lunes, 28 de octubre de 2013

La Garua de Bracacielo (6)


Habría, desde luego, un antes y un después de aquella conversación.
Antes de esta, sin llegar a ser verdaderos amigos, Barrientos y Barrera mantenían unas relaciones que bien podían ser calificadas de cordiales. Como se ha dicho, este llamaba con frecuencia a aquel, especialmente para pedirle favores en forma de gestiones particulares, que Barrientos acometía las más de las veces.
Pero había algo que les unió más que eso. Y Barrientos se acordaba perfectamente.
Fue allá por el año 2.000, cuando el PP de Aznar conseguía su primera mayoría absoluta. Estaban Ronnie y Barrientos tomando algo en el hall del hotel Ercilla de Bilbao -Ronnie quería colaborar como interventor en el día de las elecciones.-. En ese momento, Barrientos pedía a su amigo que le incorporase a su equipo para la realización de alguna gestión en el ámbito cultural, que San Bonifacio venia emprendiendo. La conversación se desarrollaría entonces y a lo largo del paseo que les llevaría al hotel en que se alojaba Ronnie. Y se prolongaría durante las semanas próximas.
Porque Ronnie San Bonifacio estaba a punto de ceder una parte de su finca, la Garúa de Bracacielo, a Andrés Ibarra una, con vistas a que el artista lo usara como una especie de lienzo de su creatividad. En ese espacio además se ubicaría la Fundación que llevaría su nombre.
El concurso de Federico Barrientos a esa causa consistiría en hacer uso de sus relaciones, en especial de las políticas -la finca de San Bonifacio estaba situada en el pepero territorio de Ávila.
Y, en tanto que Andrés Ibarra trabajaba las bellas piedras que el paso de los siglos habían curvado y reblandecido, Federico Barrientos movilizaba sus recursos. ¿El resto? Ronnie había cedido parte de su finca, un terreno que estaba en sus manos a lo largo de varias generaciones y pensaba que ya había culminado con eso la parte que le correspondía en el trato, y no le faltaba razón.
El caso de Gowen Barrera y de Miren Algorteberri era muy otro. Y muy pronto descubierto, con la incorporación de esta última a la órbita cultural de San Bonifacio y no transcurriría demasiado tiempo sin que el segundo se autopropusiera como candidato a gerente de la Fundacion. La respuesta de San Bonifacio fue del género antológico:
- Deberías ir a Londres, y prepararte en un master para directores de centros artísticos.
Para alumno de historial tan precario en cuanto a estudios se refería, dicha frase debió sentirla Barrera como una suerte de rejón de muerte.
Javier Ibarra. -otro de los componentes de la Fundacion que llevaría el nombre de su padre, mantendría una especial relación con el proyecto. A diferencia de su hermano -que era profesor universitario-, Javier había seguido el camino de su  padre y, a decir de San Bonifacio, no había realizado nada verdaderamente nuevo; de modo que sentía a la Fundacion como la forma más explícita de consolidar la imagen de su rival principal, que no era otro sino su padre.
De este -el artista- poco cabía decir, salvo que en lo referente a las cuestiones prácticas era un hombre imposible. Eso sí, se puso a trabajar sobre las piedras de la Garúa a riesgo de sus piernas, su columna vertebral y su corazón -hasta el punto del infarto-. Como a Ronnie, nada más le era exigible.
Pero Crucita, la mujer de Ibarra, era otro caso diferente. Una norma axiomática en el caso de los artistas expresa que deben contar con un cónyuge que compense sus carencias. Y Maricruz, a quien no faltaba buena voluntad, no la acompañaba esa facultad. Vivía ella el mundo pequeño del Basauri de su infancia y se conformaba con administrar el escaso peculio conyugal y con entregar una paga -o asignación semanal- a su marido.
Y como el mundo de Maricruz era estrecho, estrechas eran también sus obsesiones. Y cuando San Bonifacio elegía a un abogado para que organizara las cuestiones jurídicas de la Fundación, ella no dudaría en proponer el nombre de su abogado en Bilbao, de cuya inenarrable aparición hablaremos más tarde.
Y Federico Barrientos se dedicaría a mover sus contactos. Nada más y nada menos.
Con estos mimbres nacía el pre-patronato de la Fundación Ibarra, cuyo mera denominación no seria precisamente pacifica.

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