domingo, 21 de abril de 2024

Closing time

Leonard Cohen tenía en "Closing time" una de sus canciones de referencia.  Debido a su título figuraba en el final de sus actuaciones, quizás antes de alguna última interpretación en la que el adiós revestía un carácter cuasi-religioso, como en Londres o Madrid ("Quiero dejarte, espero que estés satisfecho"), o el “Save the Last Dance for me”, de Michael Bublé que, por cierto, hiciera una versión de su "I'm Your Man". Fassbinder da inicio a su singular película "Querelle" con un camarero cerrando un bar portuario recitando esa fórmula básica ("Es hora de cerrar"), y no por casualidad, porque el cineasta alemán era un gran admirador de Cohen.


"Closing time" no es una canción que invite a una despedida grata y reposada, quizás por ello Cohen prefería después de esa interpretación cantarnos algún himno de adiós, o llegaba al punto de recomendarte un sosegado regreso a tu casa, donde casi se diría llegaba incluso a arrebujarte bajo el edredón y desearte que pasaras una buena noche. "Closing time" es una canción frenética, en la que la danza progresa con un ritmo endiablado y a la que son convocados los más singulares invitados.


El tema empieza relatando que estamos en una fiesta. ("Ah, estamos bebiendo y estamos bailando/Y la banda toca muy bien/Y la sabiduría de Johnny Walker está a flor de piel").


Cohen nos presenta a dos de los presentes, y a un público que participa animado en ella ("Y mi dulce compañía, es el Ángel de la Compasión...", y guarda en ella tanta "ternura" que "se está restregando a medio mundo contra su muslo", lo que toda la concurrencia, un tanto colocada ya, acepta de buen grado: "todos los bebedores y bailarines muestran un rostro alegre para agradecérselo". Y existe también alguien que ameniza la escena, porque sin música -sin sexo- la fiesta no es posible: "El violinista entona algo maravilloso".


Entonces hay un baile de parejas que se nos antoja desordenado y caótico. Se presume algo de desenfreno en la estancia y entre los que celebran la juerga ("Ah, las mujeres se arrancan las blusas y los hombres bailan vestidos de lunares/Pierdes a tu pareja, la encuentras, es un infierno cuando el violinista se detiene...", pero es la hora del cierre, nos recuerda la canción, antes de repetir el desaforado descuaje de camisas y la promiscuidad de las parejas que se suceden unas sobre otras, cuando el violinista detiene su música.


El artista describe a continuación un paisaje onírico, una especie de viaje ligado al consumo de estupefacientes. Y en ese sueño aparecen los viejos demonios familiares cohenianos ("Oh, estamos solos y nos ponemos románticos/La sidra está fundida en ácido..."), la cosa ya va entrando en una nueva fase de convulsión, de modo que no sorprende que “el Espíritu Santo está gritando ¿Dónde está la carne?” Por supuesto que el espacio exterior invita al sosiego: "Y la luna está nadando desnuda y la noche de verano huele a perfume". Y se espera entonces un alivio de la situación. Pero no responden a eso los castigados organismos de los congregados, porque "forcejeamos y nos tambaleamos/Abajo entre las serpientes y en la escalera/Hacia la torre donde tintinean las horas bendecidas”.


Y así fue como ocurrió, dice un juramentado Cohen: “Un suspiro, un grito, un beso hambriento/Las puertas del amor cedieron una pulgada/Y no puedo decir que haya pasado mucho más/Es hora de cerrar". Intuimos la torpeza en el ser romántico que sólo puede atisbar una pulgada de apertura en las cerradas puertas del amor, ¿del deseo?


Ahora se dirige a su amante, a su proyecto de amor o de sexo furtivo, en una noche en la que se han transgredido los límites. Le explica que la quiso por su belleza, prescindiendo de sus demás características personales. Pero admite que eso no le ha vuelto estúpido -totalmente, porque el amor debería siempre contener en su ecuación algo más que una mera atracción física-. En todo caso no parece que estemos en eso, nos encontramos en una fiesta un tanto alocada de la que no conviene obtener conclusiones precipitadas ni trascendentes.


Al fin y al cabo, ella también asistía al party por causa de su belleza -le confiesa sin tapujos-. No existe por lo tanto demasiado misterio en este momento del cierre. "Te amé por tu cuerpo -le confirma-. Y es que sonaba una voz que se diría emitida por el mismo Dios, que le decía que su cuerpo era... realmente... realmente...


El frenesí se ha apoderado de la pieza. Intuimos cómo los bailarines se mueven enloquecidos, el viejo Johnny Walker sigue campando a sus anchas, no sabemos cuándo se bebe sidra o se consume LSD... y alguna pareja se entretiene en sus exploratorios devaneos amorosos.


Pero el poeta ya ha encontrado un lugar en el que recogerse a pesar del barullo que le rodea. Y continúa con un soliloquio dirigido a su ocasional amante. Las expresiones que le dedica ahora se ven impregnadas de una altura emocional que elevan la relación hacia posiciones que poco tienen que ver con una rápida transacción sexual. "Y te amé cuando nuestro amor estaba bendecido...", ¿por Dios?, ¿había alguna necesidad de que en determinadas instancias se emitiera un "nihil obstat" a esa relación?, ¿o es que existía un momento previo a la fiesta que ésta sólo ha precipitado?


Existe, desde luego, algo más profundo, muy profundo, en ese amor reencontrado: "Y te amo ahora que no nos queda nada más/Que dolor y una sensación de tiempo extra". Ya no se trata de que la fiesta está concluyendo, es que nos encontramos casi en tiempo de descuento. El mundo -nuestro mundo, nuestra vida, al menos- está concluyendo y el dolor que sentimos ante el final próximo se ve mitigado por la cercanía del ser querido.


Y te he echado de menos desde que nuestro lugar fue destruido", añade el poeta, que vuelve sobre los parámetros del Armageddon que evocara en "The Future" ("He visto el futuro, es un crimen"). Y la reflexión del cantante es muy triste: ya ha dejado de formar parte de las gentes que aspiraban a decidir sobre lo que vaya a pasar; está viejo y sólo piensa en lo que va a ocurrir, y simplemente no le importa.


Aún le queda a Cohen en este tiempo ligeramente estirado un espacio para el sarcasmo. "Se ve como la libertad pero se siente como la muerte". Y eso es lo que va a pasar. O ninguna de esas dos posibilidades: "Supongo que es algo que está en el medio".


Estamos envueltos ya en un vértigo imparable ya, hasta que el agotamiento concluya con él y sus protagonistas acaben derribados en sus sofás. 


Y el cantante prosigue: "Sí, estamos bebiendo y bailando. Pero en realidad no pasa nada/Y el lugar está tan muerto como el cielo un sábado por la noche". (Parece que a Dios le expulsa Lucifer de los tugurios desenfrenados del atardecer de los sábados). "Y mi compañera que está muy cerca de mí/Me hace dudar, me hace reír..." y es que "ella tiene cien años, pero lleva algo ajustado". (Todos los limites han sido superados, ¿qué más da la decrepitud si produce morbo?). "Y levanto mi copa ante la Horrible Verdad/Que no puedes revelar a los Oídos de la Juventud/Excepto para decir que no vale ni un centavo". Parece que Cohen cede en buena parte sus convicciones, porque la Verdad está ahí y es Horrible, tanto que su contenido puede, además de herir la sensibilidad de las nuevas generaciones, conducirlas al inconveniente nihilismo del descreimiento. Y eso no merece la pena, no vale un centavo.


El desenfreno prosigue alocadamente y los versos se repiten como si la danza circulara produciendo un mareo desconcertante. Y el poeta asegura:  "Y todo el maldito lugar se vuelve loco dos veces/Y es una vez para el diablo y otra para Cristo", (adoradores a pares de los principios del Mal y del Bien). "Pero al jefe no le gustan estas alturas vertiginosas" (prefiere seguramente terrenos más firmes y conocidos que los elevados ámbitos de la religiosidad). "Estamos atrapados en las luces cegadoras de la hora del cierre".


El caso es que continúa el baile como un escenario final que nos recuerda a la película de Sidney Pollack de 1970, "They Shoot Horses, Don't They?", y que fue traducida al español como "Danzad, danzad, malditos", situada en los tiempos de la gran depresión norteamericana, en la que, a cambio de un premio, las parejas de baile llegaban al desfallecimiento y hasta a la muerte. Ganaban los que resistían más. Pero en esta canción no existe premio en metálico, sólo la certeza de que lo vivido es lo que importa. No queda nada más cuando se apagan las luces y se cierra el local. Nada, ni siquiera la vida, especialmente ésta.

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