domingo, 1 de septiembre de 2024

Cómo prevenir el desastre

Se diría que es un lugar común el señalar que las instituciones que vieron la luz del día como consecuencia de la II Guerra Mundial están desertando del terreno de juego, desprotegidas por quienes debieran ampararlas y/o desplazadas de su vigencia por quienes simplemente son refractarios a las mismas. Nos encontramos ya en un escenario en el que no sabemos muy bien si es multipolar, bipolar o -hay quien lo afirma también- monopolar con algunos agregados.


Nadie sabe tampoco calificar la situación geopolítica que estamos atravesando con un término que abarque de una sola tacada toda su complejidad. Timothy Garthon Ash, en un artículo publicado el pasado 10 de mayo en El País, ofrecía hasta 15 denominaciones que se pudieran emplear para integrar en ella esta nueva realidad, ninguna de ellas por lo tanto de aceptación pacífica por parte de quienes dedican su tiempo a pensar y predecir el futuro. ¡Con lo fácil y comprensible que era pensar en el “telón de acero” que expresaba Churchill y su consecuencia, que era la “Guerra fría”!


En todo caso, si las normas que nos regían no son ya de aceptación general y se produce un cierto retorno a la ley de la selva, como lo demuestra el desprecio de la integridad territorial de Ucrania que pone de manifiesto la agresión rusa, la más que dudosa proporcionalidad israelí en su respuesta al ataque terrorista de Hamas y, en menor medida, la utilización de la Inteligencia Artificial por parte de China para el control de los datos privados alojados en dispositivos móviles de compañías de ese país, o la vulneración constante por parte de este país de las normas del comercio internacional... nos advierten de la existencia de un mundo que apenas sí nos resulta posible comprender.


No parece entonces extraño que las resoluciones de Naciones Unidas se conviertan en papel mojado muy poco después de ser adoptadas, que algún país practique una especie de uso alternativo de las reglas de la OMC o que los acuerdos para revertir el Cambio Climático -trabajosamente conseguidos- sean olvidados con carácter inmediato por algunos de sus firmantes, cuando no directamente contestados.


En este mundo en abierto desorden la posibilidad de un conflicto a escala mundial ya está dejando de ser una especulación catastrofista. Son muchos los países que disponen de arsenal atómico, a veces tantos como responsables políticos desaprensivos que, en el supuesto de sentirse acorralados, no dudarían de hacer uso de los mismos, precipitando así un escenario de destrucción final. Para quien piense que esa respuesta es más que improbable habrá que formularle la pregunta de si está dispuesto a apostar -y cuánto- a que un Putin amenazado no decida un ataque nuclear preventivo. Esta clase de envites podrían concretarse en la vaciedad más integral: ni el cobrador ni el pagador existirían seguramente para su cumplimiento.


Por lo general los políticos nos vienen acostumbrando a la adopción de estrategias reactivas, lejanas a la prevención que resulta seguramente un procedimiento más adecuado. La Sociedad de Naciones nacía con la Primera Gran Guerra, y la ONU con el final de la Segunda. Y si la caída del Muro de Berlín y del régimen soviético fuera malinterpretada por Occidente como el "final de la historia", al menos este momento histórico debería asistir al surgimiento de una diplomacia que, como resulta paradigmático de esa profesión, dedicara sus esfuerzos a evitar un posible desenlace que quizás ya ningún abuelo pueda referir a sus nietos. De esa manera, el mundo inclasificable de hoy debiera ser ordenado por los profesionales de una de las actividades más antiguas del mundo -descontada por supuesto la que lo es más. 


Será éste el tipo de mundo que sea, pero por lo que estamos advirtiendo, cada vez se consolida más la idea de que se ha formado un eje compuesto por China, Rusia, Irán y Corea del Norte, como aseguran Andrea Kendall Taymor y Richard Fontaine en el Foreign Affairs de mayo-junio de 2024. Su propósito no sería otro que el de desestabilizar definitivamente el ya deteriorado orden liberal. Y es que China está mejor preparada que los Estados Unidos para afrontar un mundo sin reglas que limite su actuación. Abunda en esta preocupación el profesor Ignatieff (El Mundo, 15 de mayo de 2024), que ha afirmado que le produce pavor “un mundo en el que Rusia, China e Irán se coordinasen para desafiar a EEUU y a la OTAN en Ucrania, Taiwán y Oriente Próximo a la vez”.


El propósito -más o menos confesado por China- no es otro sino inundar al mundo en desarrollo, e incluso desarrollado, con inyecciones económicas que les ayuden a construir o mantener infraestructuras que, en muchos casos, acaban quedando bajo su propiedad. Esa balsa de aceite extendida por cualesquiera rincones del mundo conseguirá acrecentar su influencia, lo cual, unido a un incesante crecimiento de su presupuesto militar, podrá forjar una potencia inatacable en el medio plazo.


China no tiene prisa. Y sabe leer adecuadamente en las contradicciones de Occidente: la extenuante polarización política que anula los resultados de cada uno de los referentes de gobierno cada vez que el contrario gana o pierde las elecciones, la debilidad intrínseca de unas sociedades acostumbradas a reivindicar sus derechos y a olvidar sus obligaciones con lo que es común, la fatiga de la democracia que empieza a resultar poco atractiva para las nuevas generaciones… 


Se trata, este último, de un fenómeno extraordinariamente grave, en mi opinión. Según una encuesta de 2023 de la Open Society Foundation, cada vez más jóvenes –los conocidos como GenZ, pero también los late millennials– están dejando de creer en los beneficios de la democracia y empezando a abrazar la opción de que, tal vez, salgan mejor parados viviendo bajo un régimen autoritario. O incluso dictatorial. Otro tanto ha señalado recientemente el semanario británico The Economist respecto de la ciudadanía estadounidense.


La doble tarea de los responsables políticos de nuestro entorno consiste, por lo tanto, en proteger la democracia y defender a los ciudadanos de un peligro que se advierte, si no como inminente, sí como posible.


Transformar el mundo en un lugar más seguro y también más libre, no es desde luego una tarea fácil. Y para ello es muy posible que sea necesario emplear la disuasión del palo unida al reclamo de la zanahoria. Quizás no sea factible empezar la construcción por el tejado, poniendo por ejemplo en marcha una reforma de la ONU que la haga más eficaz, más representativa y menos testimonial. ¿Cómo se puede comprender que ningún país africano disponga de asiento permanente en el Consejo de Seguridad?, ¿que tampoco lo tenga la India, el Estado más poblado del mundo?, ¿que el país que es puente entre culturas que es Turquía cuente sólo con una representación común? No es extraño, por lo tanto, que se multipliquen por doquier los más diversos foros alternativos. 


En todo caso, convendría trabajar con la diplomacia por eliminar recelos, crear complicidades y elegir ámbitos de cooperación que garanticen espacios de interlocución y de consenso. Habría que escoger bien los asuntos en los que esa colaboración mejore la situación de todos los interlocutores, pero siempre con la vista puesta en la construcción de una nueva arquitectura mundial que ponga las bases para un entendimiento general.


Ya sé que lo que sugiero es poco menos que una carta a los Reyes Magos antes de tiempo, cuando no un whisful thinking o un brindis al sol. Pero, haciendo bueno el adagio latino, "si vis pax, para pax". O dicho de otro modo, si no quieres la guerra, trabaja por el acuerdo.


Las conferencias de paz de otros tiempos se organizaban para poner punto y final a las guerras; hoy debieran montarse para evitarlas o -cuando eso no es posible, sortear su extensión y generalización. Y quizás no al estilo de una gran reunión, sino en muchas, cortas y reducidas delegaciones. 


La diplomacia, activada por líderes que dispongan de visión estratégica, podría constituirse en la única opción factible para prevenir el desastre. Entre otras cosas porque, en el supuesto de que no seamos capaces de impedirlo, ya no exista otra opción que saltar de los escombros a los pintorescos vehículos que veíamos en “Mad Max”.


¡Más nos vale que no asistamos a ese espectáculo!


 

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