jueves, 2 de abril de 2009

Una Europa fuerte para combatir la crisis

(Texto de la intervención en el Ateneo de Madrid, el 31 de marzo de 2.009)

En las próximas semanas el debate político volverá a ocuparse de las diferentes propuestas que las formaciones políticas tienen respecto de Europa. Una vez más, las elecciones al Parlamento Europeo justificarán este retorno quinquenal de la cuestión. Pero resulta preciso advertir que se tratará sólo de un debate formalmente europeo; la materia, lo sustancial, lo seguirá constituyendo la impostación del discurso, la sustitución de los argumentos por los ataques, la instrumentación ventajista que les es característica a los partidos tradicionales de los procesos electorales. Es la forma en que los españoles vivimos la democracia, en la degeneración que hace ya muchos siglos trazara Polibio, porque es verdad y sólo hace falta observar el comportamiento de la clase política española que aquí, la democracia ha degenerado en demagogia. Y si las recientes elecciones autonómicas gallegas y vascas se han vivido desde un intenso aparato de corruptelas recíprocas, animado por responsables de la judicatura que no es sino dependiente del poder político, nadie debe pensar que el próximo se vaya a convertir en un debate electoral dirigido a la razón de los ciudadanos sobre las diferentes propuestas para construir la Europa que necesitamos. Una vez más, el Parlamento Europeo será la excusa para ventilar las diferencias, en un combate que sólo servirá para delimitar las posiciones de cada uno.
¿Será eso debido a que el Parlamento Europeo tiene poco que repartir? ¿será que el "pesebre" europeo se didtribuye en otras latitudes políticas?

Seguramente que es así, que el Parlamento progresa -no sé si "adecuadamente" o no, pero progresa- en su doble cometido legislativo y de control de la Comisión Europea, pero es cierto que aún son los gobiernos los protagonistas de la decisión que concierne a ese espacio.
Sin embargo Europa se convierte día a día en un importante debate. Diría incluso que el más importante de los debates. Precedida de las posiciones teóricas, con la carga de abstracción que de ellas se deriva las más de las veces, la práctica de los acontecimientos presentes dicta la más férrea de sus leyes. Y si los Monnet, De Gasperi, Adenauer crearían y desarrollarían la idea de Europa para evitar la Tercera Guerra Mundial, hoy Europa debiera constituirse en el principal instrumento para evitar que la actual crisis desarrolle unos efectos tan devastadores que se aproximen a los de un conflicto bélico de grandes proporciones.
De manera que si Europa nació de la guerra, debería ser refundada para que lo que podríamos denominar como los perversos sumandos de la guerra -pobreza, escasez, hambruna...- no regresen a la vieja tierra del viejo continente.

Tampoco deja de ser cierto que Europa se construyó desde los principios de la paz y de la libertad, pero también desde los intereses de los agentes que la crearon y que no fueron otros que los Estados. De modo que pretender un europeísmo que prescinda del componente nacional y de sus propios y legítimos intereses no pasa de constituirse en una entelequia o una peligrosa ingenuidad para los ciudadanos que integran cada uno de los Estados miembros. Hoy por hoy -y quizás por mucho tiempo- somos europeos como proyección de nuestra condición de españoles, y del mismo modo en que lo son los franceses o los alemanes.

Trataré de desarrollar este propósito en los siguientes minutos. Tendrá esta intervención una doble estructura: en primer lugar, desarrollaré algunas de las propuestas que confluyen en esta idea básica: una Europa más fuerte para combatir la crisis. A la que seguirá una pregunta de inevitable formulación: ¿Estamos aún a tiempo?

Me adentro ya en la cuestión. Y lo hago intentando demostrar que una Europa más fuerte es mejor que una Europa dividida para afrontar la crisis.
Parece que esta debiera ser cuestión pacífica: que la existencia de masa crítica ayuda más que el tamaño reducido a resolver los más importantes de los desafíos. El "small is beautiful" tiene hoy en día más que ver con un concurso de diseño que con la solución de los gravísimos problemas que nos aquejan.
Tiene sentido plantear la cuestión, sin embargo. Y hacerlo en España, porque es aquí donde la práctica política lleva por lo menos 5 años desmontando la misma idea de España como espacio de convivencia, libertad e igualdad entre los ciudadanos que habitamos en este país. Hago esta afirmación consciente de su importancia pero igualmente convencido de su veracidad. Porque no se convive mejor entre riojanos y vascos cuando un determinado régimen especial, que hunde sus raíces en unos derechos pretendidamente históricos y singulares, utiliza tales facultades para la deslocalización de inversiones que sólo producen incremento en los ingresos fiscales en uno de los territorios y decremento en el otro. No se es más libre cuando no se permite que los padres eduquen a sus hijos en la lengua común de unos y otros y de cientos de millones de personas. Y no se tiene igualdad ante la ley cuando las prestaciones sanitarias básicas son diferentes según se resida en una u otra Comunidad Autónoma.
Por desgracia, España está cada vez más cerca de la "confederación de cacicatos" de la que hablaba don Antonio Maura.
Y ahora que la solidaridad entre los españoles ha quedado confinada al único espacio de la Seguridad Social ha llegado el momento paradójico en que debiéramos solicitar un ámbito más amplio de solidaridad: el de una Europa cada vez más unida. Una paradoja que no lo es tanto si contemplamos nuestra historia desde una perspectiva de siglos: España llegando de forma inevitablemente tardía a sus citas históricas, España -como nueva Penélope- deshaciendo en sus tortuosas noches lo que le ha costado arduos esfuerzos realizar en la claridad del día.
Porque hay otra Europa que hace otras cosas. Existe una Alemania que pretende reformular su sistema federal desde el punto de vista de sus competencias y aún del tamaño y el número de sus "Laender". Pero hay también la Europa que pretende cerrarse sobre sí misma hacia respuestas nacionalistas que bien pudieran derivar en la xenofobia, como la de algunos trabajadores británicos que sostienen que los puestos de trabajo que allí se creen sólo sean para ellos. O esa Europa occidental, más desarrollada, que cierra el grifo de las nuevas ayudas a la Europa oriental, recién obtenidas las libertades políticas y económicas de estos, después de décadas de opresión y burocracia. Habría que pensar, con José Saramago, que "cada nuevo paso adelante que da la sociedad debería ser acompañado por una mirada atrás, para ver quién se queda en el camino", y añadir que cuánto más habrá que mirar atrás cuando el paso adelante se ralentiza, se vuelve titubeante.
Una de las evidencias de la crisis es que no existe una línea clara de actuación. No la hay ni en el diagnóstico ni en la solución. Pero tengo para mí que la respuesta no puede proceder de la insolidaridad y el retraimiento, de la construcción de nuevas fronteras que troceen en la práctica un mercado nacional, cuando a escala europea se pretende que exista un solo mercado.

El proyecto para una Europa dotada de un mayor músculo para salir de la crisis debe partir a mi juicio de un diagnóstico adecuado respecto de la misma crisis. Porque, en el caso de que la pretendamos reducir a una simple contracción que se deriva de las leyes más o menos inexorables que regulan los ciclos económicos, seguramente nos equivocaremos de plano. "No se trata de un bache en la carretera -repite el profesor Eloy García-, es la carretera misma la que está cortada".
Por eso sorprende el lugar común que se expresa en términos como "cuando pase la crisis", como si esta crisis tuviera la furibunda consistencia de un huracán que viene y se va, y respecto del que más vale tener la suerte de que no nos afecte en su dinámica destructiva. La crisis tiene nombres y apellidos y se encarna en cada uno de nosotros. Y todos -quien más, quien menos- hemos tendido a modificar nuestro estilo de vida en la medida en que vivíamos cerca del confortable calor de la chimenea del crédito barato. Y si, parafraseando a Orwell, todos somos responsables, algunos lo son más que otros, pero ya es un estilo de vida, un "way of life" -para utilizar la expresión anglosajona- el que está periclitando.
Ha sido este un largo ciclo de abundancia, del que no salimos sin embargo preparados para afrontar el previsible largo ciclo de la escasez. Nos hemos comido ya las vacas gordas y sólo tenemos por delante la difícil perspectiva de las flacas.
No podría tener la osadía de proponer aquí la solución a este difícil problema, porque seguramente la tendremos que encontrar entre todos. Pero parece claro que tiene esta bastante que ver con los comportamientos psicológicos colectivos. Como botón de muestra de hacia dónde creo que van las cosas, diré que nuestra generación -que es la del "baby boom" de los años '50 a '60- fue educada en el omnipresente valor de la austeridad, donde el derroche material retrataba a quienes lo practicaban de "nuevos ricos" que gozaban con una ostentación que no pasaba de ser una horterada. Dudo mucho que la generación que nos sigue participe del mismo concepto educativo.

Hasta ahora -lo ha dicho Jean Baudrillard- "estamos en el nihilismo definitivo y nos preparamos para la repetición insensata de todas las formas de nuestra cultura a la espera de algún acontecimiento imprevisible", ¿quizás sea esta crisis el suceso reordenador del caos que llevaba la posmodernidad de la mano? ¿Un cierto retorno a los clásicos, por ejemplo?
Y es que esta crisis que, como recordaba José María Montoto hace algunas semanas en esta misma sala y en oportuna cita de Albert Einstein, debería ser contemplada también como una oportunidad para la unión. Pero no una idea romántica que sacralice este concepto de la unión, sino más bien una idea centrada en un pragmatismo que exige la negación de la guerra y pide un progresivo ejercicio de libertad, de solidaridad, de igualdad y, en definitiva, de bienestar para sus ciudadanos. Lo ha dicho también un miembro del equipo del Presidente Obama, Rham Emmanuel, "no hay que desaprovechar las crisis".

La idea de esa Europa refundada, y seguramente más pretendida por sus creadores que la que ahora observamos, se basa desde mi punto de vista en 3 vectores principales y un componente general que debiera integrar todos sus comportamientos.

Es preciso apostar por una Europa unida en su aspecto energético. Parafraseando al Libro del Génesis podríamos decir que en el principio de Europa estaba la energía, y cuando los padres del proyecto europeo pensaron en crear la primera de sus instituciones fundaron la CECA -Comunidad Europea del Carbón y del Acero- en abril de 1.951.
Casi 60 años más tarde, una vuelta de tuerca de un redivivo imperio ruso sobre sus antiguos Estados satélites o asimilados, ha condenado a sus ciudadanos al frío, demostrando de modo palmario e insólito la vulnerabilidad del viejo continente, que debe recurrir a la importación del 60% de sus necesidades de gas.
La energía es el desarrollo y la carencia de la misma significa poner en peligro la posibilidad del crecimiento económico, de los puestos de trabajo y del bienestar de sus ciudadanos.
En este sentido entiendo que Europa debe apostar de manera resuelta por las energías renovables, que contribuyen notablemente a reforzar la independencia en ese ámbito además de actuar de forma positiva en la reversión de los efectos del cambio climático y reducir las necesidades de adquisición en el exterior de gas y de petróleo.
Sin ánimo de agotar una cuestión que por otra parte daría para una larga serie de conferencias y para más de un tratado, debo añadir que una política energética común debería partir de una estrategia común de modelos compartidos. No debe caber, en este sentido, que un país adopte una política liberalizadora cuando el vecino siga optando por el monopolio y el control por el Estado de las compañías. Casos como la toma de posición de la italiana Enel por Endesa deberían limitarse por mor de una estrategia común en esta materia, dicho lo cual sin perjuicio de que considero profundamente desatinada la acción del Gobierno español en este asunto.
Para concluir con este punto de mi intervención diré que la Unión Europea debe tener una voz preponderante en la seguridad del abastecimiento energético y en el apoyo de la i+D que nos permita -por ejemplo- conocer si son posibles las soluciones a los residuos radiactivos producidos por las centrales nucleares.

Una política energética común debe contener 2 operaciones necesariamente derivadas de ella: una política común de seguridad y defensa y una política exterior común.

En cuanto a la política de defensa se debería generalizar el sistema EUROFORCE -sistema de defensa común europeo- para la promoción, a escala de la Unión Europea, de procedimientos de cooperación reforzada; la Unión Europea debería absorber la representación en organismos, acciones y operaciones en materia militar de los países miembros; se debería acometer la integración de la representación en la OTAN de los países europeos en una única estructura delegada; así como la participación en las misiones de paz de la ONU bajo bandera europea y estructura de mando unificado; debería también crearse una red de Unidades Militares de Acción Rápida en la Unión Europea bajo el mando de la Comisión, como única autoridad competente para decidir sobre su despliegue y puesta en operativo en el exterior de la Unión;.es precisa la creación de un Cuerpo Policial Europeo sujeto a mando de la Comisión y con despliegue efectivo y competencias en todo el territorio de la Unión Europea, encaminado a optimizar la lucha contra el terrorismo, la inmigración ilegal, el crimen organizado y el blanqueo de capitales.
Una política común de defensa tiraría además de la industria. Y como para muestra sirve con un botón, diré que el mayor de los portaaviones de un país europeo -Gran Bretaña o Francia- tiene la mitad de tamaño que un buque estadounidense "standard" de estas características.

Decía antes que una política de defensa común exige de una política común de la Unión en materia exterior. El barón Von Klausewicz decía que la guerra suponía la continuidad de la política, pero por otros medios; también la política sería en puridad extensión de la política.
En este sentido, debemos conseguir que Europa hable con una sola voz en las instituciones que contribuyen directa o indirectamente al Gobierno del mundo; la creación de un cuerpo consular unificado de la Unión Europea que integre las actuales redes consulares nacionales; la atribución a este cuerpo consular europeo de competencias exclusivas en materia de protección de nacionales de la Unión; la regulación de la inmigración -otorgamiento en origen de permisos de residencia y trabajo-; establecimiento de un catálogo de competencias exclusivas de la Unión Europea en materia de política exterior y fijación de la obligación de la abstención nacional en las mismas -acuerdos comerciales, movimientos de capitales, inmigración...

Claro que la Unión Europea no debería poder gestionar esta verdadera refundación si no es mediante una cobertura de su actual déficit democrático. Y más allá -bastante más, por cierto- de la suscripción del Tratado de Lisboa, si la Unión quiere acometer las urgentes tareas a las que se enfrenta es preciso que adopte con decisión su reforma institucional y la regeneración democrática en el espacio europeo. Decía Burke que, para que los derechos tuvieran algún sentido, habría que vincularlos a instituciones concretas; de ese modo, los derechos de los ingleses tendrán siempre más garantías en cuanto a su cumplimiento que los Derechos del Hombre contenidos en su declaración. Siguiendo con esta tesis, la creación de instituciones democráticas a escala europea es el único camino posible para conseguir una verdadera ciudadanía europea.
La Unión Europea debe convertirse en actor principal y líder global, pues es el único agente capaz de contribuir de forma significativa a encauzar adecuadamente el proceso de globalización en un marco de crisis como la que atravesamos; se debe reforzar al Parlamento Europeo como poder legislativo y representación de la soberanía de los ciudadanos de la Unión, mediante la asunción de las competencias que hoy pertenecen al Consejo de Jefes de Estado y de Gobierno y, consecuentemente, se debería producir la transformación de la Unión en una estructura parlamentaria clásica, articulada en un Parlamento ante el que responda una Comisión constituida como Gobierno de la Unión y que no sea esta una simple emanación de los Estados miembros -aspecto respecto de cuya evolución haré más tarde una referencia-; debe desaparecer el derecho de veto de los Estados de la Unión Europea en el proceso de la toma de decisione; es preciso acometer la elección directa por sufragio universal de los ciudadanos de la Unión Europea del Presidente de la Comisión Europea; es preciso también dotar de mayores medios al poder judicial europeo para favorecer su independencia; proveer al nombramiento de jueces sin la posibilidad de renombrarlos; debería en todo caso ratificarse el Tratado de Lisboa por todos los Estados miembros, pero si eso no ocurriera la Unión tendría que seguir profundizando en su integración con todas las fórmulas posibles; resulta necesario apostar por la dinamización de la política europea, el acercamiento de las instituciones a los ciudadanos, la creación de partidos paneuropeos...; hay que desarrollar en la práctica la iniciativa legislativa en la Unión Europea, que prevé la capacidad de los ciudadanos para proponer proyectos de ley...; habría que implantar el método de listas abiertas para la elección de los Miembros del Parlamento Europeo, modificando para ello el RD 421/1.991.

Es evidente que el listado de materias a desarrollar está incompleto. Podría referirme a la inmigración, al medio ambiente o a la Política Agrícola Común -la célebre PAC, que todos dicen querer reformar y ninguno se atreve.

Sí es preciso añadir a este elenco de materias que deberían componer la idea de una Europa refundada en la unión la necesaria coordinación de las políticas económicas y fiscales de sus Estados miembros, que se integren con un sistema común de control de las entidades financieras europeas que nos permita recuperar la confianza en esos mercados y que vuelva a posibilitar el cumplimiento de su misión por parte de la banca.

Pero no quiero abusar de su paciencia.

Me queda solamente recordar la pregunta que antes me hacía a mí mismo, y tratar de contestarla: ¿Es posible realizar este programa? ¿Estamos aún a tiempo?
Creo sinceramente que la lógica de la integración europea, la del Tratado de Lisboa aún con todas sus imperfecciones y con los parches y remiendos que se le están haciendo va hacia delante. El último remiendo, por cierto, el referido a que cada país miembro cuente con un Comisario en el Colegio de Comisarios, para así lograr la adhesión de Irlanda al Tratado, en mi opinión este acuerdo se sitúa en la mala vía: la de un sistema de gobierno confederal en el que los Comisarios son representantes de sus gobiernos nacionales y no forman un gobierno solidario y responsable ante el Parlamento Europeo.
Insisto, pese a los constantes titubeos y vacilaciones que produce Europa en su marcha hacia la integración, entiendo que la Unión se dirige, de forma más o menos explícita, hacia los objetivos propuestos: una política energética, de defensa y exterior comunes.
Tengo, sin embargo, serias dudas acerca de la voluntad de las viejas clases políticas de los Estados miembros en acometer las reformas -que bien pudieran calificarse de revolucionarias- tendentes a salvar el déficit democrático de la Unión. Celosas defensoras de sus potestades y prebendas, esas clases políticas tienden a perpetuarse en el poder aunque todas las cosas en su derredor se vayan al traste. Por eso es preciso poner en marcha un ambicioso proceso de democratización a nivel europeo. Por eso y porque la abstención preside la casi totalidad de los procesos electorales europeos y en casi todos los países, como fiel reflejo de la desidentificación por parte de los ciudadanos respecto del proceso de construcción europea. Ya decía Husserl que el máximo peligro de Europa era el hastío.
La prueba del 9 de la legitimación de Europa se encuentra en su democratización. Más aún en un momento histórico como este en que todos los instrumentos políticos e institucionales deben ponerse al servicio de los ciudadanos, proporcionándoles respuestas frente a la crisis. Y ya que no se hace con frecuencia, porque la realidad es que se va creando día a día una clase política cada vez más desconectada de los ciudadanos, debiera ahora ponerse en práctica.

Unas reformas y otras -las institucionales y democráticas y las que no lo son- necesitan en todo caso de liderazgo para su implantación. Y no existe un sólo país europeo en el que concurran las características propias de esa condición de líder -ni Europa es Estados Unidos, ni existe un Barack Obama entre nosotros-. Por eso, no tengo ninguna duda acerca de la necesaria existencia de un núcleo duro que conduzca ese proceso. En ese grupo de países debería encontrarse España, que en estos momentos ni está ni se la espera.

Quedan todavía en la memoria de algunas paredes de las calles del barrio latino de París aquélla pintada que hace 40 años decía: "Sed realistas, pedid lo imposible". El partido en el que desarrollo mi actividad política -Unión, Progreso y Democracia- no nació ni para el conformismo ni para el desánimo, y desde la exigua representación de una sola diputada en el Congreso -eso sí, que hace mucho ruido-, y a la que ha seguido este mismo mes la de un nuevo parlamentario en el País Vasco, exigimos reformas trascendentales a nivel nacional. Por lo mismo, este partido, desde la moderación en las formas, pretende también trabajar en un profundo cambio de la realidad europea.
¿Es posible? ¿Aún estamos a tiempo de emprenderlo? Diré solamente que esta refundación de Europa resulta necesaria y urgente y que el papel del viejo continente en el futuro, medido en los derechos políticos, sociales y económicos de sus ciudadanos tiene mucho que ver con la altura política de su actual clase dirigente.
No quiero pronosticar que caerán los mayores males sobre Europa si esta no se dota de una integración basada en las políticas comunes y engrasada por una referencia democrática que la recorra hasta sus tuétanos. Pero sí creo que seguirá siendo de lo contrario terreno de enfrentamiento entre las superpotencias, espacio de inacabables conflictos locales y escenario de pulsiones entre naciones y nacionalismos intraestatales; cuando no una pugna entre ricos y pobres -o entre menos ricos y más pobres- en todos los niveles nacionales o de la Unión, en el interior de los Estados Miembros y entre unos y otros. En definitiva, el paradigma de la división frente a la oportunidad de la integración.
El próximo 7 de junio, en la papeleta electoral de cada uno de nosotros reside la posibilidad y la ilusión por el cambio, también a escala europea.
El debate está abierto. Yo sólo he pretendido aportar un avance del diagnóstico del problema y un esbozo acerca de la vía por la que en mi opinión deberían transitar sus soluciones.

3 comentarios:

Sake dijo...

Pero como Europa va a dejar de ser Europa. "La Madre del Mundo", la que ha abierto caminos, sufrido cataclismos, y siempre en primera fila. No puede dejar de ser Europa, mientras haya Europeos de vanguardia que avisen y marquen el camino. Y los hay, Su articulo D. Fernando le colocan entre ésos Europeos de vanguardia y "Eternos". Muchas gracias por su regalo, por su Conferencia. Y aqui estamos los Europeos ansiosos de las metas a consegir y de mensajes como el reflejado en su articulo.

Antonio Valcárcel dijo...

Estimado Fernando:

La vieja Europa necesita pasar por el cirujano plástico. Su verdadero rostro da la cara más fea y envejecida. Hace unos años un conferenciante dijo lo siguiente: "Dentro de unos años Europa se tendrá que ver la cara con el problema amarillo -refiriéndose a China-...Y esto causará una guerra mundial".

Antonio Valcárcel dijo...

Estimado Fernando:

Por medio de la presente quiero enviarte un artículo publicado en GALIZAISRAEL referente a uno de tus ilustres familiares:

En homenaxe póstumo a Carlos Semprún Maura (1926-2009)
.

Son xudeu?
Por Carlos Semprún Maura
.

"Advertimos que detrás de cada tirano escóndese un xudeu". Carlos Marx (1)

.

Foi lendo "El laberinto español" de Gerald Brenan, traducido e publicado por "Ruedo Ibérico" (París, 1962) como me decatei de que era xudeu. Escribe o autor: "Maura era con todo un home de honra e íntegro, que en certos aspectos destaca sobre todos os demais políticos do reinado de Alfonso XIII (....) a pesar da súa orixe xudía (era pola súa familia un chueta das Illas Baleares) foi o único español a quen o rei non trataba de ti". (p. 26). Outros historiadores, como Hugh Thomas, coinciden ou repiten esta afirmación: os Maura son de orixe xudía, ou "chueta" de Mallorca, e até Valle Inclán, nunha das súas obras de teatro, "Luces de Bohemia", se mal non recordo, insúltalle ao meu avó materno como reaccionario e chueta. Hainos, claro, que o negan, sobre todo na familia Maura, declarando que é un infundio malévolo, un insulto facilón, dos seus inimigos políticos. Porque os termos de "chueta" e máis universalmente "xudeu", foron termos insultantes desde hai séculos e hoxe vólveno ser, talvez máis que nunca. Para terminar con esta historia familiar, dun interese moi relativo, houbo evidentes cruces, e a nai da miña nai Susana, filla menor de don Antonio, era unha Gamazo, familia perfectamente "goy", polo visto.
.
Estas cruces son frecuentes en España e o "sangue puro" é difícil de demostrar cientificamente. O caso é que ao ler estas liñas do labirinto español, en 1962, sentín unha estraña alegría e, sen perder un segundo, telefonei ao meu, hoxe defunto, irmán Paco, para darlle a boanova. Él tamén se alegrou, e desde entón presumiamos do noso marranismo, sobre todo ante antisemitas, incluíndo, non faltaba máis, membros da nosa propia familia. Isto constituía unha ruptura inxenua, infantil case, coa tradición familiar sempruniana, perfectamente católica, apostólica e romana, na cal o peor insulto que de nenos nos botabamos en cara, á menor manifestación de egoísmo, por parte dalgún dos irmáns, era precisamente o de "xudeu!, xudeu!, xudeu!", e ademais cuspindo para manifestar o noso noxo. Pero vaiamos a cousas máis serias. Resulta que de nenos e adolescentes vivimos na Francia ocupada polos nazis e que eu vin a primeira estrela amarela na solapa dunha señora, vestida de gris e aparentemente tímida, na cola dun mercado de Saint-Leu a Forêt, arrabaldes de París, en 1942. Vin florecer esas sinistras estrelas nas solapas, e desaparecer as solapas e as persoas que as levaban.
.
Sempre lembrarei a violenta impresión que me procurou esa primeira estrela amarela e como ao volver a casa pedín explicacións ao meu pai e como non mas deu, atafegándome con referencias históricas, vagas e confusas, e, as cousas como son, bastante antisemitas, para concluír declarando que era unha guerra tremenda, e que, comparada cos bombardeos e os seus miles de vítimas, cos mortíferos combates nas frontes e aos demais desastres da guerra, esa estrela amarela, era, desde logo, unha humillación, pero nada máis. En ningún momento fixo a menor relación, nas súas parrafadas, entre esa "humillación" e a masacre de inocentes. é certo que, por aqueles anos -1942-43-, non se coñecían exactamente os detalles do xenocidio. Aquilo se soubo, punto por punto, e para todo o mundo, ao finalizar a guerra, en 1945. Lamento ter que recoñecer que, en moitas das súas "explicacións", o meu pai aludía a unha suposta culpabilidade "histórica" dos xudeus, cousa moi presente non fai tanto, e aínda hoxe, na tradición católica, e o meu pai era católico de "comuñón diaria", como se dicía. O cal ten bastante de aquelarre se se pensa que Xesucristo era xudeu, e que as bases da relixión católica constitúen algo así como un cisma da relixión hebrea, a primeira das tres relixións monoteístas. Pero esa é outra historia, e eu non son monoteísta, senón ateo. Aínda que se comezaron a coñecer bastantes datos, desde 1944, na Francia liberada (ou en Italia, poñamos), e os testemuños dos xudeus que lograran escapar ás redadas da policía de Vichy, ou dos nazis, así como os das organizacións caritativas e/ou de resistencia, que denunciaban a participación moi activa das autoridades de Vichy, na xigantesca deportación dos xudeus en Francia, como en toda Europa ocupada polos nazis. Por entón, en 1944, coñecíase esa monstruosidade: miles de familias, por ser xudías, eran detidas e desaparecían.
.
O seu destino constituía unha incógnita, e o peor pesimismo resultou ser un realismo, pero os detalles dese horror absoluto, cualifíquese como Shoáh, Holocausto ou, máis sinxelamente, exterminio, coñecéronse cando foron liberados os campos nazis, en 1945, e desde o punto de vista informativo, recordo as reportaxes en directo, alucinantes, dos cámaras do Exército norteamericano. Un deles era Samuel Fuller, logo cineasta hollywoodiano, cuxa obra non me entusiasma pero ao que coñecín en París, pouco tempo antes da súa morte, e que xamais logrou esquecer o que vira entón, en 1945, en Alemaña e Polonia. Tras o escándalo xigantesco producido pola revelación da Shoáh, con probas, datos, fotos, documentais, arquivos e centos de miles de cadáveres ambulantes, que morrían nos hospitais, cando chegaban a eles, o antisemitismo, vella tradición das relixións católica, ortodoxa, e doutras tradicións populares e políticas, e até literarias, topouse cunha histórica censura, un tabú: non se podía seguir sendo antisemita sen arriscarse a pasar por ser nazi, e iso, desde logo, non estaba ben visto naqueles momentos de euforia "democrática", que vencera o mal absoluto, o nazismo. E era o mal absoluto. Escritores tan diferentes como Georges Bernanos ou Henry Miller, antisemitas, declararon que despois de Auschwitz non podían seguir séndoo.
.
É só un exemplo. Esa era a fachada, a versión oficial, pero inmediatamente despois da vitoria aliada, o antisemitismo -que non morrera, só se disimulara- comezou a lanzar sutís rumores nas conversacións privadas, nalgún artigo ou libro, etc. Os dous temas centrais destes rumores antisemitas, que calquera que teña o extravagante privilexio de ser vello coñece dabondo, foron os seguintes: a propaganda filosemita (en Francia non se utilizaba entón o termino de "lobby xudeu") esaxera moitísimo, non houbo tantos mortos nos campos nazis, e esa infamia contable, ía aos poucos reducindo o número de vítimas inocentes; non foron 6 millóns, foron 5, logo 4, logo 3, e hai uns dez anos, en Barcelona, vin por televisión a xa non recordo, nin me importa, o nome dun "negacionista" español, declarar, irónico: "Vouvos a dar unha boa noticia, os xudeus que morreron nos campos nazis, só foron un millón". Coma se un millón de mortos fose o mesmo que acender un cigarro e tirar a cabicha, algo sen a menor importancia. Claro, detrás desa mentira, apenas se esconde a propaganda racista: os xudeus e os seus arrexuntados, menten en canto ao número de mortos, porque sempre menten, e sempre mentiron, e contra máis mortos invéntense, máis diñeiro poderán roubar aos Gobernos cohibidos.
.
O segundo rumor é talvez peor, porque segundo lin, bastantes xudeus polo ancho mundo participaron en difundilo: os xudeus como borregos deixáronse deportar sen resistencia. Comparto totalmente o sentido do universal berro: Nunca máis!, cando significa que hai que facer o posíbel, loitar con uñas e dentes para que non volva existir un novo Auschwitz en Iraq, Siria ou Arabia Saudita, desde logo. Pero iso non significa a condena das familias de artesáns, xastres, comerciantes, universitarios ou banqueiros, quen, ilusos ou inxenuos, e sobre todo para a inmensa maioría deles, sen posibilidade de emigrar a Estados Unidos, Arxentina, ou onde fose, quen unha madrugada se espertan coa Gestapo, ou as policías nacionais, chamando á porta, as pistolas, os fusís, as metralletas apuntadas, e lévanlles, en Francia, ao tristemente celebre Vel d'Hiv, a Compiegne, e logo a Polonia -é sabido que os nazis instalaran os seus principais campos de exterminio en territorio polaco. Se alguén se atreve a criticar a un pai de familia que só pecou de inxenuo, ou que non puido irse, na maioría dos casos por non resistir", quen profiren tales infamias ou son antisemitas e utilizan o "borreguismo" na súa propaganda, ou xamais viviron nun país totalitario. Ademais, os xudeus resistiron. Non hai un só movemento de resistencia anti nazi sen xudeus, o ghetto de Varsovia de sublevou, houbo sanguentas revoltas de xudeus nalgúns campos de exterminio nazis, etcétera. O argumento de que os xudeus se deixaron deportar como borregos", non pasa de ser unha das facetas do antisemitismo, mesmo cando son xudeus quen o afirman, ou o lamentan. Co paso dos anos, nos medios de extrema esquerda e de esquerda fóronse afirmando opinións segundo as cales se "tanto se falaba da deportación dos xudeus, era para ocultar a deportación dos comunistas, e outros "revolucionarios". Falar da masacre de xudeus empezaba a considerarse como "de dereitas" para ocultar o sufrimento dos de esquerda. Pois, en todo caso en Francia, o discurso oficial gaullocomunista, xamais "falou tanto" dos xudeus, ao revés, insistíase nas barbaridades dos nazis contra os patriotas resistentes. E, en Polonia, as autoridades comunistas fixeron desaparecer toda pegada da Shoáh, e até os cemiterios xudeus. Pero bo, no ambiente xeral, nas conversas privadas, na prensa, o antisemitismo, por aqueles anos da posguerra, estaba mal visto. A loita das organizacións xudías contra o Imperio británico, a aventura do "Exodus", todos eses episodios a miúdo sanguentos, mirábanse desde Europa con simpatía, e aparecían ás nosas desinformadas opinións -incluíndo a miña, claro- como formando parte da loita internacional socialista contra o imperialismo. A postura da URSS, encargando aos seus satélites, como Checoslovaquia, axudar concretamente, con armas e explosivos, ás organizacións sionistas, daban aos entón potentes PC francés e italiano, unha careuta aparentemente "prosionista", e a resolución da ONU, "creando" o Estado de Israel, foi amplamente saudada en Europa, como un acto de xustiza, e un acto progresista, que, até certo punto, tentaba, se non borrar, tarefa imposíbel, polo menos reparar un poquitín o horror da Shoa. Pero a URSS, a partir do momento en que existiu Israel e que todos os estados árabes estaban en contra, abandonou "a causa do pobo xudeu", como abandonara "a causa do pobo español", e converteuse no máis potente aliado das ditaduras árabes. Falo de Europa, onde se acolleu relativamente ben o nacemento de Israel, porque, efectivamente, no mundo árabe as cousas eran radicalmente diferentes.
.
A ONU, ben sabido é, decidira a creación de dous estados: un, que xamais existira, o estado palestino; e outro, israelí, que xa estaba, ou existiran, posto que foron dous, o reino de Judea e o de Israel. Pero iso as organizacións e os estados árabes non o aceptaron, non aceptaron ningún dos dous estados, nin o xudeu, nin o palestino (que era Palestina senón unha provincia xordana?) e os seus exércitos abalanzáronse para destruír o feble e recentemente nado estado de Israel. Os heroicos colonos xudeus recentemente chegados a Israel, como os "sabras", a pesar do seu pobre armamento, derrotaron aos exércitos árabes, salvo á Lexión Árabe, composta esencialmente por tropas xordanas, ao mando da cal estaba un oficial inglés Glubb Pacha (Sir John Bagot Glubb), quen chegou até Xerusalén Este (e por iso, dise, aínda hoxe, que é a parte árabe da cidade, cando en realidade non existía unha tal fronteira, creouna a guerra, como outras). Pero, sendo ante todo dun oficial británico e ao votar o Reino Unido xunto con outros países a resolución da ONU, déronlle a Glubb Pacha a orde de deterse e obedeceu, interrompendo a súa ofensiva. Un pouco antes (1945/46), celebrouse en Nuremberg, o famoso proceso contra os crimes e criminais de guerra nazis. Ninguén, que eu saiba, puxo en cuestión ese Tribunal de Nuremberg, que aparece aínda coma se establecese as Táboas da Lei, as bases eternas do Ben e do Mal, os fundamentos do Estado de Dereito, e a condena dos crimes contra a Humanidade. Pois xa é hora de falar en serio sobre o tema. Como non son do todo inxenuo, non me vai a estrañar que os vencedores desa tremenda guerra mundial 1939/1945, impuxesen aos vencidos e ao mundo enteiro os seus criterios sobre o Ben e o Mal, sobre o sentido da Historia, sobre o castigo aos vencidos, etcétera. Sempre ocorreu así e, sen remontarse á prehistoria, o Tratado de Versalles impuxo á vencida Alemaña tan drásticas condicións que favoreceron o posterior xurdimento do nazismo.
.
Pero Nuremberg foi diferente porque, ademais dese aspecto tradicional, segundo o cal os vencedores impoñen as súas esixencias aos vencidos, alí decretouse unha orde moral, a condena absoluta do nazismo, do fascismo, pero tamén do antisemitismo e os seus campos de exterminio, e exaltáronse os valores democráticos do Estado de dereito, da democracia, etcétera. Quen pode estar en contra? Eu non, en todo caso. Pero resulta que entre os xuíces, os fiscais, os maxistrados, con dereito ademais, xa que formaban parte dos vencedores, estaba a URSS, totalitarismo tan ou máis sanguento que o nazismo, co seu Gulag, a súa intolerancia radical, a súa represión cotiá. Ese réxime, tan monstruoso como o nazi, xulgaba a estes segundo criterios que, evidentemente, non eran os seus, precisamente no momento en que na URSS, Stalin, desencadeaba unha das máis violentas campañas antisemitas da súa historia. Encuberta, como sempre, non se deportaba ou asasinaba os xudeus por selo, senón porque se lles declaraba "inimigos do comunismo". Aos poucos, nos sectores da esquerda europea, veuse instalando unha repelente esquizofrenia totalmente contaminada do virus soviético: todo antisemita que, mesmo de forma estrafalaria, expresa opinións que poden considerarse "de dereitas", e poderían "demostrar" simpatía, ou polo menos benevolencia, co nazismo, vese condenado furiosamente, sempre segundo os supostos criterios de Nuremberg, mentres que todo antisemitismo, disfrazado ou non, de antisionismo, pero de absoluta condena a Israel, perde o seu carácter racista e convértese en progresista. Evidentemente, "os extremos tócanse". Non teño espazo para analizar as patoloxías individuais de tantos xudeus que consideran que Israel ten que ser un país xusto, perfecto, e sobre todo pacífico, por ser xudeu, que non debería ter en conta as agresións árabes, nin o terrorismo palestino, que debería dar un exemplo evanxélico ao mundo, e convidar a quen queren destruírlle á paz eterna, sen condicións, e ao constatar que non é así -nin pode selo-, envórcanse a favor da "causa palestina", coma se só como vítimas puidesen seguir sendo xudeus. Eu penso que a conversión masiva da esquerda ao antisemitismo comeza coa descolonización e o tercermundismo militar, máis que militante.
.
Para Francia, a guerra de Alxeria, máis que outros conflitos noutros países, enfrontou a todos os anticolonialistas co antisemitismo tradicional dos seus "heroes revolucionarios", como o FLN alxerino. Algo parecido ocorreu nos EEUU, onde á fronte da asociación para os human rights atopábanse moitos xudeus liberais, pero cando o movemento negro se radicalizou, islamizouse, coas Panteras Negras e os Black Muslims, os seus avogados e amigos, militantes dos dereitos da minoría negra convertéronse, para o sector musulmán e terrorista desa minoría, nos seus peores inimigos, por mor de Israel. Ou máis ben, coa coartada de Israel. O antisemitismo inconsciente, dormente, de tantos mozos de esquerda que se consideraban revolucionarios, xustificouse de súpeto para eles, no "grande movemento anticolonialista dos pobos colonizados" cuxos inimigos eran o Occidente capitalista e Israel. Da crítica a Israel, "fenómeno colonialista", ao odio aos xudeus, o limiar cruzouse sen demasiados conflitos éticos. E é así como os máis extremistas da extrema esquerda apoiaron a Faurisson, o principal "negacionista" francés, e apoiáronlle cun militantismo agresivo, difundindo as súas teses a puñada limpa, sobre a inexistencia dos campos de exterminio e das cámaras de gas, sobre a "xigantesca estafa xudía" que consistía en pedir reparacións por uns crimes que xamais existiran. Como en Barcelona, pequena anécdota pero farto simbólica, os mesmos que protestaban contra unha libraría "fascistoide" e antisemita, á semana seguinte manifestábanse polas rúas berrando: Israel: nazi" e "Morran os xudeus!". Eu ví, en 1991, durante a guerra do golfo, rúa Goya, en Madrid, unha xigantesca pintada que puña: "Sadam: arrasa Tel Aviv!", e ía asinada coa A maiúscula nun círculo que é unha firma habitualmente anarquista. Porque os residuos anarquistas están particularmente afectados pola epidemia de antisemitismo de esquerdas. Evidentemente, esa pintada era totalmente irracional, Israel que participou en tantas, non participaba nesa guerra, a pesar de recibir mísiles Scud iraquís. Resulta que o antisemitismo é e sempre foi irracional, e os intentos de conceptualización resultan patéticos e trasnoitados. Para a esquerda, e moito máis aínda a extrema esquerda, a "causa palestina" converteuse no punto álxido da loita "antiimperialista". Ao triunfar amplamente o gran movemento de descolonización -con resultados catastróficos se se mira Alxeria, Mozambique e moitos outros países-, só queda a "causa Palestina". En realidade, a causa Palestina, é un pretexto, ninguén defende realmente a Arafat, pelele que baila ao son de quen lle paga, nin Hamás, nin a Jihad, nin as demais organizacións terroristas, salvo, pero hipócritamente, a socialburocracia europea, influente na UE e que lles subvenciona, e claro, os países árabes que utilizan aos "palestinos" para destruír a Israel. Limitándome a Francia, vexo unha diferenza importante entre a "axuda ao FLN alxerino" e a axuda moito máis fría, ideolóxica, aos palestinos. Pódese explicar en parte, porque nesa guerra de Alxeria os franceses estaban directamente comprometidos, e poida que para moitos a "causa palestina" apareza máis afastada, xa que non se lles mobiliza no Exército, non se lles detén, non se lles censura (ao revés), cando defenden aos "palestinos", como cando defendían aos alxerinos.
.
E desde logo os atentados suicidas contra a poboación civil israelí non entusiasman a todos. Tentan xustificalo, pero non logran entusiasmarse como se entusiasmaron coa "revolución alxerina", mesmo cando o FLN cometía atrocidades terroristas. Isto enténdese porque, mírese por onde se mire, non hai nada máis radicalmente monstruoso que eses sacrificios para matar o máximo de infieis. Sacrificio celebrabo por exquisitos intelectuais de esquerda, cuxa lista é demasiado longa para que poida citala aquí, e que con tal de lucirse como extremistas (subvencionados) son capaces de todo. Eros contra Tanatos, digan o que digan. Todo isto paréceme certo, pero eu vexo algo máis, paréceme que a "causa palestina" constitúe ante todo unha magnífica coartada para enmascarar o seu profundo, secreto, cohibido antisemitismo cos oropeles progresistas da loita antiimperialista. E non é unha casualidade se o estafador profesional José Bové, como Saramago e tantos outros, declaran que Israel é peor que a Alemaña nazi, e os "campos" palestinos (en realidade barriadas), peores que os campos de exterminio nazis. Facendo estas declaracións ultra reaccionarias poden presentarse como homes de esquerda e en efecto sono: a esquerda, hoxe, é reaccionaria e a extrema esquerda ultra reaccionaria. Cando se celebraron as, por agora, últimas negociacións de paz -patrocinadas polo presidente Clinton- o primeiro ministro israelí Barak fixo as máximas concesións aos palestinos. Arafat non só non asinou os acordos -o que Clinton lamentaba nun artigo recentemente- senón que lanzou nos "territorios" o que a prensa cualifica de "segunda Intifada" e que consiste, nada menos, que en enviar nenos, ás veces con menos de dez anos, contra os tanques israelís, esperando que algún morra para utilizalo na súa propaganda antiisraelí. Esta utilización salvaxe de inocentes criaturas, apenas se criticou, ao revés, a propaganda árabe funcionou que dá xenio, e deuse a "volta á tortilla": o exército israelí dedícase a matar nenos. Esta frase entrou nos manuais escolares, non só dos países árabes, senón tamén nas escolas francesas. Detrás, protexidos polos nenos sacrificados con cinismo, estaban os membros das organizacións terroristas palestinas, subvencionadas e armadas polos países árabes, pero tamén pola UE, mester é sinalalo. Pois Arafat non asinou, nin podía asinar eses acordos -os máis favorables até a data para a "causa palestina"- porque temía pola súa vida, "Se asino, mátanme", declarou varias veces, lembrando, sen dúbida, o asasinato de Anuar al Sadat, pero tamén porque sabía que non pasarían de ser papel mollado, porque nin Iraq, nin Siria, nin Arabia Saudita, nin outros países árabes tiveesen xamais aceptado a paz, xa que o seu único obxectivo é a destrución de Israel. Dino claramente, basta con ler a súa prensa. Desde esa "segunda Intifada", o antisemtisimo europeo desatouse e tirou á cuneta a máscara "antisionista", para aparecer como o que é: o vello, repugnante e cohibido antisemitismo de sempre. Evidentemente, o fracaso desas negociacións repercutiu negativamente en Israel para o partido laborista, ao meu modo de ver culpable sobre todo de inxenuidade. O Likud e Sharon gañaron as eleccións, e volveron gañalas, e entón toda a esquerda mundial explotou: "Israel está gobernado por un asasino de extrema dereita, por tanto Morra Israel" Sharon é o organizador da masacre de Shabrá e Chatila, afírmase, a propósito de que é falso, os asasinos eran membros das Falanxes cristiás libanesas, pero dá o mesmo, a mentira convértese en lenda. O mesmo ocorreu recentemente, coa suposta "masacre" en Yenin. Todos os que na esquerda europea, mentres gobernaba o Partido Laborista, esixíanlle que fixese a paz con quen non a querían, nin a queren, envorcáronse masivamente no campo de quen, de dereita ou de esquerda, consideran tranquilamente que a única solución é a destrución ou a desaparición de Israel. Como? Un novo Auschwitz? O antisemitismo, disfrazado ás veces de antisionismo, é talvez en España moito máis antigo e profundo que, por exemplo, en Francia. Lémbrese que hai uns 20 anos, cando se pasou por televisión a mediocre serie "Holocausto", todos os muros, de todas as cidades españolas cubríronse de pintadas denunciando a estafa sionista, porque "xamais houbo Holocausto".
.
Nada semellante ocorreu en Francia, porque viviu a ocupación nazi, pero desde fai dúas ou tres anos, o antisemitismo en Francia cobrou un carácter, digamos, de masas. Incendios, ou conatos, de sinagogas, agresións físicas e verbais contra xudeus, manifestacións nas que non só se berra -como en España- "Israel nazi!", senón -como en España- "Morran os xudeus!" e bastantes cousas máis. Talvez sexa particularmente inquietante, e moi ocultado, o feito de que hoxe, en Francia, en Colexios e Facultades -algunhas ademais esixiron o boicot das Universidades israelís- non se pode aludir aos campos de exterminio durante a Segunda Guerra Mundial, porque os estudantes protestan violentamente contra esa "propaganda sionista". Contoume un profesor de Historia que facendo un curso sobre a Revolución Francesa, ao chegar á proposta de Condorcet á Asemblea Constituínte, en 1791, de dar aos xudeus a cidadanía francesa, con plenos dereitos e deberes, a clase, apenas escoitou a palabra "xudeus", encabritouse e apupoulle. Vostedes diranme o que ten que ver Condorcet -matemático, filósofo, encarcerado polos jacobinos- con Sharon. Nada, desde logo, e todo. Ese todo é o antisemitismo que rezuma por todas as partes e do que só dei aquí, algún exemplo. Hai moitos máis. Para terminar como empezara -ou sexa, falando dos Maura-, é moi probable que segundo criterios relixiosos, de sangue puro, ou de raza, de tradición familiar, etcétera, non sexa eu un xudeu exemplar. En realidade, impórtame tres comiños. Podo afirmar, en cambio, que son un sionista absoluto. E iso a ver quen é o guapo que mo quita?
[1] Carlos Marx, A cuestión xudía, citado por Leon Poliakov na causalidade diabólica, Muchnik Editores, páx. 171.