lunes, 22 de diciembre de 2025

Un nuevo cuento de Navidad



Con el título, “A Christmas Carol”, Charles Dickens nos acercaba al paisaje de las calles de Londres, al avaricioso Mr. Scrooge, los fantasmas de las navidades pasadas y futuras, y la realidad de las actuales con su escribiente y su lisiado hijo (no sé si el término es hoy políticamente correcto, pero me da igual).


Hoy les propongo un nuevo cuento de Navidad. O algo parecido.


Quizás recuerde alguno de ustedes la historia que publiqué en el blog “Algunos pájaros errantes” el pasado 23 de octubre. Llevaba por título “El que cuida tus pasos en la vida”. En él les relataba la asombrosa historia de unos amigos (jefe él, subordinada ella), cuyos ancestros protectores se habían conocido en el más allá, y se identificaban a sí mismos como tales, esto es como cuidadores de sus descendientes.


Diana (que así llamaría a la chica) se quedaría muy impresionada por la historia que le contaba su jefe, quien describía, sin conocerlo, a su tatarabuelo y la estatua erigida en su honor en el centro de Palma de Mallorca.


Diana es hija única de madre inglesa, avecindada en Guecho, provincia de Vizcaya. Allí había nacido Diana del matrimonio de sus padres, hace tiempo divorciados, y allí permanecía su madre.


Vivía ésta en un piso de alquiler, por el que satisfacía una razonable renta. Pero el propietario decidía cancelar el arrendamiento con el propósito de vivir en esa casa.


La madre de Diana se veía confrontada al que es ya uno de los principales problemas de nuestro país: la vivienda. ¿Cómo podría ella localizar otro piso, en la misma zona a la que estaba acostumbrada, con el dinero de que disponía?


Habló con su hija, una buena chica. Y Diana pensaría en adquirir ella un piso en la misma localidad vizcaina, y ofrecérselo a su madre a cambio de una renta similar a la que pagaba ésta, con la cual satisfacer los pagos del crédito hipotecario. 


Por supuesto que esta inversión no formaba parte de sus planes. Es cierto que disponía de trabajo estable, que estaba bien considerada en la empresa y que -ya se ha dicho- hasta tenía una relación de confianza con su jefe… pero ella quería utilizar sus ahorros en desplazar su residencia a otro lugar de Londres, ciudad en la que ella vive, con los costes adicionales que le supondría esa operación.


Diana se puso en contacto con su tatarabuelo-protector, rogando de él su ayuda. Tenía mucha fe en él desde que su jefe le explicaba que precisamente era él el que cuidaba de sus pasos por la vida.


Y la petición fructificaba. En el mismo barrio quedaba libre un piso similar al que su madre había disfrutado y por un precio igualmente asequible para ella. ¡Problema resuelto!


Pero no, no resultaría todo tan sencillo. Su madre carecía de aval para formalizar la operación. Y en esas condiciones, cualquier otro candidato disponía de ventaja sobre ella.


Y Diana hablaría con su padre, que, pasados muchos años después del desencuentro que propiciara el divorcio, mantenía una distante -aunque correcta- relación con su madre.


Le dijo que no se preocupara. Le pidió el número de teléfono del propietario del piso que su ex aspiraba alquilar y se puso en contacto con él.


Y eso que llaman química entre las personas ocurrió entonces. El propietario quedaría convencido de las explicaciones del padre de Diana, por la cordialidad y simpatía que había manifestado, por la seguridad que le daba acerca de que su ex cumpliría con las condiciones contractuales… el caso fue que accedía a alquilar el piso sin necesidad de aval.


El cuidador de Diana seguramente sonreía desde arriba, la joven se emocionaba por su protección y por la admirable y desinteresada actuación de su padre… y la madre de Diana hablaba con su antiguo marido en un singular gesto de agradecimiento.


- He hablado con el propietario. Todo está O.K. -y agregaba-. Lo que no sabía era que fueras tan simpático…


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