lunes, 31 de marzo de 2014

La ascendente carrera de Salvador Moreno (10)


Y para ese viaje no había necesitado ella -ni su marido- de grandes alforjas. Desde su presencia en el Ministerio Aznar, con Serrano al frente de Defensa, ya estaba Moreno en primerísima fila; el paso por Interior había acreditado su importancia como activo principal del PP y ya se ha dicho que la Defensa  -así, con mayúsculas- es siempre pública, de modo que no costaría excesivo trabajo el enchufe.

Claro que seguía siendo conveniente conducir este asunto -como todos- con el rabillo del ojo puesto en el retrovisor. Y, para ello, nada mejor que continuar su frecuentación por los aledaños de Zarzuela, una gestión que Cayetana desarrollaba con perfección de artista.
Nunca había perdido ella su relación con su amiga Adelaida, sus saraos y devaneos regios más allá de los malos momentos vividos en los últimos tiempos por la real casa.

Es verdad que en la carrera ascendente de Salvador Moreno, los recientes hechos que vivía el titular de la máxima magistratura del Estado, debidos a errores propios por él mismo reconocidos, y ajenos, aún estos últimos sin sustanciar por la justicia, no afectaban aún a las cosas de comer. Habrían de pasar décadas todavía -en opinión de los más conspicuos intérpretes de la realidad hispana- hasta que las gentes del país llegaran a niveles de exigencia propios de otras ciudadanías, no está este autor muy de acuerdo con dicha tesis, pero obligado resulta decir que no es este el objeto de la historia que, por el momento, no obsta a la creciente carrera ascendente de Moreno.

Estrechados sus contactos con las empresas militares y mantenidos los existentes con el palacio real, Salvador Moreno esperaba su oportunidad, claro que manteniendo también contacto con su antiguo jefe y amigo, Mariano.

Lo tenía todo atado y bien atado, y mejor que el viejo general, además.

Los últimos años años del gobierno Zapatero fueron el escenario de la confluencia de la crisis importada -nacida en los EEUU- y la interior -la propiamente cañí-, que tendría los efectos de la tormenta perfecta. Crecía el paro, el déficit y su financiación a través de la deuda, los impuestos y, en la misma medida, la desazón del ciudadano medio que veía cómo sus emolumentos, esperanzas futuras de vida digna y las prestaciones sociales se abismaban en el mundo de la incertidumbre.

Pero de todo eso no era consciente el aspirante a futuro presidente, que se fumaba literalmente un puro, pensando -como él mismo declaraba a un periodista americano- que el solo cambio de titular en el Palacio de la Moncloa resolvería los problemas que aquejaban a la economía patria.

No ocurría así, por el contrario la llegada al poder del flamante presidente se hacía bajo los peores augurios posibles: el déficit era mucho mayor que el previsto y los mercados -al contrario de lo que pensaba el político gallego- apenas le darían tregua. Pero ya se sabe que la política actual es bidireccional, y lo que un gobernante socialista -como Zapatero- puede llegar a considerar como progresista -bajar los impuestos-, un dirigente conservador puede considerar acorde a sus pretensiones ideológicas -subirlos-. Claro que, calificar de ideología a lo que tenemos por delante en el panorama español no es asunto que soporte las más leves pretensiones en este sentido. Aunque-una vez mas- se trata de cuestión diferente de la relativa a la historia que estamos contando.

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