viernes, 2 de noviembre de 2007

La representación de los "maketos"

Esto de los "blogs" tiene su gracia. A veces te contesta alguna persona desconocida para ti, te hace su comentario y tú puedes entrar en contacto con ella. Otras veces, esa misma persona entra en contacto con una tercera y se produce una comunicación entre las dos, en el espacio de tu "blog". Ocurre como en esas simpáticas casas abiertas en las que la gente se reúne, aportando cada una sus ideas y un poco de bebida o de comida -para que no se diga-. Eso que los europeos llaman la "posada española" -por estos pagos nunca he escuchado esa expresión- en la que cada todos consumen lo que han llevado a ella.
Es lo que ha ocurrido con Pedro José Chacón, con quien apenas he tenido una conversación, pues rápidamente resultó acaparado por un "blogger" anónimo. Y yo, como esos anfitriones que saben que lo importante es que la gente se lo pase bien en tu casa, dejaba hacer su larga conversación.
Pero hoy me quería referir a la interesante aportación que me hacía Chacón respecto del problema del nacionalismo. Dicha telegráficamente, su tesis planteaba que el nacionalismo se produce como una reacción -social, racista, política- a la irrupción de la inmigración producto de la industrialización del XIX. Y que sólo podrá acabar cuando los sectores descendientes de esa inmigración asuman sin complejos su condición de tales. Es evidente que si me lee Pedro José admito desde ya cualquier rectificación.
No estoy muy seguro que desaparezca el nacionalismo por eso. En estos tiempos de la globalización cultural, en que las hamburguesas de los McDonalds de turno pueden hacer peligrar una buena chuleta con patatas fritas, la identidad local o territorial sirve como dique de contención respecto de los excesos de una sociedad multicultural. Un dique de contención, por supuesto, que viene dado por la propia inseguridad de los grupos sociales aturdidos ante el cambio de unos tiempos en los que ni las religiones ni las ideologías constituyen ya refugio para el buen orden interior. Y eso de "los de aquí" sigue funcionando, lo mismo que el abrigo del hogar propio cuando se pasa uno la semana deambulando por las carreteras, los aeropuertos y los hoteles más variados. Es verdad que en esa pared hay un desconchón, que nunca se ve bien el tercer canal de la televisión o que aún no me he reconciliado con el jarrón que una vez nos regaló tu madre y mi suegra... pero es tu casa y ahí se encuentran buena parte de tus recuerdos.
Es sin embargo sugestiva la tesis de Chacón porque pone el dedo en la llaga cuando se refiere a los "complejos". Es verdad que los inmigrantes pronto dispondrían de representación propia, lo mismo que les ocurría a otors inmigrantes en otros países: se trataba de los partidos socialistas. Otra cosa ha sido que a lo largo de su historia esta representación se haya producido sin complejos respecto de la población antaño originaria de esos territorios. Y eso que han pasado generaciones y dos siglos de historia. ¿Cómo se es vasco o catalán si se proviene de Extremadura o de Andalucía? Simplemente, identificándose con el nacionalismo existente, proporcionándole unas gotas de de reflexión "social" que ya nadie está dispuesto a negar en esat sociedad abierta de principios del XXI que se traga todo lo que puede tragar -y puede mucho, por cierto-. Todos, excepto los "neo-con" disfrazados de liberales que pretenden cargarse de un plumazo todo el modelo de bienestar social europeo e importar el "way of life" americano, con sus muertos a las puertas de los hospitales cuando carecen de seguro o de recursos para ser atendidos dentro de ellos.
Es el caso del PSC catalán o del PSE vasco. Seamos "nacionalistas", aunque eso sí, "de izquierdas". ¡Como si se pudiera olvidar que el origen de esa ideología -el nacionalismo, no la izquierda, se entiende- proviene de la reacción al progreso económico que trajo consigo la industrialización!
Mi amigo, el profesor Eloy García, se refiere siempre a la necesidad de retornar alos clásicos. Y clásico es ya en la historia del socialismo, el líder bilbaino -también "maketo"- Indalecio Prieto que decía temer más en el nacionalismo su origen reaccionario que su nacionalismo.
Y hoy, con eso de los códigos genéticos, resulta que nos vemos bastante condicionados por nuestros orígenes familiares. Uno tiene una enfermedad porque muchas veces simplemente la ha heredado y esa dolencia condiciona buena parte de su vida; y su educación y destrezas también configuran una mentalidad propia que le hace reaccionar de una manera propia y especial ante los acontecimientos de la vida. Uno se mira en el espejo de sus padres, de sus abuelos... para comprender algo de sí mismo, de su comportamiento y, quizás, para reproducirlo.
Y todo eso resulta evidente en los nacionalismos, se vistan de Caperucita Roja o del Lobo Feroz: son reaccionarios, porque pretenden a toda costa conservar los viejos privilegios -a veces inexistentes en la historia, por más que los bien dotados fondos públicos rastreen en los archivos y los documentos más pretéritos- o crear otros nuevos. Y los privilegios son el Antiguo Régimen y los derechos históricos, la sociedad estamental y la más absoluta desigualdad social.
A la virulencia dxe algunos -los nacionalistas- le contestan los complejos de los otros -los socialistas-, creando una suerte de maridaje, de mala transversalidad que supone a la postre un proyecto de regreso al pasado.
Es entonces urgente crear otros instrumentos que permitan recuperar todo lo bueno que había en el proyecto socialista -reformulado por la aceptación de la democracia liberal comno instrumento para el cambio social- y del liberalismo progresista -que aún se resiste a escuchar los cantos de sirena de la derecha conservadora, o que hace como se les aconsejaba a los marineros antiguos: escucharlos, sí, pero al revés de lo que te dicen.

4 comentarios:

Pedro José Chacón Delgado dijo...

Ojalá tuviera yo en esa idea que tú recoges de mi aportación sobre el maketismo (la asunción de la identidad maketa por quienes son sus legítimos representantes) la clave para acabar con la huida hacia ninguna parte en la que está embarcado el nacionalismo vasco actualmente.
El nacionalismo, como reivindicación de una identidad vasca que pudiera estar amenazada por la globalización (en este caso española –yo juraría que lo de las hamburguesas les importa menos, una prueba está en que para ellos esto sería el paraíso si en lugar de hablar español habláramos, por ejemplo, inglés) puede tener su interés en lo que se refiere al mantenimiento de unas señas de identidad cifradas en el idioma y demás aspectos culturales. Yo hasta ahí acepto una reivindicación en este sentido, de una identidad que no se deje absorber por otras. El nacionalismo, en este sentido, tiene su razón de ser (y lo explico en mi página web “Laidentidadmaketa.blogspot.com” y en el debate con Benjamin a propósito de tu ya legendario artículo “De encuentro y desencuentros” en este mismo blog) simple y llanamente por la presencia abrumadora de maketos aquí. A raíz de esa presencia. Es que la cosa tiene una lógica aplastante. Y también es comprensible, humana y culturalmente hablando. No más allá, por supuesto, pero sí en sus inicios es comprensible. Y tampoco planteada en un sentido racial, como tenía en su orígen. Pero sí en un sentido cultural. La cosa tendría muchas matizaciones. Pero quede claro que si se trata de una reivindicación cultural, que defiende unas señas de identidad en peligro, quién no va a tener en consideración las aspiraciones de una lengua como el euskera, que pugna por mantenerse en el panorama actual y rodeada, nada menos, que por el español y el francés, quién va a oponerse a eso con dos dedos de frente, quién puede estar en contra de que el euskera sobreviva. Es absurdo y absolutamente reprobable estar en contra de esto. Claro, la reivindicación cultural legítima está debajo del nacionalismo, es su soporte más presentable. Pero a partir de ahí comienzan los despropósitos.
¿Quién puede pedir a ningún maketo que hable euskera en nombre de ningún nacionalismo vasco, cuando quien lo exige no lo habla él mismo? Pues esto, como sabemos, ocurre habitualmente en el País Vasco. Esto deslegitima cualquier petición en este sentido de quien la haga (y hay que decir que Diputados generales, de Bizkaia en su día, y de Alava, en la actualidad, cumplen esta condición). Y no digamos ya cuando la cosa va en el sentido de decir que esta sociedad tendría que ser monolingüe euskaldún y cosas por el estilo. Esto no se lo puede creer tampoco nadie con dos dedos de frente, cuando sabemos que prácticamente toda la comunidad euskaldún habla perfectamente castellano, y en una de sus variantes más ejemplificadoras además.
Por lo tanto, la reivindicación nacionalista vasca tiene un sentido que siempre quedará. Pero lo que no tiene sentido es convertir esa reivindicación en argucia, en pretexto para luego hacerse con el poder político de modo que todos los que vivimos aquí tengamos que retratarnos respecto de sus pretensiones totalizadoras. Convertir una comunidad territorial en una comunidad étnica, cuando el origen de todo esto está en la aparición de inmigrantes en grandes cantidades que amenazaban las señas de identidad nativas. Esta deriva es la que no tiene justificación posible. Hay que llegar a un entendimiento intermedio, hay que llegar a una entente cordial entre la población de “acogida” y la población de llegada. Y eso es lo que no se ha producido. Porque por el medio, tras la primera llegada masiva de maketos aquí, a finales del XIX, lo que hubo fue un intento de revolución en el 34, con otros intentos previos en el mismo sentido incluidos, una guerra civil en el 36-37, una dictadura de signo fascista español durante casi cuarenta años y luego un fenómeno de terrorismo de signo contrario durante otros cuarenta años, y así no ha habido manera de entenderse hasta hoy.
La asunción por parte de los inmigrantes de su condición inmigrante, con todas sus consecuencias y sin complejo alguno tampoco ha sido posible. Por muchas razones. Quizás, si los vascos les hubieran dado unas pautas razonables de integración, todo hubiera sido mucho más fácil. Pero estas tampoco se dieron al principio. Porque el nacionalismo inicial era profundamente antimaketo, esto de todos es sabido. Lo que hubo después fue una lucha en las mismas trincheras durante la guerra civil, pero tampoco hubo enseñanzas de ese pasado para el futuro. Con la Transición todo esto se olvidó. Todo el mundo hablaba de Aguirre y nadie de Prieto, ni siquiera los socialistas, perfectos responsables de la pérdida de identidad de las masas trabajadoras que lucharon aquí en la Guerra Civil en nombre de la República.
Después hubo otro gran aluvión de inmigrantes, durante los años finales cincuenta y sobre todo durante los sesenta y setenta, hasta principios de los ochenta en que se cerró el ciclo. La inmensa mayoría vinieron con Franco todavía vivo y después, cuando el dictador murió en su cama y se inició la Transición, ya con ETA funcionando, se produjo una hiperinflación del valor vasco. Todo el mundo quería ser vasco. Si no eras vasco o aspirabas a ser vasco no eras nada en el País Vasco, o lo que era aún peor que nada, te convertías directamente en carne de cañón. Nadie reivindicó el pasado español de las masas trabajadoras desposeídas que vinieron de otras partes de España. Nadie reivindicó el pasado español de los primeros inmigrantes de aquí. Nadie intentó la conexión lógica, por procedencia, por cultura, por problemática similar, entre los primeros maketos de finales del XIX y principios del XX, los que vivieron aquí la guerra civil, y los segundos maketos de la posguerra y la dictadura franquista. Todo el mundo quería ser vasco. Y así hasta hoy. Los intentos de integración durante los primeros años de Democracia fueron por la lengua, pero la lengua vasca, hay que decirlo de una vez, no está sirviendo para esa integración, y fundamentalmente porque los propios vascos nacionalistas no se la toman en serio, ellos son los responsables de que no haya un ambiente propicio a esa conversión de la lengua vasca en instrumento de uso. Todo se cifra en que los niños la aprendan, pero los niños, como se suele decir tantas veces (sin sacar las consecuencias, claro) no son tontos, y si ven que sus padres no son consecuentes con lo que les piden a ellos, pues les mandarán (y les mandan) a hacer puñetas, y con razón.
Después la integración en lo vasco ha venido pura y simplemente por la asunción de la ideología nacionalista vasca. Se es vasco si votas nacionalistas, pides la independencia y abominas de todo lo que tenga que ver con España. Y ya está. En esto ha ido a parar la reivindicación de unas señas de identidad propias respecto del gran aluvión de población inmigrada.
El nacionalismo en el poder y el terrorismo en las calles han convertido el País Vasco en lo que hoy es. Una caricatura de sociedad. Con una minoría de habitantes que pueden lucir los dos apellidos vascos en su carnet (las estadísticas de 1998 aseguran que son el 20,5%) y una mayoría que es gobernada bajo la hipótesis de que el País Vasco es el país de los vascos y de nadie más. Y que el País Vasco será lo que los vascos decidan que sea. Y como minorías que hay que aculturar se presenta a las que acaban de llegar de los países del Este y de Iberoamérica, pero no a las grandes cantidadades de población de otras partes de España que han contribuído, durante más de un siglo, a conformar el País Vasco contemporáneo. Esas masas de población se ignoran supinamente, como si no existieran, todas con sus perfiles lingüísticos, todas con sus hijos en los modelos D, todas integradas en lo que se supone que va a ser la Euskadi del futuro, con sus pasados familiares perfectamente anulados, con sus vínculos familiares perfectamente cortados (nadie habla de su pueblo en público, aunque la mayoría van de vacaciones a él, nadie habla del pueblo de sus padres, o de sus abuelos, los nietos les llaman a sus abuelos aitites, como si hubieran sido de Ceánuri, en lugar de ser, como efectivamente son, gallegos, andaluces, extremeños, burgaleses o salmantinos).
El País Vasco contemporáneo, con una población de otras partes de España claramente superior a la mitad del total actual, no hay más que fijarse en las estadísticas de apellidos que ofrece el trabajo de José Aranda Aznar, que cito en mi libro La identidad maketa, está absolutamente desvirtuado por una minoría nativa que se ha hecho con el poder y que se sustenta en el victimismo y en la permanente reivindicación de un poder propio que nunca tuvo. Minoría que vive instalada y viviendo todavía de los réditos de esa hiperinflación de lo vasco de la Transición, fenómeno único y todavía pendiente de estudio, por su insólita efectividad, por su capacidad de mantener perfectamente actualizado un mito vasco que no se sostiene desde ningún punto de vista racional o histórico.
¿Y qué podemos hacer, ante toda esta realidad tan absurda en la que vivimos? Pues yo pienso que es un gran paso ser conscientes de ella. Ser conscientes de esa realidad. Y por ahí hay que entender mi propuesta de “La identidad maketa”. Acopiar todos los datos históricos y presentes que nos hablan de ella. Los gobiernos nacionalistas o de coalición (infausta) que hemos padecido, por tener tantos mecanismos sociológicos de consulta y prospección, nunca se han preocupado, iría en su contra, de saber el país real que gobernaban. De haberlo hecho se hubieran topado con muchas sorpresas, claro. Una de ellas sería la estadística de apellidos. Hubiera bastado atender los trabajos (pocos) que hay al respecto y que cito religiosamente en mi libro.
En el País Vasco actual, y con la complacencia de los gobiernos de España, dicho sea de paso, se está llevando a cabo una amputación cultural de todo el pasado propio de la gran masa de población inmigrante que lo integra, a la que se le cercena cualquier relación con España, porque esa relación con España va en contra de los propósitos de los nacionalistas, va en contra de sus objetivos de poder. El poder de los nacionalistas vascos sólo se basa en su permanente reivindicación de independencia respecto de España. Esa reivindicación les mantiene vivos, porque España se cree que está ante una mayoría sociológica y política nacionalista, cuando lo que ocurre es que el País Vasco real está literalmente secuestrado por una élite nativa que gobierna para todos los que vivimos aquí, con la aquiescencia de una exigua mayoría, que se mantiene en el poder gracias al desconocimiento, a la ignorancia y, sobre todo, al temor, recursos todos ellos que casi siempre, por no decir siempre, van de la mano. Así de sencillo, así de tremendo, pero así de real.

Un abrazo Fernando y te anuncio que, como ya he leído en El Correo que vas a hacer pública tu baja en el PP y tu alta en UPD, que sepas que contarás con todo mi apoyo, puesto que considero que, con todas las reticencias que se le puedan poner, la apuesta de UPD, por lo menos en el País Vasco, merece una oportunidad, y yo, al menos, se la pienso dar.

antonio pérez dijo...

Aunque no esté ni mucho menos a la altura del autor de este magnífico Blog ni del Sr. Chacón, quisiera complementar pobremente sus lúcidos análisis desde una óptica más psicológica. En ambos casos hablan Uds. de complejos pero quisiera abundar un poco más en esta materia y a su relación con un episodio histórico contemporáneo a las primeras emigraciones masivas y al auge de los nacionalismos, la súbita y brutal pérdida de orgullo comunitario, nacional, que se produce en España después de la guerra contra EE.UU. en 1898.

Acabada la guerra de forma humillante, se comienza a sentir en España el profundo desdén que causábamos en las poderosas sociedades industriales del norte de Europa y América. Caímos repentinamente de nuestro guindo imperial y nos tuvimos que enfrentar ante una desoladora realidad como nación y a la consciencia de que se nos trataba como una sociedad exótica, prácticamente extraeuopea, el otro gran enfermo de Europa junto con el Imperio Turco. Esto provoca la extensión a todas las capas sociales de una colectiva de pérdida de autoestima y causa en paralelo, por una parte, una nueva y fuerte ola de regeneracionismo en las minorías ilustradas y por otra el aumento de unos nacionalismos periféricos que estaban muy en pañales antes del conflicto.

Algunos españoles se apuntan, hablo más en sectores populares que en los patriciados locales que podían tener otras motivaciones, a lo que dijo algún ilustre prócer que no recuerdo, es español quien no puede ser otra cosa. Hasta muy poco antes el único nacionalismo que imperaba en Vasconia y Cataluña había sido el español pero, con la pérdida de prestigio que sufrió esta etiqueta se buscó, en las sociedades que ofrecían condiciones para ello, la sustitución por una nueva que les alejara de aquel descrédito. Creo que ningún grupo humano puede permanecer intacto sin un mínimo de “chauvinismo”. Tampoco la población no nacionalista podrá resistir a la ofensiva identitaria sin una asunción clara de sus orígenes, acompañada de las dosis apropiadas de orgullo. Aunque sé que este es terreno muy peligroso, creo que debe acompañar, con moderación, al discurso de defensa de los valores ciudadanos y la regeneración democrática.

Pedro José Chacón Delgado dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pedro José Chacón Delgado dijo...

Antonio, tocas un par de cuestiones clave de todo este asunto. Por un lado, la situación de España tras la crisis de 1898, absolutamente clave para entender no la aparición sino el auge que cobran a partir de entonces los nacionalismos periféricos en España. Y, por el otro, la necesaria incorporación, con moderación, eso sí, como muy bien dices, al discurso de la ciudadanía y de los valores democráticos, de ese componente identitario que todos llevamos dentro. Yo no lo podría haber dicho mejor y por eso me remito a la última frase de tu intervención. Es la modulación que hay que hacer, la explicación que hay que hacer de esa conjunción de identidad y ciudadanía donde está la clave de todo el asunto. Nada es fácil en estas cuestiones complejas, nada se debe zanjar con una frase, todo requiere su explicación y su comprensión. Ya vale de eslóganes publicitarios para tratar cuestiones serias como éstas.
Mi libro “La identidad maketa” por cierto, una de las incomprensiones más obtusas (valga el pleonasmo) que ha recibido ha sido el de tacharlo con el remoquete de que fomenta la identidad en detrimento de la ciudadanía, que sigue el discurso nacionalista, vamos. A los discursos identitarios, se me ha venido a decir, hay que combatirlos con apelaciones a la ciudadanía y a los valores democráticos.
Claro, después de veintisiete años de dominio nacionalista ininterrumpido (lo de los gobiernos de coalición con el PSE vamos a obviarlo en este momento), en los que el concepto de identidad enarbolado por los herederos de Sabino ha sido el dominante para mantenerse en el poder, resulta que el socialismo vasco quiere ahora tender puentes entre diferentes y hablar lo menos posible de identidad: lo que cuenta es la Euskadi social y el progreso de los ciudadanos, mucha ciudadanía. Bien, ojalá acierten esta vez. Pero si aciertan no va a ser por mérito propio, eso es seguro, con este discurso. Si aciertan va a ser por agotamiento del discurso contrario, por consunción del mismo. La identidad vasca la hemos tenido que soportar durante todo este tiempo (en forma de “somos un pueblo con 7000 años de antigüedad” y cosas parecidas), y se han olvidado perfectamente, con una alegría y una despreocupación impresionantes, de lo que significa el pasado de unas gentes, las inmigradas de otras partes de España, que no forma parte de ese pasado milenario vasco, que forma parte, en todo caso, del pasado milenario de toda España. Pero eso no cuenta, está visto. La identidad, la que ha dado el poder y mantiene en el poder a una misma élite durante décadas ya, sólo se forma en el País Vasco alrededor de un mismo eje inamovible, la llamada identidad del pueblo vasco, donde los que vinimos de otras partes de España, que conformamos más de la mitad de la población actual si incluimos la población mestiza, no contamos para nada, y para combatirlo el socialismo vasco va a utilizar ahora el hisopo de la ciudadanía. Pues nada, a por ellos.

Cuando se trata de reivindicar los valores de la ciudadanía vasca, por encima de identidades, yo soy el primero que me apunto a eso, pero no por ello, Antonio, totalmente de acuerdo, hemos de olvidar nuestra propia identidad: porque los inmigrantes y los hijos de los inmigrantes, que formamos una parte muy sustancial de la población vasca (me remitiré hasta la extenuación a las estadísticas que doy en mi libro), tenemos nuestra propia identidad, cada uno la suya, unos la que viene de Galicia, otros la asturiana, otros la castellana con todas sus variantes, otros la leonesa, otros la andaluza, con todas sus variantes si quieres, otros la extremeña, con las suyas, y así para todas las procedencias que quieras considerar, todas las que hay en el País Vasco actual, que forman barrios enteros, en muchos casos por procedencias incluso, como todo el que sea de cualquier pueblo del Ebro para abajo sabe muy bien: los suyos siempre tienen que estar cerca. Esta es nuestra identidad, no la española en general, que nos atribuyen los nacionalistas (españoles somos todos, podríamos decirles nosotros), sino la que procede de cada una de las partes de España de las que vinimos, sin por ello, mucho cuidado, dar pábulo a que nos consideremos como réplicas en pequeño del nacionalismo mayor, del vasco (porque esto es lo que se quiere hacer desde Sabin Etxea con los homenajes a Castelao, por ejemplo, con los gallegos en el País Vasco, convertirlos en réplicas nacionalistas, con caseta propia en el Alderdi Eguna, y todo para que España no aparezca por ningún lado). Porque, a sensu contrario y por esa regla de tres, si los que no somos vascos en el País Vasco somos españoles sin más, qué ocurre, ¿que no nos diferenciamos nada de los que viven en Murcia, por ejemplo, o en Soria?
Tenemos una identidad diferenciada, siendo ciudadanos del País Vasco, integrada por nuestro origen, el de nuestros padres o abuelos, que es nuestro también, y por nuestra presencia en el País Vasco, compartiendo vida, impuestos y servicios con señores y señoras que son vascos nacionalistas o que son vascos no nacionalistas. Es por eso que yo quise ponerle nombre, no muy del gusto de muchos quizá (que tienen interiorizado el complejo, el estigma), pero esa era la intención, sacar del armario las vergüenzas absurdas y sin motivo, vergüenzas que nos han querido endosar y que nos hemos tragado sin rechistar, poner un nombre a una identidad que está ahí, que necesita ser formulada, ser expresada, y que sin un nombre pasa desapercibida, como si no existiera.

A la hora de establecer identidades, y dejando muy a salvo la realidad de que cada uno tiene la suya, pero buscando su traslación en un plano interpersonal, social si quieres, se puede hablar en el País Vasco de tres identidades amplias (como Juan Pablo Fusi habló de tres culturas políticas, en su libro clásico “El País Vasco: pluralismo y nacionalidad”: la nacionalista, la conservadora y la liberal-socialista) que serían en la actualidad, a mi entender, la de los vascos que consideran que su patria es Euskal Herria, la de los vascos que consideran que su patria es España y su patria chica es el País Vasco (esta es la identidad tradicional de los vascos en toda la historia) y la identidad de los inmigrantes de otras partes de España, identidad típica del País Vasco contemporáneo, que le da sentido a toda esta época, que sin ella no se entiende en absoluto, que yo intenté reconstruir en mi libro “La identidad maketa” (Editorial Hiria, San Sebastián, 2006) y que tiene su historia, su memoria y sus propias características, pero que no tiene una formulación política precisa, por diversas circunstancias. Circunstancias trágicas, en cualquier caso, que han llevado consigo al resultado de que hoy por hoy los inmigrantes y sus descendientes en el País Vasco tienen que buscar su representación (La representación de los “maketos” que titula con mucho acierto Fernando Maura) en partidos nacionalistas (ser vasco es votar nacionalista) o, mayoritariamente, en los partidos de ámbito estatal en el País Vasco, dirigidos y orientados fundamentalmente por vascos españolistas (muy significativamente en el PSE, donde tradicionalmente la orientación política, una vez desaparecido Indalecio Prieto en 1962, siempre ha estado en manos de los vascos nativos guipuzcoanos).

Volviendo al principio de tus consideraciones, Antonio, es cierto, la crisis de 1898 vino a producir un decaimiento del valor español, de la marca España, a nivel europeo, que vino a sumarse a otras consideraciones de la época relativas a la raza y a las civilizaciones, en un contexto intelectual regido por el positivismo y el organicismo rampantes, que hizo que la gente más irresponsable y desleal con el pasado común saltara del barco a la primera oportunidad. Esa oportunidad fue la que se les presentó que ni pintiparada a los incipientes movimientos nacionalistas en el País Vasco y Cataluña. Ahí se produjo su auge, como dices, pero su origen, a mi juicio, la verdadera causa de su aparición, fue anterior, con la llegada de los primeros inmigrantes de otras partes de España al abrigo de la industrialización que se estaba produciendo en esas tierras. Esa fue la clave de la aparición de los nacionalismos: el choque cultural entre unas poblaciones nativas y unas poblaciones de llegada, de las zonas subdesarrolladas de España, a las que se trata de discriminar y frente a las que los nativos se quieren imponer, en una búsqueda de mayores beneficios y preeminencia política. Ese es el origen reaccionario e insolidario de los nacionalismos en España. El otro origen que se da habitualmente, y que tan satisfechos deja a los historiadores tanto nacionalistas como “progresistas”, el histórico, el fuerista, el cultural, no sirve para explicar el nacionalismo, sirve para explicar en todo caso el autonomismo, lo que ocurre en Galicia por ejemplo, lo que ocurre en Navarra. Galicia no experimentó un nacionalismo exacerbado ni antes ni ahora, justamente porque no hay allí masas de población foráneas a las que discriminar. Navarra tampoco por la misma razón. Y ambas tienen los mismos argumentos (o mayores) de toda índole, históricos y culturales, que puedan tener el País Vasco o Cataluña. Ese es el otro factor psicológico que tienes que añadir, a mi juicio, al análisis que haces de la crisis de 1898, para aproximarnos a considerarlo completo.

Un saludo afectuoso.