La empresa en la que Joaquín trabaja como "senior" organiza con periodicidad reuniones que tienen la característica de la motivación. Antes y después de las vacaciones de verano, en Navidad y en otros momentos del año, los miembros de la empresa reciben una convocatoria que reviste un carácter amable, pero que tiene la característica de una amabilidad poco menos que obligatoria en cuanto a su asistencia.
El máximo responsable de la compañía tiene un estilo integrador, hasta el punto de que no sólo apela en sus alocuciones a las cuestiones laborales, también invita a personas de otras organizaciones para que refieran su experiencia a los reunidos. Y no falta alguna referencia en su discurso a a no importa qué asunto familiar.
El presidente ha cumplido un aniversario importante de su boda. Y su recuerdo vuela prendido a las palabras que un día pronunciaron los novios. "Hagamos que esta decisión de casarnos sea la mejor que hemos tomado en nuestras vidas", les cuenta.
La gente adopta muchas determinaciones al cabo de su vida. Una entidad bancaria anuncia que las personas tomamos 35.000 decisiones al día para sobrevivir. Nada menos. Si esta afirmación publicitaria es cierta, el guarismo que se obtendría al multiplicar este número por las jornadas que se contienen en los 50 años que ha durado la vida en común del referido matrimonio sería con seguridad estratosférico.
¿Cuántas decisiones de alguna importancia y cuántas otras de importancia mayor se encierran en una vida entera? ¿Cuántas negociaciones, pactos y renuncias a evocar -o a olvidar- en ese largo tiempo?
Habrá quien piense que no vale la pena, que es mejor vivir a tu aire que permanecer prendido a otra persona que en ocasiones se presenta como diferente a la que se conoció un día. Y es que resulta a veces que los componentes de la pareja no evolucionan de la misma manera a lo largo de los años. Sometidos a impulsos profesionales, sociales y familiares diferentes, la percepción del proyecto compartido por los que un día fueron apasionados novios se estrella a veces como el "barco del amor contra la vida cotidiana", que decía Mayakovski. Y es entonces cuando descubren los casados que el mejor momento de sus vidas no lo fue en otro momento que durante las horas en las que se recostaban en los bancos de los parques diciéndose los te quieros más profundos y sentidos que pudieran expresarse, como en la canción de Brassens.
Pero los hay que -como el directivo de la compañía en la que Joaquín trabaja- pueden contarse su historia de manera diferente. Porque en esa existencia de nubarrones y tormentas que se ciernen sobre la vida, han descubierto eso de que se es más fuerte cuando los problemas se afrontan juntos. Se parece a los protagonistas de la trilogía de François Truffaut, cuando, después de su primera noche, la nueva pareja desayuna, y él se obstina en untar con mantequilla un biscote que invariablemente se hace pedazos. Su novia le explica entonces la forma de evitar la quiebra del pedazo de pan. "Es fácil -le dice-. Sólo basta con poner otro biscote debajo, que le sirva de apoyo".
Y así, los 50 años vividos por el responsable de la empresa con su mujer remiten a una historia que nace de una feliz decisión. La más importante, la mejor. Porque de ella han derivado otras, y una vida en común que les ha convertido en un equipo poco menos que invencible.
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