a Ucrania en su difícil lucha contra el oso ruso o más bien pactar con éste una solución que sólo podría basarse en la conservación por Rusia del territorio obtenido manu militari.

La indiferencia rusa ante las pérdidas de seres humanos y heridos es prácticamente integral -algunos medios sitúan la cifra de muertos y heridos  en un millón entre unos y otros- y la difícil situación provocada en su economía como consecuencia de las sanciones impuestas; las primeras regadas con las compensaciones procedentes del Estado, las segundas ignoradas por un régimen basado en el servilismo y la opresión. Todos somos conscientes de que no vendrá de la inexistente, cuando no atemorizada, ciudadanía rusa la respuesta. Rusia resistirá.

De modo que la pregunta que se formula en las cancillerías europeas, a la que no son ajenas las urgencias norteamericanas, es si Rusia tendrá satisfacción con un acuerdo que eleve a tratado de obligado cumplimiento el actual statu quo, y por cuánto tiempo… ¿quizás el necesario para construir una verdadera fuerza europea de disuasión? 

Para responder a esta cuestión habrá que advertir previamente que en la Cumbre de la Alianza Atlántica de Madrid se aprobó un documento anexo al de estrategia que comprometía a los firmantes a ayudar a que Ucrania recuperase su plena soberanía. La renuncia a ese principio equivaldría a reconocer una derrota. Esa derrota tiene que ver con los EEUU, porque esa fórmula se planteó por iniciativa de EEUU, no por Europa. Si EEUU cambia de opinión, demuestra una vez mas que carece de estrategia, que es un mal aliado, que es más prudente permanecer alejado de ellos, porque al final del día nos abandonará.



Aceptar el reparto de Ucrania equivaldría a reabrir un melón muy delicado que es el de cuestionar las fronteras del 48. El sistema de seguridad europeo parte, entre otros supuestos, de la idea de que las fronteras no se tocan. Las fronteras son consecuencia de acontecimientos históricos, por consiguiente no son siempre justas. Pero si queremos vivir en paz debemos reconocerlas como un imperativo jurídico. Kosovo, y ahora el reconocimiento de más o menos el 20% de Ucrania se sitúan en la dirección opuesta. Se trata de un asunto muy delicado y que cuestiona más cosas -además de la intangibilidad de las fronteras-, por ejemplo, ¿hasta qué punto somos solidarios?, ¿Cómo se vive este problema desde Polonia, desde Letonia?

No parece que Rusia se va a dar por satisfecha. Quiere ese 20%, pero quiere también la neutralidad de Ucrania. ¿Y qué derecho tenemos para imponérsela? Antes ocurrió Georgia, Moldavia, Crimea y Donbás… ¿por qué va a ser la última? Y, sobre todo, Rusia puso todo por escrito. Antes de la invasión de Ucrania envió un proyecto de tratado a la Casa Blanca y un documento a la OTAN. Pedía la redefinición del sistema de seguridad europeo. En concreto, la desaparición de todo el armamento nuclear americano y la retirada de su presencia militar en países limítrofes con Rusia

Rusia no se va a contentar con lo que ya tiene de Ucrania.  Muchos recordamos el telegrama largo de Kenan, en el año 1946, después de un discurso de Stalin en el Bolshoi, en el que éste decía que después de haber ganado la Segunda Guerra Mundial, la siguiente seria una guerra contra el capitalismo. Lo cual impactaría en Washington y abonaría el terreno para una política de contención de su expansionismo. Era el comunismo, pero formaba parte también del ADN ruso, su idea de un imperio, por cierto muy difícil de defender.

Esta mentalidad, que viene de la Rusia imperial, que continuó en la URSS y que después de Yeltsin -que fue un paréntesis, que tuvo que ver con un momento de debilidad económica, ha cobrado continuidad con Putin.

Rusia afirmará que ha puesto en riesgo algunas de las certezas occidentales, como ésta de las fronteras. Y de la misma manera que mantiene a Osetia del Sur y Ajasia, a Georgia, controladas, de la misma manera que a Transnistria, pretenderá conseguir lo mismo con el este de Ucrania. Provincias rusas, porciones de Rusia… pero con la diferencia no menor de que vale más para su estrategia Ucrania que las demás adquisiciones y países dirigidos por marionetas. Se detendrá, eso sí, pero por poco tiempo, sólo el suficiente para digerir su trofeo de caza.

Sobrevuela la idea de una división de Ucrania, como ocurriera en 1945 con Corea, en que se estableciera por americanos y soviéticos el paralelo 38º como frontera entre los dos mundos, entre los dos sistemas políticos y económicos. Un nuevo modus vivendi, que quizás fuera aceptable para los EEUU, aunque no para Europa. Y si el mito de la estabilidad de las fronteras caería, haciéndose añicos, la imposición de la neutralización del resto de Ucrania, aún más inaceptable sería la admisión de quë el 80% del restante -y devastado- país no pueda formar parte de la Unión Europea.






















viernes, 18 de julio de 2025

Las contradicciones pasan factura

 Se cumple este año 2025 el centenario del fallecimiento de don Antonio Maura, acaecido en diciembre de 1925 en la finca del Canto del Pico, en la localidad madrileña de Torrelodones.

Dedicaría Maura su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua -de la que años más tarde sería nombrado director- a la oratoria. Se refería en ella al arte de la comunicación y de la influencia en el auditorio a través de la palabra. Pero su intervención académica contenía  expresiones que llaman la atención por su capacidad de trascender los tiempos pasados y de situarse en los actuales.

“Constituye -señalaba don Antonio- un obstáculo gravísimo para la íntima compenetración de que ha menester la oratoria, el cotejo silencioso, al cual provoca todo desacuerdo entre lo que se oye y lo que del orador se sabe y recuerda. Si en su vida hay antecedente disconforme con lo que dice o hace ahora, si cayó en culpas, contra las virtudes que ensalza, si en la materia que trata padeció errores, aunque ya fueren adjurados, líbrese de confiar en que, callando, ello pasará inadvertido; apresure las bastantes explicaciones y adelante la medicina contra el tósigo. Los oyentes tendrán benignidad con las flaquezas confesadas, aplauso para la enmienda, gratitud por la ingenua satisfacciónque se les dé; pero serán implacables contra la disonancia entre las voces y los hechos”.

Es sin duda larga la cita, pero no menos clara. La advertencia que en ella se hace en contra de quienes pretenden evitar las contradicciones entre lo que el orador, digamos más bien que político, las disonancias que se producen entre lo que hoy se hace y se dice con respecto a lo que se practicara en días del pasado no tan remoto, no pueden pasar inadvertidas por el público. Y si hubieran sido olvidadas alguien habrá que las recuerde.

No debería entonces el presidente del gobierno haberse hecho la foto con una representación de mujeres feministas del PSOE para -presuntamente- discutir una serie de iniciativas que incluirían sanciones internas por el consumo de prostitución, como así revelaría también en el Comité Federal socialista en el día inmediatamente posterior, y pondría como ejemplo de buenas prácticas de ese partido en el debate parlamentario del pasado 9 de julio.

Habra creído Pedro Sánchez que la vinculación de su suegro al negocio del meretriceo -femenino y masculino-, de su mujer -que por lo visto llevaba las cuentas de los lupanares- y el beneficio que él mismo habría obtenido presumiblemente de esas prácticas, sería recibido por sus audiencias socialista y parlamentaria desde el aplauso o merecido un silencio más o menos cómplice. De modo que aprovecharía el presidente sus intervenciones para fustigar a los adversarios, y mencionar al líder popular el caso de sus fotos con un reconocido narcotraficante.

Más le hubiera valido al presidente, ya que no quiere convocar elecciones ni presentar una moción formal de confianza -tampoco la oposición pretende el debate de una de censura, por cierto- asegurar como medidas más eficaces contra la corrupción la garantía de la independencia y  la profesionalización de Institutos y empresas públicas, como es el caso de ADIF -bajo sospecha de irregularidades de muy diversa índole- o de CIS, o el inmediato cese del Fiscal General del Estado, objeto de imputación, como han sugerido en El Mundo, Luis Garicano y Abel Sánchez. Y, en cuanto a la cuestión de la prestación de servicios sexuales remunerados se refiere, hacer mutis por el foro, simplemente.

No deja de ser cierto que el debate político en España hace mucho tiempo que ha dejado de existir. Al menos si consideramos que ese término -el de debate- conlleva el ejercicio de una confrontación de ideas y no un cruce de exabruptos como ocurre ahora. Y es cierto que se han cruzado todas las líneas rojas habidas y por haber entre los contendientes. No soy capaz de juzgar -no es cometido tampoco de este comentario, por fortuna hacerlo- quién fue el primero en atravesar la frontera que separa la disputa general de la mención ad hominem. Pero tengo para mí que no ha sido Feijóo el que ha tirado esa primera piedra. Resulta desde luego poco edificante dejar hacerse fotos en el barco de un empresario del narcotráfico, pero cuando de ello no se han seguido indicios de irregularidades que pudieran conllevar una imputación delictiva y, menos aún, de un juicio, habrá que convenir que la incesante repetición de esas menciones carece, además de una mínima cortesía parlamentaria , de justificación, y que el recuerdo de esas instantáneas  que enerva a quien se ve amonestado con carácter permanente y le predisponen a la contestación.

No sé si fue el caso de la respuesta del líder popular un calentón u otra cosa. Además, me resulta indiferente. Describir las contradicciones entre lo que se dice y lo que se presume que ha constituido un beneficio personal en contradicción con sus afirmaciones, constituye un suceso que no debería llamar la atención.

Algo parecido podría ocurrirle a Feijóo si, en el caso de obtener su investidura como presidente, presentara un plan integral de lucha contra la droga ante el parlamento. No debería extrañarle que alguien desde los escaños de la oposición le recordara el asunto de sus tan mencionadas fotos…

domingo, 6 de julio de 2025

La emancipación de Europa y la posición de España


La emancipación de Europa y la posición de España

La reciente cumbre de la OTAN celebrada en La Haya ha verbalizado el esfuerzo de los socios de los Estados Unidos, en especial de los europeos, por establecer un nuevo paradigma en la estrategia de seguridad y defensa de los mismos. Como les ocurre a los jóvenes que están dispuestos a emanciparse de la tutela de sus padres, tomando en consecuencia las decisiones que afectan a su futuro por sí mismos, se han determinado esos países a asumir el gasto que exige su nueva manera de vivir y se han puesto en rumbo hacia un futuro que ni ellos mismos conocen adónde les llevará y de qué manera lo podrán arrostrar. Se adentran en un camino desconocido, conscientes de que apenas parten de unos criterios consensuados, que no todos comparten la misma visión de la democracia liberal, que la opinión de que las fronteras se benefician de una situación de intangibilidad ha dejado de ser pacífica en la práctica y de que alguno de los socios prefieren un mal acuerdo con Rusia que mantener las espadas levantadas en una guerra sin fin.

Pero, de igual forma a como ocurre con los adolescentes que pretenden haber madurado, saben los europeos que no será total su emancipación, que seguirán necesitando de la seguridad de un plato en la mesa de sus padres cuando lleguen los apuros, de la conservación de la que fuera su antigua habitación para el caso de que en algún momento no puedan pagar el alquiler de su modesto apartamento o que alguna molesta dolencia les convoque de nuevo a los amorosos cuidados de sus madres. Y, andando el tiempo, cuando adquieran ellos mismos la condición de padres, querrán echar mano de los abuelos, a quienes encajarán a sus hijos en cuanto tengan que realizar una mínima vida social en la que los niños no constituyen más que un estorbo.

No, la emancipación de Europa no equivale a su independencia. El mundo se ha complicado mucho para convertirse en players del mismo, cuando apenas sí pueden permitirse ser payers de alguna de las facturas que van venciendo, y ellos van siendo más conscientes de que la nueva ecuación sólo se va a resolver a base de más déficit y más financiación del mismo a través de deuda pública… hasta que la burbuja no pueda crecer más y estalle.

Así que Rutte regala los oídos de Trump, a quien poco le ha faltado lisonjear como si de un Gran Timonel de los destinos del mundo se tratara, y Macron emite alguna tímida protesta para rogar que no tome el presidente de los Estados Unidos medidas arancelarias en contra de los países europeos.

Entre la adulación, más propia del servilismo, y la contenida crítica de un descendiente de la grandeur gaullista -parámetros ambos que se antojan bastante poco útiles en los tiempos que corren- ha campado en casi todos los demás pagos una posición tranquila, consistente en favorecer el consenso, aceptando las cifra que, con carácter paradigmático, había escrito el presidente Trump en su particular pizarra.

Pero ha existido una excepción que ha pretendido construir el gobierno de Pedro Sánchez en la mencionada cumbre. El presidente ha establecido un itinerario basado en él falseamiento de los datos, tergiversando una carta del Secretario General de la OTAN que no decía lo que aquél pretendía. Un argumentario que ha llegado a afirmar que España no se comprometía a suscribir el objetivo del 5% del PIB en gasto militar  (3,5 + 1,5) como el resto de los países miembros. Eso sí, suscribiendo como los demás el mismo documento sin apostillas ni excepciones

Quizás resulte conveniente echar una mirada hacia atrás y comprobar cómo España se ha encontrado en su historia del último siglo y cuarto desconectada del pulso internacional. Después de la pérdida de las colonias de Cuba, Filipinas y Puerto Rico en 1898, y con la excepción de la contienda en Marruecos que drenaría recursos del presupuesto y crearía no pocos quebraderos de cabeza al sistema político español, como ocurriría en Anual en 1921 (un desastre que a decir de algunos historiadores contribuyó al advenimiento de la Dictadura del general Primo de Rivera en 1923, que precipitaría a nuestro país hacia una República que no quiso ser de todos los españoles, y que, guerra civil mediante, nos llevaría a un régimen que tampoco, por decirlo suavemente, quiso ser de todos los españoles).

España no participó en la Primera Guerra mundial, optando por una neutralidad humanitaria, que ha sido reivindicada por el historiador Zorann Petrovici. Tampoco en la Segunda, pese a la colaboración más o menos indirecta del régimen franquista con las fuerzas del Eje. Y los 40 años de la dictadura personal del general apenas sí establecieron algo más que un acercamiento a los Estados Unidos, aceptando sus bases en territorio nacional, y una apertura económica que beneficiaría las transacciones comerciales con el resto del mundo. Mención aparte se debe al ministro Castiella, que con los escasos medios de que disponía, puso en marcha una política que pretendía una solución al contencioso histórico de Gibraltar, una oportunidad que vamos a perder ahora en la mejor ocasión histórica de que hemos dispuesto para encontrar alguna solución,

La reciente cumbre de la OTAN consiste una vez más en que el presidente del gobierno tapa sus problemas internos envolviéndose en pretendidas banderas que ni siquiera son necesariamente propias. El pacifismo, el antimilitarismo, la búsqueda de soluciones humanitarias… no se encuentran entre sus sensibilidades más queridas, porque se trata de un político atado a la ventaja circunstancial y alejado de las convicciones más o menos permanentes. Se diría que preside su actuación la resistencia a perder una posición política que él intuye ya como el último valladar del que dispone. Dimitir ahora, convocar elecciones para perderlas, dejar que sea otro el candidato… significa acercar aún más la rueda de los tribunales al entorno de su hermano, de su mujer y tal vez a él mismo. Se trata del poder como escudo proyector, no como instrumento para la reforma…

Por eso ha preferido Sánchez una orquestación comunicacional que le permita rodearse de los atributos impostados del buenismo, para dar la patada hacia delante, sabedor de que será otro gobierno el que haga frente a ese importantísimo gasto… y si se diera el caso de que el titular de ese gobierno sea el mismo Pedro Sánchez, ya existirá otro gazapo que pueda él y su troupede asesores sacar del sombrero.

 España ha vivido en la endogamia de sus conflictos internos, distante de lo que ocurría en su entorno y no participaría tampoco en las dos guerras mundiales, pero eso no ocurrió por el interés espurio de sus gobernantes, sino por lo que entendían éstos que convenía a nuestro país. Un caso más en el que las particulares concepciones del presidente se nos imponen, en este supuesto, el que afecta a nuestra posición en el mundo y a nuestra imagen como país. Así vamos.