jueves, 6 de octubre de 2011

Intercambio de solsticios (249)

Bilbao, 2 de noviembre de 2003.

Querida Lorsen:

He escrito un “e-mail” para Bona, que se lo pasaré esta semana. Como de costumbre te lo transcribo a continuación:

Bilbao, 1 de noviembre de 2003.

Querida Bona:

A mi regreso de Florencia no quiero que pase mucho tiempo sin ponerte unas letras de agradecimiento por tu atención y cariño en estos pasados días.
Afrontaba este viaje con una cierta preocupación. Nunca sabes lo que te pueden deparar los sentimientos, el momento del reencuentro con los amigos que fueron de los dos, o –peor aún- esas horas de soledad en el hotel, antes de dormir, si lo consigues. Porque los sentimientos, por definición, no son algo que tú puedas dominar, no se controlan como los pensamientos racionales, porque no existe un Descartes que pueda poner esas cosas de la vida –al cabo, las más importantes- bajo tu dominio.
Pero, en todo caso, si eso se produjera, nadie puede ser responsable. El dolor acecha siempre en el momento en que más desprevenido te encuentras, quizás porque conoce que sólo puede atacar cuando somos presas fáciles para él.
Florencia ha sido esta vez para mí el espacio de un gratísimo reencuentro, el lugar en que he recuperado la oportunidad de renovar una amistad que siempre se ha mantenido en el tiempo pero que conviene cultivar siempre también. Y ha sido un punto en el que el recuerdo no se ha visto anegado en lágrimas sino en sonrisas y abrazos. Un recuerdo, por lo tanto, que empieza a ser algo dulce.
Díle a tu hermana Brunella que, a pesar de sus consejos, procuro ir a la cama con el culo templado –caliente tampoco- y que le agradezco muchísimo esa comida tan simpática y magnífica que me proporcionó. A Luciano le puedes decir que ya estoy en Bilbao –pronunciado con un leve acento en la “o” - para lo que quiera.
Gracias por todo, y arrivederci, hasta que tengamos la oportunidad de vernos de nuevo.

PS. Dicen que a un torero español –llamado “El Guerra”, desplazado de su Sevilla natal a Santiago de Compostela –en el otro rincón de España- para torear, le dijeron a su llegada:
- Maestro. Aún tiene usted algunas horas para descansar, porque Sevilla está muy lejos...
Pero el diestro andaluz le cortó muy rápido:
- Sevilla está en su sitio. Lo que está lejos es esto.
No puedo decir lo mismo que el torero. Florencia está desde luego donde debe estar. Lo que está claro es que Bilbao dista lo mismo de Florencia que esta de Bilbao.
Estoy convencido de que volveré a Florencia... o a Siena, que tampoco es mal sitio. Pero también creo que hay cosas que ver en Bilbao.

Un beso.

Por otra parte te diré que, a mi regreso de Italia, he encontrado a Pilar muy bien. Especialmente encantadora conmigo –aunque sigue haciéndome esas pequeñas trastadas en forma de tomaduras de pelo –de lo contrario no sería ella-. Como le decía a Juan Basabe, creo que estoy descubriendo a mi hija y ella a mí, y siento que la idea de familia, de padre e hija y del amor entre nosotros se va abriendo paso a pesar de todas las dificultades con que se ha encontrado –quizás a causa de estas mismas.
Por cierto, Juan Basabe se ha separado definitivamente. Lo ha hecho de mutuo acuerdo y de forma civilizada, aunque siempre existen pequeñas cuestiones de mal tono.
No he visto a tu padre, pero todavía no se encuentra demasiado bien. Esta semana, cuando vaya a dejar a Bècaud, espero verle.
Ha muerto la madre de Alfonso Gortázar, tu profesor, amigo y vecino nuestro en el Casco Viejo. Me he despistado –no adrede, desde luego- y no he podido ir al funeral –a esa hora estaba visitando a Pilar-. Le he llamado a Inés Obieta para decirle que siento no haber estado presente. Como ves, ese espacio en el que me gustaría que estuvieras –aunque me cuesta creer que exista- y que se llama cielo se va poblando cada vez más de moradores.
He perdido la apuesta que hicimos en casa de Inés aquellas navidades: El Príncipe Felipe se casará con una presentadora de televisión, asturiana y de clase media. Pagaré la cena, con un doble pesar.

Un beso.

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