miércoles, 30 de septiembre de 2009

Intercambio de solsticios (37)

Era en el Club Finanaciero Génova, esa sociedad que domina los tejados del centro de Madrid. De ese Madrid desde el que sólo cabe ir al cielo… porque su tierra constituye un episodio más del himno revolucionario anarquista. No nos hace falta construir barricadas, están aquí; y no se ha exigido para ello que la dinastía de los Romanov periclite, ni que los mencheviques se retiren en desordenada fuga ante la capacidad táctica de los bolcheviques en hacerse con el poder. Ha bastado con la conjunción astral de Zapatero encontrándose con Ruiz Gallardón y la ilusión de las Olimpiadas para que Madrid se levante casi por entero y los madrileños de adopción nos tengamos que refugiar en los pisos altos de los grandes edificios para recuperar alguna tranquilidad.
Algo de eso pensaba Jorge Brassens cuando almorzaba poco antes de este verano del Señor de 2.009 con 2 viejos amigos procedentes de ese Neguri que quedaba en las retinas de sus ojos cada vez más desdibujado, quizás triste.
Brassens se había instalado ya en el cuasi-olvido del mundo pequeño de ese pueblo al que -con orgullo no exento de nostalgia por los buenos y antiguos tiempos- reivindicaban sus habitantes.
Los amigos de Jorge Brassens todavía regresaban con sus familias al “pueblo”. Lo hacían por Navidad o por el insufrible en Madrid mes de agosto. Jorge Brassens lo hacía esporádicamente y por motivos concretos.
Pero les unían los recuerdos.
Aún era el año 1.983 u ´84. uno de ellos pasaba en Londres una temporada para afinar su inglés. Vivía en una de las calles más de moda de la capital británica: Sloan St. Y allá se iban en un vuelo barato –antes de que los vuelos resultaran efectivamente baratos- Lorsen, Brassens y su otro comensal del club.
Lorsen era entonces novia de Jorge Brassens y la vida se abría para ellos como un interminable abanico de posibilidades. Eso sí, ella vivía en su hotel y Brassens disponía de cama en el Sloan St. del bilbaino migrante junto con el otro visitante.
Brassens recogía en el aeropuerto de Heathrow un equipaje equivoado. Al abrirlo en el apartamento de su amigo para comprobar la procedencia del propietario descubría un par de calzoncillos, un neceser y… varias cajas de preservativos. Una vez que se personaba en el aeropuerto, la empleada de la compañía aérea le transmitía la preocupación del viajero: tenía medicinas de uso frecuente.
Robaron a Lorsen alguna joya familiar y los amigos de Brassens casi si descubrían a los novios en pleno ardor amoroso sobre el sofá de alquiler.
Hubo visitas a Oxfors St., hubo un té con pastas, unos zapatos de "Gucci" que a Lorsen le resultarían estrechos y una tela de tweed con la que Brassens se hizo una chaqueta que aún conserva y utiliza en los secos inviernos de la capital…
Tenían todo por delante. Hoy, a veces, el recuerdo les une en el restaurante de altos vuelos donde ya sólo les es posible una parte más de sus historias. Vic Suárez –la novia de Brassens- suele decir que esa parte es la mejor. Más vale que así sea, en todo caso es la que les queda por vivir.

2 comentarios:

Sake dijo...

Si en algún momento nos quedamos sin nada, siempre nos quedan los recuerdos y si Londres anda por medio entonces nuestros recuerdos toman un toque Europeo.Cuando no tengamos ya nada "Siempre nos quedaran nuestros recuerdos".

Antonio Valcárcel dijo...

Neguri, de los "neguríticos", una denominación de los oligárquicos con un atisbo de definición o clase, ¿una patología?, -como si los ricos de aquella zona fuesen o sufriesen de la enfermedad de la acaparamiento del gran capital para sus bancos-. Un banquero, Goirigolzarri, de 55 años, dejará el cargo por jubilación anticipada, con una pensión anual que rondará los tres millones de euros brutos anuales... (El síndrome de DIOGENES); acapara basuras y las van acumulando en su hogar, por tanto, ¿será apropiada la denominación patológica de "neguríticos"; a esta otra forma de acaparamiento?, desmoralizada e insolidariza de unos "superhombres" con derechos a destacarse por encima del resto de los mortales por medio de sus sueldos multimillonarios. No cabe duda, y lo digo desde la óptica de la justicia social: ¿"el capitalismo es la enfermedad de los pobres o los pobres son la enfermedad de los ricos"?
Claro que todos estariamos sin rechistar en el lugar de los banqueros, pero una sociedad demogrática, ¿puede tolerar y sin regular tales comportamientos de una clase social que marca tal diferencia respecto a los salarios por desempleo, en el mejor de los casos, de 400€? No soy anticapitalista, sólo pretendo que el capital desmesurado y en manos de unos pocos no nos dejen indefenso y sin el derecho a la dignidad de la otra sociedad.