viernes, 18 de julio de 2025

Las contradicciones pasan factura

 Se cumple este año 2025 el centenario del fallecimiento de don Antonio Maura, acaecido en diciembre de 1925 en la finca del Canto del Pico, en la localidad madrileña de Torrelodones.

Dedicaría Maura su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua -de la que años más tarde sería nombrado director- a la oratoria. Se refería en ella al arte de la comunicación y de la influencia en el auditorio a través de la palabra. Pero su intervención académica contenía  expresiones que llaman la atención por su capacidad de trascender los tiempos pasados y de situarse en los actuales.

“Constituye -señalaba don Antonio- un obstáculo gravísimo para la íntima compenetración de que ha menester la oratoria, el cotejo silencioso, al cual provoca todo desacuerdo entre lo que se oye y lo que del orador se sabe y recuerda. Si en su vida hay antecedente disconforme con lo que dice o hace ahora, si cayó en culpas, contra las virtudes que ensalza, si en la materia que trata padeció errores, aunque ya fueren adjurados, líbrese de confiar en que, callando, ello pasará inadvertido; apresure las bastantes explicaciones y adelante la medicina contra el tósigo. Los oyentes tendrán benignidad con las flaquezas confesadas, aplauso para la enmienda, gratitud por la ingenua satisfacciónque se les dé; pero serán implacables contra la disonancia entre las voces y los hechos”.

Es sin duda larga la cita, pero no menos clara. La advertencia que en ella se hace en contra de quienes pretenden evitar las contradicciones entre lo que el orador, digamos más bien que político, las disonancias que se producen entre lo que hoy se hace y se dice con respecto a lo que se practicara en días del pasado no tan remoto, no pueden pasar inadvertidas por el público. Y si hubieran sido olvidadas alguien habrá que las recuerde.

No debería entonces el presidente del gobierno haberse hecho la foto con una representación de mujeres feministas del PSOE para -presuntamente- discutir una serie de iniciativas que incluirían sanciones internas por el consumo de prostitución, como así revelaría también en el Comité Federal socialista en el día inmediatamente posterior, y pondría como ejemplo de buenas prácticas de ese partido en el debate parlamentario del pasado 9 de julio.

Habra creído Pedro Sánchez que la vinculación de su suegro al negocio del meretriceo -femenino y masculino-, de su mujer -que por lo visto llevaba las cuentas de los lupanares- y el beneficio que él mismo habría obtenido presumiblemente de esas prácticas, sería recibido por sus audiencias socialista y parlamentaria desde el aplauso o merecido un silencio más o menos cómplice. De modo que aprovecharía el presidente sus intervenciones para fustigar a los adversarios, y mencionar al líder popular el caso de sus fotos con un reconocido narcotraficante.

Más le hubiera valido al presidente, ya que no quiere convocar elecciones ni presentar una moción formal de confianza -tampoco la oposición pretende el debate de una de censura, por cierto- asegurar como medidas más eficaces contra la corrupción la garantía de la independencia y  la profesionalización de Institutos y empresas públicas, como es el caso de ADIF -bajo sospecha de irregularidades de muy diversa índole- o de CIS, o el inmediato cese del Fiscal General del Estado, objeto de imputación, como han sugerido en El Mundo, Luis Garicano y Abel Sánchez. Y, en cuanto a la cuestión de la prestación de servicios sexuales remunerados se refiere, hacer mutis por el foro, simplemente.

No deja de ser cierto que el debate político en España hace mucho tiempo que ha dejado de existir. Al menos si consideramos que ese término -el de debate- conlleva el ejercicio de una confrontación de ideas y no un cruce de exabruptos como ocurre ahora. Y es cierto que se han cruzado todas las líneas rojas habidas y por haber entre los contendientes. No soy capaz de juzgar -no es cometido tampoco de este comentario, por fortuna hacerlo- quién fue el primero en atravesar la frontera que separa la disputa general de la mención ad hominem. Pero tengo para mí que no ha sido Feijóo el que ha tirado esa primera piedra. Resulta desde luego poco edificante dejar hacerse fotos en el barco de un empresario del narcotráfico, pero cuando de ello no se han seguido indicios de irregularidades que pudieran conllevar una imputación delictiva y, menos aún, de un juicio, habrá que convenir que la incesante repetición de esas menciones carece, además de una mínima cortesía parlamentaria , de justificación, y que el recuerdo de esas instantáneas  que enerva a quien se ve amonestado con carácter permanente y le predisponen a la contestación.

No sé si fue el caso de la respuesta del líder popular un calentón u otra cosa. Además, me resulta indiferente. Describir las contradicciones entre lo que se dice y lo que se presume que ha constituido un beneficio personal en contradicción con sus afirmaciones, constituye un suceso que no debería llamar la atención.

Algo parecido podría ocurrirle a Feijóo si, en el caso de obtener su investidura como presidente, presentara un plan integral de lucha contra la droga ante el parlamento. No debería extrañarle que alguien desde los escaños de la oposición le recordara el asunto de sus tan mencionadas fotos…

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