viernes, 25 de julio de 2025

¿La satisfacción de Rusia?

 ¿LA SATISFACCIÓN DE RUSIA?

Publicado en La voz de Lázaro, el 25 de julio de 2025

Cuando se escriben estas líneas han transcurrido tres años y cinco meses desde que Vladimir Putin decidió acometer una nueva fase en la invasión de Ucrania. Previamente lo había hecho con Crimea y en otros lugares ante la general indiferencia de los países occidentales. Unos dirigentes que se instalaban en el ya conocido procedimiento chamberlainiano, sabedores del escaso ánimo combativo de unas sociedades instaladas en un hedonismo convenientemente regado por un complaciente estado del bienestar, ávidos sus representantes de votos y dispuestos a oír del revés los cantos de sirena que les convocan a reconciliarse con la realidad del esto no da para más.

Y si los nacionalistas de todos los pelajes se ciernen de manera insoslayable sobre los organismos débiles e indefensos, ese nacionalista que es Putin -formado en las huestes más cínicas del patriotismo sin limites ni controles externos que era el KGB- ha emprendido una tarea imparable de recuperación del territorio que perdió la URSS cuando desaparecía, víctima no sólo de su atraso tecnológico sino de la propia carencia de fe en el futuro del sistema creado por Lenin y consolidado por Stalin. Su sólida diplomacia se enfrenta ahora a la errática estrategia -en el caso de que se la pueda calificar de estrategia– de la administración Trump, que prometía acabar con la guerra en 24 horas, y aún no sabe cuánto podrá durar. Y eso que el conflicto en el este de Europa constituye un elemento fundamental para que su país se concentre en su preocupante relación con el gigante asiático.

Así que, tres años y cinco meses después, el debate que se nos plantea ahora es si deberíamos continuar apoyando a Ucrania en su difícil lucha contra el oso ruso o más bien pactar con éste una solución que sólo podría basarse en la conservación por Rusia del territorio obtenido manu militari.

La indiferencia rusa ante las pérdidas de seres humanos y heridos es prácticamente integral -algunos medios sitúan la cifra de muertos y heridos  en un millón entre unos y otros- y la difícil situación provocada en su economía como consecuencia de las sanciones impuestas; las primeras regadas con las compensaciones procedentes del Estado, las segundas ignoradas por un régimen basado en el servilismo y la opresión. Todos somos conscientes de que no vendrá de la inexistente, cuando no atemorizada, ciudadanía rusa la respuesta. Rusia resistirá.

De modo que la pregunta que se formula en las cancillerías europeas, a la que no son ajenas las urgencias norteamericanas, es si Rusia tendrá satisfacción con un acuerdo que eleve a tratado de obligado cumplimiento el actual statu quo, y por cuánto tiempo… ¿quizás el necesario para construir una verdadera fuerza europea de disuasión? 

Para responder a esta cuestión habrá que advertir previamente que en la Cumbre de la Alianza Atlántica de Madrid se aprobó un documento anexo al de estrategia que comprometía a los firmantes a ayudar a que Ucrania recuperase su plena soberanía. La renuncia a ese principio equivaldría a reconocer una derrota. Esa derrota tiene que ver con los EEUU, porque esa fórmula se planteó por iniciativa de EEUU, no por Europa. Si EEUU cambia de opinión, demuestra una vez mas que carece de estrategia, que es un mal aliado, que es más prudente permanecer alejado de ellos, porque al final del día nos abandonará.



Aceptar el reparto de Ucrania equivaldría a reabrir un melón muy delicado que es el de cuestionar las fronteras del 48. El sistema de seguridad europeo parte, entre otros supuestos, de la idea de que las fronteras no se tocan. Las fronteras son consecuencia de acontecimientos históricos, por consiguiente no son siempre justas. Pero si queremos vivir en paz debemos reconocerlas como un imperativo jurídico. Kosovo, y ahora el reconocimiento de más o menos el 20% de Ucrania se sitúan en la dirección opuesta. Se trata de un asunto muy delicado y que cuestiona más cosas -además de la intangibilidad de las fronteras-, por ejemplo, ¿hasta qué punto somos solidarios?, ¿Cómo se vive este problema desde Polonia, desde Letonia?

No parece que Rusia se va a dar por satisfecha. Quiere ese 20%, pero quiere también la neutralidad de Ucrania. ¿Y qué derecho tenemos para imponérsela? Antes ocurrió Georgia, Moldavia, Crimea y Donbás… ¿por qué va a ser la última? Y, sobre todo, Rusia puso todo por escrito. Antes de la invasión de Ucrania envió un proyecto de tratado a la Casa Blanca y un documento a la OTAN. Pedía la redefinición del sistema de seguridad europeo. En concreto, la desaparición de todo el armamento nuclear americano y la retirada de su presencia militar en países limítrofes con Rusia

Rusia no se va a contentar con lo que ya tiene de Ucrania.  Muchos recordamos el telegrama largo de Kenan, en el año 1946, después de un discurso de Stalin en el Bolshoi, en el que éste decía que después de haber ganado la Segunda Guerra Mundial, la siguiente seria una guerra contra el capitalismo. Lo cual impactaría en Washington y abonaría el terreno para una política de contención de su expansionismo. Era el comunismo, pero formaba parte también del ADN ruso, su idea de un imperio, por cierto muy difícil de defender.

Esta mentalidad, que viene de la Rusia imperial, que continuó en la URSS y que después de Yeltsin -que fue un paréntesis, que tuvo que ver con un momento de debilidad económica, ha cobrado continuidad con Putin.

Rusia afirmará que ha puesto en riesgo algunas de las certezas occidentales, como ésta de las fronteras. Y de la misma manera que mantiene a Osetia del Sur y Ajasia, a Georgia, controladas, de la misma manera que a Transnistria, pretenderá conseguir lo mismo con el este de Ucrania. Provincias rusas, porciones de Rusia… pero con la diferencia no menor de que vale más para su estrategia Ucrania que las demás adquisiciones y países dirigidos por marionetas. Se detendrá, eso sí, pero por poco tiempo, sólo el suficiente para digerir su trofeo de caza.

Sobrevuela la idea de una división de Ucrania, como ocurriera en 1945 con Corea, en que se estableciera por americanos y soviéticos el paralelo 38º como frontera entre los dos mundos, entre los dos sistemas políticos y económicos. Un nuevo modus vivendi, que quizás fuera aceptable para los EEUU, aunque no para Europa. Y si el mito de la estabilidad de las fronteras caería, haciéndose añicos, la imposición de la neutralización del resto de Ucrania, aún más inaceptable sería la admisión de quë el 80% del restante -y devastado- país no pueda formar parte de la Unión Europea.






















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