domingo, 15 de diciembre de 2024

Un reloj para las ocasiones

 Conozco a Enrique desde hace algún tiempo, pero no demasiado. Y he de decir que no se cumple con él esa norma general de la vida que nos advierte de que los amigos se hacen en los primeros años, y lo que viene después son sólo gentes que se distinguen del resto por su mayor conocimiento y aprecio. Se diría que la amistad florece en el desinterés y se ahoga en su contrario.


No ocurre eso, por lo tanto, con Enrique. A pesar de lo relativamente reciente que fue nuestro primer encuentro, he encontrado siempre en él la lealtad incondicional de los amigos antiguos, a la que se une una conversación siempre estimulante y una atinada visión de los asuntos que a todos nos afectan -esos de lo público, que tantas contrariedades nos proporcionan.


Resulta inevitable que incorporemos en nuestros encuentros el relato de nuestras respectivas familias. Y en él está siempre el del menor de sus hijos que, pese a su corta edad, ya va pasando por la vida dejando una impronta que va adquiriendo un carácter imborrable.


Empezarían las confesiones de Enrique sobre su hijo (al que adjudicaré provisionalmente el nombre de David) con la anécdota del reloj que le regalaban sus padres. Aunque el chico ya tenía uno, seguramente más convencional, David quería otro. "¿Para qué otro?", le preguntaron. Y el muchacho contestaría muy convencido:


- Este que os pido es para las ocasiones...


Las "ocasiones" de David han sido -según me cuenta su padre y yo alcanzo a entender- las de sumergirse en la vida como si se tratara de una piscina en un día de calor, dejándose empapar por el agua, disfrutando de cada uno de los días que te ofrece... 


Y David ha sabido -con un conocimiento que no resulta en absoluto común- que la vida que importa son los demás, la gente que sufre en silencio y la que canta y ríe. Y por eso ha aprendido a ser solidario, porque la mayor felicidad es la que siente el que ofrece, el que no pide nada a cambio de lo que hace por los otros. Advierte que una amiga está concibiendo pensamientos autodestructivos y discurre la manera de hacérselo saber a sus padres sin que ella se entere; y vigila la eficacia de la acción paterna, desde la distancia, por si en algún momento tiene que recuperar sus gestiones.


Y a David no le ha sido necesario practicar un curso para descubrir los métodos imprescindibles para hacer las cosas por sí mismo. Poqué él ha autogestionado sus grabaciones de música rap. Y lo ha hecho todo: letras, música, interpretación, producción de vídeo y emisión en las redes sociales. Y yo, que no soy un experto en este tipo de música, les puedo asegurar que el producto final es notablemente estimable.


David juega con sus compañeros. Y no hace distingos de raza, nacionalidad de origen, ni de clase social. No hace falta que nadie le lea la declaración de los derechos del hombre para saber que todos los hombres son iguales, ni conocer la historia de Martin Luther King para comprender que el color de la piel no genera derechos ni proporciona desventajas por sí mismo. Y cuando llegan sus vacaciones se integra en un equipo de fútbol en el que juegan todos, compiten todos y se divierten todos en esa amalgama de identidades varias en la que también se ha convertido Alemania. 


David es un joven de nuestro tiempo. Vale decir que es un hombre de los tiempos que han de llegar, que en realidad están ya entre nosotros. De un país -de unos países- que, si se mantienen vigentes, lo será por el mestizaje de culturas y de la diversidad de opiniones. De una España que necesitará de personas como David, que hayan aprendido a aglutinar a un conjunto heterogéneo de individualidades proyectadas hacia objetivos comunes y compartidos por la gran mayoría. Gentes que no hayan bebido del caldo de cultivo de la polarización sino de la fértil copa de la fusión.


Necesitamos a muchos como David. Los necesitamos para sustituir a unas gentes que viven en una burbuja esterilizadora y que dicen representarnos políticamente, una clase política clientelar y extractiva que pretende perpetuarse de manera permanente. Gentes como David que viajan a Valencia armados con sus palas, calzados en sus botas de goma y que enarbolan su voluntariado allá donde las instituciones y quienes las encarnan se baten en retirada.


No me extrañaría que, en nuestro próximo encuentro, Enrique me informe de que David se encontraba en esa leva de voluntarios que han viajado a Valencia... porque ese reloj "para las ocasiones" se ha empeñado en dar la hora sólo en Paiporta.

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