domingo, 30 de julio de 2023

Mr. Kissinger goes to Pekín

Un joven senador, idealista e inexperto, se fue a la capital de los Estados Unidos a predicar la buena nueva de sus magníficas intenciones. Éste era el argumento de una célebre película de Frank Capra que llevaba por título “Mr. Smith goes to Washington”. Seguramente que usted recuerde la escena en la que su protagonista -el inolvidable Jimmy Stewart- pronunciaba un inacabable y agotador discurso parlamentario, con el fin de detener la aprobación de una determinada disposición que beneficiaba los intereses de los menos y perjudicaba los de la mayoría.


Como sucede en las películas que tienen final feliz, Mr. Smith conseguía triunfar. La vida real es más complicada que el cine, ya lo decía Aute: “todo en la vida es cine, y los sueños… cine son”.


No ha sido un joven senador en este caso, sino un centenario político, escritor y profesor -Henry Kissinger-; y no ha ido a Washington sino a Pekín, para tratar de explicar a Xi Jinping su particular opinión sobre las relaciones entre su país y China. Un asunto que el ex secretario de Estado americano conoce bien, no en vano sería él mismo el adelantado por el presidente Nixon en la normalización de las relaciones entre los dos países. Ocurrió en una reunión que celebraría el ahora centenario personaje con Zhou Enlai en julio de 1971.


Han pasado desde entonces más de 50 años. Y el líder chino recibía a su ilustre visitante con la efusiva expresión: “Viejo amigo…”. Quizás entonces recordaría Kissinger la historia de Esopo, que el antiguo responsable americano relataba en su ensayo “Diplomacia”: “No estoy dispuesto a desempeñar el papel de las ovejas, cuando éstas convinieron en desarmarse como garantía de su buena fe, y despidieron a sus perros guardianes, e inmediatamente fueron devoradas por los lobos”.


Porque, como afirma Mark Leonard en un reciente artículo que publicaba en la revista Foreign Affairs, China se ve más cómoda en el actual desorden mundial que en un mundo presidido por reglas.


Y no es que pretenda establecer como argumento de este texto que los chinos sean como los lobos y que los norteamericanos pudieran resultar equivalentes a los corderos. A la vista de lo que hemos podido comprobar después de la II Guerra Mundial, sólo cabría concluir, con Thomas Hobbes, que “el hombre es lobo para el hombre”, una realidad presente a lo largo de la historia, en alguna medida amortiguada por la Carta de Naciones Unidas y las decisiones de su Asamblea General (otra cosa deberíamos afirmar seguramente de las emanadas por su Consejo de Seguridad).


Más bien recordaría el prestigioso visitante a Xi las palabras -que también cita Kissinger ahora en su análisis sobre el liderazgo- y que constituyen seguramente la afirmación más paradigmática de las realizadas sobre la política exterior, la de Lord Palmerston: “No tenemos aliados eternos y no tenemos enemigos permanentes. Nuestros intereses son permanentes, y es nuestro deber defenderlos”.


De acuerdo con la máxima palmerstoniana, China y Estados Unidos no podrían ser considerados como “enemigos permanentes”. Es cierto que sus intereses son divergentes en muchos ámbitos políticos y comerciales, que los dos países juegan en el mismo tablero -el escenario global-, aunque con diferentes reglas, uno lo hace con las limitaciones del orden normativo creado después de la II Guerra Mundial -aunque forzoso resulta decir que se lo salta en ocasiones-, en tanto que el otro desarrolla su estrategia vulnerando muchos de los principios normativos que regulan el orden jurídico internacional.


Sólo por poner un ejemplo de este último caso, sería la llamada “crisis de Huawei” que, como es sabido, se deriva de un conflicto de carácter político-comercial iniciado a principios de 2018 y actualmente vigente, en el que el gobierno americano acusa a la empresa china de espionaje y ciberespionaje utilizando su infraestructura y tecnologías para obtener acceso a secretos industriales, datos de usuarios y otra información confidencial de varios países que serían divulgadas al gobierno chino.


¿Qué motivos presiden el comportamiento de China? En palabras de Mark Leonard, “(la) noción de supervivencia requiere el desarrollo de lo que Xi describe como “un ‘enfoque holístico de la seguridad nacional’. En contraste con el concepto tradicional de ‘seguridad militar’ que se limitaba a contrarrestar amenazas terrestres, aéreas, marítimas y espaciales, el enfoque holístico de la seguridad apunta a contrarrestar todos los desafíos, ya sean técnicos, culturales o biológicos. En una era de sanciones, desvinculación económica y ciberamenazas, Xi cree que todo puede convertirse en arma. Como resultado, la seguridad no puede ser garantizada por alianzas o instituciones multilaterales. Por lo tanto, los países deben hacer todo lo posible para salvaguardar a su propio pueblo”.


Es complicado el equilibrio entre dos potencias (emergente, una; en relativa decadencia en cuanto a los valores compartidos, la otra). Sin embargo, a diferencia de las relaciones comerciales existentes entre los Estados Unidos -que apenas llegan al 1%-, las de aquel país y China alcanzan -siempre según Leonard- el 16%.


Establecer un marco en el que resulte factible la cooperacion con la competición es asunto posible -no diré que sencillo- entre cualesquiera proyectos que operen desde una cobertura normativa similar (la empresa, la política, una oenegé…), pero es bastante más complicado cuando ese espacio de referencia común (el Derecho Mercantil, la Constitución o el Derecho Internacional) es sencillamente inexistente. Para conseguirlo es preciso construir un ámbito de acuerdo que haga posible un cierto nivel de colaboración.


Henry Kissinger es muy consciente, tanto de las dificultades que ese empeño supone, como también de su necesidad. Lo advertía el semanario británico The Economist respecto de la entrevista que le hizo en mayo de este mismo año:


“Kissinger ha sido fuertemente criticado por muchos como un belicista por su participación en la guerra de Vietnam, pero él considera que evitar los conflictos entre las grandes potencias es el centro del trabajo de su vida. Después de presenciar la carnicería causada por la Alemania nazi y sufrir el asesinato de trece parientes cercanos en el Holocausto, se convenció de que la única forma de evitar un conflicto catastrófico es una diplomacia realista, preferentemente fortalecida por valores compartidos. ‘Este es el problema que hay que resolver’, dice. ‘Y creo que he pasado mi vida tratando de lidiar con eso’. En su opinión, el destino de la humanidad depende de si Estados Unidos y China pueden llevarse bien. Él cree que el rápido progreso de la Inteligencia Artificial, en particular, les deja sólo de cinco a diez años para encontrar una manera”.


Genera quizás más dificultades -al menos en la cultura predominante en los países de la UE, según mi opinión- el siguiente párrafo que glosa la citada entrevista:


“Tal enfoque transaccional no será algo natural en Estados Unidos. El tema que recorre la épica histórica de las relaciones internacionales de Kissinger, ‘Diplomacia’, es que Estados Unidos insiste en describir todas sus principales intervenciones en el extranjero como expresiones de su destino manifiesto de rehacer el mundo a su propia imagen como un país libre, democrático y de economía de mercado. El problema para Kissinger es el corolario según el cual los principios morales superan con demasiada frecuencia los intereses, incluso cuando no produzcan el cambio deseable. Reconoce que los derechos humanos importan, pero no está de acuerdo con situarlos en el centro de su política. La diferencia está entre imponerlos o decir que afectará las relaciones, pero la decisión es de ellos”.


Si el personaje interpretado por Jimmy Stewart viajaba a la capital estadounidense armado de su ingenuidad, el veterano centenario volaría a Pekín vestido con sus ropajes de pragmatismo. Supongo que no existe integración posible de ambos personajes, pero no echemos en saco roto la voz de la experiencia y el aviso del peligro que nos acecha si no actuamos a tiempo de evitarlo.


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