Vivimos en un mundo en el que las posiciones contrarias, los "antis", proliferan y se ayudan, sin solución de continuidad, con los pensamientos pretendidamente "buenistas". Es un ámbito en el que, de modo inevitable, los criterios de cada grupo, clase social, partido... son los válidos, en tanto que los que se les oponen, se ven denostados de manera inevitable.
Y nos instalamos también por lo tanto en la idea de que, determinados defectos que se producen de forma generalizada en algunos lugares, no afectan a otros. España no es un país racista, se nos asegura, como ocurre por ejemplo en los Estados Unidos, en los que a pesar de tantos años transcurridos desde la abolición de la esclavitud por Abraham Lincoln, en 1863, aún sigue siendo cuestión no resuelta.
No es, el racismo, tampoco cuestión que afecte solamente a los blancos respecto de los negros en ese país. En su reciente biografía sobre Martin Luther King, Jonathan Eig narra el episodio del fracasado noviazgo del que sería activista por la conculcación de las barreras establecidas contra las personas de color. Su novia era blanca, y eso perjudicaría gravemente a su pretensión de convertirse en predicador, le objetarían sus padres.
Y no es caso de que España no sea un país racista. Más allá del supuesto de los gitanos -que es también un caso de racismo de doble direccion- existe el que yo me atrevería a calificar como la xenofobia de la "secta de la sangre". Se trata de un comportamiento que apenas se oculta y que anida en determinados sectores sociales, para los cuales, cierto origen social se diría que ofrece amparo suficiente contra las vicisitudes con las que nos vamos a enfrentar a lo largo de la vida. Se trata de una “cultura" de clase social, fabricada de prejuicios y de artificios, establecida en homenaje tribal a una determinada categoría en la que los apellidos que se conocen, ya que remiten a ancestros con los que se ha tenido relación o a alguien de referencia que ya la tuvo, bastarían para garantizar el éxito de la relación.
Se comprende hasta cierto punto que está tribu de la hemoglobina se establezca en función del interés de los cónyuges o de sus familias. En mi País Vasco de origen no dejaba de resultar frecuente que determinadas familias unieran sus relaciones a las de otras, anudando o estableciendo de esa manera intereses comunes entre las industrias siderometalúrgicas, navieras o financieras, convirtiendo en económicamente inatacable -y políticamente invencibles- esas alianzas. Pero eso ocurría en el siglo XIX y en los primeros años del XX. Hoy esa región de España se parece poco a lo que fue y resulta preciso superar el filtro de Sabin Etxea para medrar siquiera un poco. No falta mucho para que sean los de Bildu los que dominen la economía y no sólo…
Desaparecido el ámbito del interés, se mantiene sin embargo el componente sanguíneo que integra la secta. Y no sólo en el País Vasco, ni siquiera a nivel nacional, la escala se eleva a otros países y a otras culturas. Es el inevitable recurso al "nosotros" que es equivalente al "no-a-otros".
Debido sea reconocer que los matrimonios de conveniencia se practican porque funcionan. En la India, por ejemplo, es habitual que sean los padres los que acuerden las parejas de
sus hijos, lo hacen siguiendo los criterios que igualan las condiciones de una con el otro. El amor se ve sustituido así por el respeto, y quién sabe si a lo largo de la vida del matrimonio surgirá algo más -¿el amor?- en algún momento. Pero ya sabemos que la India es el paradigma de la sociedad de castas; vale decir, de tribus, de sectas. Los baluartes que separan una situación social de otra son infranqueables y la condición originaria persigue a sus integrantes como una losa a lo largo de toda su vida.
Pero si algo hemos resuelto, aunque sea con carácter provisional -todo en estos tiempos se ve sujeto a revisión- es la supremacía de la persona sobre el grupo. Es el individuo el objeto principal de las sociedades occidentales libres -o más o menos libres-, es el ciudadano el sujeto de derechos -y obligaciones también, aunque este último asunto se nos pasa por alto en demasiadas ocasiones, y el sujeto que, junto con el resto de sus iguales, integra la soberanía nacional. Y aunque soy bastante consciente de que todo lo que expreso se encuentra en fase -espero que no irreversible- de decadencia, se trata de un paso fundamental de la civilización éste del imperio de la persona respecto del grupo.
Por eso reivindico la idea de que uno no establece relaciones con un grupo o una clase social. Lo hace con las personas que los integran uno. Uno no es amigo -enemigo o indiferente- respecto de una clase, de una tribu, o de una secta... lo es de una persona, que tiene sus virtudes y sus defectos, y que está dispuesta a compartir con él algún momento, quizás una vida entera. Reivindicar a la persona constituye, a mi modo de ver, la mejor de las maneras de establecer el vínculo que nos aleja de la frustración de la soledad no elegida, que nos permite integrarnos de la única de las maneras que conozco con una sociedad como elemento que aglutina las diversas individualidades.
Parece inútil advertir que uno no se une en un desayuno con toda una clase social, y no tiene que discutir si prefiere en éste el té o el café, la tostada con aceite de oliva o con mantequilla, el zumo de naranja, una pieza de fruta o nada de eso... y así con el resto del día y la noche que le sigue. Ya resulta bastante complicada la vida, si al sumatorio agregado de las familias de los seres que con nosotros comparten sus vidas es preciso integrar esos que separan la sociedad entre las agrupaciones que no son de nuestra sangre -sin perjuicio, desde luego del RH que tengan- y las que lo son y, por lo tanto, no hay quien las mejore...
Por supuesto que, en la era de la globalización y de las becas Erasmus, los hijos se nos presentan a veces con parejas cuyos antecedentes familiares ni siquiera nos atreveríamos a indagar. Y es que la “secta de la sangre” -al igual que otras pretendidas certezas que algunos mantenían contra viento y marea- no cuenta con muchas posibilidades de supervivencia en los tiempos que corren,.