martes, 8 de octubre de 2013

La Garúa de Bracacielo (1)


Había transcurrido mucho tiempo -tanto como 4 años- desde que Ronnie y él se volvían a ver. Vestido informalmente, como acostumbraba -niqui de manga corta y desteñidos pantalones de dril azul- el marqués de San Bonifacio se acercaba al stand del parque del Retiro, en la feria del libro de Madrid, donde Federico Barrientos firmaba ejemplares de su última novela publicada.

Lo que en ese caso hacia Barrientos al citar a Ronnie era realizar una especie de convocatoria sin convicción. Le había aparecido su nombre en su directorio de correos y lo incorporaba a sus envíos, nada más. Era casi seguro que daría la callada por respuesta.

Pero allí estaba. Su sonrisa abierta de siempre y acompañado por su hijo, ese muchacho independiente que desaparecía de la casa central de la finca y se despedía de su padre para dar una vuelta por los campos que algún día serian suyos y de su numerosa estirpe de hermanos.

¡Qué recuerdos le traía a Barrientos la espléndida finca abulense de Ronnie! Situada en el municipio de Galende, lindante con otra de la larga prole del Conde de Romanones, Garúa de Bracacielo -como se llamaba aquel paraje- era un territorio espectacular de rocas redondeadas por los vientos de los siglos y encinas centenarias que hundían sus poderosas raíces en la tierra.

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