domingo, 28 de julio de 2024

Lo que se puede hacer con China


Gaozu de Tang  fue uno de los primeros  fundadores de la dinastía Tang. Ocupó el trono imperial entre los años 618 y 626, restaurando el orden y la unidad territorial en el Imperio, tareas a las que consagró la mayor parte de su reinado, sentando así las bases de una nueva dinastía que habría de gobernar China durante casi tres siglos.

Según cuenta la sinóloga e intelectual francesa, Anne Cheng, en su “Historia del pensamiento chino”, cuando al emperador le hablaban con insistencia de los clásicos, decía malhumorado: 

“¡He conquistado mi imperio a caballo! ¿Para qué necesito de los clásicos?‘ Lo habéis conquistado a caballo -le contestaron-. ¿Pero lo vais a conservar a caballo? No, lo conservaréis por la armonía. Saber utilizar a la vez las armas y la cultura: ése es el secreto de durar”.

Mao

La también sinóloga -británica, en este caso-, Julia Lovell (Maoism: A Global History), podría seguir el argumento de Cheng cuando se refiere al fundador de la China moderna, Mao Tsé Tung, como uno de los diferentes líderes del partido cuyo principal instrumento de acción consistió en practicar la violencia. Mao convirtió la moraleja del cuento en su aforismo más conocido, uno que posteriormente migró de los carteles de propaganda chinos a los folletos de las Panteras Negras, de los retales estudiantiles parisinos copiados a mano a los mítines en la jungla india: "El poder político surge del cañón de un arma". Once años más tarde, añadió el refinamiento definitivo de esa idea: "El Partido controla el arma, y ​​nunca se debe permitir que el arma controle al Partido".

No era, por lo tanto, el suyo, un discurso en el que la armonía tuviera que coexistir con la fuerza. El mismo Mao enunciaría de manera explícita el procedimiento a emplear en la vida, una evocación de la guerra: “Cuando el enemigo avanza, retrocede; cuando el enemigo descansa, acósalo; cuando el enemigo se canse, atácalo; cuando el enemigo se retira, persíguelo”.

No sería menos benévolo el presidente del PCCh con sus socios comunistas. Lovell explica cómo “el público guardó un silencio sepulcral” después de que Mao completara su perorata de una hora de duración. Mikoyan –antiguo enviado de Stalin en China y, por lo tanto, familiarizado con las costumbres del presidente– quedó lo suficientemente conmocionado como para ponerse de pie y mirar en silencio a Mao. Una vez recuperados, los líderes de los partidos polaco y checo objetaron que, aunque China estaba lo suficientemente poblada como para sobrevivir a un ataque nuclear, Polonia y Checoslovaquia serían aniquiladas. Cuando el líder comunista italiano, Palmiro Togliatti, expresó una reserva similar con respecto a Italia, Mao respondió suavemente: ‘¿Pero quién te dijo que Italia debe sobrevivir? Quedarán trescientos millones de chinos, y eso será suficiente para que la raza humana continúe’. Mao -como recordaría más tarde su médico- ‘estaba realmente encantado con el resultado de la conferencia de Moscú’

Tampoco sería compasivo este sujeto con su propia población campesina. Lovell explica que “los historiadores han destacado los espantosos costes humanos que dentro de China provocaría el llamado ‘Gran Salto Adelante’. Darían comienzo con la destrucción de la privacidad, cuando el Estado despojó a los individuos del derecho a preparar comidas familiares, a administrar su propia tierra y producir en ella, a descansar; incluso, en el caso de algunas mujeres, a usar ropa mientras trabajaban. En 1959, estaba claro que el Estado no permitiría a sus campesinos realizar la función corporal más básica: comer”.

En no pocas ocasiones debieron los cuadros del partido “cruzar el río de sangre” a que se veían conminados por “el Gran Timonel”. Entre 15 y 45 millones de chinos murieron de hambre durante el referido Gran Salto Adelante (1959-1961). Si se unen a éstos los exterminados durante la Revolución Cultural, el cálculo aproximado de chinos que fueron víctimas del sistema mao-comunista alcanzaría la cifra de 50 millones. No importaría mucho: aún quedaban los suficientes chinos para repoblar la tierra.

Deng

Es verdad que China experimentaría su verdadero “salto adelante”, pero tendría que esperar a que llegaran otros tiempos. Como ha explicado Francis Fukuyama (¿recuerdan “El fin de la historia”?) en “Liberalism and Its Discontents”, “gran parte de la asombrosa historia del crecimiento de China durante las últimas cuatro décadas ha sido producto de su propio coqueteo con el liberalismo, la apertura de la economía china que comenzó con las reformas de Deng Xiaoping en 1978 y la creación de un sector privado potente. Es ese sector privado, y no las burocratizadas empresas estatales del país, el responsable de la mayor parte de su crecimiento en el ámbito de la alta tecnología. Hoy en día, China es ampliamente admirada por su éxito económico y su destreza tecnológica. Su modelo social y su ausencia de libertad es mucho menos respetado, sin embargo, y no existen precisamente millones de personas que deseen convertirse en ciudadanos chinos”.

El avance experimentado por la República Popular como nuevo y principal actor global le ha hecho observar, primero de reojo, después de manera abierta, a su principal rival, los Estados Unidos. El politólogo estadounidense, Rush Doshi, actual director adjunto para China y Taiwán en el Consejo de Seguridad Nacional de La Casa Blanca, ha escrito un interesante ensayo: “The Long Game: China's Grand Strategy to Displace American Order (Bridging the Gap)”.

Desde la perspectiva de China -asegura Doshi-, que es muy sensible a los cambios en sus percepciones del poder y la amenaza estadounidenses, estos dos acontecimientos (Brexit y la victoria de Trump) produjeron en esa nación en acelerado desarrollo un profundo impacto. Beijing creía que las democracias más poderosas del mundo se estaban retirando del orden internacional que habían ayudado a erigir en el extranjero y estaban luchando por gobernarse a sí mismas en casa. La posterior respuesta de Occidente a la pandemia de coronavirus en 2020, y luego el asalto al Capitolio de los Estados Unidos por parte de algunos centenares de extremistas en 2021, reforzaron la sensación de que “el tiempo y la capacidad de prescripción de los acontecimientos están de nuestro lado”, según afirmaría XI Jinoing.

La retirada de Occidente

Añadiría a los hechos señalados por el citado politólogo, el vergonzoso abandono de Afganistán, como un evidente signo de debilidad de la acción exterior occidental, que Doshi no señala seguramente debido a su proximidad a la sala de máquinas de la Casa Blanca.

Para Doshi, el cambio de paradigma viene definido por las consecutivas revoluciones industriales. Y describe su tesis de la manera siguiente:

“Gran Bretaña aprovechó la oportunidad de la primera revolución industrial proporcionada por la tecnología del carbón y el vapor y estableció un imperio en el que el sol nunca se ponía. Después, Estados Unidos arrebató a Gran Bretaña el poder dominante de la productividad avanzada”, al dominar la segunda revolución industrial de electrificación, y rápidamente “saltó a la posición de potencia industrial número uno del mundo, sentando una base sólida para establecer la hegemonía global”. Luego, “la tercera revolución industrial se originó en los Estados Unidos y, al aprovechar esta revolución digital, Estados Unidos impulsó su fuerza integral y extendió su hegemonía. La llegada de la Cuarta Revolución Industrial ofrece ahora una oportunidad para recuperar el tiempo perdido. Durante décadas, los líderes de China han empleado frases como “ponerse al día y superar” [赶超] para describir sus ambiciones tecnológicas, considerando a Estados Unidos y a Occidente como el punto de referencia crítico. Pero ahora, Beijing cree que el objetivo de superar a Occidente no es simplemente retórico sino realmente alcanzable. Como lo expresa el Libro Blanco de China de 2019, ‘China se está poniendo al día y avanzando’”.

Pero no se trata, desde luego, de una revolución industrial tolerante con los derechos humanos y con terceros países. En ese mismo ensayo Doshi señala:

“Desde 2016, se ha vuelto cada vez más protagonista en su región de origen y en todo el mundo. Una lista parcial de estas actividades ofrece un panorama sorprendente: China ha abierto campos de concentración en Xinjiang; ha violado su compromiso internacional con la autonomía de Hong Kong; ha matado a soldados indios en el primer uso de fuerza letal en la frontera chino-india en décadas; colocó misiles  en islas del Mar de China Meridional a pesar de haber prometido no hacerlo; envió una lista de catorce agravios a Australia bajo pena de castigo económico adicional; y amenazó con desplegar medidas de coerción económica contra docenas de estados en todo el mundo, incluida la República Checa y Suecia, ésta última históricamente neutral”.

La lista de agravios sería innumerable, sin embargo. Se trata de un sistema que amenaza liderar el mundo, aun sin establecer en él un procedimiento de reglas admisible desde nuestro enfoque occidental. Siempre según Doshi:

“En términos nominales, se espera que alcance a Estados Unidos en 2028, dado el impacto del coronavirus, que llevó a la economía estadounidense a contraerse un 8 por ciento en un año, mientras que la de China creció entre un 1 y un 2 por ciento. Está claro, entonces, que China es el competidor más poderoso al que se ha enfrentado Estados Unidos en el último siglo, y que podrá reunir más recursos en la competencia que sus anteriores rivales estadounidenses”.


Aún así, en el balance de China pesan también sus circunstancias negativas. Como ha señalado el citado politólogo estadounidense, “es cierto que China se encuentra con determinadas -y no pequeñas- desventajas: una desaceleración demográfica, la denominada trampa del ingreso medio, altos niveles de deuda pública, un sistema financiero problemático, y que la apertura del sistema estadounidense refuerza el dominio del dólar y permite a Washington recaudar recursos significativos en los mercados de deuda.


El reto demográfico 

El reto demográfico se sitúa por lo tanto también entre los elementos adversos que tiene planteados China. Mark Leonard lo ha expresado en los siguientes términos: “En el pasado, la fuerza laboral numerosa, joven y barata de China fue el principal impulsor del crecimiento del país. Ahora su población está envejeciendo rápidamente y precisa de un nuevo modelo económico, basado en el impulso del consumo. Sin embargo, como señala el economista George Magnus, para lograrlo es necesario aumentar los salarios y aplicar reformas estructurales que alterarían el delicado equilibrio del poder social de China. Reavivar el crecimiento demográfico, por ejemplo, requeriría mejoras sustanciales del subdesarrollado sistema de seguridad social del país, que a su vez tendrían que pagarse con aumentos impopulares de impuestos. Promover la innovación requeriría una reducción del papel del estado en la economía, lo que va en contra de los instintos de Xi. Estos cambios son difíciles de imaginar en las circunstancias actuales”.


La preocupación norteamericana, expresada por Doshi, reside en que “China busca desplazar a Estados Unidos no sólo del liderazgo regional sino también global, y tal vez pueda dedicar más recursos a esa tarea que los que Estados Unidos podría emplear en preservar su propio orden. Incluso los que son escépticos ante la idea de que China tenga ambiciones globales deben admitir que los fundamentos nacionalistas y leninistas del PCCh hacen difícil descartar esa posibilidad de plano. La retórica del partido sobre el rejuvenecimiento indica claramente que el objetivo de desplazar a Estados Unidos está implícito en el pensamiento actual de China y que es poco probable que Beijing acepte permanentemente un estatus menor en un orden liderado por Estados Unidos, particularmente un sistema que disponga de un carácter liberal que amenace el gobierno leninista de China”.


Ya sabemos, sin embargo, que las estadísticas no siempre corresponden a la realidad. Constituyen -de acuerdo con Disraeli- la peor de las mentiras. El pensador chino Liu destacaba, según el semanario británico The Economist del 1 de octubre de 2022, la divergencia que existe entre el flujo de producción en China y el stock de riqueza acumulada. Si un puente se construye, se derriba y luego se reconstruye, contribuye tres veces a la formación del PIB, señaló; pero sólo una vez a la riqueza del país. "Este fenómeno no es infrecuente en nuestro país”. Mencionó, como ejemplo de esta afirmación, el Puente Arcoíris en Qijiang, que se derrumbó después de tres años. China tiene 5.000 años de historia, pero pocos edificios tienen más de 50 años.


Las ventajas de China

Pero, volviendo a Doshi, China dispone de un abanico no desdeñable de ventajas sobre los Estados Unidos. Domina la producción mundial, rivaliza cada vez más con Estados Unidos en alta tecnología, cuenta con una economía de mayor tamaño que la estadounidense en términos de poder adquisitivo, tiene la armada más grande del mundo y ha resistido mejor que la mayoría de los demás la pandemia que ha asolado al conjunto del globo. Es la única gran potencia que ha evitado la recesión en 2020.


A pesar del enfrentamiento partidista queda -según Doshi- espacio para el consenso, Para Estados Unidos, la decadencia es menos una condición que una elección. El camino descendente atraviesa el polarizado sistema político del país, mientras tanto, la vía para alejarse del retroceso puede pasar por un singular procedimiento, susceptible en este caso de consenso bipartidista: la necesidad de que Estados Unidos esté a la altura del desafío de China.


Con carácter previo -o simultáneo-, Estados Unidos debería hacer sus deberes, El imperativo de la reinversión es urgente en particular. Para contraponer el desafío de China es necesario el tipo de reinversiones en la competitividad e innovación estadounidenses, que también son fundamentales para la renovación interna y la prosperidad de las clases medias.


Reconocida -e implementada- esta agenda interior, en la competencia por el orden regional y global, Estados Unidos necesitará reducir las “formas de control” de China en el escenario internacional en tanto que construye o reconstruye las suyas propias. Con respecto a la rehabilitación de los cimientos de su propio orden -continúa Doshi-, Estados Unidos dispone de varias ventajas y, en particular, se beneficia de su red de alianzas que pueden ayudarle a reducir los costos de la reconstrucción del orden global. No se puede garantizar que este enfoque competitivo cambie la estrategia china, pero sí puede limitar algunos elementos del poder y la influencia chinos, logrando una reducción de su poder.


De esta forma, la asunción norteamericana de las tareas internas más importantes del país también tendrá efectos saludables en el exterior.

Y si, para el conjunto de los ensayistas norteamericanos, el retorno a los clásicos se resuelve en citas de los “padres fundadores”, para la grey de los demócratas es útil siempre alguna cita de Jack Kennedy. “Lo que tenemos que superar”, dijo, es “ese sentimiento psicológico en el mundo de que Estados Unidos ha alcanzado la madurez, que tal vez nuestro mediodía ya pasó, tal vez nuestros días más brillantes fueron antes, y que ahora estamos entrando en la tarde larga y lenta… No tengo esa opinión en absoluto, ni tampoco la gente de este país”.


La Inteligencia Artificial

Nos encontramos, desde luego, en presencia de proyectos muy diversos entre sí, incluso opuestos. La UE acaba de aprobar una regulación de la Inteligencia Artificial, que pretende equilibrar valores europeos como la privacidad y la libertad con la necesidad de desarrollo económico y apoyo a las empresas de IA creadas en Europa. Las regulaciones trazan un rumbo entre la de China, donde el estado está invirtiendo fuertemente en IA, incluso con fines de vigilancia, y la de Estados Unidos, donde la I+D de IA se localiza en gran medida en el sector privado. El objetivo de la UE es frenar la forma en la que las empresas y los gobiernos utilizan los datos y la IA y facilitar la creación y el crecimiento de empresas europeas de IA. El marco regulatorio incluye evaluaciones de riesgo de diversos usos de la IA e impone límites o incluso prohibiciones al uso gubernamental de ciertas tecnologías consideradas de alto riesgo, como el reconocimiento facial (aunque éste tiene usos beneficiosos, como el de localizar a gentes desaparecidas y combatir la trata de personas). Sin duda, presenta el ejemplo de una sociedad que determina el abanico de limitaciones de la IA que le permitirá avanzar en su forma de vida y su futuro.


Pero si los Estados Unidos pueden retejer sus redes de alianzas globales, China no está precisamente quieta en ese escenario. Como ha recordado el director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, Mark Leonard (China Is Ready for a World of Disorder. America Is Not), en el curso de una visita del presidente chino Xi Jinping a Moscú, el presidente ruso Vladimir Putin se paró en la puerta del Kremlin para despedirse de su amigo. Xi dijo a su homólogo ruso: “En este momento se están produciendo cambios, como no habíamos visto en 100 años, y somos nosotros quienes los impulsamos juntos”. Putin, sonriendo, respondió: “Estoy de acuerdo”.


En tanto que, desde Occidente, se están acometiendo esfuerzos por apuntalar un determinado régimen -que correría graves riesgos de deterioro-, los chinos circulan por la vía opuesta. Para Leonard, mientras que la mayoría de los líderes y los estrategas políticos occidentales intentan preservar el orden internacional existente, basado en reglas, tal vez actualizando características clave e incorporando actores adicionales, los estrategas chinos definen cada vez más su objetivo como la supervivencia en un mundo sin orden. Los dirigentes chinos, desde Xi hacia abajo, creen que la arquitectura global que se erigió después de la Segunda Guerra Mundial se está volviendo irrelevante y que los intentos de preservarla son inútiles. En lugar de intentar salvar el sistema, Beijing se está preparando para su fracaso.


¿Entiende China mejor al mundo?

Y quizás China esté comprendiendo mejor el derrotero de los acontecimientos que los Estados Unidos. Según el director del ECFR, en última instancia, la comprensión de Beijing bien puede ser más precisa que la de Washington y más cercana y en sintonía con las aspiraciones de los países más poblados del mundo. La estrategia estadounidense no funcionará si se reduce a poco más que a una búsqueda inútil para actualizar un orden en desaparición, impulsada por un deseo nostálgico de la simetría y la estabilidad de una era pasada. China, por el contrario, se está preparando para un mundo definido por el desorden, la asimetría y la fragmentación; un mundo que, en muchos sentidos, ya ha llegado.


El ejemplo más sintomático de las diferencias de visión global está en el escenario ucraniano. Según Leonard, las muy diferentes respuestas de China y Estados Unidos a la invasión rusa han puesto de manifiesto la divergencia en el pensamiento de Beijing y Washington. En Washington, la opinión dominante es que las acciones de Rusia constituyen un desafío al orden basado en reglas, que debe ser fortalecido como respuesta. En Beijing, la opinión dominante es que el conflicto muestra que el mundo está entrando en un período de desorden, y que los países deberán tomar medidas para resistir.


La idea central de Xi es que el mundo se define cada vez más por el desorden, una situación que, en su opinión, se remonta al siglo XIX, otra era caracterizada por la inestabilidad global y las amenazas existenciales para China.


La respuesta china a este mundo de hace dos siglos, ahora revisitado, se encuentra en el reciente XIX Congreso del PCCh. Como señala Leonard, esta noción de supervivencia en un mundo peligroso requiere el desarrollo de lo que Xi describe como “un enfoque holístico de la seguridad nacional”. En contraste con el concepto tradicional de “seguridad militar”, que se limitaba a contrarrestar las amenazas terrestres, aéreas, marítimas y espaciales, un enfoque holístico de seguridad pretende contrarrestar todos los desafíos, ya sean técnicos, culturales o biológicos. En una era de sanciones, desacoplamiento económico y amenazas cibernéticas, Xi cree que todo puede convertirse en un arma. Como resultado, la seguridad no puede ser garantizada por alianzas o instituciones multilaterales. Por lo tanto, los países deben hacer todo lo posible para salvaguardar a su propio pueblo. Con ese fin, en 2021, el gobierno chino respaldó la creación de un nuevo centro de investigación dedicado a este enfoque, asignándole la tarea de considerar todos los aspectos de la estrategia de seguridad de China. Bajo Xi, el Partido Comunista Chino se concibe cada vez más como un escudo contra el caos.


La estrategia china no reside, por lo tanto, en trenzar nuevas alianzas. Para el director del EFCR, con Corea del Norte únicamente como aliado formal, China no puede ganar una batalla de alianzas. En cambio, ha tratado de convertir su relativo aislamiento en una virtud y aprovechar una creciente tendencia global hacia la no alineación entre las potencias medias y las economías emergentes. Aunque los gobiernos occidentales se enorgullecen del hecho de que 141 países han apoyado las resoluciones de la ONU que condenan la guerra en Ucrania, los estrategas chinos en política exterior, incluido el profesor de relaciones internacionales y comentarista de medios Chu Shulong, sostienen que el número de países que imponen sanciones contra Rusia es menor. Según ese cálculo, el bloque occidental reúne a sólo 33 países, y 167 países se niegan a unirse al intento de aislar a Rusia. Muchos de estos estados tienen malos recuerdos de la Guerra Fría, un período en el que su soberanía fue exprimida por superpotencias rivales. Como explicó a Leonard un destacado estratega de política exterior chino: “Estados Unidos no está decayendo, pero sólo es bueno para hablar con los países occidentales. La gran diferencia entre el momento actual y la Guerra Fría es que (entonces) Occidente fue muy eficaz a la hora de movilizar a los países en desarrollo contra (la Unión Soviética) en Oriente Medio, el norte de África, el sudeste asiático y África”.


A pesar de que no confíe en obtener nuevos aliados, la estructura de relaciones sostenida por China no deja de tener una formidable importancia. “Los funcionarios dicen que China es más hábil que sus rivales occidentales a la hora de ayudar a los políticos a mantenerse en el poder, especialmente financiando proyectos de infraestructura. Esto es más obvio en los estados de partido único, pero incluso los líderes democráticos lo reconocen. Sin embargo, las encuestas sugieren que los africanos comunes y corrientes están menos convencidos. En una encuesta realizada para The Economist, Premise, la mayoría en siete países (algunos autoritarios, otros democráticos) pensaban que su país se beneficiaba de la relación, pero China ganaba más. 


La influencia de ese inmenso país ha crecido en efecto de manera considerable. Como ha escrito la Administradora de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, Samantha Power (How Democracy Can Win, The Right Way to Counter Autocracy), en las últimas cuatro décadas, Beijing ha pasado de ser uno de los mayores receptores de asistencia extranjera a convertirse en el mayor proveedor bilateral de financiación para el desarrollo, principalmente en forma de préstamos. A través de sus enormes inversiones en infraestructuras, Beijing ha ayudado a muchos países en desarrollo a construir puertos marítimos, ferrocarriles, aeropuertos e infraestructuras de telecomunicaciones. Pero los efectos de segundo orden de la financiación de China pueden socavar los objetivos de desarrollo a largo plazo de los países receptores y la salud de sus instituciones. Gran parte de la ayuda al desarrollo que China ofrece, incluso a los países pobres altamente endeudados, se proporciona a través de acuerdos opacos, ocultos al público. Según el Banco Mundial, el 40% de la deuda de los países más pobres del mundo está en manos de China. Y los intentos de prestatarios altamente endeudados, como Zambia, de reestructurar sus deudas con China han sido lentos y fragmentarios, y los prestamistas chinos rara vez aceptan reducciones en las tasas de interés o en el principal.


Liderando los préstamos africanos

En cualquier caso, la presencia de China en África es apabullante. Al igual que con los puentes y puertos africanos, las empresas chinas también están construyendo la infraestructura física de los medios de ese continente. China ha instalado numerosos canales digitales para la transmisión de contenidos en línea y vía satélite. El gigante chino de las telecomunicaciones, Huawei, ha construido alrededor del 70% de la infraestructura 4G de África, proporcionando el conocimiento para monitorear y censurar redes. StarTimes, una empresa china de satélites, es muy potente en la televisión digital. Su perfil público en África es el de proveedor de televisión, que atiende a 13 millones de suscriptores en la mitad de los 54 países de África (además de 27 millones más de clientes en todo el continente que obtienen contenidos a través de Internet). De manera menos visible, está ayudando a 15 países africanos a migrar de la transmisión analógica a la digital, según pone de manifiesto Dani Madrid-Morales de la Universidad de Sheffield.


La era actual -según Mark Leonard- difiere de la era de la Guerra Fría en tres aspectos fundamentales. Primero, las ideologías actuales son mucho más débiles. Después de 1945, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética ofrecieron visiones optimistas y convincentes del futuro que atrajeron a las élites y a los trabajadores de todo el mundo. La China contemporánea no ofrece ese mensaje, y la visión tradicional estadounidense de la democracia liberal se ha visto muy disminuida por la guerra de Irak, la crisis financiera global de 2008 y la presidencia de Donald Trump, todo lo cual ha conseguido que Estados Unidos parezca menos victorioso, generoso y confiable. Además, en lugar de ofrecer ideologías marcadamente diferentes y opuestas, China y Estados Unidos se parecen cada vez más en cuestiones que van desde la política industrial y el comercio hasta la tecnología y la política exterior. Sin mensajes ideológicos capaces de crear coaliciones internacionales, no se pueden formar bloques al estilo de la Guerra Fría.


El mundo, en términos económicos y comerciales, ha cambiado mucho desde entonces, concluye el director del EFCR. “El mundo actual es extremadamente interdependiente. Al comienzo de la Guerra Fría, había muy pocos vínculos económicos entre Occidente y los países que vivían detrás del Telón de Acero. La situación actual no podría ser más diferente. Mientras que el comercio entre Estados Unidos y la Unión Soviética se mantuvo alrededor del uno por ciento del comercio total de ambos países en las décadas de 1970 y 1980, el sostenido con China hoy representa casi el 16 por ciento de la balanza comercial total de Estados Unidos y la UE. Esta interdependencia impide la formación del alineamiento estable de bloques que caracterizó la Guerra Fría. Lo más probable es un estado permanente de tensión y cambio”.


Es preciso adoptar alguna estrategia en este contexto tan complejo. Colin Kahl (Aftershoks), ha afirmado que, según algunas estimaciones, China superará a Estados Unidos como la mayor economía del mundo para 2027, alcanzando el punto de cruce incluso cinco años antes de esa previsión, debido a la capacidad de China para capear mejor el fracaso económico provocado por el virus.


Avanzando una respuesta 

Quizás la respuesta más inteligente -a la vez que pragmática- a esta situación, que a veces parece de conclusión imposible, la ofrecen el economista y profesor de la Universidad de Harvard, el turco Dani Rodrik (que fue también premio Príncipe de Asturias), y Stephen Martin Walt, profesor de asuntos internacionales de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la misma universidad de Harvard (How to Build a Better Order. Limiting Great Power Rivalry in an Anarchic World).


Los citados ensayistas proponen que se practique una disección de los diferentes espacios a abordar:


“En nuestro marco, las grandes potencias globales no necesitan ponerse de acuerdo de antemano sobre las reglas detalladas que regirían sus interacciones. En cambio, como hemos esbozado en un documento de trabajo para la Escuela Kennedy de Harvard, sólo estarían de acuerdo en un enfoque subyacente para sus relaciones en el que todas las acciones y cuestiones se agruparían en cuatro categorías generales: en la primera figuran las que están prohibidas, en la segunda están las que los ajustes mutuos entre dos o más estados podrían beneficiar a todas las partes, la tercera estaría integrada por las medidas promovidas por uno solo de los dos estados, y la cuarta, las que requieren de una involucración multilateral. Esta aproximación segmentada en cuatro dimensiones no supone que las potencias rivales confíen entre sí desde el principio, ni siquiera que acuerden qué acciones o cuestiones pertenecen a qué categoría, pero con el tiempo, el hecho de abordar los desacuerdos dentro de este marco contribuiría mucho a aumentar la confianza y reducir la posibilidad de conflicto”.


Abordando de una manera más concreta las expresadas categorías, los autores consideran:


“La primera categoría -la de las acciones prohibidas- se basaría en normas que ya son ampliamente aceptadas por Estados Unidos, China y otras grandes potencias. Como mínimo, éstas podrían incluir compromisos incorporados en la Carta de las Naciones Unidas -como la prohibición de adquirir territorio mediante conquista-, violaciones de la inmunidad diplomática, el uso de la tortura o ataques armados contra barcos o aviones de otro país. Los estados también podrían acordar renunciar a políticas económicas de “empobrecer al vecino” en las que los beneficios internos se obtienen a expensas directamente del daño causado a otros, el ejercicio del monopolio en el comercio internacional, por ejemplo, y la manipulación monetaria deliberada. Los estados violarán estas prohibiciones con cierta frecuencia y los gobiernos a veces no estarán de acuerdo sobre si una acción en particular contradice una norma establecida, pero al reconocer esta categoría general, estarían reconociendo que existen límites para las acciones aceptables y que cruzarlos tiene consecuencias”.


“La segunda categoría -continúan los citados autores- incluye acciones en las que los estados pueden beneficiarse al alterar su propio comportamiento a cambio de concesiones similares por parte de otros. Los ejemplos más simples incluyen acuerdos comerciales bilaterales y acuerdos de control de armas. A través de ajustes mutuos de políticas, los rivales pueden llegar a convenios en los que se beneficien económicamente o eliminar áreas específicas de vulnerabilidad, convirtiendo así a las dos partes en países más prósperos y seguros y permitiéndoles destinar el excedente de gasto no empleado en defensa a otras necesidades. En teoría, se podría imaginar que Estados Unidos y China -u otra potencia importante- acuerden limitar ciertos despliegues o actividades militares, como operaciones de reconocimiento cerca del territorio del otro o actividades cibernéticas dañinas que podrían afectar negativamente a la infraestructura digital del otro, a cambio de limitaciones equivalentes para la otra parte”.


Continuando con su tesis, los profesores indican:


“En el caso de que los dos estados no puedan llegar a un acuerdo mutuamente beneficioso, el marco ofrece una tercera categoría, en la que cualquiera de las partes es libre de adoptar acciones independientes para promover objetivos nacionales específicos, acordes con el principio de soberanía, pero sujetos a cualquier prohibición prevista con antelación. Los países frecuentemente deciden acciones económicas independientes debido a diferentes prioridades nacionales. Por ejemplo, todos los estados establecen sus propios límites de velocidad en las autopistas y políticas educativas de acuerdo con las preferencias internas, aunque unos límites de velocidad más altos pueden elevar el precio del petróleo en los mercados mundiales, y mejorar los estándares educativos puede afectar la competencia internacional en determinados sectores. En cuestiones de seguridad nacional, es especialmente difícil alcanzar acuerdos significativos entre adversarios o rivales geopolíticos, y la norma es la acción independiente. Aún así, el marco establece que dichas acciones deben estar bien calibradas: para evitar medidas de represalia y escalada que pongan en riesgo una acumulación militar desestabilizadora o incluso un conflicto abierto. Las soluciones deben ser proporcionales a la amenaza a la seguridad en cuestión y no verse diseñadas para causar daño a un rival”.


“La cuarta y última categoría -concluyen los profesores- se refiere a cuestiones en las que la eficacia de una acción requiere la participación de múltiples estados. El cambio climático y el covid-19 son ejemplos obvios: en cada caso, la falta de un acuerdo multilateral efectivo ha alentado a muchos países a beneficiarse de la situación, lo que ha supuesto la emisión a la atmósfera de excesivas partículas de carbono en el primero y un acceso global inadecuado a las vacunas en el segundo. En el ámbito de la seguridad, los acuerdos multilaterales como el Tratado de No Proliferación Nuclear han conseguido limitar la extensión de armas nucleares. Dado que, en última instancia, cualquier orden mundial se basa en normas, reglas e instituciones que determinan cómo actúan la mayoría de los estados, la mayor parte del tiempo, la participación multilateral en muchas cuestiones clave seguirá siendo indispensable”.


Se trata, sin lugar a dudas, de una aproximación teórica, pero no por eso alejada de la necesidad del compromiso que pueda evitar trastornos de mayor envergadura que los derivados de los conflictos comerciales o de la competición por la situación en el ranking de la riqueza. No es posible que la democracia liberal pueda imponerse por la fuerza de las armas o la ocupación del territorio -y ya son incontables los supuestos que acreditan este aserto-. El conflicto entre China y Estados Unidos, y, por extensión de éste, el que pueda abrirse con la Unión Europea, debería constituirse en objeto de análisis y de racionalización de los diferentes ámbitos en los que se plantea: allá donde la solución pueda ser compartida, ésta se debería ensayar; donde no, los modelos políticos y económicos diferentes subsistirán. Por supuesto que con la esperanza y el trabajo de quienes creemos en la superioridad ética de los derechos democráticos, y de que los otros modelos -los más autoritarios de entre éstos- puedan desaparecer en el medio o largo plazo.


Por supuesto que los escenarios bélicos en presencia -Ucrania, Gaza…- desmienten poderosamente estas tesis. Pero, de acuerdo con el adagio latino (“si vis pacem, para bellum”), quizás se encuentre en el horizonte alguna respuesta.


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