martes, 13 de octubre de 2009

Intercambio de solsticios (38)

Tomaron a su izquierda por la calle de Apolonio Morales. Inmediatamente pudieron observar los restos de un edificio de apartamentos: el jardín de Arichuna, donde Vic Suarez y Jorge Brassens habían vivido durante casi un año, repartiendo sus noches entre ese lugar y el bajo en Francisco Goya en que lo hacían ahora.
Había sido una existencia feliz, pensaba Brassens. Esas noches pares -o impares- que distribuían de forma aleatoria aunque rigurosa. Vic volviendo de su trabajo o de su clase de "paddle" y él enfrascado en la lectura de algún documento político. Le seguía esa rutina diaria que es siempre envidia de los solitarios y a veces tedio de quienes la afrontan con estoicidad por los años de los años: el rosco en Tele-5, las noticias de la 1, la cena -parca de él y más sustanciosa para ella- y alguna película de acción en que los efectos especiales sustituían a los guiones de otros tiempos.
- Esta casa es pasto de ocupas -explicó el jefe de la cuadrilla que escoltaba a Jorge Brassens-. Algunos son inofensivos, pero otros son más peligrosos. En particular el clan de los colombianos. Pero esta noche hemos hecho "limpieza" y ha quedado como una patena.
- ¿Alguna consecuencia? -preguntó Brassens.
- No muchas. En realidad hemos tenido que desalojar un apartamento. Colombianos, como era de esperar, y estaban hasta las orejas de "coca". Y armados, pero les hemos tendido una trampa y no han podido hacer uso de ellas -dijo el jefe con la tranquilidad de quien en otros tiempos se refiriera a la relación calidad-precio del menú del día en cualquier establecimiento de hostelería.
- Algo habrá que hacer... -repuso, dubitativo, Jorge Brassens.
En todo español que se precie hay siempre un presidente del gobierno. El caso del jefe de la cuadrilla no era muy diferente.
- Hay que repoblar el apartamento. Con gente de confianza -dijo-. Si tiene usted la oportunidad de decirlo, hágalo.
¡Quedaba tanto por hacer! Las prioridades eran tantas que se alargaban en montones de memorandos que copaban los improvisados despachos de la antigua estación de Chamartín: informes, peticiones, solicitudes de decisión a someter al Consejo... Y esa tendencia a la "asambleaitis" que pretendía que todas las decisiones las tomara este órgano. Era preciso instaurar un régimen más ejecutivo, pero no todo el mundo estaba de acuerdo.

1 comentario:

Sake dijo...

Hay una cosa que se detecta de inmediato, es la chuleria, la altaneria, la imposición de condiciones. En ésos casos no se puede ser flexible. Es como cuando un jugador de fútbol toca la árbrito.Éso, el tocar al árbrito es expulsión directa ¡sin contemplaciones!.