Publicado por La Voz de Lázaro, el 2 de noviembre de 2020
Un artículo escrito por quien firma estas líneas, que recientemente publicaba El Imparcial, ha suscitado la pregunta de un amigo. La cuestión es la que figura en el título de este comentario: ¿es el legado de Sánchez. irreversible?
La respuesta obliga desde luego a situar el asunto en una doble perspectiva, la temporal -en el corto y en el largo plazo- y la partidaria -y no sólo del lado de la oposición, sino del propio partido socialista-. Completaría desde luego el análisis algún desiderátum que, necesariamente -al menos a mi juicio- debería insertarse en los parámetros del medio, si no del largo plazo.
Empezaré a desenredar la madeja que acabo de crear confiando para ello en la paciencia del lector..
En el corto plazo no tenemos más respuestas al legado de Pedro Sánchez que dos.
La primera es un gobierno del Partido Popular, con o sin la presencia de Vox en el mismo. Eso depende de los resultados electorales. Y ya se sabe que el partido presidido por Abascal está acortando distancias respecto del de Feijóo. Este último asegura que, cuando llegue el momento de votar, el mecanismo de la utilidad decantará buena parte de los seguidores de Vox en favor del PP, lo cual no deja de ser plausible. Pero no no ocurrirá así en todos los sectores sociales y, en todos los segmentos de edad. En lo que respecta a los jóvenes, en especial, dada su animadversión a lo que consideran éstos una derecha acomplejada, creo más bien que esta cohorte generacional no se mostrará demasiado inclinada a escuchar los cantos de sirena emitidos por las insinuantes voces de los populares. Y no se trata de una cifra menor: si los votantes de entre 18 a 25 años dicen preferir a Vox en un 25%, esta cifra, grosso modo, representaría entre un 3 y un 5% de, voto total, lo que -en términos de la participación electoral producida en las últimas generales- supondría un total de un millón de votos -entre 750 000 y 1 250 000. (Recordemos que fueron poco más de 8 000 000 los electores del PP en las pasadas generales).
La posible victoria de PP-Vox abriría, como ya se ha sugerido, una doble posibilidad: gobierno en coalición de las dos formaciones políticas o gobierno del PP con apoyo externo de Vox, que podría ser puntual -investidura y negociación sucesiva de presupuestos- o de legislatura. En uno y otro caso, la agenda popular estaría monitorizada por el partido de Abascal, lo cual, en el caso de una formación política que -como ocurre con el PP- carece de un programa definido y que subraya que su argumento primordial es la gestión -mejorable, por cierto, visto lo visto- nos conduciría a un vista a la derecha, por enunciarlo en términos militares. Esto es, una mayor demonización de la inmigración, un posible desmantelamiento en cómodos plazos del estado del bienestar y una posición más escéptica, y en todo caso contraria, a una mayor integración europea, que los nuevos y convulsos tiempos geopolíticos parecen demandar.
Por supuesto que no sería similar el caso de un gobierno del PP a un gobierno del PP con Vox. En el primero, bien pudiera suceder que Feijóo acogiera entre sus medidas buena parte de las emprendidas por su predecesor. Las relativas a la okupación -con k- de las instituciones, en especial. Vale decir, Fiscalía General del Estado, organismos consultivos y de control…, aue prosiguiera con lo que ya ha devenido en práctica habitual en España respecto del poder legislativo -reales decretos, proposiciones de ley que hurtan el control externo…-, o el intento de control del poder judicial o la simple reversión en el Tribunal Constitucional de una mayoría por otra. Únase a todo esto, la presión sobre las grandes empresas y el acoso a las pymes, a lo que sería preciso añadir la continuidad en el ahogo impositivo a una clase media que ya vive de la nostalgia de los tiempos que ha tiempo concluyeron.
Nada nos asegura, por lo tanto, que un gobierno PP -en solitario o en compañía de Vox- vaya a resolver los problemas derivados del legado de Pedro Sánchez, por lo mismo que nadie podría garantizar que estará dispuesto a poner en práctica un programa de reformas que conduzcan a nuestro país hacia los mecanismos de checks and balances que han construido estados de derecho fiables y operativos en otros países de Europa, los nórdicos, por ejemplo.
Pero pasemos a la segunda de las posibilidades existentes a corto plazo. Para ello habría, en mi opinion, que partir de una condición apriorística, que el gobierno de Sánchez aguante -sin gobernar, como ha expresado su socio a ratos, Puigdemont- los casi dos años que restan de legislatura. Sin mayoría, sin presupuesto, sin leyes que puedan salir adelante… en este caso habrá que convenir que dos años son mucho tiempo en política, y que lo que hoy dicen las encuestas podría volverse del revés en las elecciones. Convengamos también en que, durante este tiempo recibiremos los ciudadanos toda suerte de intoxicaciones que nos aseguren la bondad de las acciones gubernamentales y la perversidad de las de la oposicion. Y aceptemos también que los socialistas hacen mejor, bastante mejor, las campañas electorales que los del PP. En suma, que la segunda de las ecuaciones, que no deja de resultar factible, consiste en que el legado de Sánchez sea… más Sánchez. Con los mismos socios y con el programa que decidan éstos dictarle. Dejo a criterio particular del lector su opinion al respecto.
Vayamos ahora al medio plazo, quizás a un plazo más largo.
En este punto, y sin caer en la tentación de analizar todas las posibilidades que están en el tablero, convendría que estimemos sólo la opción primera de las presentadas. Esto es, que el PP, con o sin Vox en el ejecutivo, pero con su apoyo en cualquiera de los casos, consiga formar gobierno. En este supuesto, y sin perjuicio de desear al señor Feijóo el mayor de los aciertos y la mejor suerte posible (le importa mucho a España su triunfo), es más que probable que las expectativas de cambio que está ofreciendo -parafraseando al poeta Mayakovski- estallen en el rompeolas de la política cotidiana. El abrazo de Vox resultará seguramente tan inclemente como si se tratara de una asfixia. Y es que el PP no ha sabido nunca cómo resolver el elefante existente en su habitación. Sólo parece estimar como la respuesta más probable a esta situación el exorcismo del paquidermo por la via del voto útil. Veremos qué ocurre en las elecciones parciales/regionales que, empezando por Extremadura, se avecinan.
No deja de plantearse tampoco la cuestión de lo que pueda ocurrir en el PSOE en el caso que acabamos de presentar en el párrafo anterior -el de una victoria electoral del PP-. La respuesta remite también a dos posibilidades. La primera, que se produzca finalmente una renovación en el liderazgo de ese partido que devuelva a los socialistas a la ocupación del centro-izquierda del espectro político, lo cual haría seguramente posible el retorno al consenso partidario, fundamento del sistema constitucional de 1978.
Por supuesto que ese cambio bien pudiera no acontecer, sea porque Sánchez continúe manteniéndose de manera estólida en la jefatura del partido, sea porque su sustituto aplique las mismas o similares recetas que el actual presidente. Sería éste el supuesto del mantenimiento de la polarización de la política española con todos los graves inconvenientes que conlleva.
Y quedaría entonces, last but not least , el desiderátum a que hacía referencia en los primeros párrafos de este comentario. En la medida en que el posible gobierno de Feijóo no se aplique, de verdad, a conciencia, con transparencia y eficacia a revertir el legado de Sánchez, que ejerza un liderazgo, que todavía no hemos advertido; que nos ofrezca un equipo preparado y capaz, del que aún carecemos de noticias y que consiga sortear con habilidad las crisis que se le presenten, que ninguna de gravedad han sido capaces de hacerlo, y ejemplos haylos, como Mazón con la Dana, Mañueco y Rueda con los incendios y… veremos lo que haga Moreno con las mujeres perjudicadas por el cáncer de pecho. Pero es que tampoco el presidente nacional del partido ha avanzado mucho en cuanto a presentar un liderazgo integrador e ilusionante, más bien al contrario.
Será entonces -siempre en mi particular opinión- el momento en el que de la sociedad emerja un proyecto político centrista, reformista y liberal, que aceptando el doble concurso del estado del bienestar y la economía de mercado, colme el hueco que el bipartidismo está creando de nuevo y permita el gobierno de España sin el concurso de los nacionalistas.
Alguien estará pensando, sin duda, que falta en todo este amplio elenco de posibilidades lo que sucedería en el PP en el caso de que no gane las elecciones o que, ganándolas, no pueda formar gobierno -como ahora ocurre-. La crisis en el PP y la búsqueda de otro -¿otra?- candidato entiendo que también habilitaría la posibilidad de la aparición de una nueva formación política, vista la -posible- incapacidad de este partido de construir una alternativa.
Agradezco al lector que haya llegado hasta el final de este comentario su paciencia.