domingo, 2 de noviembre de 2025

¿Un legado irreversible?

Publicado por La Voz de Lázaro, el 2 de noviembre de 2020


Un artículo escrito por quien firma estas líneas, que recientemente publicaba El Imparcial, ha suscitado la pregunta de un amigo. La cuestión es la que figura en el título de este comentario: ¿es el legado de Sánchez. irreversible?


La respuesta obliga desde luego a situar el asunto en una doble perspectiva, la temporal -en el corto y en el largo plazo- y la partidaria -y no sólo del lado de la oposición, sino del propio partido socialista-. Completaría desde luego el análisis algún desiderátum que, necesariamente -al menos a mi juicio- debería insertarse en los parámetros del medio, si no del largo plazo.


Empezaré a desenredar la madeja que acabo de crear confiando para ello en la paciencia del lector.. 


En el corto plazo no tenemos más respuestas al legado  de Pedro Sánchez que dos.


La primera es un gobierno del Partido Popular, con o sin la presencia de Vox en el mismo. Eso depende de los resultados electorales. Y ya se sabe que el partido presidido por Abascal está acortando distancias respecto del de Feijóo. Este último asegura que, cuando llegue el momento de votar, el mecanismo de la utilidad decantará buena parte de los seguidores de Vox en favor del PP, lo cual no deja de ser plausible. Pero no no ocurrirá así en todos los sectores sociales y, en todos los segmentos de edad. En lo que respecta a los jóvenes, en especial, dada su animadversión a lo que consideran éstos una derecha acomplejada, creo más bien que esta cohorte generacional no se mostrará demasiado inclinada a escuchar los cantos de sirena emitidos por las insinuantes voces de los populares. Y no se trata de una cifra menor: si los votantes de entre 18 a 25 años dicen preferir a Vox en un 25%, esta cifra, grosso modo, representaría entre un 3 y un 5% de, voto total, lo  que -en términos de la participación electoral producida en las últimas generales- supondría un total de un millón de votos -entre 750 000 y 1 250 000. (Recordemos que fueron poco más de 8 000 000 los electores del PP en las pasadas generales).


La posible victoria de PP-Vox abriría, como ya se ha sugerido, una doble posibilidad: gobierno en coalición de las dos formaciones políticas o gobierno del PP con apoyo externo de Vox, que podría ser puntual -investidura y negociación sucesiva de presupuestos- o de legislatura. En uno y otro caso, la agenda popular estaría monitorizada por el partido de Abascal, lo cual, en el caso de una formación política que -como ocurre con el PP- carece de un programa definido y que subraya que su argumento primordial es la gestión -mejorable, por cierto, visto lo visto- nos conduciría a un vista a la derecha, por enunciarlo en términos militares. Esto es, una mayor demonización de la inmigración, un posible desmantelamiento en cómodos plazos del estado del bienestar y una posición más escéptica, y en todo caso contraria, a una mayor integración europea, que los nuevos y convulsos tiempos geopolíticos parecen demandar.


Por supuesto que no sería similar el caso de un gobierno del PP a un gobierno del PP con Vox. En el primero, bien pudiera suceder que Feijóo acogiera entre sus medidas buena parte de las emprendidas por su predecesor. Las relativas a la okupación -con k- de las instituciones, en especial. Vale decir, Fiscalía General del Estado, organismos consultivos y de control…, aue prosiguiera con lo que ya ha devenido en práctica habitual en España respecto del poder legislativo -reales decretos, proposiciones de ley que hurtan el control externo…-, o el intento de control del poder judicial o la simple reversión en el Tribunal Constitucional de una mayoría por otra. Únase a todo esto, la presión sobre las grandes empresas y el acoso a las pymes, a lo que sería preciso añadir la continuidad en el ahogo impositivo a una clase media que ya vive de la nostalgia de los tiempos que ha tiempo concluyeron.


Nada nos asegura, por lo tanto, que un gobierno PP -en solitario o en compañía de Vox- vaya a resolver los problemas derivados del legado de Pedro Sánchez, por lo mismo que nadie podría garantizar que estará dispuesto a poner en práctica un programa de reformas que conduzcan a nuestro país hacia los mecanismos de checks and balances que han construido estados de derecho fiables y operativos en otros países de Europa, los nórdicos, por ejemplo.


Pero pasemos a la segunda de las posibilidades existentes a corto plazo. Para ello habría, en mi opinion, que partir de una condición apriorística, que el gobierno de Sánchez aguante -sin gobernar, como ha expresado su socio a ratos, Puigdemont- los casi dos años que restan de legislatura. Sin mayoría, sin presupuesto, sin leyes que puedan salir adelante… en este caso habrá que convenir que dos años son mucho tiempo en política, y que lo que hoy dicen las encuestas podría volverse del revés en las elecciones. Convengamos también en que, durante este tiempo recibiremos los ciudadanos toda suerte de intoxicaciones que nos aseguren la bondad de las acciones gubernamentales y la perversidad de las de la oposicion. Y aceptemos también que los socialistas hacen mejor, bastante mejor, las campañas electorales que los del PP. En suma, que la segunda de las ecuaciones, que no deja de resultar factible, consiste en que el legado de Sánchez sea… más Sánchez. Con los mismos socios y con el programa que decidan éstos dictarle. Dejo a criterio particular del lector su opinion al respecto.


Vayamos ahora al medio plazo, quizás a un plazo más largo.


En este punto, y sin caer en la tentación de analizar todas las posibilidades que están en el tablero, convendría que estimemos sólo la opción primera de las presentadas. Esto es, que el PP, con o sin Vox en el ejecutivo, pero con su apoyo en cualquiera de los casos, consiga formar gobierno. En este supuesto, y sin perjuicio de desear al señor Feijóo el mayor de los aciertos y la mejor suerte posible (le importa mucho a España su triunfo), es más que probable que las expectativas de cambio que está ofreciendo -parafraseando al poeta Mayakovski-  estallen en el rompeolas de la política cotidiana. El abrazo de Vox resultará seguramente tan inclemente como si se tratara de una asfixia. Y es que el PP no ha sabido nunca cómo resolver el elefante existente en su habitación. Sólo parece estimar como la respuesta más probable a esta situación el exorcismo del paquidermo por la via del voto útil. Veremos qué ocurre en las elecciones parciales/regionales que, empezando por Extremadura, se avecinan.


No deja de plantearse tampoco la cuestión de lo que pueda ocurrir en el PSOE en el caso que acabamos de presentar en el párrafo anterior -el de una victoria electoral del PP-. La respuesta remite también a dos posibilidades. La primera, que se produzca finalmente  una renovación en el liderazgo de ese partido que devuelva a los socialistas a la ocupación del centro-izquierda del espectro político, lo cual haría seguramente posible el retorno al consenso partidario, fundamento del sistema constitucional de 1978.


Por supuesto que ese cambio bien pudiera no acontecer, sea porque Sánchez continúe manteniéndose de manera estólida en la jefatura del partido, sea porque su sustituto aplique las mismas o similares recetas que el actual presidente. Sería éste el supuesto del mantenimiento de la polarización de la política española con todos los graves inconvenientes que conlleva.


Y quedaría entonces, last but not least , el desiderátum a que hacía referencia en los primeros párrafos de este comentario. En la medida en que el posible gobierno de Feijóo no se aplique, de verdad, a conciencia, con transparencia y eficacia a revertir el legado de Sánchez, que ejerza un liderazgo, que todavía no hemos advertido; que nos ofrezca un equipo preparado y capaz, del que aún carecemos de noticias y que consiga sortear con habilidad las crisis que se le presenten, que ninguna de gravedad han sido capaces de hacerlo, y ejemplos haylos, como Mazón con la Dana, Mañueco y Rueda con los incendios y… veremos lo que haga Moreno con las mujeres perjudicadas por el cáncer de pecho. Pero es que tampoco el presidente nacional del partido ha avanzado mucho en cuanto a presentar un liderazgo integrador e ilusionante, más bien al contrario.


Será entonces -siempre en mi particular opinión- el momento en el que de la sociedad emerja un proyecto político centrista, reformista y liberal, que aceptando el doble concurso del estado del bienestar y la economía de mercado, colme el hueco que el bipartidismo está creando de nuevo y permita el gobierno de España sin el concurso de los nacionalistas.


Alguien estará pensando, sin duda, que falta en todo este amplio elenco de posibilidades lo que sucedería en el PP en el caso de que no gane las elecciones o que, ganándolas, no pueda formar gobierno -como ahora ocurre-. La crisis en el PP y la búsqueda de otro -¿otra?- candidato entiendo que también habilitaría la posibilidad de la aparición de una nueva formación política, vista la -posible- incapacidad de este partido de construir una alternativa.


Agradezco al lector que haya llegado hasta el final de este comentario su paciencia.


























































domingo, 26 de octubre de 2025

El legado de Pedro Sánchez

(Publicado en El Imparcial, el 25 de octubre de 2025)


El que fuera hasta en siete ocasiones presidente del Consejo de Ministros italiano, Giulio Andreotti, visitaría nuestro país en los años 90. Preguntado acerca de la manera que teníamos de gestionar las cosas públicas , el sabio democristiano repuso lacónico: “Manca finezza”.


La misma ausencia de finura que tendrían quienes desalojaron a Pedro Sánchez de la secretaría general del PSOE, al no intuir que, a un hombre joven y ambicioso, había que proporcionarle un premio de consolación, por ejemplo, en alguna institución internacional bien retribuida, y no dejarle marchar a , bordo de su Peugeot a la reconquista de las agrupaciones socialistas. Por supuesto que fina, lo que se dice fina, no sería la estrategia seguida por el propio Sánchez en el referido comité federal, pero habrá que convenir que un desaguisado no tapa a otro, por lo mismo que una urna oculta detrás de una cortina no impide encontrar una salida personal a un enemigo en ciernes, precisamente para que no se convierta en eso.


Y así empezaría buena parte de nuestra historia reciente. Nuestro hombre recuperaría el cetro socialista, y obtendría la corona presidencial, moción de censura mediante, con el apoyo de todo lo que era, bien apuesta revolucionaria, bien práctica favorable a una desintegración de España, “ma non troppo”, no fuera que, de tan despojado que dejaran el invento no les quedara nada más que llevarse a la boca.


Vino más tarde una de las promesas incumplidas del sanchismo, ésa del insomnio que le produciría gobernar con Podemos. Un compromiso que transgredía el presidente haciendo Vicepresidente a Iglesias y a su partido socio de gobierno. Comprobaría entonces el líder del partido emergente las juiciosas palabras que pronunciaba el chileno Salvador Allende cuando, en el año 1970, fue nombrado presidente de aquella República por una exigua mayoría: “Tenemos el gobierno, pero no el poder”. Iglesias entraría en el gobierno, pero nunca conseguiría el poder, enredado en los vericuetos de la enjundiosa administración española, que sólo los socialistas comprendían, entre otras cosas porque eran ellos los que la habían creado.


Sánchez no dejaría gobernar a los de Iglesias, pero se apoderaría de la semántica de su discurso posmoderno. Donde aún quedaba algún rescoldo de unidad, levantaría muros; donde permanecían ciertas brasas  de socialdemocracia no apagadas por Zapatero, establecía un discurso social-populista, que ha culminado haciendo referentes de su ideología al Petro colombiano, al Lula brasileño y al chileno Boric; donde disponía de votantes de centro-izquierda, ahora capta las voluntades de los más radicales, con el dudoso resultado, para una posible renovación de su gobierno, de laminar electoralmente a su socio.


Eso en lo que se refiere a la geografía partidaria nacional, porque en cuanto a la nacionalista sólo la cautivaría Sánchez a base de promesas de un troceamiento del país en una perspectiva confederal. En ésta, los soberanistas catalanes aspiran a continuar en la estela fiscal de sus homónimos vascos, dejando patas arriba los preceptos constitucionales que declaran la igualdad de los españoles y amenaza dejar a nuestras cuentas públicas en un erial, sólo susceptible de recibir subvenciones europeas y financiación externa vía deuda pública.


En este mermado paisaje político nacional, en el que no se atisban apenas árboles ni bosque, de tan yermo como se encuentra, nos queda, impávida y solemne, aunque solitaria, la figura de un Rey cada vez más arrinconado, más zaherido por los que un día le fueron leales, como si en este extraño juego de coaliciones de la España actual, se unieran las derechas más clásicas con las ultras, y todas éstas integradas con las izquierdas en transición al populismo, y las extremas izquierdas siempre republicanas. A los primeros, en el ámbito de la derecha, habría que preguntarles -acaso- por las ventajas que aportaría a España una tercera república. 


El legado de Sánchez no es, sin embargo, la división de la política española entre unos y otros, porque ese proceso ya estaba instalado entre nosotros desde antiguo; tampoco por la colonización de las instituciones, porque esa práctica ya la ejercían, mejor o peor los PP y PSOE de otros tiempos; ni siquiera la entrega de la agenda a los nacionalistas, (¿recuerdan ustedes el pacto Aznar-Pujol del Mayestic?)… No, el legado de Sánchez es una vuelta de tuerca más, la más grave producida hasta ahora, en un desarrollo contradictorio con el espíritu constitucional, emprendido por los dos grandes partidos con la impagable -pero satisfecha como deuda política- ayuda de los nacionalistas.


Y es cierto que la ley de amnistía, a decir de muchos expertos independientes, es abiertamente inconstitucional, y sólo se entiende como un trueque -gobierno por retorno victorioso del fugado Puigdemont-, que el Fiscal General del Estado no debería seguir en su puesto; que la instrumentación de todas las instituciones al solo interés del gobierno y su presidente han alcanzado un nivel que se acerca al paroxismo, que un gobierno que no es capaz de presentar un proyecto de presupuestos en toda la legislatura -llevamos ya tres incumplimientos constitucionales sucesivos- debería convocar elecciones…


Cuestiones aparte lo son el inaudito acoso al poder judicial o el desprecio al Parlamento, pero ya se repartían el gobierno de los jueces y la composición del Tribunal Constitucional, entre el PP y el PSOE. Y no fue Sánchez el primero en inundar de decretos-leyes a la Cámara.


Y desde luego que el legado de Sánchez no es tampoco su acción social, tantas veces declarativa y apoyada sobre una administración declinante e ineficaz; ni su acción exterior, que sólo puede leerse en clave interior, no desde luego para mejor defender los intereses de España en el ámbito internacional; ni en el europeo y su defensa, desmarcándonos de manera olímpica de los consensos que se producen…


Nada de todo lo relatado podría considerarse como una novedad, por lo tanto. Lo que de verdad es original, y constituye el legado de Sánchez es su obsesión por el poder, sin limites, desde el altanero desprecio de sus contradictores, dentro y fuera de su partido, y de los mandatos constitucionales, de lo que, más allá de lo que dicen las leyes y aun en su contra, del espíritu inmanente del estado de derecho.


El legado de Sánchez es una palada de tierra más -acaso la más importante-  sobre un sistema que un día quisimos creer que nos haría más libres, más prósperos y mejores.











jueves, 23 de octubre de 2025

El que guarda tus pasos en la vida…



 El hermano mayor de Joaquín Romero celebraba su cumpleaños convidando a almorzar a éste y a su mujer. Le había prometido hacerle partícipe de una historia que no consideraba oportuno narrar por teléfono.

Sentados en la mesa de un restaurant de Madrid, el camarero les servía una copa de vino tinto procedente de las bodegas de un amigo de Joaquín, que era a su vez hijo de unos amigos de sus padres, un caldo riquísimo.

  • Te había prometido una historia -empezaría el homenajeado-. Y te la voy a contar… quiero decir -se corregiría a sí mismo, observando a su cuñada-, os la voy a contar.

Joaquín Romero observaría el comedor del establecimiento, que integraba una mezcla de arcos andaluces de inspiración árabe con motivos castellanos, y una cocina que fusionaba también las dos tradiciones, el rabo de toro como el astro de sus guisos.

Premioso y deteniéndose en los detalles, su hermano daría comienzo a su relato.

  • Una de mis hijas, Diana, ha empezado a trabajar con una productora de Hollywood…
  • ¿Qué tal le va? -preguntarían al unísono Joaquín y su mujer.
  • Está encantada… ha conseguido ese trabajo por mediación de su antiguo jefe, al que conoció ella en su anterior empleo, del que salió primero él y luego Diana…
  • Y ahora se han vuelto a encontrar -comentaría Joaquín.
  • Eso es -confirmaría el primogénito-. Como podréis comprender los dos se llevan muy bien… yo conozco a su jefe desde el trabajo anterior. Un día vinieron a Madrid para una reunión y habia huelga de taxis. Diana me pidió que hiciera de chófer y les llevara al hotel. Cosa que hice.

El matrimonio Romero intercambiaría una mirada de inteligencia; “las cosas que tienen que hacer los padres por los hijos…”

  • … me pareció un tío muy agradable -continuaba su narración-. Aunque no tuve mayor contacto con él que el trayecto en el que les llevé desde Barajas al hotel de Madrid…

El hermano de Joaquín se daria un respiro para beber un sorbo de agua. Venía sediento.

  • El caso es que un día, en Los Angeles, comiendo, su jefe, Frank Dorregard, se llama, le hizo una pregunta a Diana:

“¿Tú tienes un antepasado que tiene una estatua en Palma de Mallorca?”

“Sí. Un tatarabuelo mío tiene una estatua en esa ciudad”, contestaría ella…

  • ¿Le había hablado algo Diana a su jefe de nuestro bisabuelo? -preguntaría Joaquín interesado.
  • Nunca. En ningún momento, según me dijo ella.
  • Muy curioso… -observaría la mujer de Joaquín.
  • Sí. Pero todavía queda algo más, y lo más importante. El caso es que Frank cree firmemente en el ancestralismo, una creencia por la cual todos tenemos a alguien de nuestra familia que nos cuida desde arriba… el caso es que ese alguien, en el caso de Diana es su tatarabuelo, el mismo que me cuida a mí…
  • En el supuesto de que así sea, ¿cómo lo sabes? -preguntaría Joaquín Romero.
  • Porque los ancestros se comunican entre sí. Y a veces también con nosotros…
  • ¿Con nosotros? 
  • Sí. El ancestro de Frank se comunicó con él. Le dijo que había hablado con el tatarabuelo de Diana y que también le había contado que su protector… vamos a llamarlo así, era él mismo, y también era mi protector. Yo siempre había creído que era nuestro padre…
  • De modo que nuestro bisabuelo se comunicaría con el antepasado de ese tal Frank… que es una especie de médium… -comentaría Joaquín.
  • Algo así. Y le dio un mensaje para mí.
  • ¿Un mensaje? ¿Qué mensaje?
  • Que me convenía jubilarme… 
  • Extraño mensaje cuando proviene de alguien que no pararía de trabajar toda su vida… nuestro bisabuelo murió con las botas puestas -observaría Joaquín.
  • Aunque yo me encuentro bien y me gusta lo que hago… -reflexionaría su hermano, que no parecía muy dispuesto a seguir el consejo de su antepasado y cuidador.

Se hizo un silencio que Joaquín Romero rompería:

  • Brindemos en todo caso por la memoria de nuestro bisabuelo y por la salud de su biznieto. ¡Setenta y siete años!
  • ¡Y que cumpla muchos más! -agregaría su mujer.