sábado, 31 de mayo de 2025

La dulzura del final



Joaquín Romero se lo decía, a través de una confesión dirigida al público, pero referida a él,  en la sala de un hotel de Valladolid. “Estoy de acuerdo en eso con Kavafis, lo importante no es Ítaca, lo que de verdad importa es el viaje…”


Es el viaje, en efecto. Y, para algunos, el viaje está formado por paisajes y edificios y obras de arte… o de la fealdad de los barrios inhóspitos, de los estercoleros y del mal gusto en general… o de vivir la vida para el famoseo, el servicio a los demás, la endogamia, quizás.


Pero más allá de todo eso, el viaje está formado por la gente que frecuentas a lo  largo de tu vida, y las decisiones que adoptas en relación con ellas: el matrimonio, por ejemplo. 


Y entre esas decisiones se encuentran los amigos que vas adquiriendo -y que te adquieren también-. Les tratas durante un tiempo, más o menos prolongado, y, aunque la intensidad del contacto recurrente se desvanece, subsiste aún el recuerdo grato de los tiempos pasados, de la confianza y de la confidencia. Y basta con que alguna excusa -o sin necesidad de ella- provoque de nuevo el contacto para que en muy pocos minutos todas las estructuras de la relación pasada emerjan de nuevo, como si el tiempo apenas detenido, volviera a marcar la misma hora entre ellos.


Todo eso recordaba Joaquín Romero cuando Juan - se trata de un nombre fictigurado- cerraba su comunicación con él porque ya la voz no le permitía articular palabra.


Juan padecía de una extraña enfermedad, contraída al parecer en uno de sus singulares viajes de reportero de guerra. Un malestar que se ponía de manifiesto a través de unas toses tan profundas que le cortaban la respiración y le obligaban a cesar su actividad, reclinando la cabeza, hasta que se recuperaba y, con su afabilidad habitual, volvía al punto en el que lo había dejado antes de la crisis.


“Cualquier día me moriré de esto…”, comentaba Juan, como si estuviera jugando a la lotería con la muerte. Porque lo hacía. Practicaba el submarinismo muy cerca de los tiburones, -sabe distinguir a los escualos más peligrosos de los que lo son menos- y a pesar de que es consciente que, si le sobreviniera un ataque de los referidos en esas circunstancias, podría perecer como consecuencia de un nuevo brote de su enfermedad o de una arremetida del cetáceo depredador, en ese mismo momento concluirían sus azarosos dias.


“De no ser porque mi hijo me ha encontrado inconsciente en mi lugar de trabajo, ya no estaría hablando contigo…”, asegura Juan a Joaquín Romero, “Pero no creas. No se sufre ninguna angustia. La muerte es algo muy dulce”.


Romero apenas consigue articular las consabidas palabras de ánimo, más que nada de aliento en este caso del ahogamiento que se había cernido sobre su amigo. Ese “te necesitamos” suena como un eco vacío ante las palabras de un hombre que ha aceptado ya que, el juego de esconderse cesa cuando la señora de la guadaña te da alcance, y no queda más remedio que entregarte a sus designios.



Y quizás confiar en que resulte un tránsito dulce. Como el de la  mujer de Juan, que situada ella también en un trance irreversible, no quería regresar al mundo de los vivos. “Decía ella que está muy bien allí”, relataba Juan a Joaquín Romero en otra ocasión.


Será dulce, se estará incluso muy bien allí… pero el viaje sigue en todo caso. Y en tanto que dure no queremos que nuestros amigos nos abandonen. Estamos siempre dispuestos a renovar el contacto y a recordar los viejos tiempos o a emprender nuevos proyectos y oportunidades de relación con ellos.


Quizás porque la Ítaca de todos nosotros se corresponde necesariamente con ese momento dulce que refería Juan a Joaquín Romero. Juan, que ha aceptado llegar a su destino aunque en la primera oportunidad de que disponga se le vea embutido en su traje de submarinista y se dedique a nadar entre tiburones, que se parece bastante a jugar al escondite con la muerte,

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sábado, 24 de mayo de 2025

Desavenencias en el gobierno

 Publicado en “La voz de Lázaro” el 23 de mayo de 2015

La pobreza pertinaz -como ocurría con las sequías de antaño, olvidadas por el momento por las copiosas lluvias de esta primavera- en el debate político español, remite por necesidad a otro de los fenómenos que constituyen seña de identidad en nuestro país y que no es otro que la tendencia a la endogamia.


Enredados como estábamos en la controversia respecto del apagón eléctrico, que el gobierno no parece muy proclive a comunicar ni a resolver sus causas -quizás porque sus soluciones no les resulten ideológicamente convenientes-; miles de ciudadanos atrapados en trenes que no llegan a su hora ni parecen conducir a ninguna parte, como si se tratara de un relato surrealista; el rosario de cuentas -y cuentos, si no fueran ciertos, que lo son- de la locuacidad wassapeadora de esa pareja de conveniencia que un día fueron Sánchez y Ábalos, suponen, palada tras palada de tierra, el entierro  que tapa las cuestiones que de verdad importan y que nos deberían interesar por encima de éstas: el debate de lo que somos y lo que estamos llamados a ser como sociedad.


Y no se trata de que me sitúe en una clave fundamentalista u ontológica, pero resulta que el asunto recordado por el actual presidente de los Estados Unidos, pero que viene desde los tiempos de Barack Obama, respecto de que ese país abandonaría más pronto que tarde de ejercer el papel de protector de nuestra seguridad, nos formula el interrogante de si podremos en adelante hacer compatible el importante estado del bienestar adquirido -en tiempos como éstos, en los que la generación del baby boom de los años 60 se va jubilando, además de exigiendo numerosas prestaciones médicas y asistenciales, disparando así el gasto corriente de los Estados europeos.


La partida presupuestaria destinada a Defensa, ni es un guarismo que pueda resultar desdeñable, ni tiene el carácter anual al que se refieren otros aspectos del presupuesto. Por eso sorprende que no sean objeto de un acuerdo previo por parte del gobierno y tampoco sean debatidos en el parlamento. Pero esto es España, y el ejecutivo presidido por Pedro Sánchez ha sido incapaz de aprobar un sólo presupuesto en esta legislatura, prorrogando invariablemente  las últimas cuentas públicas aprobadas por una cámara que, por no ser la misma que la actual, no tiene porqué reconocerse en aquéllas cifras. Esta idea, que se diría más bien técnica, no deja de tener su importancia políticamente como ha sido puesto de manifiesto por alguna doctrina constitucional, como es el caso del profesor Eloy García.


Pero, como se advertía anteriormente, para que el gobierno lleve el debate al parlamento, debería con carácter previo llegar a un acuerdo en el seno del propio ejecutivo, lo cual se antoja cuestión de difícil digestión, y no sólo por el exceso de la moralina anti-belicista de la extrema izquierda alojada en el Consejo de Ministros, sino también por un partido socialista que, más allá de su afán por resistir en el poder, ha radicalizado también sus posiciones. Habría que admitir que, superado este difícil trámite del acuerdo intra-gubernamental, quizás el PNV no pondría reparos a su aprobación parlamentaria, que Junts se conformaría con negociar una cuota de la ampliación inversora para las empresas catalanas, que Bildu obtendría algún beneficio penitenciario más para sus presos etarras y que ERC negociaría alguna cuestión más para Cataluña y el catalán. Quedaría, eso sí, la sima abierta en el comunismo de Sumar y Podemos, que es asunto de difícil denominador común favorable al incremento presupuestario en materia de Defensa.


Por eso alguna opinión ha planteado la idea de desplazar el asunto del debate presupuestario al plurianual -en Estados Unidos el horizonte de las inversiones en materia de Defensa es de cuatro años-, lo que permitiría a Pedro Sánchez sortear la compleja carrera de obstáculos que se le presentan a través de una negociación abierta y desacomplejada con la principal fuerza política de la oposición. Un acuerdo de ampliación del gasto a cinco años vista podría constituirse en la mejor solución.


Muchas veces he escrito -y lo sigo pensando, por supuesto- que España es, como ocurre con otros países del norte de Europa, el escenario privilegiado para una gran coalición, capaz de acometer las reformas que precisamos en el horizonte próximo del 50º aniversario de la Constitución de 1978. Pero seguimos siendo el espacio de la polarización, del fracaso de las políticas públicas y de los debates estériles. Un país en el que el sol nunca se pone sin que los diagnósticos compartidos queden aplazados, los asuntos no se aclaren y las responsabilidades no se asuman.


De modo que seguiremos enquistados en ese debate, sin acuerdos y con soluciones de alquimia presupuestaria que no constituyen respuestas sino paradas de balón hacia delante. 


Pero no hay que preocuparse demasiado. Después de afrontar el pago de nuestros impuestos disfrutaremos de nuestras vacaciones y apagaremos los aparatos de televisión cuando nos informen acerca del desprecio de un tal  Putin hacia la integridad territorial de un país amigo, constatando que eso está tan lejos de nuestras fronteras que no nos afecta. 


lunes, 12 de mayo de 2025

¿Se aplicará el artículo 5 del Tratado de la OTAN en caso de agresión?

(Publicado en la revista “Avance para la Libertad” en su número de mayo de 2025)


El general, diplomático y político británico, Hastings Lionel Ismay (Lord Ismay), que sería el primer secretario general de la OTAN, señalaría que dicha organización se había creado para mantener a los rusos fuera, a los estadounidenses dentro y a los alemanes bajo control. Pero, más allá de ese ya conocido aserto, en realidad la OTAN se formaría para proteger a los países europeos de cualquier eventual agresión por parte de Rusia, con independencia del que fuera su régimen o denominación (comunista, despótica o neo-zarista).



La manera estrepitosa con la que ha estrenado su segundo mandato el presidente de los Estados Unidos nos ha planteado la pregunta fundamental que nos formulan los convenios internacionales; ¿cumplirán las partes los términos de. Los acuerdos, llegado el caso? O, dicho de otro modo, en el caso de un ataque militar por parte de un tercer país, ¿repelerán los socios esa agresión producida a cualesquiera de los firmantes? Más en concreto aún, ¿lo harán los americanos presididos por Donald Trump?


Seguramente que este es el punto más débil de la cadena que vincula a los países europeos con su seguridad, la defensa de sus valórese de su propio estilo de vida… lo que nos conduce a un debate de carácter existencial. ¿Deberíamos modificar nuestras prioridades?, ¿el proyecto de vida que hasta el momento presente hemos definido y emprendido ya no es válido? , ¿existe o no un efectivo paraguas norteamericano que nos proteja cuando arrecie la tormenta? Y la sucesión de preguntas no acabará con las respuestas que formulemos a esas cuestiones, vendrán otras: ¿cuánto nos costará todo eso?, ¿qué tiempo tendremos para encontrar una alternativa?, ¿esperarán nuestros eventuales enemigos a que estemos finalmente organizados o asestarán algún golpe de gracia en tanto que vamos por ahí corriendo más o menos como pollos sin cabeza?


Más allá del tenor literal del Tratado, es preciso subrayar que el acuerdo atlántico nacía precisamente para no ser aplicado. Es decir, que el potencial militar norteamericano, y el paraguas nuclear derivado del mismo, constituirían un nivel de disuasión suficiente para que otras terceras partes, presuntamente contendientes, no hicieran uso de la fuerza en contra de los socios de la OTAN. Pero hoy, las nuevas declaraciones y medidas propuestas por el inquilino de la Casa Blanca han generado serias dudas en cuanto a la credibilidad de este aserto.


Vayamos al Tratado. Lo que señala el artículo 5 es lo que sigue:


“Las Partes acuerdan que un ataque armado contra una o más de ellas, que tenga lugar en Europa o en América del Norte, ser considerado como un ataque dirigido contra todas ellas, y en consecuencia, acuerdan que si tal ataque se produce, cada una de ellas, en ejercicio del derecho de legítima defensa individual o colectiva reconocido por el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, ayudar a la Parte o Partes atacadas, adoptando seguidamente, de forma individual y de acuerdo con las otras Partes, las

medidas que juzgue necesarias, incluso el empleo de la fuerza armada, para restablecer

la seguridad en la zona del Atlántico Norte. Cualquier ataque armado de esta naturaleza

y todas las medidas adoptadas en consecuencia serán inmediatamente puestas en

conocimiento del Consejo de Seguridad. Estas medidas cesarán cuando el Consejo de

Seguridad haya tomado las disposiciones necesarias para restablecer y mantener la paz y la seguridad internacionales”.


El texto acordado fue, como ocurre en todos los supuestos similares, fruto de un encuentro basado en un denominador común. Los europeos pretendían una redacción más clara, más rotunda, por lo tanto. Su objetivo era que todos los países respondieran a una agresión militar en los mismos términos proporcionales en los que se hubiera producido ésta. Sin embargo, el Congreso norteamericano prefirió una fórmula más ambigua, que es la que finalmente se incorporaría al acuerdo.


De esa manera, en el  supuesto contemplado en el Convenio, cada país respondería al Estado agresor en los términos que considerara oportunos. No se trataría, por lo tanto, de poner soldados en el terreno (boots on the ground), ni siquiera el establecimiento de sanciones en contra del contendiente. Bastaría, incluso, con la remisión de un tweet de condolencia solidaria -algo así como ocurría con los antiguos  telegramas de pésame- para cumplir con el texto del Tratado. No es entonces el Tratado lo que fallaría, sino la disposición del más fuerte de los aliados a actuar de manera solidaria, y contundente.


Habría también que diferenciar la Alianza Atlántica del Tratado de la OTAN, de la que éste trae su causa. Así como la Alianza nacía para defender ese elemento de cada vez más difícil definición práctica que es la democracia, el convenio que le seguía tiene un carácter militar. La Alianza, en cuanto tal y respecto de sus objetivos, puede decirse que está herida de muerte -si es que no se dirige con paso acelerado hacia el cementerio. Pero ese no es necesariamente el caso de la OTAN.


Lo cual constituye el nudo gordiano de la cuestión, ¿comparten los Estados Unidos de Trump una visión democrática como la que tenemos los europeos?, (¿la tenemos clara nosotros mismos?), ¿o hemos desterrado definitivamente -americanos y algunos europeos-, por obsoletos, los valores occidentales y la legislación internacional para adorar solamente al becerro de oro de los intereses comerciales?


Convendría que nos aclaráramos pronto de lo que tenemos entre manos.


sábado, 10 de mayo de 2025

Treaty

Se dice que un autor deja de ser propietario de su obra en el momento en el que la entrega al público. Es a partir de entonces cuando el espectador se hace con el control del producto y define su representación y sus contornos. Se hace nuestra, se adapta a la nuestra propia situación emocional y vital, en resumen, la recreamos. Y si esto es cierto en lo que se refiere a una novela, por ejemplo, ¿qué podríamos decir acerca de un poema, en el que el contenido  de lo escrito forma parte del ámbito subjetivo del autor tanto como el del lector?


La canción que revisitar hoy, Treaty, debida al poeta canadiense Leonard Cohen, y contenida en el último disco publicado por él (You want it darker) es una de las piezas más acabadas de su obra. Forma parte indisociable del conjunto del álbum y constituye la despedida del autor a su público, después de las emocionantes giras que nos dedicara, toda vez que el cantante se quedaba sin recursos económicos, debido a la mala -¿negligente o ilegal?- gestión de su representante. En otro de los temas contenidos en ese disco, Cohen aseguraba estar preparado (I am ready, My Lord)., una declaración que confirmaba que en esos trabajos se contenían sus últimas voluntades, el testamento de un poeta en su última obra. Sin perjuicio de que el cantautor canadiense continuaría trabajando hasta el final de sus dias, parecía que era consciente de que esa sería su última grabación.


Por eso, pienso que no conviene que tratemos de comprender el Tratado que nos propone Cohen en los viejos términos del amante que se dirige hacia el objeto de sus deseos, como quizás resulte posible en otras de sus creaciones. En ésta, la literalidad se impone -casi- a cualesquiera otras interpretaciones, y el convenio del judío canadiense se sitúa en los mismos términos que él mismo ha propuesto.


En Treaty Cohen se enfrenta directamente al Jesús del Nuevo Testamento, desde el Yahvé del Antiguo, como si se tratara de dos personas no sólo diferentes, incluso opuestas; de manera que quizás el joven Dios quisiera arrebatar su puesto al viejo. Ha visto al Cristo realizar sus hazañas en forma de milagros, lo ha visto transformar el agua en vino y convertirlo enagua después (I've seen you change the water into wine/I've seen you change it back to water, too), pero no parece demasiado impresionado por esa magia, tampoco por la victoria del Hijo sobre el Padre, que es una batalla que hasta cierto punto el Hijo está ganando en el corazón de millones de seguidores a lo largo del mundo. Cohen parece agotado por el esfuerzo de la contienda, y renuncia al combate  No me importa -asegura- quién tome esta maldita colina (I do not care who takes this bloody hill). Sólo aspira a que se firme un tratado de paz entre tu amor y el mío (entre el Hijo y el Padre).


Regresa Cohen por lo tanto a Suzanne, en el primero de sus discos, cuando decía que Jesús era un marinero cuando caminaba sobre el agua, aunque pasó mucho tiempo observando desde su solitaria torre de madera (tal vez la cruz) que sólo los marineros podían verle, y dijo que todos los hombres serán marineros (pasto de las aguas) hasta que el mismo mar los libere. Pero él mismo estaba ya roto -nos sigue contando Cohen-, mucho antes de que la tierra se abriera (con su muerte) había sido abandonado, casi como un hombre.(¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, sería la dramática queja de Jesús clavado).


El comentarista Jaime Rodie nos ha llamado la atención sobre los versos que aparecen cerca del final del poema. 


“Oí que la serpiente estaba desconcertada por su pecado / Mudó su piel para encontrar la serpiente dentro / Pero renacer es nacer sin piel / El veneno penetra en todo.”


Unos versos enigmáticos que deberían conectarse quizás con el génesis de la humanidad -volviendo otra vez al Antiguo Testamento-, cuando la serpiente tienta con la manzana a la mujer para que caiga en el pecado. La serpiente no sólo transporta el mal, es el mismo mal y su veneno lo ha infectado todo.


Y Cohen se despide también explicando que entre el poeta y el Cristo hay una diferencia, y es que sólo uno de los dos es real, y que él -Cohen- es el verdadero. ¿Quiere decir que Jesús no era Dios, no era Hijo del Padre, o que lo cierto de la divinidad es tan inalcanzable que resulta irreal? Si se me permite, ¿un corte de mangas o la derrota por la confusión que provoca ese ser que resulta a la vez Dios y Hombre?


Una canción sobre la quë pensar y a la que volver, sin duda.


Incorporo detrás de la letra en inglés su traducción al español:


Te he visto cambiar el agua en vino.

I've seen you change the water into wine


También te he visto cambiarlo de nuevo a agua.

I've seen you change it back to water, too


Me siento en tu mesa todas las noches

I sit at your table every night


Lo intento pero no me las arreglo contigo

I try but I just don't get by with you


Ojalá hubiera un tratado que pudiéramos firmar

I wish there was a treaty we could sign


No me importa quién tome esta maldita colina

I do not care who takes this bloody hill


Estoy enojado y cansado todo el tiempo.

I'm angry and I'm tired all the time


Ojalá hubiera un tratado

I wish there was a treaty,


Ojalá hubiera un tratado

I wish there was a treaty


Entre tu amor y el mio

Between your love and mine


Ah, están bailando en la calle, es la fiesta del jubileo.

Ah, they're dancing in the street it's jubilee


Nos vendimos por amor pero ahora somos libres

We sold ourselves for love but now we're free


Lo siento mucho por ese fantasma que te hice ser

I'm so sorry for that ghost I made you be


Sólo uno de nosotros era real y ese era yo.

Only one of us was real and that was me


No he dicho una palabra desde que te fuiste

I haven't said a word since you been gone


Que cualquier mentiroso no podría decir tan bien

That any liar couldn't say as well


Simplemente no puedo creer la quietud estática que viene.

I just can't believe the static coming on


Eras mi terreno, mi sano y salvo

You were my ground, my safe and sound


tu eras mi ariel

You were my Ariel


Ah, los campos gritan que es la fiesta del  jubileo

Ah, the fields are crying out it's jubilee


Nos vendimos por amor pero ahora somos libres

We sold ourselves for love but now we're free


Lo siento mucho por ese fantasma que te hice ser

I'm so sorry for that ghost I made you be


Sólo uno de nosotros era real y ese era yo.

Only one of us was real and that was me


Escuché que la serpiente estaba desconcertada por su pecado.

I heard the snake was baffled by his sin


Se despojó de sus escamas para encontrar la serpiente dentro.

He shed his scales to find the snake within


Pero nacer de nuevo nace sin piel.

But born again is born without a skin


El veneno entra en todo.

The poison enters into everything


Y desearía que hubiera un tratado que pudiéramos firmar

And I wish there was a treaty we could sign


No me importa quien tome esta maldita colina

I do not care who takes this bloody hill


Estoy enojado y cansado todo el tiempo.

I'm angry and I'm tired all the time


Ojalá hubiera un tratado

I wish there was a treaty,


Ojalá hubiera un tratado

I wish there was a treaty


Entre tu amor y el mio

Between your love and mine