miércoles, 11 de mayo de 2011

Intercambio de solsticios (178)

Regresó Jorge por la Gran Vía a la Sociedad Bilbaina. En el bar inglés le esperaba Tony Cortés –también un nombre figurado.
Tony era para Jorge Brassens más un viejo amigo que un antiguo empleado, aunque ambas cosas eran ciertas; y, en un terreno intermedio entre la primera y, consolidándose en la segunda de las condiciones, un leal compañero de trabajo.
La vida les había unido en torno de ese espacio temporal inmenso que constituyen las jornadas de trabajo… y de ocio. Tony era un comercial que aterrizaba en la dirección de una sucursal a la que le proyectaba Brassens, algún tiempo antes de su despedida de la compañía de seguros que era el espacio que motivaría su amistad. Nadie está contento con su suerte, y a veces parecía que Cortés vivía su actual condición más como una condena que como algo positivo para él. Y es que el sistema de trabajo en España había degenerado de tal manera que los puestos intermedios se determinaban por una responsabilidad media-alta; un sueldo medio-bajo y la sensación de que por unos pocos euros, que muy pocas veces crecían al compás de las exigencias, te podían volar la cabeza de un momento a otro.
Pero no hubo reproches en ese almuerzo tantas veces prometido y nunca realizado hasta entonces. Hubo un tiempo en que se cruzaba entre ambos el antiguo director regional de la compañía, hombre desconfiado donde los hubiera, y que necesitaba como el perejil encontrarse en todas las salsas; quizás residía en él el temor a que, en su ausencia, alguien le podría hacer la cama -¿acaso porque esa era su táctica preferida y la que mejores réditos le había supuesto?-. Cree el ladrón que son todos de su condición.
Estaba todo preparado para el ágape entre Cortés Brassens. Hasta el menú: entremeses, escalope y… sorbete de limón.
Y entre plato y plato fue el repaso de los años en las anécdotas y en los nombres: estaba, desde luego, Carmelo –y este no es un nombre figurado-; la persona que les diera a conocer y al que la muerte pisara su huerto carranzano cuando se disponía a descansar de muchos años deambulantes por las tierras de España, vendiendo de todo… hasta seguros. Estaban también en la narración su viuda y su yerno. Pero también los antiguos empleados, muchos de ellos jubilados, que en algunos casos habían fallecido ya y en otros paseaban sus vetustos organismos –cuando lo podían hacer- por los diversos barrios de Bilbao; algunos, que alguna dolencia daba en tiempos por más que posibles desaparecidos, como Loli –tampoco es un nombre figurado- se había transformado en parroquiana imprescindible en la más importante iglesia de Las Arenas; desde cuyo púlpito seguía desafiando, con más voluntad que éxito, a las maestras del “bel canto” o recitaba lecturas de los profetas y efectuaba las correspondientes preces.
Estuvo también presente en sus comentarios, Conrado Aguirre –nombre figurado-, que fuera socio de Brassens y que se había evaporado de este mundo, al menos en lo que se refería a Jorge. Aguirre, hombre de acrisolada tradición y de conservadurismo antiguo se espantaba ante la sola idea de que Tony Cortés se casara por lo civil. Claro que los tiempos han cambiado mucho y lo que empieza a acontecer a los más “demodés” es que les inviten a un matrimonio homosexual.
Hablaron sin cesar, y hasta dejarían de probar toda la comida, porque el tiempo no daba de sí para todas las cosas que se tenían que contar. Como viejos hermanos a los que ha separado esa frontera de los kilómetros y de los hombres, casi como en la película de David Lynch –“Una historia verdadera”- Brassens había recorrido 400 kilómetros, pero no a lomos de un cortacésped en este caso, para compartir unas horas con un amigo.
Un placer raro en estos tiempos que corren.

1 comentario:

Sake dijo...

Por lo menos te tengo a ti para compartir sentimientos y pensamientos, porque peor es éstar en éste mundo sin compartir nada con nadie.