viernes, 6 de marzo de 2009

Intercambio de solsticios /4)

Jorge Brassens la recordaba ahora. Elisabeth Von Lorensen -"Lorsen", para los amigos-, encerrada en aquélla gris, oscura y triste buhardilla de la calle General Concha de Bilbao. Apenas una veintena de metros vecina al lugar donde florecían los mejores lupanares de Bilbao, poco antes de la Plaza de Toros, locales de prostitución que luego el Ayuntamiento de Azkuna procedía de forma meticulosa a clausurar.
Vivían en ese apartamento abuhardillado, apenas alquilado para escapar de la casa del padre de Elisabeth, donde la oscuridad de las habitaciones interiores que allí ocupaban sólo se veía superada por el depresivo ambiente de manicomio en que había degenerado esa distinguida prole. Separados de sí mismos -y unidos a personas de más normales características- los Lorensen todavía podían resultar aceptables para la convivencia; juntos, no eran más que una jaula de grillos prontos a despedazarse recíprocamente.
Y hete aquí que Becaud -el terrier de la pareja ahora habitante de la buhardilla- tenía descendencia. Y "Lorsen" se aprestaba a lograrle cobijo a los cachorros que una perra de mil leches iba depositando sobre una vieja y desechada manta. Lo hacía además como si en ello le fuera la vida, como acometía "Lorsen" esas gestiones que ella sabía realizables, porque se conocía su punto de partida y podía preverse su conclusión.
Y los colocaría a todos. Había uno para un guardia civil en el pueblo navarro de Arrechea, otro para Henri Rodríguez -amigo de su marido-, una farmacéutica amiga se llevaba un tercero... Así hasta 6.
Pero quedaba uno que "Lorsen" parecía haber conservado como oro en paño y no entregaba a nadie. Tenía cara de terrier y pelo marrón rojizo que brillaba al sol y apuntaba maneras elegantes como las de su padre.
"Lorsen" lo quería para ella.
Se lo propuso a su marido -en realidad le imploraría que no pusiera obstáculos para que lo tuvieran- y Jorge Brassens leyó en sus ojos la constancia de un reto. "Mouski" -así llamarían a su perro- se convertía de esa manera en el desafío personal de "Lorsen".
Claro que su padre puso mala cara. "¿Estáis locos? ¿2 perros en ese pequeño apartamento?" Pero estaba claro que Von Lorensen no entendía nada. No se daba cuenta de la necesidad que tenía su hija en demostrarse a sí misma de su capacidad de cuidar -de dar vida, en definitiva- a otro ser vivo.
Porque "Lorsen" transitaba de sus noches depresivas a sus breves -siquiera intensos- momentos de lucidez. Incapaz de sujetarse a una disciplina pensaba que, volcándose en aquel cachorro de brillante tonalidad, se salvaría a sí misma.
Así que recogía las alfombras del apartamento y lo cubría con papeles de periódico y compraba una correa y unos cuencos para la comida y la bebida.
Pasaban los días. La buhardilla se había convertido en un verdadero campo de batalla. "Mouski" correteaba por entre los papeles de periódico, pisando sus propios pises y cacas y llevándolos de un punto a otro, mordisqueaba todo aquello que se encontraba al alcance de sus colmillos en flor y hasta su propio padre se escondía amedrentado ante la vesanía demostrada por su vástago.
Pero una noche, cuando Jorge Brassens regresaba a su apartamento después de una larga jornada de trabajo, no encontraría papeles de periódico mordisqueados por el suelo, ningún cachorro correteaba por el salón y Becaud se encontraba elegantemente acomodado en el sofá de cuero verde. En el dormitorio, "Lorsen", acostada ya, le recibía con una voz en la que se mezclaba la pesadilla y el alcohol.
- Lo he tenido que devolver. No podía aguantarlo más -le explicó.
Entonces Jorge Brassens supo que ella había perdido su última batalla.

3 comentarios:

Sake dijo...

D.Fernando, Magnifico relato. Me ha gustado todo. Quizás se me ha juntado el hecho de haber intentado primero (devolviendolo, por rendición) y después conseguir mantener y cuidar un perro. De éso hace años. Cuando sali de la casa paterna por necesidad imperante. Por mi bien y por mi propio desarrollo. Son inevitables los paralelismos, y ver algo parecido a tú experiencia, plasmado tan magitralmente te hace sentirlo y disfrutarlo. Afortunadamente lo intente por segunda vez y cuide un perro. La vida siempre da una segunda oportunidad. A mi me la dio.
Un Abrazo.

Carla dijo...

Aunque parezca cursi,recuerdo unos versos de Espronceda:
Hojas del árbol caídas, juguetes del viento son.
Las ilusiones perdidas, son hojas desprendidas del árbol del corazón.

Sake dijo...

Y ¿cuando nuestro amigo nos abandona?. Es un duro golpe y peor si es el único que tenemos.¿podemos confundir un perro con un ser humano?, error muy corriente, humanizar a los animales. Cuando la soledad es absoluta, nuestro perro esta ahi.Siempre alegre cuando llegamos. El dolor de su perdida, está directamente relacionado al grado de soledad que padezcamos y el grado de humanizacion que hayamos atribuido a nuestro amigo. ¿como podemos medir el dolor?¿hay algún método infalible?. No, el dolor no lo podemos medir.