domingo, 26 de abril de 2009

Intercambio de solsticios (12)

El regreso de su excursión por el campo, los nervios contenidos en su expresión por miedo al propio miedo, les hizo arrepentirse de su decisión de la noche anterior. Era cierto que las habladurías decían cosas muy distintas respecto del mundo exterior. Los había quienes narraban las historias más horripilantes acerca de las carreteras que comunicaban los barrios-ciudades con el campo -allá donde el campo no había sido tomado por aquellas hordas compuestas por seres a los que algunos charlatanes definían como infrahumanos-. También estaban los seres confiados, para quienes se confundía la ilusión con lo iluso; para estos últimos, la ausencia de conocimiento derivaba en la creencia de que los problemas simplemente no existían.
Pero lo cierto era que las rudimentaria estadísticas de los lunes o los martes o los miércoles -ya para aquel entonces había desaparecido la frontera entre el trabajo y el descanso y ambas situaciones se confundían en permanente atropello- confirmaban una realidad bastante palmaria: que muchos de los que salían de los barrios-ciudades no volvían. ¿Ocurría que simplemente se decidían por cambiar de casa, y con ello de barrio-ciudad? ¿Habían preferido el campo y su vida tranquila y relajante a la sobresaltada de la urbe en la que sólo se podía aspirar a sobrevivir? ¿O simplemente habían sido asaltados y asesinados por apenas unos litros de gasolina o unas piezas de automóvil a manos de aquellos nuevos bagaudas criminales que infestaban las carreteras de lo que algún día denominaran con la palabra España?
Y ellos se aprestaban a emprender el camino de regreso.
En este caso, Vic guiaría y Jorge -a pesar de su escasa visión- empuñaría la pistola.
Vic Suarez puso en marcha con decisión el titubeante motor de su Volkswagen Golf -antaño uno de los coches más fiables del mercado, mero agregado hoy de emplastos procedentes de vehículos desguazados de los que no cabía desperdiciar ningún componente-. Bajo la toalla de baño Jorge Brassens empuñaba su Smith&Wesson a la vez que dibujaba en su cara la expresión de no haber roto un plato en toda su vida.
El coche avanzó por un camino de cabras levantando una considerable polvareda. Los baches de aquella vía se alojaban en sus organismos como lo habrían hecho si los produjeran embravecidos saltos de caballos salvajes.
El estrecho recorrido daba a una carretera secundaria en un paisaje despoblado. El coche de Vic se acomodaría algo mejor a este. Pronto, a su derecha observarían 2 ó 3 edificios que formaban una estructura de poblado. Parecían abandonados, las ventanas sin cristales y el interior sin luces explicaban que sus antiguos moradores no habían sido capaces de formar un grupo defensivo contra los salteadores de caminos que invadían los más diversos escenarios en aquel "Año-del-No-Señor de 2.013".
Pese a todo convenía actuar con prudencia, así que Vic empujó a fondo el pedal del acelerador.
Cuando dejaban atrás el conjunto de casas escrutó ella lo que aparecía en su espejo retrovisor:
Un vehículo oscuro, grande y alto -¿un todo terreno?-, surgido del poblado marchaba por detrás.
- Nos siguen -anunció Vic.

2 comentarios:

Sake dijo...

Según la fecha del relato, faltan pocos años para vernos (los supervivientes), en situación parecida. Y la verdad que los momentos de crisis, sin hacer falta mucha ciencia ficción, podrian llevarnos a un mundo, sin ley, sin orden y convertido en el más puro salvajismo. Menos improblable quizás de lo que pensamos.

Antonio Valcárcel dijo...

Estimado Fernando:


En estos momentos estoy hojeando uno de tus libros que leí hace ya algunos años, a saber: "Bilbao en gris". Me paro en la página 42 -relatas así-: ¡Todo el mundo tiene su dignidad! ¡Hasta un barrendero, hasta el más humilde barrendero!
Que obviedad, sin embargo para muchas personas el estatus social y sus estudios parece que destacasen del resto de iletrados e incultos.
La nueva configuración del Gobierno Vasco parece que existe carencia de ciertos profesionales de alta dirección para cubrir las poltronas públicas debido a que pudieran ser posibles objetivos de la banda de ETA; y por tener que llevar escolta pegada a un traje que se los regalan o se los compran a un cuñado que es abogado de una empresa textil. Convencidos peneuvistas han declinado tal honor; esperan sin duda que los fuertes vientos de fronda que se avecina hagan que el nogal desprenda sus nueces.
Los barrenderos son dignos, y muchos otros profesionales. Lo indigno es tener que llevar escolta en una sociedad que se autoproclama democrática, claro que los indignos son los que persiguen a los dignos que llevan una vida indigna; por tener que llevar escolta.
Un buen libro: “BILBAO EN GRIS” que si me lo permites quisiera insertar su carátula en mi blog y realizar una humilde crítica, lo consultan a diarios miles de internautas.

Un abrazo, amigo Fernando.