lunes, 28 de enero de 2013

Cecilia entre dos mares (37). Cecilia no se niega (V)

Ocurrió un día 13. Habían marcado el rito de celebrar los 13 de cada mes; como esos novios afanosos que persiguen las jornadas en que fueron descubriendo los diversos ámbitos de su amor; como si de esa forma pudieran fijarlo, retenerlo para siempre. El día 13 de septiembre se conocieron, y el día 13 de diciembre llevaba Iturregui a Cecilia un gran ramo de flores, rosas rojas. La esperó al final de la escalera, junto al ascensor, en la planta segunda, a su derecha, la primera de las habitaciones, la 220. Se habían citado a las siete de ña tarde. Y él esperaba, esperaba, esperaba... Eran ya más de las siete y media cuando un ruido del picaporte señalaba que Cecilia salía ya. Entonces, Iturregui, muy sonriente, con su sombrero y su bastón sujetados con la misma mano izquierda y el maravilloso ramo de flores por su derecha, todas los capullos en posición vertical, en actitud militar de saludo. Ella abría la boca sorprendida y avanzaría dos pasos hacia él. Luego se detuvo, volvió hacia la puerta de su habitación y le hizo una seña para que se acercara. Y en tanto que Iturregui recorría los escasos metros que le separaban de ella, Cecilia introdujo la llave en la cerradura de la 220 y la abrió. Tontamente, él le entregó las flores y Cecilia no supo qué hacer. El bolso en una mano y la llave en la otra, y ahora un enorme ramo que sujetaba entre sus brazos. Entró en su habitación. Iturregui no pidió permiso y la siguió. La puerta estaba abierta. Un largo pasillo, a su izquierda el cuarto de baño y un amplio dormitorio al fondo. Caía la noche, pero Cecilia no conectó el interruptor de la luz. Con cuidado, ella depositó las flores sobre la blanca colcha y leabrazó. "No sé si esto está bien", dijo, casi con una voz imperceptible, "no sé si esto está bien". Iturregui se dejó llevar. Cecilia le enlazó con su cuerpo, se pegaba a él con las manos, con los brazos, con la cara, con el pecho, con el vientre, con las piernas, con las rodillas... "No sé si está bien...", e Iturregui preguntaba, también en voz muy baja. "¿Por qué?" No entendía nada, como casi nunca, pero se dejaba llevar. Luego le besó. Primero, en los labios. Iturregui abrió ligeramente la boca, permitiendo, aconsejado incluso, un beso de amor. Ella lo hizo posible, con mucha suavidad, casi de forma tímida. Así permanecieron un buen rato. Luego Cecilia se desenroscó de sus brazos , entendió la luz, retiró unas flores secas de un recipiente, lo llenó con agua del lavabo de la habitación y puso en él las rosas de Miguel "¿Damos un paseo, cariño?", preguntaría finalmente.

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