martes, 6 de octubre de 2009

intervención en el Ateneo de Madrid. 5.10.09

Dahrendorf en el Ateneo

Quiero felicitar al Ateneo de Madrid por su iniciativa de celebrar este acto a la memoria del recientemente fallecido Ralf Dahrendorf.
Al abordar la figura de la persona del germano-británico, la primera idea que me viene a la cabeza es que no resulta posible una sola adjetivación. Y es que, en este mundo de seres unidimensionales, Dahrendorf no era un escritor o un político. O no era solamente un pensador o un hombre comprometido con su tiempo -con la idea de una Europa que progrese hacia su unidad desde el paradigma de la solución a los problemas que realmente perciben los ciudadanos... Porque era todo eso, un pensador y un político. Y lo era a la vez
Quizás por esa razón, Dahrendorf no gozaba de la mejor fama entre la clase intelectual -o en el conjunto de ese mundo-. Porque –permítanme la ironía- la contaminación que produce el ejercicio de la política sobre la pureza del intelecto parece que es altamente nociva respecto del proceso discursivo de las ideas, que deben confrontarse sólo con las ideas, y nada más que en los foros académicos, las revistas especializadas o el debate de altura entre autores que se amparan casi siempre en el cómodo refugio de sus obras publicadas.
Tampoco Dahrendorf resultaría cómodo para la clase de los políticos. Quien haya tenido la oportunidad de conocer -desde dentro, que es como se conocen las cosas- el nivel de la política -podría añadir que el "pedestre" nivel de la política-, quien haya tenido la oportunidad de asistir a esas reuniones matutinas de algún partido mayoritario, el responsable sentado ante el cuarto de metro -o más- de grosor que tienen los periódicos del día y ve como este responsable político repasa titulares y advierte las fotos que los acompañan, a la vez que construye -es una forma de hablar- un discurso a la contra, será inmediatamente consciente del ostracismo cotidiano al que los políticos al uso condenan al mundo de las ideas. Los intelectuales -según el discurso mayoritario de nuestra política de hoy en día- están bien como floreros que destacan en los actos públicos de los partidos o de los gobiernos, siempre y cuando -por supuesto- otorguen con su presencia conformidad a la actuación de ese partido o ese gobierno, actuación en la que -¡no faltaría más!- nada han tenido que ver esos lucidos profesores, ni en su diseño ni en su desarrollo.
Claro que el político y pensador que era Dahrendorf tenía muy claro que no es lo mismo el trabajo en la más fértil y pausada tierra de la teoría académica que en el terreno embarrado -cuando no yermo- del ejercicio de la política. Son suyas las palabras que dicen que "la acción política y la reflexión intelectual no tienen los mismos objetivos ni responden a las mismas necesidades".
Se puede, por lo tanto -y aquí continúo yo mismo-, pero no se debe, actuar en la política desde un determinado fundamentalismo fabricado en el interior de una determinada campana de cristal y que no está contrastado con la realidad social ni con las necesidades generales del universo en que se deban aplicar esas políticas. En cuanto a las incursiones que en el territorio intelectual pueda realizar buena parte de la clase política soy un tanto escéptico; y me refiero no sólo a la española, y lo digo por lo del "mal de muchos..."

Dahrendorf fue un liberal -quizás por eso estamos aquí-. Un liberal forjado como tal en las entrañas del totalitarismo. Hijo de un social-demócrata e inserto en medio del régimen de Adolfo Hitler y su exaltación de la uniformidad conforme a patrones étnicos, este hombre que nació y murió en Alemania -en Colonia, muy cerca de los meticulosamente organizados bosques del Saarland westfaliano- que se nacionalizaría británico y fuera nombrado Lord por Su Majestad la Reina Isabel, es un ejemplo más de que los totalitarismos constituyen –a pesar de ellos mismos- un excelente caldo de cultivo para los luchadores por la libertad, entre los que nos encontramos siempre los liberales. Salvadas las distancias de tiempo y lugar, quienes hemos tenido que hacer frente a la doble intolerancia del nacionalismo obligatorio y de su brazo exterminador, nos hemos dado pronto cuenta de que la libertad no es un bien adquirido sino más bien una lucha cotidiana.
Dahrendorf era muy escéptico acerca de los recientes combates practicados por la libertad contra sus contrarios. Y muy crítico además contra lo que llamaríamos los nuevos liberticidas.
Según Dahrendorf, "de acuerdo con la nueva teoría de Tony Blair, la seguridad es la primera libertad. O sea, la libertad no es el derecho que tienen los individuos a definir sus propias vidas, sino el derecho del Estado a restringir la libertad individual en nombre de una seguridad que sólo el Estado puede definir. Este es el principio de un nuevo autoritarismo. Los terroristas -concluye Dahrendorf- no pueden ganar, su oscura visión nunca alcanzará la legitimidad popular. Por eso debemos mantener vivos nuestros valores".
De manera que, en este principio de siglo en el que los calificativos ideológicos sirven de muy poco y en que las ideas transformadoras o regresionistas toman el testigo, hace falta un valor del que la gran mayoría carece para enfrentarse a la generalidad dominante -y a veces asfixiante- y decir las cosas sencillas que advierten en los oropeles de los ropajes dialécticos una simple desnudez en los argumentos.

Son muchas y muy variadas las personas que pretenden constituirse en miembros de esta corriente del pensamiento político. No en vano, en una reciente encuesta publicada en España, por el CIS, cerca de un 15% de los preguntados contestaban que su preferencia ideológica era el liberalismo. Sólo se proclamaba socialista el 17.
Quizás ocurra eso porque, mucho tiempo después de su nacimiento, el liberalismo goza de buena salud.
Pero en cualquier caso, el de liberal, no deja de ser un término polisémico.
No es mi estilo el de convertirme en una especie de anatematizador de la disidencia, tampoco en estos pagos ideológicos. Pero creo que es preciso realizar un paso más -elemental, por otra parte- y conocer la posición de un determinado "liberal" cuando este se refiere a cuestiones que van más allá de las libertades formales y del juego abierto de los mercados. En este sentido, creo que lo que se ha venido definiendo como "cuestión social" y que encuentra su acomodo más notable en el artículo 9.2 de nuestra Constitución es la más clara vara de medir para distinguir entre liberales de uno y otro signo.
Antonio Garrigues Walker me recordaba hace escasas fechas que no se puede ser liberal solamente en el aspecto económico, que se es liberal también en lo que se refiere a los derechos civiles o en lo que hace referencia a la cuestión humana. Creo que quienes piensan que el liberalismo empieza y concluye en su aspecto económico no pasan de ser unos reduccionistas.
Suscito este asunto de lo que podríamos definir como la cuestión humana o la cuestión social porque viene también a cuento el asunto. No me desviaré -eso espero- un ápice del tema que nos ocupa: la comprensión más cabal posible de la figura de Dahrendorf.
El 12 de febrero de 2.006, Dahrendorf escribió que "la ciudadanía, en el sentido pleno de la palabra, requiere derechos básicos y la capacidad de hacerlos cumplir. También requiere una situación económica básica, incluida una garantía de ingresos".
Es cierto que ese "derecho de ciudadanía" en sentido amplio al que se refería Dahrendorf podría servir para ofrecer cobertura ideológica a las tesis de Milton Friedman, cuando este proponía la figura de un "impuesto negativo", por encima del cual se contribuía al fisco y por debajo del que ese "Estado mínimo" pagaría al ciudadano, como también podría amparar en su cobertura a los desarrollados Estados del bienestar" que se han venido estableciendo en Europa a lo largo del siglo XX y respecto de cuyas consecuencias Dahrendorf era bastante crítico. Pero es preciso afirmar que el liberalismo -y en eso Dahrendorf no era ninguna excepción- se encuentra tan distante del "laissez faire" de la primera industrialización como del igualitarismo uniformizante de las burocracias instauradas en los países del este de Europa durante buena parte del pasado siglo.
Los "neo-con", rebautizados luego -especialmente en nuestros pagos- como neo-liberales, aceptan el principio de la libertad económica, pero rechazan con espanto el solo enunciado de la palabra igualdad, aunque sea esta referida a la prestación de los servicios ofertada por el Estado -y entre ellos los que se desprenden del principio de "igualdad de oportunidades"- y aún el solo hecho de la prestación pública de esos mismos derechos y la extensión de ellos al conjunto de los ciudadanos.
Como consecuencia de esta visión radical de reduccionismo del Estado basada en una absoluta e integral mercantilidad de la sociedad en una Administración Pública desnuda de competencias y de servicios públicos, esa sociedad se convierte en una especie de ley de la selva, donde el más fuerte es siempre el que más tiene, sin que se registre mecanismo corrector alguno en el sistema.
¿Es eso libertad? ¿Las nuevas mafias, los actuales señores de la guerra desplegando su poder entre el estupor y el desvalimiento de la mayoría? O -sin necesidad de ponernos catastrofistas- la imagen de los enfermos sin atender a las puertas de los hospitales en los EEUU, porque carecen de seguro médico, una imagen que el recientemente fallecido Senador Kennedy quiso abolir y cuya reforma el Presidente Obama está impulsando de forma resuelta. Ni que decir tiene que nuestros neo-conservadores españoles de hoy -disfrazados, eso sí de neo-liberales, cuando no de liberales a secas- consideran que esa sociedad libre americana ofrece a los desprotegidos por el sistema la ayuda de la beneficencia, de la caridad. ¡Han hecho falta dos o tres siglos de historia para regresar a la Edad Media! Y, para mayor "inri", con el regocijo de muchos de nuestros sedicentes liberales que nos gobiernan
No hay libertad si los servicios públicos no funcionan adecuadamente y alcanzan al conjunto de la población. La libertad misma retrocede cuando la calidad en la prestación de esos servicios da pasos hacia atrás. Así, por ejemplo, pierde España y perdemos los ciudadanos españoles -que es lo grave- cuando la educación reduce su competitividad en el "ranking" de la OCDE, en los países de la Unión Europea. El envoltorio de la libertad no hace bueno siempre el contenido de la desigualdad o de la diferencia.
En ese punto medio -y por eso muy complejo de alcanzar- que llamamos Estado Democrático de Derecho, en el que confluyen las corrientes de la libertad, entendida desde un punto de vista integral, en ese pacto histórico entre socialistas y conservadores -y liberales- europeos, nos movemos con comodidad los liberales que, como Dahrendorf, seguimos apostando por las reformas que amplíen nuestros espacios de libertad y mejorando los ámbitos de esa concepción de ciudadanía que por definición puede y debe ser socialmente inclusiva.
La vida y la obra de Dahrendorf constituyen una clara referencia en todos estos sentidos.

3 comentarios:

Antonio Valcárcel dijo...

Los grandes pensadores, los ideólogos se encuentran casi siempre que sus teorías son tan intelectuales que no llegan a anegar a los colectivos populares (el pueblo), ni pueden o podemos asimilar tanta tesis doctoral, de unos pocos, que son incapaces de relativizar las ideas con la práctica de los vasos comunicantes, agua para todos. El lenguaje del pueblo suele ser llano, y llano sus caminos en cuanto a libertades. Y si la libertad se debe de entender por un cúmulo de de derechos y servicios... que debe de recibir el pueblo, a esto se le a de llamar "política comprometida con el pueblo y para el pueblo" Y el listón de quines aspiren a ser políticos lo serán si sólo son votados por el pueblo y no a la lista de colocación electoral de los hombres de confianza de los líderes de los correspondientes partidos. El pueblo quiere resultados, la crisis afecta a los capitales y sus coletazos mortales los reciben siempre los más débiles de la sociedad. Por tanto, debe de haber un control de los grandes flujos del capital por los gobiernos y tipificada en un código ético y moral cuyo incumplimiento llevara implícito el rigor de la ley.
No podemos servir D. Fernando a dos señores a la vez; sin ofender al otro: al capital o al pueblo. Y como España huele a pueblo y calles mojadas… Que se mojen como los demás.

Sake dijo...

Y todos queremos lo mejor y dice la frase "En el término medio está la virtud", y virtuosos las hay en todas partes. Pero Sanidad Pública a nivel Mundial seria el paso más importante en el avance de los seres humanos.

Antonio Valcárcel dijo...

Las vacunas que pueden prevenir las pandemias...están monopolizadas por medio de patentes por un tiempo de 20 años. Los productos farmacológicos genéricos son la solución a una parte que afecta a la sanidad mundial, y además son productos mucho más experimentados, con mayores garantías de seguridad sanitaria. Cualquier país tiene la tecnología necesaria para fabricar los productos genéricos a un precio de bajos costes. El problema de la liberación de los genéricos está sujetos a las variaciones objetos de las derivaciones de las patentes matrices, manteniéndolas secuestrada por las multinacionales farmacéuticas durante más tiempo.