El Ayuntamiento del pueblo en el que Rocío y Joaquín pasan sus vacaciones ha dispuesto un chat de WhatsApp a través del cual informa a los vecinos acerca de las actividades y acontecimientos que allí se producen. Se trata de una excelente iniciativa, porque de ese modo todas sus gentes conocen, con anterioridad a que acontezca el hecho, que se va a proceder a cortar el agua para reparar alguna fuga, dónde se va a celebrar la feria del 15 de agosto o que se va a convocar un funeral por el eterno descanso de uno de sus habitantes. Como quiera que el pueblo dispone de un flamante centro de cultura, las noticias que se emiten a través de este canal de comunicación se refieren también a la programación que éste tiene prevista.
Rocío recibiría oportuna información de una conferencia que cerraba la semana de una exposición fotográfica sobre las brujas en los Pirineos. A Joaquín le interesó el motivo. Estaba preparando un relato sobre la vida de veraneo en aquella zona en los años 60, y cualquier información adicional -aunque tuviera ésta un carácter bastante anterior- le podría convenir para ambientar algo más su historia.
Así que esa mañana de sábado se dirigían al centro de cultura. En la puerta de acceso estaba apostada una señora -por lo visto integrante de la organización del evento- que les preguntó acerca de si eran vecinos del pueblo. Dado que no era esa precisamente su condición, contestarían que eran veraneantes. "Cobramos 5 euros", les dijo. Asombrados, pero aún interesados en la disertación que se iba a producir a continuación, abonaron esa cantidad y aguardaron a que diera comienzo.
Al otro lado de la entrada, separado por una mampara de cristal, otro de los integrantes del equipo organizador explicaba algún detalle respecto de las fotografías exhibidas. Lo hacía en euskera y castellano, según pudieron comprender Rocío y Joaquín desde su relativa lejanía. Había bastante gente en ese espacio, de manera que no entraron. En todo caso, estaban allí para seguir la conferencia que se había anunciado.
Pasarían unos quince minutos largos antes de que la concurrencia entrara en el salón de actos. Una vez acomodados, tomó la palabra otro de los componentes del equipo. Pero no lo hizo para presentar a la ponente, una historiadora experta en la materia, siquiera para disculpar su inasistencia. En lugar de eso, sus palabras serían, más o menos:
"Bueno... ya está dicho casi todo. Yo sólo añadiré un par de cosillas. Pero... para no perder el tiempo, hablaré en euskera. Para los que no hayáis pasado por el euskaltegi (escuela para la enseñanza del vascuence)... a ver si encontramos algún alma caritativa que os traduzca. Por favor -añadiría el sujeto-. “Poneros” cerca de esa alma caritativa... ¡ah¡ !ahí veo una! -exclamaría, toda vez que pudo advertir que alguien levantaba la mano-. Por favor, “poneros” en grupos cerca de esas almas caritativas... -insistía el hombre.
"Esto es una tomadura de pelo", dijo en voz alta Joaquín, a la vez que su mujer y él se aprestaban a abandonar el local.
Les devolvieron sus 5 euros. Y, como el programa de esa mañana se había visto modificado, optaron por ofrecerse un paseo. No daban crédito. Empezaba el asunto cobrando una
entrada respecto de la que no se había comunicado en el chat del pueblo que se iba a exigir. Seguía con el habitual retraso -unos 20 minutos- en el inicio de la conferencia. Después surgía el componente del equipo, antes mencionado, que "podía añadir muy poco a lo ya expuesto"-, y que no se molestaría ni poco ni mucho en justificar la ausencia de la anunciada conferenciante. Y terminaba -al menos hasta que ellos permanecieron en la casa de cultura- en una singular apelación a la caridad de un supuesto traductor de un idioma -que lo hablaban algunos- a otro, el español, -que lo hablan todos.
Para algunos bienpensantes quizás lo que acabo de referirles es una anécdota nada más, pero en esta España de las tensiones desatadas creo que se trata de la expresión de una característica que resulta muy habitual a determinadas personas. Y que tampoco es un caso solamente español. La intransigencia, la imposición a otros de su particular manera de entender la vida en sociedad, la prepotencia... están todas incluidas en la actitud que acabo de describir. Piden "almas caritativas" porque piensan que están ofreciendo una concesión graciosa, un favor, al resto de la inadvertida concurrencia. Y se diría que hasta son solidarios con los castellano-parlantes, porque muy bien habrían podido expresarse en euskera y sin traducción. ¿No es un idioma oficial y la lengua primigenia de los vascos y de los navarros? Y, por supuesto, y basado en ese mismo motivo, tampoco es necesario advertir con carácter previo que se va a hacer solamente uso de ese idioma, en lo que podríamos calificar de no-conferencia, dada la ausencia de la responsable de darla.
Y, tan tradicional es el castellano en Castilla como en País Vasco, sin perjuicio de que en este último exista otro idioma: el euskera, o más propiamente dicho, vascuence. Y que éste, hablado solamente en las zonas rurales, estaría a punto de desaparecer, convertido en una multiplicidad de dialectos comarcales. Sería entonces cuando se creaba el "euskera batua" (de "bat", uno en vascuence), o unificado, que es, por lo visto el idioma que se enseña en los euskaltegis a los que se refería el introductor al asunto de la brujería en los Pirineos.
Nada tengo en contra de ese idioma, desde luego. Aunque me parece poco más que un producto arqueológico, resucitado artificialmente como consecuencia de un proyecto político e ideológico sustentado en el enaltecimiento de un mito, el de un ser, el vasco, diferenciado del resto de los españoles por su raza, sus costumbres, sus leyes -los fueros- y su idioma propio.
Pero una lengua no es una nación, en especial cuando la utiliza tan poca gente, que sus más firmes partidarios no tienen otro remedio que imponerlo. Un idioma, fundamentalmente es un instrumento de comunicación, y sirve para eso. De ninguna manera para excluir, porque entonces, a pesar de las cuantiosísimas partidas de dinero que se inviertan en su promoción, fracasará, como está ocurriendo con el vascuence, que apenas se utiliza en las conversaciones habituales de las gentes sino sólo como un medio de emulación, de parecer más vasco, de ser diferente.
Y tampoco consiguen que el hecho de comunicarse en vascuence genere conexiones identitarias excluyentes, como parecería ser la obsesión del nacionalismo. Hace algún
tiempo, un conspicuo miembro del PNV se asombraba al observar que, en el baracaldés barrio de Cruces, dos muchachos se comunicaban en euskera con su padre, en tanto que lucían una camiseta de la selección española de fútbol. Un procedimiento de comunicación no produce la abolición de otros sentimientos. Y es que algunos no han comprendido todavía que la globalización arrasa con todo, y que en ese capítulo desde luego se encuentra el vascuence, pero no el español, aunque les pese.
Generarán así un efecto contrario al pretendido, convertirán en antipático a un idioma que le recordaba a Joaquín aquellos tiempos pasados en los que el vascuence se hacía presente en los caseríos, en las aldeas y en las gentes que allí hacían sus vidas.
De la misma manera que les ocurría a Rocío y a Joaquín cuando abandonaban la casa de la cultura esa mañana de sábado.
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