domingo, 29 de septiembre de 2024

Perspectivas y distorsiones políticas comparadas en materia de orden público



Parece que es un lugar común distinguir los conceptos de fuerza y de violencia en base a un doble criterio: su procedencia y su legitimidad. El primer ámbito de diferenciación parece que está claro: la fuerza procede del Estado, de los cuerpos de seguridad que lo componen, y que atienden a una cadena de mando precisa y comprobable; la violencia se ejerce en contra del Estado o de los ciudadanos, y procede de quienes deciden voluntariamente situarse fuera de la ley. 


En la doctrina política, la fuerza se refiere a la capacidad de un Estado o entidad para imponer su voluntad y mantener el orden a través de mecanismos legítimos y establecidos por el sistema legal y social. La fuerza puede incluir el uso de recursos militares, policiales y judiciales, pero siempre bajo el marco de la ley y la legitimidad institucional. Es vista como una herramienta necesaria para garantizar la estabilidad y el funcionamiento adecuado de una sociedad.


La violencia, por el contrario, se refiere al uso de la agresión física o coacción para alcanzar objetivos, a menudo de manera ilegítima y fuera del marco de la ley. En el ámbito político, la violencia es vista como una ruptura del orden social y legal, y puede ser ejercida tanto por el Estado (cuando actúa fuera de los límites legales) como por actores no estatales, como grupos insurgentes, terroristas o criminales. La violencia se caracteriza por su naturaleza disruptiva y destructiva, y su empleo suele ser condenable desde la perspectiva de la doctrina política debido a su potencial para desestabilizar y causar daño a la sociedad.


Estas definiciones subrayan la distinción entre el uso legítimo del poder para mantener el orden (fuerza) y el uso ilegítimo del poder para causar daño o imponer voluntades (violencia).


En lo que se refiere a la legitimación de la fuerza -ya que, por descontado, la violencia en sus propios términos es por definición ilegítima- la cuestión resulta más problemática.


Una primera aproximación a este asunto nos sugiere que la legitimidad -mayor o menor- de la fuerza guarda relación directamente proporcional con la mayor o menor legitimidad del régimen que la utiliza. Cabría así, en consecuencia, que la fuerza se degradara hasta el punto de convertirse en violencia, en represión pura y dura, cuando el sistema que la ejerce carece de garantías elementales de respeto a los derechos humanos y a las libertades democráticas.


Pero este concepto no agota en modo alguno la cuestión. En la vida, y en la política que es una parte no desdeñable de la vida, abundan más las zonas grises que las tonalidades en blanco o en negro.


Vayamos a un ejemplo que nos permita transitar del ámbito teórico a la práctica.


El caso Bukele


Armando Nayib Bukele es un joven político salvadoreño, nacido en julio de 1981 en San Salvador, aunque de ascendencia palestina. Es presidente de su país desde 2019. Lograría su segundo mandato a pesar de la prohibición constitucional en ese sentido. Una práctica -la de no permitir un segundo mandato- muy habitual en las democracias sudamericanas, y que entronca directamente con el temor al caudillismo que ha sido moneda común en unos cuantos países del continente. Y, por cierto también, una medida que se ha pretendido incumplir en otras ocasiones, como ocurriera recientemente con Evo Morales en Bolivia.


En su segunda toma de posesión, Bukele, dejó entrever que, en el camino de la recuperación económica, los salvadoreños tendrán que enfrentarse a algunas medidas difíciles. Deberán tomar una “medicina amarga” y seguir las instrucciones “al pie de la letra”, para que los logros en esa materia sean como los obtenidos en seguridad en los últimos cinco años.


Entre críticas a una oposición “insignificante, pero rabiosa”, y como era de esperar, Bukele hizo hincapié en los resultados de su política de seguridad, que fue el centro de su primer mandato como presidente y lo que llevó, en gran medida, a alzarse con el segundo arrasando en las urnas el pasado 4 de febrero.


Así, insistió en que se logró reducir los homicidios en un 97%, volviendo a El Salvador “el país más seguro del hemisferio”.


“En cinco años le dimos vuelta a una situación que llevaba más de medio siglo sin resolverse, con más de 70.000 terroristas que controlaban el país y que dejaron más muertos que el conflicto armado”.


Los resultados, sin embargo, no le libraron de las críticas. Su política de seguridad acumula cientos de denuncias de violaciones de derechos humanos, desde detenciones arbitrarias a abusos y torturas en las cárceles.


“Sin el éxito de esta guerra contra las pandillas, muchos de los que nos ven por televisión y por redes sociales ya estarían muertos”, mantuvo sin embargo Bukele.


“La oposición, que es numéricamente insignificante pero rabiosa, sigue defendiendo una institucionalidad, una democracia, como dicen ellos, que sólo nos dejó madres, abuelos, amigos y hermanos asesinados impunemente”,


Con ello, también subrayó la legitimidad de su segundo gobierno, puesta en duda por muchos críticos que argumentan que forzó las costuras de la Constitución para poder volver a ser presidente y aseguran que este segundo mandato es la consolidación de la deriva autoritaria del país.


Además de insistir en su apoyo en las urnas, en su discurso Bukele aseguró que ha sido reconocido por “el 100% de los países del mundo”. Y como prueba de ello, se refirió a la presencia en la plaza Gerardo Barrios de más representantes internacionales "que nunca”.


“Nosotros decidimos hacer nuestra propia receta. Se necesita coraje, se necesita arriesgarse, en todos los niveles”.


Para aplicar esa receta propia, en este nuevo quinquenio Bukele tendrá además el apoyo de una Asamblea Legislativa de 60 diputados, sobre la que tiene un control del 95%.

En la última sesión plenaria de la Asamblea saliente, el 29 de abril, ésta dejó servida a la legislatura entrante el poder de cambiar la Constitución de manera expedita.


De modo que la nueva Asamblea, que inició sus sesiones el pasado 1 de mayo, podría en cualquier momento abrirle la puerta a la reelección presidencial indefinida o alargar la duración de los períodos de cualquier funcionario en el poder, entre otras cuestiones.


“Ahora que arreglamos lo más urgente, que era la seguridad, vamos a enfocarnos de lleno en los problemas importantes, empezando por la economía”, dijo Bukele, adelantando la que será la prioridad de su gobierno en los siguientes cinco años.


“La sociedad salvadoreña sigue enferma, pero ya no tiene cáncer”, continuó, refiriéndose a las llamadas maras que durante décadas aterrorizaron y desangraron el país. “Ya se curó de las pandillas, y ahora tiene que curarse de la mala economía”.


Pero ese no será un camino fácil, advirtió. “En este nuevo tratamiento para sanar la economía, quizá también haya que tomar medicina amarga”.


Y es que no es un reto menor. A pesar del aumento del turismo en respuesta a las mejoras en seguridad, la economía general sigue estancada, sin reformas estructurales, altamente endeudada y con una gran dependencia de las remesas.


Por una parte, la de El Salvador ha sido por quinto año consecutivo la economía que menos ha crecido de la región. Mientras la de Costa Rica crece entre 4,5 y 5%, según datos del Banco Central de Reserva, la de El Salvador creció en 2023 un 2,2%.


Asimismo, se importa más que se exporta —lo que se vende al exterior, sobre todo a EE.UU, son artículos textiles producidos en empresas maquiladoras— , lo que le llevó al país el año pasado a tener un déficit de la balanza comercial de más de US$8.000 millones.


Y según datos hasta septiembre de 2023 del Banco Central de Reserva y el Ministerio de Hacienda, la deuda pública asciende a US$19.612,42 millones, a lo que hay que sumar un saldo de la deuda de pensiones de US$9.010 millones.


A ello hay que sumar una brecha social cada vez más amplia, que para la mayoría de los salvadoreños se hace sostenible por el autoempleo informal.


De acuerdo con Bukele, para hacer frente a tamaño desafío y que la economía mejore, harán falta tres elementos: “La guía de Dios, el trabajo incansable del gobierno y que el pueblo vuelva a defender a capa y espada cada una de las decisiones que se tomen, sin titubeos”.


Asimismo, les pidió a los salvadoreños abandonar lo que llamó “la mentalidad del fracaso”.


“También es urgente que cambiemos algo más: la idea de que nos merecemos solo lo malo y lo feo. De quejarnos cuando las cosas cambian para bien. A eso le llamo yo mentalidad del fracaso y debemos combatirla nosotros mismos”.


Y para ello, aconsejó: “No hagan caso de las voces que los quieren envenenar”.


Bukele le pidió a los presentes no “perder la perspectiva”.


“No estamos solamente cambiando un país, estamos cambiando un paradigma”.


“Poco a poco, empezamos a crear algo mucho más significativo: un espejo donde toda Latinoamérica se ve ahora”.


El caso Bukele remite, por lo tanto, a la desafección por parte del electorado respecto de las políticas y los políticos tradicionales. Unos y otros serían incapaces de resolver los problemas que tienen planteados. El recurso a “hombres fuertes” es entonces necesario si lo que se pretende es salir del marasmo en el que la vieja política ha introducido a los Estados.


De esa manera, la diferencia entre violencia y fuerza de la definición doctrinal palidece ante la eclosión de los populismos.


A veces, aun a costa de un enorme estrechamiento de las garantías democráticas, el populismo consigue generar un cierto éxito, como ocurre en el caso salvadoreño. Otras es sólo un artificio, pompas de jabón que estallan en pocos segundos si no fueran sostenidos por los medios de comunicación afectos al sistema.


El populismo en Latinoamérica 


Como ha escrito Carlos Granés (Delirio Americano):


“Empezando por Fujimori y las decenas de pasquines que financió —la «prensa chicha»— para desinformar o embarrar la imagen de sus enemigos, los caudillos contaminaron el espacio público con informaciones interesadas o se convirtieron en emisores de noticias. Su hiperactividad ante los medios ha sido una manera de imponer a la prensa una agenda y de estar presente en periódicos, radios y noticieros permanentemente. Ocupan ese espacio para asegurarse de que es su versión de los hechos la que recogen los periodistas. Se muestran benevolentes con la prensa dócil, que les sigue el juego, y autoritarios con los medios que no se adaptan a esta nueva lógica de reality show. Es como si hubieran aprendido la lección de Roberto Jacoby. Lo único que importa es infiltrar la comunicación para que se hable de su obra. Que esta obra exista o no, o que sea de provecho para la ciudadanía, es indiferente. El populista necesita transmitir un mensaje, y ese mensaje siempre es él mismo: su propia imagen, su amor a la patria, su devoción por el pueblo, su defensa de la gente buena, su ataque a los enemigos de la nación. Todo se queda en la performance mediática; en hacer creer que detrás hay mucha obra, que se trabaja, que hay una profunda preocupación por el pueblo, cuando en realidad solo hay un propósito: conservar el poder”.


Una aproximación para definir al populismo 


Parece claro que el populismo difumina los colores entre legitimidad e ilegitimidad, porque ya no se trata de actuar desde los parámetros del respeto a los principios democráticos de la separación de poderes. Montesquieu ha muerto -decía Alfonso Guerra- y Susanne Gratius y Ángel Rivero (Populismo y política exterior en Europa y America) han definido a este fenómeno como la representación de la sociedad como el lugar de un enfrentamiento inevitable entre dos actores antagonistas, un pueblo moralmente virtuoso y una oligarquía moralmente corrupta. Ademas, postula la existencia de una voluntad general indivisible, identificando el pluralismo y la separación de los poderes como unas limitaciones inútiles. Como tal, el populismo tiene potencial para modificar no sólo los fundamentos de los sistemas democráticos sino también algunos de los cimientos de la política exterior en los que se sustenta el orden liberal internacional desde la Segunda Guerra Mundial; el multilateralismo; los valores democráticos; la resolución de conflictos en el seno de Naciones Unidas; la libre circulación de capitales, servicios, mercancías y personas. 


Al mismo tiempo, el populismo tiende a ser interpretado como una ideología sutil, que, por definición, es capaz de integrarse con otras ideologías existentes, dependiendo del contexto histórico o geográfico, . Esta característica hace del populismo un concepto escurridizo, no fácilmente identificable con una propuesta ideológica clara, tanto desde el punto de vista nacional como internacional.


El populismo es estudiado como una ideología poco elaborada, que dependiendo de las circunstancias y del contexto nacional, se puede combinar con otras ideologías más establecidas, como el comunismo, el nacionalismo, el fascismo o el socialismo.


El edificio del populismo hunde sus cimientos en el final de la era de las seguridades, que aconteció con el fin de la guerra fría. La desaparición de los enemigos comunes y de la política de bloques ha brindado a muchos actores nacionales la oportunidad de reabrir el debate sobre la política exterior de sus países. A partir de entonces, las cuestiones internacionales han provocado serias divisiones internas.

 

El mayor número de actores dificulta la posibilidad de definir consensos nacionales sobre la política exterior.

 

Se han identificado tres consecuencias principales de la globalización en los debates nacionales: en primer lugar entre integracionistas y soberanistas. En segundo lugar, las interdependencias asimétricas y consecuentes a los procesos de integración, cuestionan los equilibrios entre Estado y mercado, amenazando con socavar el bienestar social y con aumentar la desigualdad. En tercer lugar (el debate partidista) entre los ganadores y los perdedores de la globalización. 

 

 Y es que el recurso a la idea de una voluntad general indivisible como única fuente de representación legítima hace del populismo un concepto que desafía los principios fundamentales de las democracias liberales, como la separación de poderes y el pluralismo.

 

Una de las estrategias (del populismo) acostumbra ser la identificación de una conexión entre las élites nacionales y una serie de enemigos externos, por ejemplo, otros Estados, élites transnacionales, refugiados o instituciones internacionales, presentados como amenazas a la soberanía del pueblo o a la identidad primigenia del mismo. Esta situación se advierte de una manera muy clara cuando observamos la reacción de algunos partidos populistas europeos respecto de la emigración (Francia, los Países Bajos, Italia…).


Algunos casos europeos 

 

El profesor Ángel Rivero ha analizado en profundidad el caso del Rassemblement National (RN) en Francia. 


Es cierto que el RN, en la medida en que se va acercando al poder, va suavizando sus posiciones. Pero, si tomamos en serio sus primeras propuestas, las consecuencias para la política exterior francesa serían muy profundas. Esto es así porque significarían como mínimo el repliegue o el abandono de organizaciones tan cruciales en el presente de Francia como la UE o la OTAN. (Recordemos el crédito recibido por el partido de Marine Le Pen. Según reveló el digital Mediapart en el otoño de 2014, el RN recibió ese año un total de 11 millones de euros por parte de entidades bancarias rusas. Un primer préstamo de 2 millones de euros en abril de 2014 concedido a Jean-Marie Le Pen a través de Vernonsia Holdings Ltd, una sociedad chipriota suministrada de fondos rusos, y, en septiembre, otro de 9 millones por la First Czech Russian Bank (FCRB), banco creado en la República Checa cuya sede principal se encuentra hoy en Moscú.


En las recientes elecciones legislativas anunciadas por el presidente Macron como consecuencia de su derrota en las europeas, el partido republicano francés (la otrora derecha democrática) anunció su apoyo a Marine Le Pen, y aunque su presidente fue sustituido por su organización, lo que subraya, a mi juicio, el paradigma de que el populismo se reblandece cuando se aproxima al poder, y que los contornos del populismo son bastante sutiles, ya que resultan permeables a todos -o casi todos- los partidos.

 

¿Que proponía el RN como remedio para recuperar la soberanía francesa? Ni mas ni menos que el desmantelamiento de todas las instituciones soberanas de la UE y la devolución de su poder a los Estados nacionales. Es decir, desmontar la UE como organización supranacional y conseguir de nuevo que las naciones que la componen recuperen esa soberanía originaria.

 

La UE, por lo tanto, daría paso en el proyecto del RN a una Alianza Europea de Naciones.


El caso húngaro tiene mucho que ver con la evolución política de un país que emerge a la libertad con la caída del muro de Berlín y que abraza con pasión la democracia liberal y la economía de mercado, para después recuperar sus miedos ancestrales. 


Viktor Orban es un buen ejemplo de este tránsito. Antiguo liberal, presidente del Consejo Europeo, el actual Primer Ministro de Hungría ha afirmado recientemente:

 

“Probablemente las sociedades fundadas en principios liberales no serán competitivos en el mundo en los próximos años y sufrirán retrocesos a menos que sean capaces de reformarse en profundidad”.

 

Janos Kordai sostiene que entre las democracias y las dictaduras se extiende un amplio campo, el de las autocracias, en este universo vivirían regímenes de una gran variedad de colores, desde el almirante Miklos Horthy en la Hungria anterior a la guerra a Vladimir Putin en la Rusia actual, pasando por Juan Domingo Perón en Argentina. (Por cierto, en cuanto a la Argentina de Perón, conviene volver al texto de Carlos Granés, citado con anterioridad).

 

A este tertium genus entre el totalitarismo y la democracia le va bien la calificación de populismo. Y es que no hay democracia sin liberalismo, esto es, sin instituciones que velen por la realización de elecciones limpias, la separación de poderes, la independencia judicial, la libertad de expresión, la protección de los derechos de las minorías y de los individuos. 


Rasgos del populismo 

 

Los rasgos que definen la política del populismo a juicio del profesor Rivero serían:

 

  1. La defensa de un pueblo virtuoso con una voluntad única.
  2. La crítica a la democracia representativa desde un lenguaje antipolítico en nombre de una democracia directa.
  3. La preferencia por una política estructurada en arriba/abajo en vez de izquierda/derecha.
  4. La personificación en un líder carismático de la voluntad del pueblo en nombre del cual habla.
  5. La sustitución del pluralismo político como valor por la búsqueda permanente de un enemigo del pueblo contra el que desplegar un discurso político emocional, maniqueísta y moralista.


El populismo supone la culminación de un tránsito desde las democracias liberales plenas -en la medida en que lo puedan ser-. Y se produce esa transición desde los siguientes elementos:


  1. Debilitamiento de la institucionalidad democrática.
  2. Subordinación del poder judicial al ejecutivo.
  3. Control omnímodo de los medios de comunicación,
  4. Guerras culturales dirigidas a la destrucción simbólica de los adversarios políticos.


El Brexit


Según José Javier Olivas, que ha analizado el caso disruptivo del Brexit, éste se habría fundamentado en los siguientes ámbitos:


  1. Antagonismo:  representación maniquea y antagónica de la política y la sociedad, y las consecuentes llamadas a cambios radicales en el sistema.
  2. Moralidad: establecimiento de una jerarquía moral entre los actores  y deslegitimación del adversario político.
  3. Idealización de la sociedad: descripción histórica y anti-pluralista del pueblo donde se destaca la homogeneidad dentro del grupo y en la diferencia con el otro.
  4. Soberanía popular: ausencia de límites para la voluntad popular, lógica mayoritaria y preferencia por herramientas de democracia directa  como referendos o movilizaciones.
  5. Liderazgo personalista: el líder da voz al pueblo y encarna sus intereses. Su relación con ese pueblo no tiene por qué estar mediada por partidos. Parlamentos u otras. instituciones.


El miedo a la libertad


En definitiva traducen ese temor a ser libres de que nos hablaba Erich Fromm, el regreso a una protección por el Estado en la recuperación imposible de una sociedad que era homogénea y estaba integrada. Es imposible, entre otras cosas, porque esta sociedad no ha existido nunca en los tiempos pasados.


Erich Fromm, en su libro "El miedo a la libertad" (1941), exploraba la relación entre la libertad y la psicología humana, especialmente en el contexto de los cambios sociales y políticos de la era moderna. Fromm argumentaba que, aunque la libertad es un valor central y deseado, también puede generar una profunda sensación de inseguridad y ansiedad.


Fromm distingue entre la "libertad de" (libertad negativa), que es la liberación de restricciones externas, como la opresión o la autoridad.

   También habla de la "libertad para" (libertad positiva), que implica la realización del potencial propio y la autodeterminación.


Con la modernidad y la caída de las estructuras tradicionales (familia, religión, comunidad), los individuos experimentan una mayor libertad personal. Sin embargo, esta libertad también trae consigo un sentimiento de soledad y alienación, ya que las antiguas certezas e identidades desaparecen.

   

Fromm sugiere que muchas personas temen esta libertad porque les enfrenta a la responsabilidad de sus propias vidas y decisiones. La libertad puede ser abrumadora y crear una sensación de impotencia y desarraigo.


Para escapar de la ansiedad que produce la libertad, las personas buscan refugio en mecanismos de escape como:


  • El autoritarismo. Esto es, someterse a una autoridad externa para evitar la responsabilidad de la propia vida.
  • La destructividad. Destruir a los otros o a uno mismo como una forma de escapar de la insoportable libertad.
  • El conformismo. Perder la individualidad adoptando el carácter y las creencias del grupo social al que pertenecen.


Fromm examina cómo el miedo a la libertad puede llevar a la gente a apoyar regímenes autoritarios que prometen seguridad y orden a cambio de la libertad individual. Argumenta que una verdadera democracia requiere que los individuos se sientan libres y responsables, desarrollando su potencial y participando activamente en la vida social y política.


Erich Fromm ya intuía la eclosión de la globalización y su producto: la división entre los somewhere o identitaristas, y los anywhere o globalistas, que conduce a las sociedades polarizadas que hoy estamos conociendo,


Coda


Lo han señalado Pedro Herrero Mestre, Jorge San Miguel Lobeto (Extremo centro: El Manifiesto: Una ambiciosa explicación de andar por casa para entender la política que viene).


“Los que han perdido con la globalización han sido en buena medida las capas sociales de las que emergen las Nuevas Clerecías en países como España, «nuevas clases medias» que accedieron a una cierta prosperidad en la segunda mitad del siglo XX, y a las que en el nuevo siglo se les ha cortado radicalmente el relato de ascenso social de generación a generación. Por ello, personas con una enorme capacidad de prescripción, de influencia en la conversación pública, están echadas al monte de una «revolución cultural». Es una parte de la comunidad política en conflicto consigo misma, que proyecta sus frustraciones y ansiedades en un sistema de valores desconectado de la «vida real»: pueden hablar todo el día de los votantes de Trump o Bolsonaro, o del populismo de derechas, pero, en realidad, los que parecen permanentemente cabreados son ellos”.


Por esa razón, nadie puede resultar inmune al contagio del populismo, a la admiración de los hombres fuertes -como Bukele.


El populismo se desliza desde la idea de la fuerza para ordenar y mantener el orden público a la de la violencia. Convierte en delincuente al Estado y en víctimas a los ciudadanos.


Y por eso mismo,, ante los cantos de sirena que emite el populismo, propongo actuar como aconsejaba Ortega: oírlos del revés.