martes, 18 de julio de 2023

Una España cada vez más rural

El candidato del PP a la presidencia del Gobierno ha insistido en presentarse a sí mismo como un auténtico producto de la España rural, que ha sido rebautizada como la España vaciada. Tendría así, Alberto Nuñez Feijóo, la cualidad de un hombre sencillo, se diría que “de pueblo”, alejado por lo tanto de las connotaciones de cosmopolitismo que no dejan de resultar cargantes para algunos.


Hay, como en todos los debates políticos, un exceso de verborrea demagógica, unida a una notable ausencia de propuestas concretas verdaderamente viables para que la realidad del vaciamiento pueda revertirse, de modo que los pueblos de España recuperen cierta presencia humana. Y no sólo porque su desaparición supone un triste abandono de casas y costumbres, de gentes que viven en soledad, de ancianos apegados a su tierra que carecen de atención médica y social; es que también se va con ellos la industria agrícola y ganadera, y quedan los bosques, que abandonados a las temperaturas tórridas se incendian, y la desertificación humana nos lleva a un desastre ecológico que tiene muy pocos paliativos.


La pandemia del Covid19 parecía que podía convertirse en un punto de inflexión, y que ese largo periodo de enclaustramiento supondría un cambio de paradigma, no sólo por la detención del éxodo hacia las grandes urbes, sino por el retorno al campo de muchas familias dispuestas a recuperar la calidad de vida de que se dispone en el ámbito rural. Sin embargo, algunos estudios revelarían muy pronto que no sería así y que la tendencia a la migración se mantendría una vez cerrado el paréntesis de la enfermedad.


De esta forma se manifestaba un artículo publicado por “El Confidencial”: “Durante los meses más complicados de la pandemia surgieron grandes reflexiones sobre el modo de vida de la sociedad y despertaron antiguos anhelos de una existencia más tranquila y placentera. Uno de ellos era la vida en el campo, más recogida y 'humana', pero con una buena conexión a Internet 5G para teletrabajar. Durante muchos meses pareció que la pandemia y las tecnologías cambiarían el modo de vida de los ciudadanos alterando para siempre los flujos migratorios dentro de España. Serían la cura para la enfermedad crónica de la despoblación. Hoy sabemos que no fue así: los flujos migratorios de las ciudades al mundo rural fueron un deseo convertido en espejismo”.


Un espejismo que no sólo se advierte en las épocas actuales. Expresión meridiana de la contraposición entre el campo y la ciudad se produjo en los sitios que sufriera la villa de Bilbao a cargo de las fuerzas militares carlistas. En su todavía no publicado trabajo sobre la memoria de aquellos episodios, Xabier Erdozia ha escrito:


“La capital vizcaína, por su parte, asumió aquella interpretación, y durante el asedio colaboró en la articulación del nuevo estereotipo, asociado a lo arcaico, lo reaccionario y antipatriótico. Como ya había ocurrido en las experiencias de la guerra anterior, su discurso se nutría de la contraposición entre un espacio urbano identificado con el progreso y un entorno rural cuya factura romántica adquirió entonces tintes de ignorancia, sumisión, fanatismo y de costumbres y actitudes bárbaras. ‘La Guerra’ (un periódico de la época) afirmaba, ‘el partido carlista, en primer término, y en segundo la población rural de Vizcaya son la causa de las inmensas pérdidas que sufre Bilbao’, y describía aquel conjunto humano como ‘el tipo más acabado y perfecto de la perfidia y la ingratitud’. Según Irurac-bat (otro periódico de aquellos tiempos), el levantamiento de la provincia había obedecido ‘principalmente al encono y odio que los jaunchos (los señores de las zonas rurales, en alguna medida, caciques) y los clérigos (habían) procurado mantener cada vez más vivo en los pueblos contra la villa’; y el bombardeo, que obedecía ‘a ruinosas pasiones’, se realizaba ‘para satisfacer el ardiente deseo de los cabecillas y batallones vizcaínos’. Y es que un cerco aúna las experiencias del frente y de la retaguardia, un contexto en el que el sufrimiento colectivo dota a los ideales de un sentido emocional, y donde el resentimiento hacia el enemigo facilita la identificación con la visión simplificadora de cualquier conflicto que promueve el nacionalismo”.


La contraposición entre la ciudad y el campo contiene también, por lo tanto, razones ideológicas e históricas, más allá del ámbito de protección de las villas respecto del espacio rural, al que se refería el historiador y político bilbaino Gregorio Balparda. Y podríamos recordar en este sentido las hordas de los “bagaudas” que a finales del imperio romano asolaban a las gentes de los territorios rurales obligándolas a acudir a la protección de las ciudades fortificadas con portones de acceso que se cerraban al tráfico humano por la noche.


Razones ideológicas e históricas, sí, pero también económicas y de mentalidad. El ser humano ha dividido los ámbitos de estudio en especialidades, pero el hombre no es unidimensional -como titulaba el ensayista Marcuse una de sus más célebres obras-. Y los motivos del éxodo del campo a la ciudad como su eventual regreso a él no se acomodan sólo al progreso que ofrecen las ciudades frente a la posible reacción al cambio que resulta sintomática en los pueblos. Las ocasiones de mejora personal existen en mucha mayor medida en las ciudades y desaparecen con el estrechamiento vital de los núcleos de inferior tamaño.


Pero eso mismo ocurre con las ciudades pequeñas y aún medianas respecto de las grandes urbes. Por eso la ruralización de España tampoco se define en términos de la tantas veces denominada como “España vaciada”. Habría más bien que definirla como la contraposición entre la “España -o la Europa, o el mundo- de las oportunidades” respecto de la España que apenas las ofrece.


Por eso, y sin perjuicio de estimar como altamente positiva la posición del candidato Feijóo, me temo que sus deseos no pasarán de constituir un pequeño tributo a la nostalgia de la recuperación de los tiempos que pasaron ya, la expresión de un empeño de imposible concreción, o sólo un brindis al sol, de esos que carecen de contenido.


1 comentario:

Boris Luis Santa Coloma dijo...

Este análisis me recuerda la "consigna" que lanzó Fidel Castro a finales de la década del 60: "Más ruralismo y menos urbanismo". Por aquel entonces las relaciones con Moscú no eran las mejores. Había tenido lugar una conspiración en la cúpula del antiguo partido comunista cubano (subordinado a los soviéticos y que se llamaba Partido Socialista Popular). Castro "no dejó títere con cabeza". Desde entonces las relaciones con la extinta URSS eran gélidas, aunque hacia el exterior aquello nunca trascendió. Para contrariar a los soviéticos - quienes defendían la tésis de que la clase obrera era la fuerza motora de las transformaciones - Castro le imprimió un rumbo "agrícola" a su Revolución. Aquello fué una versión caribena del "Gran Salto" de Mao Tsedong, que terminó igual que la del Gran Timonel asiático. El experimento de Castro aceleró la depauperación de la incipiente industria cubana. Creo que el fenómeno de la gente dándole la espalda a las urbes para estableceerse en el campo, no puede compararse con la errática política de Castro, aunque también creo que merita un análisis sociológico más detenido.