domingo, 24 de marzo de 2024

Sanciones

 


En un artículo publicado por The New Yorker el 24 de octubre de 2022, la analista financiera, Sheelah Kolhatkar, decía que  "el uso de sanciones económicas se remonta al menos a la antigua Atenas. Alrededor del 432 a.C., Pericles emitió el Decreto Megariano, que estableció un bloqueo dirigido a los aliados de Esparta. Sin embargo, la eficacia de la táctica sigue siendo dudosa. Algunos historiadores han llegado a afirmar que el decreto ayudó a iniciar la Guerra del Peloponeso".


Siempre segun Kolhatkar, "después de la Primera Guerra Mundial, cuando la Sociedad de Naciones consideraba el uso de medidas económicas como una manera de disuadir a los países de invadirse unos a otros, Woodrow Wilson habló de las sanciones como una táctica 'más tremenda' que el conflicto físico. Una nación sólo tenía que imponer a otra este 'remedio económico, pacífico, silencioso y mortal y no habría necesidad de la fuerza', afirmó. 'Es un remedio terrible. No cuesta una vida fuera de la nación boicoteada, pero ejerce una presión sobre esa nación que, a mi juicio, ninguna nación moderna podría resistir'. La evaluación de Wilson resultó optimista, ya que la amenaza de sanciones contra Alemania, Italia y Japón no logró evitar otro conflicto global".


No parecían alentadores, por lo tanto, los antecedentes de las políticas de sanciones en cuanto a sus resultados positivos. A pesar de eso continuarían en la agenda político-económica de las acciones pre-bélicas o alternativas a las operaciones militares. Como recuerda Sheelah Kolhatkar: "Aún así, el atractivo de las sanciones económicas persistió, particularmente en la historia moderna de la política exterior estadounidense. En los últimos ochenta años, Estados Unidos los ha desplegado contra la Unión Soviética, China, Cuba, Vietnam, Irán e Irak, entre otros; unas diez mil entidades han sido designadas como objetivos de sanciones. El éxito más claro de una presión de boicot hasta la fecha fue quizás la campaña global contra el sistema de apartheid de Sudáfrica. En 1986, Estados Unidos se unió a otros socios comerciales de Sudáfrica para aprobar sanciones, y se extendió el movimiento para desinvertir y boicotear los bienes y servicios del país. La presión económica resultante ayudó a poner fin al apartheid en 1994".


Se trata, sin duda, de un magro resultado el de esta política de castigos económicos cuando solamente podríamos evocar un único caso de éxito que consiguiera revertir la permanencia de un régimen. Nicholas Mulder, historiador y autor de “El arma económica”, avanza una explicación al respecto: "El surgimiento de las sanciones como herramienta de la guerra moderna, señala que, en estos y otros países sancionados de manera agresiva por gobiernos occidentales, los líderes despóticos duraron años o permanecen obstinadamente en el poder. Las sanciones -continúa Mulder- son una especie de alquimia. Aplicas toda esta presión a la caja negra de la economía de un país y esperas que, al otro lado de esa caja negra, surja un cambio político. Pero que el dolor y la presión conduzcan al cambio que se desea ver es el verdadero desafío, y a menudo la gente subestima lo difícil que será. Y ésa es la razón de que las sanciones suelen ser mucho menos efectivas de lo que uno podría pensar”.


En un mundo globalizado, además, las repercusiones de estas políticas no se agotan en el estricto plano del represaliado y del sancionador. No se trata sólo de una relación bilateral. Daniel Drezner ha escrito para Foreign Affairs que en las sanciones decretada contra China, el 8% las paga el citado país, el 91% corre a cuenta de los exportadores estadounidenses que lo repercuten sobre los consumidores. Y no sólo eso, siempre según Drezner, algunos países -Rusia, por ejemplo- responden a las sanciones con otras sanciones, lo que perjudica también a terceros países. Drezner opina que esta política, practicada en contra de Irán, ha producido el efecto perverso de la reactivación de su programa nuclear.


Hay un aspecto en el que los teóricos de la política económica internacional no entran en muchas ocasiones -o lo hacen de puntillas-. Es éste el de la necesidad que tienen las democracias de limpiar en alguna medida su conciencia sin tener por ello que llegar al extremo de adoptar medidas de difícil explicación a su ciudadanía y de la no menos complicada reversibilidad que tienen algunas operaciones de ocupación de territorios ajenos y distantes. Basta como ejemplo de este último supuesto el de la vergonzante salida occidental -estadounidense en especial- de Afganistán.  En esa tierra de nadie que media entre el no hacer nada y liarse a tiros se encuentran ese tipo de medidas. No servirán para modificar el actual estado de la situación, pero dirán a su clientela interior -sus votantes- y exterior -los opositores silenciados de los regímenes a sancionar- que no son, no somos, ajenos a sus convicciones. 


Un lavado de conciencia que el que escribe estas líneas experimentó en las dos resoluciones de urgencia del Parlamento Europeo en contra de la cúpula gobernante en Venezuela. Una institución sin competencias para la política exterior llamando a los gobiernos que componen la UE a que decreten sanciones contra un régimen de sátrapas. ¿Sirven para algo? Mejor eso que no hacer nada.

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