El curso daba comienzo y se reunía el Comité de Dirección de UPyD en su madrileña sede de la calle Orense. En el orden del día, un repaso de la situación política y la designación de Paco Sosa Wagner en la cabecera de nuestra lista a las europeas.
Y después de la reunión, una parte de los componentes del comité nos tomábamos una bien "tirada" cerveza en una terraza de Madrid.
Me ocurre con las terrazas como con los "juegos prohibidos" que evocan la canción instrumental para guitarra. Es sabido que Bilbao no resulta localidad propicia a las terrazas. Pero a esto es necesario añadir que tampoco a los escoltas les gusta que a uno le dé por sentarse en una de ellas, por lo que en el caso de que lo haga nunca les pido su opinión. Bien es cierto que no practico este módico placer en demasiadas ocasiones, pero está visto que las terrazas... gustarme, me gustan.
Y en esa terraza cercana con la calle Orense se anudaban las conversaciones en el recuerdo de las vacaciones. Uno de nuestros más conspicuos viajeros a lo largo de la geografía nacional, Guzmán -para los amigos, y con su permiso, "Guzmi"- nos explicaba una de sus anécdotas estivales. Había pasado por un pueblo navarro, limítrofe con la provincia de Guipúzcoa, y que no, no era Vera de Bidasoa. Uno de esos pueblos que la simple vecindad geográfica contamina de nacionalismo y de intransigencia, que son 2 palabras que lamentablemente suelen andar de la mano. El desarrollo del viaje debió exigir a la comitiva una parada para estirar las piernas, con visita inevitable al bar más cercano.
Uno se imagina el establecimiento con facilidad. Se trataría seguramente de un local presidido por el ambiente gris propio de la penumbra que provoca una mal resuelta iluminación. En la larga barra, la podredumbre de la madera se une sin solución de continuidad con las grietas que se le abren a los organismos vegetales añejos, de igual manera que las arrugas surcan las caras de los seres humanos que se van instalando en la madurez. Hay algún vaso sobre esa superficie, y hay también un inevitable rastro circular de líquido en su entorno, mancha que nadie parece dispuesto a limpiar. 2 ó 3 mesas y sillas de aluminio se alinean, en triste desconcierto, al otro lado del local. Huele mal, a cerrado, a ausencia de ventilación, y a gente que no se ducha ni se cambia de camisa.
El bar está atendido por un hombre que lleva la edad y la falta de atención de la madera de esa barra. El dueño -no podría ser otra persona, su cara reflejada como en un espejo en las virutas de la vieja superficie sobre la que coloca las consumiciones- charla con tono monocorde y palabras telegráficas con los parroquianos, gente de edad provecta a quienes el vaso de vino o la copa de cerveza le sirven como alivio del tedio, como pasatiempo, más que de conjura de la sed o como práctica de una expansión alcohólica: no hace el suficiente calor para lo primero ni ha llegado aún la hora social en que se permita la bebida para amortiguar las insatisfacciones provocadas por la vida.
Entran "Guzmi" y sus acompañantes. De repente, sus figuras recortadas en el dintel de la puerta de acceso al local revelan su condición extranjera -dicho sea como equivalente a la de "extraños"-. La conversación se interrumpe y sólo se escucha otro ruido monocorde: el de los pesadísimos y torpes moscones que pretenden llevarse a la boca algo dulce, un par de granos de azúcar desparramados junto a una sucia taza de café, por ejemplo.
"Guzmi" advierte las palabras que le llegan en el silencio y las traduce en un significado preciso: "Se trataba de gente refractaria a los españoles, de nacionalistas, casi con seguridad de radicales", nos decía.
Por eso se marcharon sin pedir nada. Pero es que a "Guzmi" le pasa lo que a muchos "urbanitas", que no comprenden muy bien la idiosincrasia de la gente de pueblo. Y es cierto que el nacionalismo es ideología las más de las veces contraria a la apertura y al cosmopolitismo. Pero es que el nacionalismo es precisamente heredero del localismo, por eso Unamuno lo reputaba de "enfermedad que se cura viajando". "Guzmi" y los suyos eran "metecos", extranjeros. Y por eso no necesariamente bienvenidos en ese pueblo que, como en otros tantos pueblos de España y del mundo, las esencias se encuentran en lo conocido, en lo previsible. Y la desconfianza, el miedo, incluso el pavor, en lo desconocido, lo ajeno, lo extraño.
Esa es la paradoja de lo universal que tienen en común la aldea y el campanario. A veces da igual que se encarnen en radicalismos nacionalistas, en todo caso dentro de esa cáscara anida muchas veces el huevo de la serpiente.
miércoles, 17 de septiembre de 2008
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4 comentarios:
Fernando deberias dejar la politica por la literatura, aunqeu en la politica echariamos de menos gente como tu
Estimado Fernando:
Tu dices:"Esa es la paradoja de lo universal que tienen en común la aldea y el campanario. A veces da igual que se encarnen en radicalismos nacionalistas, en todo caso dentro de esa cáscara anida muchas veces el huevo de la serpiente".
Yo digo: " La serpiente ya nació. Y dicen que en un seminario. El Árbol de la Sabiduría fue tomado por una serpiente; Las farmacias en sus logos y otras instituciones sanitarias disponen de logos con serpientes. Mi abuela expulsaba serpientes de la boca de niños y labradores, allá en su aldea natal gallega: con grandes calderos de leche hirviendo mientras el allien salía por la boca del pastor o labrador que se quedó dormido en medio del campo, tras segar la mies. Con el caldo de culebra se curan los catarros y se expulsan las flemas. Las serpientes tienen su utilidad y hasta fueron apoyadas en otro tiempo por algunos servicios de información. La serpiente del logo de ETA siempre está poniendo huevos en las ikastolas. El mango de madera del hacha que sé enrosca la serpiente le ha entrado la carcoma, la propia hacha caerá pero no seccionará la cabeza del reptil, todo lo más el rabo. La sobrina del obispo se pasea por las audiencias y, otra sobrina de obispo posa desnudas en revistas del corazón. Este verano he visto un pájaro picoteando los huevos de una víbora en tierras extremeñas. Sólo desde el cielo se puede acabar con los proyectos de serpientes, quizás con los responsos de otros obispos se acaben al menos con los lagartos ¡Ah, pero están protegidos!!!
Los que rectan ante sus jefes también suelen estar protegidos. Sólo los revolucionarios suelen preferir morir de pies.
La serpiente está alimentada por sagutxus de campo, próximos a las aldeas. Las aldeas son románticas: se guarda la esencia ancestral y cultural de nuestros mayores…, cuando una aldea desaparece, el campanario de su iglesia ya no tañe a difunto. Las aldeas muertas conservan en sus entrañas telúricas las osamentas de hombres trabajadores e íntegros que hablaban en su lengua milenaria, sin alimentar a las víboras, salvo raras excepciones.
Pocos son los sitios en el Casco Viejo donde uno puede sentarse en una terraza a tomarse una cerveza fresquita, bien sea por la estrechez de las calles, por la oscuridad de las mismas y/o por nuestro queridísimo y últimamente escaso, sirimiri. Tal vez el sitio más propicio sea la Plaza Nueva, aunque más valdría sentarse en el bar del Guggenheim, económicamente hablando. El Ensanche es otra cosa…es un Bilbao diferente, aunque a mi siempre me ha tirado más el ambiente aldeano y humano de las Siete Calles de mi infancia. Siempre he sido un nostálgico.
Nunca me habría imaginado, en el P.V. o cercanías, un establecimiento como el por Vd. descrito. Por desgracia, apenas ya existen dicho tipo de bares en nuestro entorno más cercano, hoy en día están casi todos reformados y limpios de todo tipo de personalidad, son asépticos. El mármol, las TV de plasma, el equipo de música, la barra con sus pinchos esterilizados, las bebidas de moda, la juventud del dueñ@, todo ello ha transformado la taberna o tasca. Gracias a Dios, aun perduran los establecimientos de toda la vida, aunque habremos de buscarlos, como muy cerca, en los pequeños pueblos de la muy noble Castilla, por poner un ejemplo.
No me gusta, pero he de disentir de mi estimado tocayo, la enfermedad solo tiene solución quirúrgica y urgente, pues su gravedad es avanzada. La experiencia me ha mostrado que una gran mayoría de los nacionalistas vascos viajan y mucho, siempre que la economía se lo permite, y a lo más, lo que consiguen es encontrar pueblos que se encuentran en una “parecida situación de sometimiento y represión”, lo cual reafirma su idea. Muchas veces, el egoísmo del enfermo niega la compasión por el dolor del resto de los enfermos, minusvalora el esfuerzo del médico o refuerza el tratamiento despótico a los más cercanos. Y el nacionalismo es un enfermo muyyyyyyyyyy egoísta.
Paz en al guerra
Si, se palpa la negación en mi comentario:
Poco son...
Nunca me...
No me gusta...
Será que la víbora, llámese bicha, me ha picado.
Paz en la guerra
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